París, día domingo.
Talía despertó muy temprano, abrió sus ojos y no tenía idea de lo que había sido de ella las últimas horas. Se llevó las manos a la cabeza, afectada por un dolor rítmico que se expandía y contraía con intensidad. Miró a su alrededor, no recordaba en qué momento había llegado a la cama ni cómo se había cambiado la ropa. ¿Adréis?, llamó con voz ronca. Nadie respondió. Tampoco escuchó ruidos en la cocina con esperanza de que fuera él. ¿Qué había pasado? Dio un salto y salió de su cama. Abrió la ventana y aún en su desmemoria, le pareció que era un bonito día. ¿Sábado? ¿Domingo? «Ah, cierto, ayer estuvimos en la inauguración de su oficina. Pero, ¿qué pasó?». Se quitó el pijama, entró a la ducha y puso sobre aquel dolor de cabeza el chorro de agua fría. Siguió su monólogo interior en la recámara, mientras secaba su cabello. Se puso traje deportivo y, mientras ataba los cordones de sus tenis, no paraba de parlotear: «Odio esta sensación de “qué hice anoche”. No entiendo que pasó, caí rendida en un sueño profundo, no recuerdo nada», se decía confusa. Sobre la almohada miró el teléfono. Llamó a Adréis, pero lavoz de la secretaria en la contestadora le informó que estaba fuera de servicio. Qué extraño, por qué ha de tener su teléfono apagado. Nunca se iba sin despertarla. Su cabeza se estaba complicando con preguntas, así que regresó al baño para cepillarse los dientes, pero cuando abrió el estantillo para buscar el cepillo y el dentífrico, la sorprendió encontrar solo el suyo. ¿A dónde se habían ido los accesorios de higiene de Adréis? No solo faltaba su cepillo dental, sino también su espuma de afeitar, sus hojillas, lociones.
—¡Qué pasó aquí! —exclamó.
Salió del baño en zancadas y abrió la puerta del closet. No estaba la ropa de Adréis. Talía se llevó las manos a la boca.
—¡Dios, Adréis se marchó! —Fue su grito,cerrando la puerta con fuerza.
Salió al pasillo, lo buscó por todo el apartamento.
—¡Mili! —llamó a viva voz—. ¡Mili!
Atravesó de nuevo el corredor, pero la puerta de la habitación de su amiga estaba cerrada. Tocó tres veces con su nombre.
—¡Abre, Mili!
Mili asomó su cabeza en la que tenía enrollada una toalla, se acababa de duchar y terminaba de ajustarse la bata de baño.
—¿Qué pasó? ¿Por qué tocas así la puerta?
—¿Dónde está Adréis? —preguntó Talía agitada.
—¿Adréis?… Si no lo sabes tú que eres su novia,menos lo sé yo —respondió con ironía.
—Mili, dime qué pasó anoche. ¡Tú lo sabes!
—¿No lo recuerdas?… Te emborrachaste y dabas vergüenza —acusó Mili mirándola fijamente a sus ojos.
Luego se movió a un lado y la dejo pasar a su recámara.
—Bueno, las copas de más que te tomasteis nos hizo regresar temprano de la fiesta y tu novio tuvo que dejar sus invitados sin despedirse —le informó mientras ponía loción humectante en su cara—. Te embriagaste, hiciste el ridículo. A tu novio le dio vergüenza y tuvimos que regresar a casa dejando a su secretaria haciéndole frente a la inauguración. —Como veía que sus palabras estaban dando resultado, terminó su estocada—: Dabas pena, Talía.
Talía no podía dar crédito a la reseña de Mili. Pues sí, estaba contenta por el éxito de su novio, probablemente se bebió unas copas de más. Pero… En eso le interrumpió:
—Ok, ok. Pero que pasó con Adréis; no está en casa, no durmió en mi cama.
A Mili la tomaron por sorpresa aquellas palabras.
—¿Qué dices? ¿Adréis no está?
—No. Se ha ido.
—¿Cómo que se ha ido? Pensé que estaba contigo.
—¡No durmió aquí! No sé dónde está, lo llamo y tiene el teléfono apagado. Además, se llevó toda su ropa —comunicó la joven, angustiada.
Mili quedó perpleja.
—¿Cómo que se llevó la ropa?
En Talía no había ningún asomo de falsedad. En realidad, se había ido. No supo qué sentimiento probar. Estaba aturdida, pero muy en el fondo de su corazón, Mili sintió el ardor de una victoria: «Lo logré, abandonó a Talía, me lo demostró anoche, quería hacerme el amor sin importar a la mujer que tenía durmiendo».
—¡Mili! ¡Mili! —Talía la sacó de sus pensamientos—. ¡Estás paralizada, por favor, ayúdame a buscar una solución!
