Al día siguiente, después de aquella confesión que Mili le había hecho a Matilde, se levantó para ir a la universidad, pero su cabeza estaba llena de pensamientos, además de no estar bien con su estómago; las copas de vinos no le habían caído nada bien. Se levantó muy temprano, ya Talía estaba en la cocina preparando el desayuno para tres, como de costumbre. Pero esta vez decidió no desayunar con ellos, así que dejó el desayuno puesto en la mesa, tiró la puerta y salió del apartamento dejando a los dos amantes que se abrazaban y comían muy placenteros. Es que esa mañana, mientras tomaba su bolso de cuero y guardaba adentro sus libros, escuchaba las palabras de amor que Adréis le decía a su amada Talía. Aquellas palabras quedaban en su mente con el más ferviente deseo que fueran para ella. Cuando estaba en los jardines de la residencia, le escribió a su madre al teléfono. Se estaba convirtiendo en algo habitual cuando ya no podía cargar sola ese sentimiento, necesitaba descargar aquell
En busca de la ayuda Mili se levantó y le pidió a Matilde de no esperar y que fueran lo más rápido posible, su curiosidad era muy fuerte. Lo hicieron caminando trece kilómetros y mientras caminaban el ruido de los tacones de las botas puntiagudas de Matilde notaban su andar apresurado por la prisa de Mili de buscar a la persona que le ayudaría. Cuando llegaron Mili quedó paralizada ante aquella “Señora de piedra” como muchos la llaman la catedral de Notre Dame su estilo gótico resaltaba la mirada de Mili. —¡Qué deslumbrante! —exclamó. Pero de inmediato dejo de maravillarse cuando Matilde interrumpió aquel encanto pidiéndole de caminar hacia la parte lateral de la izquierda. Lo hizo dejándose dirigir por quien en ese momento era su guía. —¿Vienes mucho aquí? —preguntó Mili mientras caminaban a la parte indicada por Matilde. —Trabajé uno año como guía,hasta sus misterios los conozco. —¡Misterios! —exclamó Mili. —¡Esto no es importante! —exclamó Matilde afanada por lle
Mili volteóy frente a ellas estaba un hombre vestido de dorado, llevaba un sombrero punta agudo negro, sus barbas blancas caían al pecho y su estatura era de un metro y treinta, susuñaseran largas y también usaba botas puntiagudas como las de Matilde y en sus manos sujetaba un bastón igual dorado. Sus ojos estaban cerrados. —¡Qué personaje es este! —exclamó Mili que no dejaba de mirarlo de pie a cabeza. —Es Olife—replicó Matilde, que de inmediatose le acercóy le dijo: —Olife, que emoción es una gran alegría, verte de nuevo. —¿Qué te trajo por acá mi querida Matilde?—,es de dos años que no vienés a visitarme. Aquel hombre misterioso también era curioso de saber el motivo d
Tomó el frasco Mili tomó el frasco, lo metió en su bolso. Luego se dispusieron a bajar las escaleras, miraron para despedirse de Olife, pero este ya no estaba había desaparecido, se miraron las caras y exclamaron al unísono — ¡Que rápido desapareció! Al ver que ya no estaba salieron apresurada, bajando más relajado. Mili no dejaba de hablar con Matilde, lo fantástico que había sido conocer al personaje Olife. —Me parece sacado de un libro de mitología increíble que exista un personaje así —, además tengo de él la fórmula para conquistar a mi amado —decía muy contenta. Llegaron al último escalón y caminaron a la parte delantera de la catedral, le pidió a Matilde de sentarse en uno de los pisos del frente.El sol ese día en París estaba cálido y espléndido, a pesar de que culminaba el mes de obtubre y estaba por entrar noviembre. Mili, con aquel cúmulo de cosas que había vivido en la torre, tomó su teléfono y le escribió a su madre nuevamente el W******p se abría p
