Al mediodía, Talía regresó a casa, pronta a preparar el almuerzo para tres. Adréis prefirió acompañarla, cortaba vegetales en silencio, escuchando las novedades del día de su novia. Mili aguardó en su cuarto, debía estudiar los apuntes diarios que su amiga le traía de las clases a las que ella no podía asistir. Pero repetía una y otra vez las lecciones sin prestarle atención, puesto que otra idea más profunda la tenía ocupada: provocar celos en Talía. Si todo salía como comenzaba a planearlo, los celos traerían discordia entre ellos, lo cual le convenía bastante. Y sucedió un rato después. Talía entró a su habitación y la vio fragante, limpia. Se saludaron como de costumbre, con besos en las mejillas.
—Pero mírate —le dijo Talía en tono alegre—, si ya puedes bañarte…
—No fue así exactamente —se adelantó Mili—. Tu adorado novio me ayudó a darme la ducha.
—¿Qué dices? —preguntó asombrada.
—Sí, Adréis me ayudó a darme un buen baño. Estaba acalorada y me sentía sucia.
Talía recibió como un balde de agua fría aquella información, pero disimuló su sorpresa. «¿Es posible que esta mujer, se haya permitido que mi novio la bañase? Esto es sorprendente». Dio media vuelta en silencio y entró a la cocina, donde Adréis ya aderezaba la ensalada fría para acompañar el pollo a la crema. Mientras Talía preparaba las frutas como postre, repasaba mentalmente lo que Mili le había dicho, todavía no lo concebía en su mente.
Él, al notar su silencio, se le acercó, apoyando todo su cuerpo hacia ella y con un susurro en su oído le preguntó:
—¿Qué le pasa a mi princesa, que está silenciosa?
Luego la volteó hacia él y apretándola, besó su frente. Talía dejó el cuchillo sobre la mesa, con el que cortaba las frutas, y cedió ante aquel abrazo. Mas no dejó para después su inquietud.
—¿Es verdad que ayudaste a Mili a bañarse?
Adréis no se esperaba aquella pregunta, pero intentó salir de la situación de manera natural:
—Claro, amor, ella quería bañarse, no quiere esperar a la tarde, me pidió el favor de ayudarla y así lo hice.
—¡Pero, Adréis, la viste desnuda!
—No, no, ella no se desnudó —cortó el hombre.
Hubo un silencio incómodo, que Talía trató de espantar recogiendo los trozos de las frutas. Sentía su cuerpo arder por dentro.
—¿Qué sentiste? —arremetió de nuevo Talía.
—¿Sentir de qué?
—¿Sintieron vergüenza o les estaba bien así a los dos?
Adréis sonrió, ante el comportamiento de su novia. La envolvió en un nuevo abrazo y susurró en su oreja:
—No me digas que estás celosa. Te juro que no pasó nada, lo hice de una manera muy profesional, ella es casi mi paciente.
Tras decir esto, metió una uva en su boca y la besó, con aquella fruta jugosa en el medio del beso. Se fueron comiendo la uva entre mordisquitos de boca, aquella acción provocó risas entre ambos y él reforzaba aquella complicidad haciéndole cosquillas. A carcajadas terminaron de preparar el almuerzo, pero aun así Talía no asimilaba en su mente lo que su amiga le había dicho, sobre todo la forma como se lo dijo, con sutil descaro, como si le diera gusto. Adréis tenía razón, estaba celosa, pero actuaba como si aquello no tuviera demasiada importancia.
Mientras, en una habitación que daba a la ciudad, Mili recibía con impotencia las risas que llegaban de la cocina, batía su libro sobre la cama, le molestaba sentir la felicidad de los amantes. Ahí, sentada en la cama, atada a un estúpido yeso, sentía que de cierta forma se burlaban de ella. Su treta no había funcionado, de nada sirvió haberle dicho a su amiga que su adorado novio la había ayudado a bañarse. Había fracasado en lograr entre ellos una discusión; al contrario, parecía haber despertado más pasión entre Talía y Adréis, que con besos largos y risas terminaban de preparar los alimentos.
Talía entró a la habitación de Mili con la bandeja del almuerzo y la misma dulzura de siempre. Mili estaba malhumorada, así que recibió sus tratos de mal gusto. Talía se desbordaba de atención con ella. Hecho esto, salió del cuarto para sentarse en la pequeña mesa con su novio, entre charlas y risas devoraron el pollo, la ensalada y las frutas; el tema del baño pasó a ser un tema superado.