—¡Yo! ¿Disculpa?
—No sé qué hacer. No sé qué voy a hacer sin Adréis.
—La solución la debes buscar tú, no es asunto mío si tu novio te dejó por no saberte comportar como una chica decente —musitó Mili ante el desespero de su amiga.
A Mili le parecía bien ahogarla en la culpa. Le sobraba alegría en el pecho, pero trataba de disimular mientras Talía marcaba el número del celular de su novio con la esperanza de que este respondiera. «En este momento no puedo atender. Deje su mensaje que después devuelvo la llamada», decía la voz de la secretaria grabada en la contestadora.
—¡Maldita secretaria! —exclamó Talía tirando el teléfono en la cama de Mili. Ella la miró con ojos de plato.
—Cálmate, así no vas a solucionar nada —lanzó una palabra que sonaba a consuelo—, ya aparecerá y te dirá por qué se fue. Seguro se dio cuenta de que tú no eres la chica de su perfil —bramó Mili.
A Talía, aquellas palabras le sonaron humillante, pero tenía mayores cosas en las que pensar. Iba y venía de un lado a otro enviando una cantidad inimaginable de mensajes a su novio, al W******p, al
Mss, al correo electrónico. Estaba a punto de un colapso y aquel dedo pulgar no descansaba.En eso, repicó el teléfono de Mili. Respondió la llamada observando a su amiga en aquel estado deprimente. Era su amiga Matilde:
—Mili, ya tengo el día para invitar Adréis y Talía almorzar. Tengo todo listo para que podamos hacer lo de la fórmula de amor.
Mili entró un poco en pánico, tenía a Talía en frente, en su habitación.
—Hola Mati, mira —tartamudeó—, lo de la investigación del miércoles, ya la tengo lista, no te preocupes.
A Matilde le costó entender que Mili estaba en aprietos y que Talía estaba cerca.
—¿Mili? ¿Cuál investigación?
—Claro, Mati, es lo mejor —respondió como pudo.
—Ah, ok. Entendí. No puedes hablar —sonrió Matilde.
Mili salió de la habitación y se dirigió a la cocina. Le dijo:
—Mati, anoche pasó algo extraordinario. ¿Estás?
—Sí, aquí estoy.
—Adréis abandonó a Talía. Anoche estuvimos a punto de hacer el amor.
—¡Qué! No me digas que te adelantaste y le diste el elixir mágico.
—No. El elixir está intacto, tal como me lo dio Olife, pero estuvo a punto de descubrir el secreto del amor y de allí pasó una marea de cosas emocionantes —contó la chica sin respirar y con voz muy baja para que no escuchara Talía.
—A ver, Mili, no entiendo nada, es mejor que hablemos personalmente.
La chica no cortaba sus emociones y seguía hablando con Matilde, que se encontraba del otro lado del aparato girando un lápiz sin entender una pizca de lo que su amiga decía.
—No te escucho bien. Es mejor que nos veamos.
—¡Estoy muriendo de felicidad! Adréis definió sus sentimientos y estoy segura de que me eligió a mí —susurró—. Talía está muerta de dolor, Adréis no le quiere hablar.
Mientras la joven hablaba su rostro se volvía radiante. Matilde escuchaba atentamente, aunque extrañada, porque Adréis daba muestras de interés sin haber probado la pócima mágica. Era un caso único, bastante inusual, ya que siempre funcionaba en parejas. Si la persona a quien se debía hechizar, la ingiere, obtiene todo su poder para enamorarse locamente de la persona que se lo dio a tomar y,mientras escuchaba a Mili, con las mariposas en estómago pensó: «Olife lo debe saber, aquí hay algo extraño». Mili no paraba de hablar, hacía difícil su razonamiento. ¿Por qué Adréis se había decidido por Mili sin beber la fórmula? Recordó las últimas recomendaciones del mago del amor cuando le entrego el brebaje a su amiga: «Mi elixir tiene algo muy particular, no funciona si existe un lazo de sangre, se obstaculiza y no puede ser tomado por la persona que se desea hechizar».
¿Qué significaba? Matilde se detuvo en aquella advertencia, pero no conseguía explicación. «¿Un lazo sanguíneo? ¿De dónde viene todo esto?», se decía, atando cabos.
—Y no pudimos hacer el amor… —explicaba Mili creyendo que su amiga la estaba escuchando.
—¿Perdón? ¿Qué dijiste?
—No pude. Me levanté, no sé qué me pasó, me levanté llorando.
Matilde hizo una pausa, luego añadió:
—¿Me puedes explicar la niñada que cometiste?Dejaste a ese hombre encendido. ¡Hasta abandonó a Talía!
