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Capítulo 19 La vergüenza

París, día domingo.

Talía despertó muy temprano, abrió sus ojos y no tenía idea de lo que había sido de ella las últimas horasSe llevó las manos a la cabeza, afectada por un dolor rítmico que se expandía y contraía con intensidad. Miró a su alrededor, no recordaba en qué momento había llegado a la cama ni cómo se había cambiado la ropa. ¿Adréis?, llamó con voz ronca. Nadie respondió. Tampoco escuchó ruidos en la cocina con esperanza de que fuera él. ¿Qué había pasado? Dio un salto y salió de su cama. Abrió la ventana y aún en su desmemoria, le pareció que era un bonito día. ¿Sábado? ¿Domingo? «Ah, cierto, ayer estuvimos en la inauguración de su oficina. Pero, ¿qué pasó?». Se quitó el pijama, entró a la ducha y puso sobre aquel dolor de cabeza el chorro de agua fría. Siguió su monólogo interior en la recámara, mientras secaba su cabello. Se puso traje deportivo y, mientras ataba los cordones de sus tenis, no paraba de parlotear: «Odio esta sensación de “qué hice anoche”. No entiendo que pasó, caí rendida en un sueño profundo, no recuerdo nada», se decía confusa. Sobre la almohada miró el teléfono. Llamó a Adréis, pero lavoz de la secretaria en la contestadora le informó que estaba fuera de servicio. Qué extraño, por qué ha de tener su teléfono apagado. Nunca se iba sin despertarla. Su cabeza se estaba complicando con preguntas, así que regresó al baño para cepillarse los dientes, pero cuando abrió el estantillo para buscar el cepillo y el dentífrico, la sorprendió encontrar solo el suyo. ¿A dónde se habían ido los accesorios de higiene de Adréis? No solo faltaba su cepillo dental, sino también su espuma de afeitar, sus hojillas, lociones.

¡Qué pasó aquí! exclamó.

Salió del baño en zancadas y abrió la puerta del closet. No estaba la ropa de Adréis. Talía se llevó las manos a la boca.

¡Dios, Adréis se marchó! Fue su grito,cerrando la puerta con fuerza.

Salió al pasillo, lo buscó por todo el apartamento.

¡Mili! llamó a viva voz. ¡Mili!

Atravesó de nuevo el corredor, pero la puerta de la habitación de su amiga estaba cerrada. Tocó tres veces con su nombre.

¡Abre, Mili!

Mili asomó su cabeza en la que tenía enrollada una toalla, se acababa de duchar y terminaba de ajustarse la bata de baño.

—¿Qué pasó? ¿Por qué tocas así la puerta?

—¿Dónde está Adréis? preguntó Talía agitada.

—¿Adréis?… Si no lo sabes tú que eres su novia,menos lo sé yo —respondió con ironía.

Mili, dime qué pasó anoche. ¡Tú lo sabes! 

—¿No lo recuerdas?… Te emborrachaste y dabas vergüenza —acusó Mili mirándola fijamente a sus ojos.

Luego se movió a un lado y la dejo pasar a su recámara.

—Bueno, las copas de más que te tomasteis nos hizo regresar temprano de la fiesta y tu novio tuvo que dejar sus invitados sin despedirse le informó mientras ponía loción humectante en su cara. Te embriagaste, hiciste el ridículo. A tu novio le dio vergüenza y tuvimos que regresar a casa dejando a su secretaria haciéndole frente a la inauguración. Como veía  que sus palabras estaban dando resultado, terminó su estocada: Dabas pena, Talía.

Talía no podía dar crédito a la reseña de Mili. Pues sí, estaba contenta por el éxito de su novio, probablemente se bebió unas copas de más. Pero… En eso le interrumpió: 

—Ok, ok. Pero que pasó con Adréis; no está en casa, no durmió en mi cama. 

A Mili la tomaron por sorpresa aquellas palabras.

—¿Qué dices? ¿Adréis no está?

No. Se ha ido.

¿Cómo que se ha ido? Pensé que estaba contigo.

¡No durmió aquí! No sé dónde está, lo llamo y tiene el teléfono apagado. Además, se llevó toda su ropa —comunicó la joven, angustiada. 

Mili quedó perpleja.

¿Cómo que se llevó la ropa?

En Talía no había ningún asomo de falsedad. En realidad, se había ido. No supo qué sentimiento probar. Estaba aturdida, pero muy en el fondo de su corazón, Mili sintió el ardor de una victoria: «Lo logré, abandonó a Talía, me lo demostró anoche, quería hacerme el amor sin importar a la mujer que tenía durmiendo».

¡Mili! ¡Mili! Talía la sacó de sus pensamientos. ¡Estás paralizada, por favor, ayúdame a buscar una solución!

—¡Yo! ¿Disculpa?

No sé qué hacer. No sé qué voy a hacer sin Adréis.

La solución la debes buscar tú, no es asunto mío si tu novio te dejó por no saberte comportar como una chica decente —musitó Mili ante el desespero de su amiga. 

