Su corazón latía de emoción. «Lo logré, ahora todo su amor será mío», pensaba mientras tomaba otro sorbo de vino y, con un cuchillo grande, afilado, apoyado en una tabla de madera,daba lugar al corte en juliana, tal como Jean Julien —el cocinero francés—, a un gran y reluciente pimentón rojo. Con movimientos rápidos y precisos dejó picado el pimentón en tiras, cada una de igual tamaño, sin sacrificar ni un milímetro la piel de sus dedos. Sentía alegría en su corazón de que finalmente el hombre había tomado la fórmula del amor. «Lo tendré solo para mí», se repetía una y otra vez, mientras tajaba verduras e imaginaba sus besos, sus cuerpos felices, haciendo el amor bajo las sábanas blancas de seda que en otro tiempo habían cobijado a Talía. El gozo se apoderó de ella porque sentía la emoción de tener Adréis en sus brazos. «Ha sido perfecto, en un día perfecto», sonreía Mili. Era bastante simbólico conquistar su corazón el día de aquel compromiso. —Mili es muy atractiva… —dijo una v
Ambos giraron en dirección a la voz que venía del pasillo.—¿Madre?Una mujer elegante y perfumada atravesó la cocina, dejó par de botellas de vino sobre la mesa y luego fue besar las mejillas de su hijo.—Lamento interrumpir un momento tan apasionado con tu novia, he debido llamar —Tomó a Mili de los hombros y la miró de arriba abajo—. Así que eres Talía. Mi hijo tiene buen gusto. Soy Margaret De Richard, la madre de este hermoso galán. Ahora todo estaba peor. ¿Acababa de llamarla Talía? Le dirigió una mirada desaprobatoria a Adréis, quien no daba muestras de salir del estupor. —Es un placer, señora. —Sonrió—. Adréis tiene sus mismos ojos… Margaret se despojó de su gabán y lo pasó a su hijo para que lo llevara a la pechera. Como Adréis no reaccionaba, fue Mili quien terminó colgándolo. «Esto está muy mal, muy mal. Ahora ella piensa que soy Talía». En la cocina, Margaret reinaba con un vestido negro de rayas blancas, mangas abombadas y un moño que resaltaba su elegancia. Parecía
—Me siento anulada—Talía percibió el tono de la señora Margaret un poco acusatorio, no estaba segura de cuáles eran sus intenciones, igual dio un paso al frente para aclarar la situación. Apoyó su brazo derecho en el hombro de su amiga y dijo:—Así crecimos, lo que es mío es también suyo.Margaret los observó a los tres. A cada uno, desde su punto de vista, parecía unirlos cierta complicidad. «Un triángulo amoroso… Los jóvenes de hoy, qué modernos», pensó la mujer.—Entiendo —dijo ella—. Entonces los tres están de acuerdo con esta situación sentimental. —Margaret estaba muy convencida de que las amigas se compartían con total gusto a su adorado hijo.—¡Que dice señora! ¿De qué situación sentimental habla? —cortó Talía, extrañada.Esta vez intervino Adréis. —Basta, madre, deja de atormentarlas. —Le lanzó una mirada penetrante a su madre, hizo señales con sus ojos, como si fueran luces intermitentes, igual que ella cuando Adréis era niño y le explicaba con una sola mirada que “se esta
Aquella mesa quedó muda ante las palabras hirientes de Talía para su amiga. Aunque no la hubieraacusado directamente, todos entendieron lo que había querido decir: Mili había merecido el castigo, por seductora de hombres. La chica, humillada, bajó la cabeza, se apretó los labios. Sus mejillas lucieron afectadas por el color de la vergüenza, un rosado intenso. Talía había dejado varios mensajes terribles con aquellas palabras. No solo la había acusado de enferma seductora, sino también había dado muestras de una extraña crueldad. —¿Violada? —Adréis rompió el hielo—. ¿Qué dices, Talía? Eso es algo muy personal, no debe ser tema de conversación en un almuerzo cualquiera.Mili se levantó de la mesa llena de vergüenza.—Disculpen.Tomó su bolso y salió apresurada por el corredor, en el mismo momento en que Julio hacía su entrada. Tropezaron. La nariz de Mili chocó con el pecho perfumado de Julio. El bolso cayó encima de un macetero.—¿Mili? ¿A dónde vas con tanta prisa? La joven solo tom