Las cosas daban un giro inesperado, así que acordaron conversar en su casa, pero cuando Mili cerró la llamada, Talía salía de su recámara. Traía el pijama de Mili en las manos, aquella lencería sexi que usó esa noche para Adréis. Mirando de frente a la amiga le soltó la pregunta:
—¿A quién le luciste esta braga? Aún recuerdo cuando la compramos.
Hablaba del día en que visitaron la tienda de Chantal, en la Rue Saint Honoré. Les llamó la atención la exhibición de ligueros.
—La mía era azul eléctrico —siguió Talía—. Tú elegiste la roja y cuando te la probaste en el espejo dijiste: «Es muy sexi y elegante, me la pondré cuando conozca y haga el amor con el hombre de mis sueños».
Mili se sintió acorralada.
—Mejor te pregunto —insistió Talía—: ¿Ya hicisteel amor con el hombre de tus sueños? ¿Ya tienes a tu lado el hombre que deseas?
Mili, al ver su pijama en manos de Talía, y bajo la presión de aquellas preguntas, no encontró mejor recurso que escandalizarse. Hace unas horas, aquel pijama estaba deslizándose en manos de su amor, ambos muertos de deseo por desaparecer un pedacito de tela que los separaba; ahora Talía lo tomaba, acusándola indirectamente. Entonces la chica dio varios pasos hacia ella y trató de quitarle aquella prenda. Pero Talía retrocedió.—¿Qué pasa? ¿Por qué no me cuentas de tu noche? —acusó de una manera sarcástica—. Veo que ya superaste tu trauma. ¡Al fin lograste salir de tu íncubo! ¡Ya olvidasteis aquello! —gritaba Talía en el medio de la cocina. Luego, en tres zancadas, alcanzó la cocina, abrió la gaveta de los tenedores y sacó de allí la tijera de cortar alimentos. Se paró frente a ella.—¿Sabes qué, Mili? —dijo con el tono aún alterado—. Mira lo que hago con tu pijama.Y la volvió picadillo. Pasaba la tijera por cada fibra de tela, que caían trozos a sus pies.—Me irrita cuando te haces
«Mamá, estoy muy feliz, Adréis definió sus sentimientos y me eligió. Hoy tengo una cita en su apartamento a las tres de la tarde. ¡Abandonó a Talía!No hay más que decir, se enamoró de mí, hoy le daré inicio a una nueva etapa en mi vida con el hombre que elegí. ¡Me siento muy feliz, mamá, como nunca lo había estado!».Otro mensaje enviado, leído y sin respuesta, a una mensajería de W******p en Estambul. Como ese, muchos. Mili seguía compartiendo sus sentimientos a distancia con su madre, aunque no obtuviera ningún mínimo intercambio. Eso no la iba a detener. Después de enviar aquel mensaje cargado de emoción, se levantó de la cama y recorrió el apartamento, Talía ya se había marchado. Conociéndola, estaría paseando su confusión, desconcertada, por toda la galería de algún centro comercial del barrio latino, probablemente en The little prince. No solo era la primera vez que un hombre la abandonaba, sino que, además, se arrancaba de raíz sin explicaciones. ¿Por qué? Ya no era ella quien t
Tomó una bocanada de aire, se despegó de aquella pared y cobró impulso para atravesar el pasillo. Ante la puerta, con la mano todavía sujetando la manilla, escuchó quejidos de placer. Se detuvo.Aguzó el oído, pero el piano de Richard Clayderman lo hacía difícil. ¿De qué se trataba todo esto? Por segundos estuvo indecisa, franquear la puerta, regresar, despertar de un mal sueño. Empujó levemente la puerta, dejando una rendija sutil por donde espiar. En efecto, los quejidos provenían de aquella habitación, de aquella cama. Una cama muy grande, ribeteada en bordes dorados, igual a la descrita por Talía. Ahí, sobre las sábanas blancas, estaban dos cuerpos rendidos de placer. Era Adréis, el sexy Adréis, encima de una mujer que no logró identificar de inmediato, porque la espalda ancha de su amado lo impedía. Su corazón pasó de latir a la velocidad del deseo, a la velocidad de la ira. Como pudo, miró al piso, en el suelo un pijama rojo, igual alque ella había usado la noche anterior y que T
Esta es una obra original de MJ protegida con todos los derechos de autor.Esta obra está protegida bajo el número de registro 2201300365860. Prohibido hacer copias similares a esta historia y prohibida la divulgación sin autorización de la autora.Comienza a leer desde aquí —¿Ahora? —preguntó Matilde.—Sí, ahora —reafirmó Mili.Matilde convenció a la chica —lucía su derrota a flor de piel— de que no era conveniente ir a esa hora a las torres de Notre Dame. La noche había caído sobre París. Lo mejor era usar la cabeza fría, con serenidad e inteligencia. Rato después tomaron un taxi. Mili bajó frente a su edificio. —Prometo que el sábado por la tarde iremos a ver a Olife —dijo Matilde, también arguyendo que tenían cerca los exámenes finales del año—. Si quieres ganar esta batalla, te va a hacer falta paciencia e inteligencia.Fueron las palabras que lanzó Matilde a su amiga mientras cerraba la puerta del taxi y el mismo continuaba en dirección a su casa. En el apartamento, la chica
