Mili no tenía explicación para la revuelta que encontró en su recámara y, en medio del desorden, comenzó a vestirse tropezando entre libros. Abrió su armario, eligió un blazer color blanco; haría buen contraste con sus zapatos negros de tacón, cuyo impacto recaía tanto en los remaches, como en la pulsera ajustable al tobillo que le daban un toque sexi. Una cartera pequeña, con cadena, acompañó su personalidad elegante y definida. Se vio al espejo, el brillo de su cabello daba más dulzura a su rostro, al que retocó con un maquillaje suave. Ya lista, salió al garaje donde la esperaba la pareja y, mientras caminaba hacia ellos, notó que Adréis la escrutaba. Mili fingió no haberse dado cuenta de la mirada del hombre, pero aprovechó de capturar su mirada caminando con sensualidad hasta el vehículo. Talía no tardó en maravillarse: —Mili, te luce el color blanco, te ves muy bella y elegante —comunicó mientras la chica montaba al vehículo. Adréis se guardó sus comentarios y encendió su ve
Adréis estacionó su auto como pudo y saco a Talía en brazos. Mili llevaba bolso y zapatos en mano,adelantándose para abrir la puerta del apartamento, en planta baja. Al llegar, despejó el cuarto de su amiga, sacó las sábanas, el cobertor blanco, para que Adréis la acomodara. Ella le quitó el vestido —fácil de despojar por sus botones delanteros—, mientras él buscaba el pijama. Entre ambos pusieron el pijama a Talía, era fatigoso, pero valía la pena rozar las manos de Adréis, sentir su tacto, la tibieza de sus manos, lo cual terminaba en estremeciendo a Mili, quería ser tocada por él, pero resistía, reprimía ese deseo mordiéndose los labios de una manera tan sexual que distraían al joven Adréis. Ese gesto de Mili le gustaba, debía hacer grandes esfuerzos para abalanzarse hacia ella, para no hacérselo saber, y, al mismo tiempo, para recostar sutilmente a Talía y no lastimarla o sacarla de aquel sueño tan profundo. «Tal vez no quiero que despierte», pensó Adréis. Esa idea lo aturdió un r
Fue lo que se preguntó Adréis, al ver que Mili había cortado aquel momento tan especial para los dos, dejándolo tirado, ardiendo de seo por ella . Se sentó lleno de confusión, observando el pijama sexi de Mili a su lado. La recogió y la apretó con sus manos como un desahogo. (No entendía aquello que había ocurrido, lo que estaba a punto de pasar, que los consumía, no pasó). Confundido, buscó su camisa tirada en la alfombra y se vistió a medio abrochar, caminó a la cocina donde vació todo el vino restante de la botella en una copa. Más demoró en servir el vino que en beberse el trago. «¿Se está burlando de mí?», pensó. Se paró en el centro de la sala, donde una pequeña luz que entraba por los jardines reflejaban su sombra cuando pasaba sus dedos por sus cabellos despeinados una y otra vez. Adréis Richard no comprendía cómo una mujer ardiente podía pasar a hielo espantado. «¿Se desilusionó? ¿Se arrepintió? ¿No quiere hacerle daño a su amiga? ¿Se dio cuenta de que no me amaba?», er
París, día domingo. Talía despertó muy temprano, abrió sus ojos y no tenía idea de lo que había sido de ella las últimas horas. Se llevó las manos a la cabeza, afectada por un dolor rítmico que se expandía y contraía con intensidad. Miró a su alrededor, no recordaba en qué momento había llegado a la cama ni cómo se había cambiado la ropa. ¿Adréis?, llamó con voz ronca. Nadie respondió. Tampoco escuchó ruidos en la cocina con esperanza de que fuera él. ¿Qué había pasado? Dio un salto y salió de su cama. Abrió la ventana y aún en su desmemoria, le pareció que era un bonito día. ¿Sábado? ¿Domingo? «Ah, cierto, ayer estuvimos en la inauguración de su oficina. Pero, ¿qué pasó?». Se quitó el pijama, entró a la ducha y puso sobre aquel dolor de cabeza el chorro de agua fría. Siguió su monólogo interior en la recámara, mientras secaba su cabello. Se puso traje deportivo y, mientras ataba los cordones de sus tenis, no paraba de parlotear: «Odio esta sensación de “qué hice anoche”. No entiendo