—Nerviosa— El semáforo en luz roja detuvo el auto en una intersección pintoresca, haciendo esquina con variedad de cafés y boutiques. Minutos atrás se había dado entre ellos una escena tensa. Talía caminando apresuradamente y Adréis detrás, tratando de sacarle información y conocer el fondo de su repentina actitud. Cuando por fin logró alcanzarla, la tomaba del brazo y la hacía entrar en razón. Talía no parecía saber a dónde iba. O por lo menos no quería que él lo supiera. —Necesito ir al apartamento —fue lo único que logró decir. Adréis se ofreció a llevarla, aunque “ofrecerse” es una forma de decir que no le permitiría continuar la ruta sin él. El hombre no dio oportunidad a negociar aquella decisión y Talía subió al auto. En el auto, no cruzaron palabra, Adréis lucía angustiado e intolerante ante el hermetismo de ella, sin embargo, había decidido que, por encima de su mutismo, la acompañaría. La única instrucción que alcanzó a escuchar de sus labios minutos atrás fue «el apar
Adréis, al percibir aquellos gritos, apresuró sus pasos. Abrió la puerta. En la sala, dos mujeres en disputa, Mili sosteniendo un cuchillo en la mano y amenazando la vida de Talía, arrodillada, dominada por la fuerza de una chica que había extraviado la cordura. La luz externa de los jardines hacíaresplandecer la hoja metálica de aquel cuchillo.—¡Mili! ¡Qué haces! —gritó Adréis.—Ah, estás aquí. Pues muy bien, quiero que conozcas a la mujer con la que te piensas casar. ¡Es una m****a! ¡Ha destruido mi vida desde que tenía 16 años! —¡Mili, por favor, baja el cuchillo!—Cállate, tú no sabes nada, no la conoces.Talía lloraba y ahogaba palabras que intentaban salir de una garganta cautiva. Mili estaba decidida a hacerle daño, a vengar su juventud agraviada. —Vamos Mili —intentaba Adréis—, tú no eres así. Es cierto que no sé qué ha pasado entre ustedes, pero vamos, vuelve en ti, en tu dulzura. No te llenes de odio.Aquellas palabras mitigaron su mente y a su memoria llegaba el gran Olif
Cuando Adréis encendió el vehículo, Mili estaba observándolo por la ventana de su habitación, detrás de las cortinas. «Se va, ahora sí se va, lo he espantado con mi furia», pensó ella. Le había visto su peor rostro, su peor faceta: había querido asesinar a su novia y es probable que lo haya hecho si él o Julio no hubieran intervenido. O tal vez no, tal vez solo quería que Talía sintiera su odio, amedrentarla, ponerla en su lugar. Pero le espantó esa posibilidad, ahora que estaba calmada. «Lo siento, todo terminó tan mal», murmuró Mili mientras Adréis arrancaba el vehículo y se perdía por la calle. Se echó a llorar, todo se había ido al traste. Julio la veía desde el vano de la puerta. Sus miradas chocaron cuando la chica volvió a su vida con resignación.—Ven Mili. —La abrazó—. No llores más, ya hoy has descargado mucha energía contaminada acumulada en tu organismo. —Quería armar de nuevo los pedazos de su alma.—Es mejor que te vayas —dijo Mili separándose ligeramente de él—. Necesit
Sus sospechas no tardaron en ser aclaradas cuando, por la puerta, entraba un Adréis que saludó, pasó frente a ella con un ramo de rosas rojas y, con un beso de buenos días, saludó a la mujer que ya tenía fecha de matrimonio con él. —Amor, perdón por no quedarme anoche contigo,me fui dejándote dormida, tuve asuntos que resolver—aclaró el hombre a Talía. Talía sonrió satisfecha, tomó las rosas y las acomodó en un vaso de cristal al centro de la mesa. «¡Oh, Dios! ¡Talía no estuvo con Adréis anoche!», pensó Mili, mientras retrocedía para entrar de nuevo a su cuarto. «Y si no fue con Adréis, ¿entonces con quién hacía el amor de forma tan apasionada? Estaba atónita, no podía creer lo que pasaba en sus narices, en las narices de ella y en las de su prometido. No cabía en su asombro, Talía traicionaba a un hombre tan deseado por ella, tan guapo, tan carismático. «Nunca le bastará nada ni nadie, qué pena». Se puso su suéter tejido con hilo de lana azul claro recién sacado de la secadora, al