Mili se aproximó como pudo se interpuso en el camino de Adréis, poniendo la mano sobre su pecho. —No es para tanto, mejor nos sentamos a comer. Matilde puede esperar. —Es una sabia decisión —acuñó Talía, revisando el I*******m desde su teléfono.Adréis, al sentir la mano de Mili en su pecho, le dedicó una mirada veloz y palpitante. Apretó aquella mano blanca con delicadeza, como descargando las ganas en aquel simple gesto de separación. No podía evitar estremecerse ante el contacto de la chica. Los dos sentían algo muy especial, cuando se tocaban, cuando sus pieles hacían contacto, como si estuvieran a merced de suaves corrientes eléctricas. Pero fue instantáneo, Talía estaba ahí, entre ellos. Cada quien volvió a su silla. «¿En qué momento se cambió la ropa? —se preguntó Mili sorbiendo un poco de vino—». Se veía tan guapo con aquel conjunto deportivo. Por otra parte, Adréis pensaba en ella. Le daba miradas furtivas a sus senos expuestos, porque un botón de su camisa se había desabro
En la cocina, con la mirada fija en la máquina, la joven esperaba con ansiedad que el agua terminara de hervir y terminara de caer en las tazas el chorro humeante del café. Le pareció que demoraba más de lo debido, solo por molestar, como si ese objeto fuera capaz de olfatear su angustia y quisiera hacerla sufrir. Cuando el chorrito apareció, sacó de su sujetador la botellita. Se disponía a vaciar su contenido en la taza cuando percibió que alguien abría la puerta del dormitorio. Era Adréis, al teléfono, hablando en voz alta. Así como salió, entró la botella al mismo sitio, en medio de sus senos. «Maldición», dijo Mili.—¿Pasó algo, Mili? —preguntó Adréis, quien la había escuchado cuando cortaba la comunicación.—Nada —salió al paso—, solo me quemé los dedos, estaba muy caliente.—¿Necesitas ayuda?—No, no.—Te veo algo liada.—Estoy bien.Mili abrió el grifo y metió sus “dedos disimulando quemados” bajo el chorro de agua.—Creo que hace tiempo dejé aquí una pomada para quemaduras. Ta
Su corazón latía de emoción. «Lo logré, ahora todo su amor será mío», pensaba mientras tomaba otro sorbo de vino y, con un cuchillo grande, afilado, apoyado en una tabla de madera,daba lugar al corte en juliana, tal como Jean Julien —el cocinero francés—, a un gran y reluciente pimentón rojo. Con movimientos rápidos y precisos dejó picado el pimentón en tiras, cada una de igual tamaño, sin sacrificar ni un milímetro la piel de sus dedos. Sentía alegría en su corazón de que finalmente el hombre había tomado la fórmula del amor. «Lo tendré solo para mí», se repetía una y otra vez, mientras tajaba verduras e imaginaba sus besos, sus cuerpos felices, haciendo el amor bajo las sábanas blancas de seda que en otro tiempo habían cobijado a Talía. El gozo se apoderó de ella porque sentía la emoción de tener Adréis en sus brazos. «Ha sido perfecto, en un día perfecto», sonreía Mili. Era bastante simbólico conquistar su corazón el día de aquel compromiso. —Mili es muy atractiva… —dijo una v
Ambos giraron en dirección a la voz que venía del pasillo.—¿Madre?Una mujer elegante y perfumada atravesó la cocina, dejó par de botellas de vino sobre la mesa y luego fue besar las mejillas de su hijo.—Lamento interrumpir un momento tan apasionado con tu novia, he debido llamar —Tomó a Mili de los hombros y la miró de arriba abajo—. Así que eres Talía. Mi hijo tiene buen gusto. Soy Margaret De Richard, la madre de este hermoso galán. Ahora todo estaba peor. ¿Acababa de llamarla Talía? Le dirigió una mirada desaprobatoria a Adréis, quien no daba muestras de salir del estupor. —Es un placer, señora. —Sonrió—. Adréis tiene sus mismos ojos… Margaret se despojó de su gabán y lo pasó a su hijo para que lo llevara a la pechera. Como Adréis no reaccionaba, fue Mili quien terminó colgándolo. «Esto está muy mal, muy mal. Ahora ella piensa que soy Talía». En la cocina, Margaret reinaba con un vestido negro de rayas blancas, mangas abombadas y un moño que resaltaba su elegancia. Parecía