Con Talía en el apartamento, Adréis recuperó su libertad y aprovechó que ella se hacía cargo de Mili para ponerse al día en la oficina. Cuando estuvo a punto de salir, Talía lo detuvo en la puerta para darle el beso de despedida, pero lo tomó de la mano y le manifiesto:
—Creo que Mili busca darme celos, la veo muy extraña conmigo.
Él la abrazo y le dijo:
—Talía, no pienses así, ella es una niña mimada por todos ustedes y quiero que sepas que mi amor por ti es fuerte y sincero, ninguna mujer podrá arruinar este amor por ti.
Salió del apartamento llenándola de un beso uno tras otro, hasta que cerró la puerta y salió. Sin embargo, Talía tenía una corazonada. El trabajo ya estaba hecho: Mili le había sembrado las dudas hacia él.
Talía quedó inmersa en un mar de dudas. Sus pensamientos luchaban entre sí, la idea de que se despertara una pasión entre ellos le era insoportable. Por otro lado, conocía a su amiga, ella no sería capaz de enamorarse de su novio, mucho menos cuando Talía le había dejado claro que Adréis era su verdadero amor, que al fin se frenaría en la búsqueda de su hombre ideal. Decidió entrar al cuarto de Mili para buscar los platos. Su amiga se entretenía con un libro de economía. Se sentó en la orilla de la cama, la miró. «No, Mili no sería capaz de traicionarme», se dijo. —¿Te sientes bien? —le preguntó a Mili. Dudar de su amiga la hacía sentir culpable. —Sí… Gracias. Tras una pausa, Mili soltó un inesperado halago: —Tienes mucha suerte. —¿Por qué lo dices? —preguntó Talía. —Lograste encontrar un hombre admirable. —Supongo que sí —sonrió Talía. —Hasta sabe cocinar, creo —continuó su amiga—. Es bello, atento, trabajador. Te coronaste, amiga, conseguiste el hombre ideal. Pero a Talía
Al día siguiente, Talía salió como siempre a la universidad. Para eso caminaba tan solo tres cuadras, que se le volvían eternas, puesto que dejaba a su amiga con su amado y esto comenzaba a llenarla de inseguridades. Le aterraba de solo pensar que su amiga pudiera conquistar el corazón de su amado. Aun así, entraba a sus actividades cotidianas que le desviaban de aquel pensamiento. Mientras tanto, Mili quedaba a solas con el hombre de quien se había enamorado, sin importar que fuera el novio de su amiga. Esa mañana Adréis llevó, como siempre, el desayuno. Cuando entró, Mili tenía problemas para cerrar su brassier. Ante él, dos pechos firmes y perfectos. —¿Puedes cerrar el broche, por favor? Frente a él, la más rica tentación que debilitaría a cualquier hombre fiel. Estaba en problemas, la situación comenzaba a cercarlo. Se le vino a la mente cualquier cantidad de opciones, todas sexuales. En cuestión de segundos, lo que estaba prohibido para él, lo hizo en su imaginación. Mili colab
Mili había mejorado por completo, ya no quedaba en casa y podía asistir a la universidad por sus propios medios, así que juntas caminaban hacia las instalaciones de La Sorbona, Adréis se despedía de ellas y salía a su trabajo. Aunque Talía había escuchado a su amiga decir lo feliz que estaba por su relación, igual se apretaba a Adréis en un largo abrazo en forma de despedida, y él, arisco, terminaba besando a su novia prometiendo verse con ella en hora del almuerzo. Mili, por su parte, al ver a su amiga besar al hombre que ella deseaba, trataba de disimular lo mal que le caían aquellas escenas, tenía que buscar la forma de separarlo, pero tampoco quería hacerlo sin que su amiga se diera cuenta. Un día, estando en clase, encontró un pretexto para salir de clase temprano, a pesar de que tendrían un interrogatorio muy importante de economía. Para Talía era muy difícil salir de esa clase, pero para Mili no, ya que el profesor le concedía salir debido a su accidente. —Por favor, Talía, ll