A Mili le parecía bien ahogarla en la culpa. Le sobraba alegría en el pecho, pero trataba de disimular mientras Talía marcaba el número del celular de su novio con la esperanza de que este respondiera. «En este momento no puedo atender. Deje su mensaje que después devuelvo la llamada», decía la voz de la secretaria grabada en la contestadora.

—¡Maldita secretaria! —exclamó Talía tirando el teléfono en la cama de Mili. Ella la miró con ojos de plato.

—Cálmate, así no vas a solucionar nada —lanzó una  palabra que sonaba a consuelo—, ya aparecerá y te dirá por qué se fue. Seguro se dio cuenta de que tú no eres la chica de su perfil —bramó Mili.

A Talía, aquellas palabras le sonaron humillante, pero tenía mayores cosas en las que pensar. Iba y venía de un lado a otro enviando una cantidad inimaginable de mensajes a su novio, al W******pal

Mss, al correo electrónico. Estaba a punto de un colapso y aquel dedo pulgar no descansaba.

En eso, repicó el teléfono de Mili. Respondió la llamada observando a su amiga en aquel estado deprimente. Era su amiga Matilde:

—Mili, ya tengo el día para invitar Adréis y Talía almorzar. Tengo todo listo para que podamos hacer lo de la fórmula de amor. 

Mili entró un poco en pánico, tenía a Talía en frente, en su habitación.

Hola Mati, mira tartamudeó, lo de la investigación del miércoles, ya la tengo lista, no te preocupes.  

A Matilde le costó entender que Mili estaba en aprietos y que Talía estaba cerca.

—¿Mili? ¿Cuál investigación?

Claro, Mati, es lo mejor respondió como pudo.

Ah, ok. Entendí. No puedes hablar sonrió Matilde.

Mili salió de la habitación y se dirigió a la cocina. Le dijo:

Mati, anoche pasó algo extraordinario. ¿Estás?

Sí, aquí estoy.

Adréis abandonó a Talía. Anoche estuvimos a punto de hacer el amor. 

—¡Qué! No me digas que te adelantaste y le diste el elixir mágico.

—No. El elixir está intacto, tal como me lo dio Olife, pero estuvo a punto de descubrir el secreto del amor y de allí pasó una marea de cosas emocionantes —contó la chica sin respirar y con voz muy baja para que no escuchara Talía.  

A ver, Mili, no entiendo nada, es mejor que hablemos personalmente

La chica no cortaba sus emociones y seguía hablando con Matilde, que se encontraba del otro lado del aparato girando un lápiz sin entender una pizca de lo que su amiga decía.

No te escucho bien. Es mejor que nos veamos. 

—¡Estoy muriendo de felicidad! Adréis definió sus sentimientos y estoy segura de que me eligió a mí susurró. Talía está muerta de dolor, Adréis no le quiere hablar.

Mientras la joven hablaba su rostro se volvía radiante. Matilde escuchaba atentamente, aunque extrañada, porque Adréis daba muestras de interés sin haber probado la pócima mágica. Era un caso único, bastante inusual, ya que siempre funcionaba en parejas. Si la persona a quien se debía hechizar, la ingiere, obtiene todo su poder para enamorarse locamente de la persona que se lo dio a tomar y,mientras escuchaba a Mili, con las mariposas en estómago pensó: «Olife lo debe saber, aquí hay algo extraño». Mili no paraba de hablar, hacía difícil su razonamiento. ¿Por qué Adréis se había decidido por Mili sin beber la fórmula? Recordó las últimas recomendaciones del mago del amor cuando le entrego el brebaje a su amiga: «Mi elixir tiene algo muy particular, no funciona si existe un lazo de sangre, se obstaculiza y no puede ser tomado por la persona que se desea hechizar».

¿Qué significaba? Matilde se detuvo en aquella advertencia, pero no conseguía explicación. «¿Un lazo sanguíneo? ¿De dónde viene todo esto?», se decía, atando cabos.

Y no pudimos hacer el amor… explicaba Mili creyendo que su amiga la estaba escuchando.

¿Perdón? ¿Qué dijiste?

No pude. Me levanté, no sé qué me pasó, me levanté llorando.

Matilde hizo una pausa, luego añadió:

¿Me puedes explicar la niñada que cometiste?Dejaste a ese hombre encendido. ¡Hasta abandonó a Talía! 

Las cosas daban un giro inesperado, así que acordaron conversar en su casa, pero cuando Mili cerró la llamada, Talía salía de su recámara. Traía el pijama de Mili en las manos, aquella lencería sexi que usó esa noche para Adréis. Mirando de frente a la amiga le soltó la pregunta: 

—¿A quién le luciste esta braga? Aún recuerdo cuando la compramos.

Hablaba del día en que visitaron la tienda de Chantal, en la Rue Saint Honoré. Les llamó la atención la exhibición de ligueros.

La mía era azul eléctrico siguió Talía. Tú elegiste la roja y cuando te la probaste en el espejo dijiste: «Es muy sexi y elegante, me la pondré cuando conozca y haga el amor con el hombre de mis sueños».

Mili se sintió acorralada.

Mejor te pregunto insistió Talía: ¿Ya hicisteel amor con el hombre de tus sueños?  ¿Ya tienes a tu lado el hombre que deseas?

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