Tomó una bocanada de aire, se despegó de aquella pared y cobró impulso para atravesar el pasillo. Ante la puerta, con la mano todavía sujetando la manilla, escuchó quejidos de placer. Se detuvo.Aguzó el oído, pero el piano de Richard Clayderman lo hacía difícil. ¿De qué se trataba todo esto? Por segundos estuvo indecisa, franquear la puerta, regresar, despertar de un mal sueño. Empujó levemente la puerta, dejando una rendija sutil por donde espiar. En efecto, los quejidos provenían de aquella habitación, de aquella cama. Una cama muy grande, ribeteada en bordes dorados, igual a la descrita por Talía. Ahí, sobre las sábanas blancas, estaban dos cuerpos rendidos de placer. Era Adréis, el sexy Adréis, encima de una mujer que no logró identificar de inmediato, porque la espalda ancha de su amado lo impedía. Su corazón pasó de latir a la velocidad del deseo, a la velocidad de la ira. Como pudo, miró al piso, en el suelo un pijama rojo, igual alque ella había usado la noche anterior y que T
Esta es una obra original de MJ protegida con todos los derechos de autor.Esta obra está protegida bajo el número de registro 2201300365860. Prohibido hacer copias similares a esta historia y prohibida la divulgación sin autorización de la autora.Comienza a leer desde aquí —¿Ahora? —preguntó Matilde.—Sí, ahora —reafirmó Mili.Matilde convenció a la chica —lucía su derrota a flor de piel— de que no era conveniente ir a esa hora a las torres de Notre Dame. La noche había caído sobre París. Lo mejor era usar la cabeza fría, con serenidad e inteligencia. Rato después tomaron un taxi. Mili bajó frente a su edificio. —Prometo que el sábado por la tarde iremos a ver a Olife —dijo Matilde, también arguyendo que tenían cerca los exámenes finales del año—. Si quieres ganar esta batalla, te va a hacer falta paciencia e inteligencia.Fueron las palabras que lanzó Matilde a su amiga mientras cerraba la puerta del taxi y el mismo continuaba en dirección a su casa. En el apartamento, la chica
—No fui yo sola. —Estaba entre la espada y la pared, pero vislumbró una salida, justo en el instante en que la fuerza de Talía amenazaba con romperle los huesos. —¿Qué quieres decir? —Estuve con Matilde —expuso Mili. Pareció surtir efecto, porque Talía abría los ojos con sorpresa y, de alguna manera, la presencia inesperada de un tercero la distrajo. —¿Matilde? —Sí. Ella me contó que te había visto en el centro comercial, muy abatida. Me llamó al teléfono, nos encontramos y decidimos seguirte. No queríamos que hicieras una tontería. Fue entonces que llegamos al apartamento de Adréis, la puerta estaba abierta cuando entramos, ustedes estaban haciendo el amor. Fue por eso que vi el pijama rojo. A Matilde le pareció muy imprudente estar allí que ustedes nos vieran,me pidió salir rápido del lugar sin querer tropezamos con la mesa todo cayó al suelo. Luego salimos a toda prisa. Talía vio lógico el argumento de su amiga, pero ya era tarde. Se vio a sí misma tomando mechones de su cabe
Acorralado por las dos mujeres, solo se le ocurrió decir, mirando su reloj de pulsera:—Basta, no tengo tiempo para niñadas.Lo dijo lo dejó claro, caminando ante ellas con cara de fastidio hacia la puerta de la calle. Talía desistió del interrogatorio, en el fondo convencida de que a Mili la estaba carcomiendo la envidia. Cada vez quedaba más claro que su amiga no era. O al menos, que buscaba discordia. Talía contaba con razones para perdonarla, el pasado las ataba en un hilo imperceptible. Siguió a Adréis al coche, pero antes de dar media vuelta, le propinó una mirada desaprobadora a la chica, de pie a cabeza, como haciéndole ver su carácter intrigante.Mili quedó parada frente a un grifo abierto, el apartamento vacío, su honor destrozado.Dio pasos sin una dirección clara. Cerró el grifo, miró el techo de la cocina con un sentimiento de culpa.«No debí hacer eso», se dijo, separado las palabras en sílabas. No había remedio, lo hecho, hecho estaba. Las chicas continuarían en conflict