—No fui yo sola. —Estaba entre la espada y la pared, pero vislumbró una salida, justo en el instante en que la fuerza de Talía amenazaba con romperle los huesos. —¿Qué quieres decir? —Estuve con Matilde —expuso Mili. Pareció surtir efecto, porque Talía abría los ojos con sorpresa y, de alguna manera, la presencia inesperada de un tercero la distrajo. —¿Matilde? —Sí. Ella me contó que te había visto en el centro comercial, muy abatida. Me llamó al teléfono, nos encontramos y decidimos seguirte. No queríamos que hicieras una tontería. Fue entonces que llegamos al apartamento de Adréis, la puerta estaba abierta cuando entramos, ustedes estaban haciendo el amor. Fue por eso que vi el pijama rojo. A Matilde le pareció muy imprudente estar allí que ustedes nos vieran,me pidió salir rápido del lugar sin querer tropezamos con la mesa todo cayó al suelo. Luego salimos a toda prisa. Talía vio lógico el argumento de su amiga, pero ya era tarde. Se vio a sí misma tomando mechones de su cabe
Acorralado por las dos mujeres, solo se le ocurrió decir, mirando su reloj de pulsera:—Basta, no tengo tiempo para niñadas.Lo dijo lo dejó claro, caminando ante ellas con cara de fastidio hacia la puerta de la calle. Talía desistió del interrogatorio, en el fondo convencida de que a Mili la estaba carcomiendo la envidia. Cada vez quedaba más claro que su amiga no era. O al menos, que buscaba discordia. Talía contaba con razones para perdonarla, el pasado las ataba en un hilo imperceptible. Siguió a Adréis al coche, pero antes de dar media vuelta, le propinó una mirada desaprobadora a la chica, de pie a cabeza, como haciéndole ver su carácter intrigante.Mili quedó parada frente a un grifo abierto, el apartamento vacío, su honor destrozado.Dio pasos sin una dirección clara. Cerró el grifo, miró el techo de la cocina con un sentimiento de culpa.«No debí hacer eso», se dijo, separado las palabras en sílabas. No había remedio, lo hecho, hecho estaba. Las chicas continuarían en conflict
Mili retrocedió. El viejo seguía apuntándola con su dedo y su uña larga. Bajó las escaleras con prisa, sin despedirse. Caminó directo al apartamento y cuando revisó su celular, tenía como diez mensajes de Matilde. Prefirió llamarla y contarle lo que había vivido en la torre en compañía del mago del amor. —¡Qué emoción! —exclamó Matilde, que se encontraba en los jardines de la universidad. Le pidió detalles del vuelo sobre la gárgola, ansiosa de escuchar lo que ella misma había experimentado antes. Mili no supo descifrar si lo había soñado o vivido realmente, igual se mostró impactada, tenía sentido que aquellas gárgolas petrificadas en las torres de Notre Dame tuvieran el aspecto de cuidadoras de un mundo mágico. Una vez que el cuento fue perdiendo la fuerza del primer momento, Matilde informó: —Talía está cerca de donde yo estoy, la puedo escuchar. Está contando a todos sus amigos que este sábado su novio le presentará a sus padres y que también tendrá de él la propuesta de matrim
Mili se aproximó como pudo se interpuso en el camino de Adréis, poniendo la mano sobre su pecho. —No es para tanto, mejor nos sentamos a comer. Matilde puede esperar. —Es una sabia decisión —acuñó Talía, revisando el I*******m desde su teléfono.Adréis, al sentir la mano de Mili en su pecho, le dedicó una mirada veloz y palpitante. Apretó aquella mano blanca con delicadeza, como descargando las ganas en aquel simple gesto de separación. No podía evitar estremecerse ante el contacto de la chica. Los dos sentían algo muy especial, cuando se tocaban, cuando sus pieles hacían contacto, como si estuvieran a merced de suaves corrientes eléctricas. Pero fue instantáneo, Talía estaba ahí, entre ellos. Cada quien volvió a su silla. «¿En qué momento se cambió la ropa? —se preguntó Mili sorbiendo un poco de vino—». Se veía tan guapo con aquel conjunto deportivo. Por otra parte, Adréis pensaba en ella. Le daba miradas furtivas a sus senos expuestos, porque un botón de su camisa se había desabro