—Me siento anulada—Talía percibió el tono de la señora Margaret un poco acusatorio, no estaba segura de cuáles eran sus intenciones, igual dio un paso al frente para aclarar la situación. Apoyó su brazo derecho en el hombro de su amiga y dijo:—Así crecimos, lo que es mío es también suyo.Margaret los observó a los tres. A cada uno, desde su punto de vista, parecía unirlos cierta complicidad. «Un triángulo amoroso… Los jóvenes de hoy, qué modernos», pensó la mujer.—Entiendo —dijo ella—. Entonces los tres están de acuerdo con esta situación sentimental. —Margaret estaba muy convencida de que las amigas se compartían con total gusto a su adorado hijo.—¡Que dice señora! ¿De qué situación sentimental habla? —cortó Talía, extrañada.Esta vez intervino Adréis. —Basta, madre, deja de atormentarlas. —Le lanzó una mirada penetrante a su madre, hizo señales con sus ojos, como si fueran luces intermitentes, igual que ella cuando Adréis era niño y le explicaba con una sola mirada que “se esta
Aquella mesa quedó muda ante las palabras hirientes de Talía para su amiga. Aunque no la hubieraacusado directamente, todos entendieron lo que había querido decir: Mili había merecido el castigo, por seductora de hombres. La chica, humillada, bajó la cabeza, se apretó los labios. Sus mejillas lucieron afectadas por el color de la vergüenza, un rosado intenso. Talía había dejado varios mensajes terribles con aquellas palabras. No solo la había acusado de enferma seductora, sino también había dado muestras de una extraña crueldad. —¿Violada? —Adréis rompió el hielo—. ¿Qué dices, Talía? Eso es algo muy personal, no debe ser tema de conversación en un almuerzo cualquiera.Mili se levantó de la mesa llena de vergüenza.—Disculpen.Tomó su bolso y salió apresurada por el corredor, en el mismo momento en que Julio hacía su entrada. Tropezaron. La nariz de Mili chocó con el pecho perfumado de Julio. El bolso cayó encima de un macetero.—¿Mili? ¿A dónde vas con tanta prisa? La joven solo tom
—Nerviosa— El semáforo en luz roja detuvo el auto en una intersección pintoresca, haciendo esquina con variedad de cafés y boutiques. Minutos atrás se había dado entre ellos una escena tensa. Talía caminando apresuradamente y Adréis detrás, tratando de sacarle información y conocer el fondo de su repentina actitud. Cuando por fin logró alcanzarla, la tomaba del brazo y la hacía entrar en razón. Talía no parecía saber a dónde iba. O por lo menos no quería que él lo supiera. —Necesito ir al apartamento —fue lo único que logró decir. Adréis se ofreció a llevarla, aunque “ofrecerse” es una forma de decir que no le permitiría continuar la ruta sin él. El hombre no dio oportunidad a negociar aquella decisión y Talía subió al auto. En el auto, no cruzaron palabra, Adréis lucía angustiado e intolerante ante el hermetismo de ella, sin embargo, había decidido que, por encima de su mutismo, la acompañaría. La única instrucción que alcanzó a escuchar de sus labios minutos atrás fue «el apar
Adréis, al percibir aquellos gritos, apresuró sus pasos. Abrió la puerta. En la sala, dos mujeres en disputa, Mili sosteniendo un cuchillo en la mano y amenazando la vida de Talía, arrodillada, dominada por la fuerza de una chica que había extraviado la cordura. La luz externa de los jardines hacíaresplandecer la hoja metálica de aquel cuchillo.—¡Mili! ¡Qué haces! —gritó Adréis.—Ah, estás aquí. Pues muy bien, quiero que conozcas a la mujer con la que te piensas casar. ¡Es una m****a! ¡Ha destruido mi vida desde que tenía 16 años! —¡Mili, por favor, baja el cuchillo!—Cállate, tú no sabes nada, no la conoces.Talía lloraba y ahogaba palabras que intentaban salir de una garganta cautiva. Mili estaba decidida a hacerle daño, a vengar su juventud agraviada. —Vamos Mili —intentaba Adréis—, tú no eres así. Es cierto que no sé qué ha pasado entre ustedes, pero vamos, vuelve en ti, en tu dulzura. No te llenes de odio.Aquellas palabras mitigaron su mente y a su memoria llegaba el gran Olif