Mili llegó media hora. El transporte demoró haciendo varios recorridos. Cuando llegó, y abrió la puerta del apartamento, Adréis y Talía estaban terminando de almorzar. La sala del comedor se visualizaba cuando se entraba, solo había que mirar hacia la parte izquierda. Mili quedó petrificada observando la pareja con sus copas de vino a mitad. «El vino comprado en el supermercado»se decía. Talía al ver su amiga parada observando le aclaró: —Mili te llamé varias veces para ver si venías almorzar. Esta no le hizo caso a lo que le decía por qué se dio cuenta de que Adréis no le había comunicado que una hora ante él había estado con ella. Así que ella tampoco lo comunico y solamente le respondió: —Estaba con Matilde ayudándola a resolver varios asuntos. “Mintió” Se lo comunicaba con un tono de voz áspero mientras observaba Adréis con mucha rabia «No le contó a su novia, se supone que existe mucha comunicación entre ellos» pensó. ¿Pero qué lo detuvo? ¿Por cuál motivo no le c
—¡Dios Adréis encontró el elixir milagroso! Exaltó muy preocupada No sabía que hacer, tenía que encontrar su frasco, se asomó a la habitación de Talía, estaba en silencio, dedujo que aquella pasión los había dejado exhausto. Espero que Adréis saliera del apartamento ella lo esperaba cerca de su auto en el estacionamiento, ya que no sabía si llamarlo o enviarle un mensaje porque Talía los podía ver. Pasaron varias horas y este no aparecía como de costumbre; sin embargo, se propuso a esperarlo sin importar la hora que tardaría. Estuvo allí un largo rato mientras controlaba su reloj caminando de un lado a otro. Al ver que no salía a la hora de siempre se regresó al apartamento, «buscaré la manera de preguntarle sin qué Talía se dé cuenta» pensó. Pero cuando llegó ellos dos se disponían a salir. Talía estaba muy elegante con vestido muy pegado a su cuerpo, color verde claro, sus cabellos lo llevaba suelto, sus tacones la hacían ver más esbelta y él con un traje de camisa beis y chaq
Mili no tenía explicación para la revuelta que encontró en su recámara y, en medio del desorden, comenzó a vestirse tropezando entre libros. Abrió su armario, eligió un blazer color blanco; haría buen contraste con sus zapatos negros de tacón, cuyo impacto recaía tanto en los remaches, como en la pulsera ajustable al tobillo que le daban un toque sexi. Una cartera pequeña, con cadena, acompañó su personalidad elegante y definida. Se vio al espejo, el brillo de su cabello daba más dulzura a su rostro, al que retocó con un maquillaje suave. Ya lista, salió al garaje donde la esperaba la pareja y, mientras caminaba hacia ellos, notó que Adréis la escrutaba. Mili fingió no haberse dado cuenta de la mirada del hombre, pero aprovechó de capturar su mirada caminando con sensualidad hasta el vehículo. Talía no tardó en maravillarse: —Mili, te luce el color blanco, te ves muy bella y elegante —comunicó mientras la chica montaba al vehículo. Adréis se guardó sus comentarios y encendió su ve
Adréis estacionó su auto como pudo y saco a Talía en brazos. Mili llevaba bolso y zapatos en mano,adelantándose para abrir la puerta del apartamento, en planta baja. Al llegar, despejó el cuarto de su amiga, sacó las sábanas, el cobertor blanco, para que Adréis la acomodara. Ella le quitó el vestido —fácil de despojar por sus botones delanteros—, mientras él buscaba el pijama. Entre ambos pusieron el pijama a Talía, era fatigoso, pero valía la pena rozar las manos de Adréis, sentir su tacto, la tibieza de sus manos, lo cual terminaba en estremeciendo a Mili, quería ser tocada por él, pero resistía, reprimía ese deseo mordiéndose los labios de una manera tan sexual que distraían al joven Adréis. Ese gesto de Mili le gustaba, debía hacer grandes esfuerzos para abalanzarse hacia ella, para no hacérselo saber, y, al mismo tiempo, para recostar sutilmente a Talía y no lastimarla o sacarla de aquel sueño tan profundo. «Tal vez no quiero que despierte», pensó Adréis. Esa idea lo aturdió un r