Días después de aquella deserción, Mili solía quedarse a solas en el apartamento toda la mañana. Un día regresaron juntos, Talía y su novio, habían hecho mercado. Mili los atravesó con una mirada dura, como con ganas de matarlos. Talía, que había percibido su mal humor, se hizo la desentendida, la saludó con alegría y sacó de la bolsa del mercado una caja de chocolates. —Lo compramos para ti, pero Adréis escogió ese sabor. Tiene relleno de avellana, yo lo quería sin relleno, pero él prefirió ese para ti. Ella, al escuchar que fue idea de Adréis comprar el chocolate de su preferencia, se le acercó y le dio un beso muy cerca a los labios. Él se apartó de inmediato antes de que Talía se diera cuenta, y se acercó a ella de la manera más rápida posible. La besó e hizo bromas con ella, luego entraron a la cocina, donde comenzaron juntos a preparar el almuerzo. Mili mordisqueó su pedazo de chocolate tratando de endulzar su alma, ya que días antes no había logrado que el hombre que la descon
Al día siguiente, después de aquella confesión que Mili le había hecho a Matilde, se levantó para ir a la universidad, pero su cabeza estaba llena de pensamientos, además de no estar bien con su estómago; las copas de vinos no le habían caído nada bien. Se levantó muy temprano, ya Talía estaba en la cocina preparando el desayuno para tres, como de costumbre. Pero esta vez decidió no desayunar con ellos, así que dejó el desayuno puesto en la mesa, tiró la puerta y salió del apartamento dejando a los dos amantes que se abrazaban y comían muy placenteros. Es que esa mañana, mientras tomaba su bolso de cuero y guardaba adentro sus libros, escuchaba las palabras de amor que Adréis le decía a su amada Talía. Aquellas palabras quedaban en su mente con el más ferviente deseo que fueran para ella. Cuando estaba en los jardines de la residencia, le escribió a su madre al teléfono. Se estaba convirtiendo en algo habitual cuando ya no podía cargar sola ese sentimiento, necesitaba descargar aquell
En busca de la ayuda Mili se levantó y le pidió a Matilde de no esperar y que fueran lo más rápido posible, su curiosidad era muy fuerte. Lo hicieron caminando trece kilómetros y mientras caminaban el ruido de los tacones de las botas puntiagudas de Matilde notaban su andar apresurado por la prisa de Mili de buscar a la persona que le ayudaría. Cuando llegaron Mili quedó paralizada ante aquella “Señora de piedra” como muchos la llaman la catedral de Notre Dame su estilo gótico resaltaba la mirada de Mili. —¡Qué deslumbrante! —exclamó. Pero de inmediato dejo de maravillarse cuando Matilde interrumpió aquel encanto pidiéndole de caminar hacia la parte lateral de la izquierda. Lo hizo dejándose dirigir por quien en ese momento era su guía. —¿Vienes mucho aquí? —preguntó Mili mientras caminaban a la parte indicada por Matilde. —Trabajé uno año como guía,hasta sus misterios los conozco. —¡Misterios! —exclamó Mili. —¡Esto no es importante! —exclamó Matilde afanada por lle
Mili volteóy frente a ellas estaba un hombre vestido de dorado, llevaba un sombrero punta agudo negro, sus barbas blancas caían al pecho y su estatura era de un metro y treinta, susuñaseran largas y también usaba botas puntiagudas como las de Matilde y en sus manos sujetaba un bastón igual dorado. Sus ojos estaban cerrados. —¡Qué personaje es este! —exclamó Mili que no dejaba de mirarlo de pie a cabeza. —Es Olife—replicó Matilde, que de inmediatose le acercóy le dijo: —Olife, que emoción es una gran alegría, verte de nuevo. —¿Qué te trajo por acá mi querida Matilde?—,es de dos años que no vienés a visitarme. Aquel hombre misterioso también era curioso de saber el motivo d
Tomó el frasco Mili tomó el frasco, lo metió en su bolso. Luego se dispusieron a bajar las escaleras, miraron para despedirse de Olife, pero este ya no estaba había desaparecido, se miraron las caras y exclamaron al unísono — ¡Que rápido desapareció! Al ver que ya no estaba salieron apresurada, bajando más relajado. Mili no dejaba de hablar con Matilde, lo fantástico que había sido conocer al personaje Olife. —Me parece sacado de un libro de mitología increíble que exista un personaje así —, además tengo de él la fórmula para conquistar a mi amado —decía muy contenta. Llegaron al último escalón y caminaron a la parte delantera de la catedral, le pidió a Matilde de sentarse en uno de los pisos del frente.El sol ese día en París estaba cálido y espléndido, a pesar de que culminaba el mes de obtubre y estaba por entrar noviembre. Mili, con aquel cúmulo de cosas que había vivido en la torre, tomó su teléfono y le escribió a su madre nuevamente el W******p se abría p