Mili retrocedió. El viejo seguía apuntándola con su dedo y su uña larga. Bajó las escaleras con prisa, sin despedirse. Caminó directo al apartamento y cuando revisó su celular, tenía como diez mensajes de Matilde. Prefirió llamarla y contarle lo que había vivido en la torre en compañía del mago del amor. —¡Qué emoción! —exclamó Matilde, que se encontraba en los jardines de la universidad. Le pidió detalles del vuelo sobre la gárgola, ansiosa de escuchar lo que ella misma había experimentado antes. Mili no supo descifrar si lo había soñado o vivido realmente, igual se mostró impactada, tenía sentido que aquellas gárgolas petrificadas en las torres de Notre Dame tuvieran el aspecto de cuidadoras de un mundo mágico. Una vez que el cuento fue perdiendo la fuerza del primer momento, Matilde informó: —Talía está cerca de donde yo estoy, la puedo escuchar. Está contando a todos sus amigos que este sábado su novio le presentará a sus padres y que también tendrá de él la propuesta de matrim
Mili se aproximó como pudo se interpuso en el camino de Adréis, poniendo la mano sobre su pecho. —No es para tanto, mejor nos sentamos a comer. Matilde puede esperar. —Es una sabia decisión —acuñó Talía, revisando el I*******m desde su teléfono.Adréis, al sentir la mano de Mili en su pecho, le dedicó una mirada veloz y palpitante. Apretó aquella mano blanca con delicadeza, como descargando las ganas en aquel simple gesto de separación. No podía evitar estremecerse ante el contacto de la chica. Los dos sentían algo muy especial, cuando se tocaban, cuando sus pieles hacían contacto, como si estuvieran a merced de suaves corrientes eléctricas. Pero fue instantáneo, Talía estaba ahí, entre ellos. Cada quien volvió a su silla. «¿En qué momento se cambió la ropa? —se preguntó Mili sorbiendo un poco de vino—». Se veía tan guapo con aquel conjunto deportivo. Por otra parte, Adréis pensaba en ella. Le daba miradas furtivas a sus senos expuestos, porque un botón de su camisa se había desabro
En la cocina, con la mirada fija en la máquina, la joven esperaba con ansiedad que el agua terminara de hervir y terminara de caer en las tazas el chorro humeante del café. Le pareció que demoraba más de lo debido, solo por molestar, como si ese objeto fuera capaz de olfatear su angustia y quisiera hacerla sufrir. Cuando el chorrito apareció, sacó de su sujetador la botellita. Se disponía a vaciar su contenido en la taza cuando percibió que alguien abría la puerta del dormitorio. Era Adréis, al teléfono, hablando en voz alta. Así como salió, entró la botella al mismo sitio, en medio de sus senos. «Maldición», dijo Mili.—¿Pasó algo, Mili? —preguntó Adréis, quien la había escuchado cuando cortaba la comunicación.—Nada —salió al paso—, solo me quemé los dedos, estaba muy caliente.—¿Necesitas ayuda?—No, no.—Te veo algo liada.—Estoy bien.Mili abrió el grifo y metió sus “dedos disimulando quemados” bajo el chorro de agua.—Creo que hace tiempo dejé aquí una pomada para quemaduras. Ta
Su corazón latía de emoción. «Lo logré, ahora todo su amor será mío», pensaba mientras tomaba otro sorbo de vino y, con un cuchillo grande, afilado, apoyado en una tabla de madera,daba lugar al corte en juliana, tal como Jean Julien —el cocinero francés—, a un gran y reluciente pimentón rojo. Con movimientos rápidos y precisos dejó picado el pimentón en tiras, cada una de igual tamaño, sin sacrificar ni un milímetro la piel de sus dedos. Sentía alegría en su corazón de que finalmente el hombre había tomado la fórmula del amor. «Lo tendré solo para mí», se repetía una y otra vez, mientras tajaba verduras e imaginaba sus besos, sus cuerpos felices, haciendo el amor bajo las sábanas blancas de seda que en otro tiempo habían cobijado a Talía. El gozo se apoderó de ella porque sentía la emoción de tener Adréis en sus brazos. «Ha sido perfecto, en un día perfecto», sonreía Mili. Era bastante simbólico conquistar su corazón el día de aquel compromiso. —Mili es muy atractiva… —dijo una v