Mili, al ver su pijama en manos de Talía, y bajo la presión de aquellas preguntas, no encontró mejor recurso que escandalizarse. Hace unas horas, aquel pijama estaba deslizándose en manos de su amor, ambos muertos de deseo por desaparecer un pedacito de tela que los separaba; ahora Talía lo tomaba, acusándola indirectamente. Entonces la chica dio varios pasos hacia ella y trató de quitarle aquella prenda. Pero Talía retrocedió.—¿Qué pasa? ¿Por qué no me cuentas de tu noche? —acusó de una manera sarcástica—. Veo que ya superaste tu trauma. ¡Al fin lograste salir de tu íncubo! ¡Ya olvidasteis aquello! —gritaba Talía en el medio de la cocina. Luego, en tres zancadas, alcanzó la cocina, abrió la gaveta de los tenedores y sacó de allí la tijera de cortar alimentos. Se paró frente a ella.—¿Sabes qué, Mili? —dijo con el tono aún alterado—. Mira lo que hago con tu pijama.Y la volvió picadillo. Pasaba la tijera por cada fibra de tela, que caían trozos a sus pies.—Me irrita cuando te haces
«Mamá, estoy muy feliz, Adréis definió sus sentimientos y me eligió. Hoy tengo una cita en su apartamento a las tres de la tarde. ¡Abandonó a Talía!No hay más que decir, se enamoró de mí, hoy le daré inicio a una nueva etapa en mi vida con el hombre que elegí. ¡Me siento muy feliz, mamá, como nunca lo había estado!».Otro mensaje enviado, leído y sin respuesta, a una mensajería de W******p en Estambul. Como ese, muchos. Mili seguía compartiendo sus sentimientos a distancia con su madre, aunque no obtuviera ningún mínimo intercambio. Eso no la iba a detener. Después de enviar aquel mensaje cargado de emoción, se levantó de la cama y recorrió el apartamento, Talía ya se había marchado. Conociéndola, estaría paseando su confusión, desconcertada, por toda la galería de algún centro comercial del barrio latino, probablemente en The little prince. No solo era la primera vez que un hombre la abandonaba, sino que, además, se arrancaba de raíz sin explicaciones. ¿Por qué? Ya no era ella quien t
Tomó una bocanada de aire, se despegó de aquella pared y cobró impulso para atravesar el pasillo. Ante la puerta, con la mano todavía sujetando la manilla, escuchó quejidos de placer. Se detuvo.Aguzó el oído, pero el piano de Richard Clayderman lo hacía difícil. ¿De qué se trataba todo esto? Por segundos estuvo indecisa, franquear la puerta, regresar, despertar de un mal sueño. Empujó levemente la puerta, dejando una rendija sutil por donde espiar. En efecto, los quejidos provenían de aquella habitación, de aquella cama. Una cama muy grande, ribeteada en bordes dorados, igual a la descrita por Talía. Ahí, sobre las sábanas blancas, estaban dos cuerpos rendidos de placer. Era Adréis, el sexy Adréis, encima de una mujer que no logró identificar de inmediato, porque la espalda ancha de su amado lo impedía. Su corazón pasó de latir a la velocidad del deseo, a la velocidad de la ira. Como pudo, miró al piso, en el suelo un pijama rojo, igual alque ella había usado la noche anterior y que T
Esta es una obra original de MJ protegida con todos los derechos de autor.Esta obra está protegida bajo el número de registro 2201300365860. Prohibido hacer copias similares a esta historia y prohibida la divulgación sin autorización de la autora.Comienza a leer desde aquí —¿Ahora? —preguntó Matilde.—Sí, ahora —reafirmó Mili.Matilde convenció a la chica —lucía su derrota a flor de piel— de que no era conveniente ir a esa hora a las torres de Notre Dame. La noche había caído sobre París. Lo mejor era usar la cabeza fría, con serenidad e inteligencia. Rato después tomaron un taxi. Mili bajó frente a su edificio. —Prometo que el sábado por la tarde iremos a ver a Olife —dijo Matilde, también arguyendo que tenían cerca los exámenes finales del año—. Si quieres ganar esta batalla, te va a hacer falta paciencia e inteligencia.Fueron las palabras que lanzó Matilde a su amiga mientras cerraba la puerta del taxi y el mismo continuaba en dirección a su casa. En el apartamento, la chica