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Capítulo 6 —Aparecen las dudas—

Talía quedó inmersa en un mar de dudas. Sus pensamientos luchaban entre sí, la idea de que se despertara una pasión entre ellos le era insoportable. Por otro lado, conocía a su amiga, ella no sería capaz de enamorarse de su novio, mucho menos cuando Talía le había dejado claro que Adréis era su verdadero amor, que al fin se frenaría en la búsqueda de su hombre ideal.

Decidió entrar al cuarto de Mili para buscar los platos. Su amiga se entretenía con un libro de economía. Se sentó en la orilla de la cama, la miró. «No, Mili no sería capaz de traicionarme», se dijo.

—¿Te sientes bien? —le preguntó a Mili. Dudar de su amiga la hacía sentir culpable.

—Sí… Gracias.

Tras una pausa, Mili soltó un inesperado halago:

—Tienes mucha suerte.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Talía.

—Lograste encontrar un hombre admirable.

—Supongo que sí —sonrió Talía.

—Hasta sabe cocinar, creo —continuó su amiga—. Es bello, atento, trabajador.  Te coronaste, amiga, conseguiste el hombre ideal.

Pero a Talía aquellas palabras no le parecían sinceras, sentía en su amiga algo de envidia. Esto le motivó a preguntarle:

—Y, a ver, Mili, ¿tú para cuándo me presentas a tu hombre ideal? Ya tenemos un año aquí y nada que te enamoras, solo entregada a los estudios, nada de diversión. ¿Crees que así lo conseguirás?

—Quién lo sabe —dijo con una sonrisa extraña—, a lo mejor mi príncipe me llega a casa sin necesidad de buscarlo, y con un beso largo, me despierta de mi letargo de amor.

Mili soltó una carcajada extraña, fugazmente maligna. ¿De qué reía? ¿Qué había querido decir? Fue incómodo, Talía estaba convencida que su amiga no era para nada sincera, ni estaba tan feliz como dijo de que hubiera encontrado su hombre ideal. Así que se lo hizo saber, y devolvió la ironía con otra:

—Puede que tengas razón, Mili, quizás tu hombre ideal te lo traigo yo.

La mirada aguda de su amiga hizo que Mili detuviera su carcajada. Había entendido la indirecta y respondió mostrando sus armas. Se miraron. Luego, Talía salía de la habitación y sellaba la conversación con un portazo. 

Finales de septiembre. Talía empujaba a Mili en su silla de ruedas por las zonas tranquilas de los jardines de Luxemburgo. Todavía el clima era apto para pasear. Allá, frente a la Fuente Médici, construida en el siglo XVII por María Médici en su propio palacio —lugar preferido de Mili, probablemente porque su difícil acceso dejaba para ella el disfrute de la fuente—, se sentaban en aquellas sillas verdes, metálicas, a copiar todos los apuntes que Talía le traía de las clases y juntas estudiaban y leía. Dos jóvenes brillantes y dedicadas en los estudios, se entregaban por completo a esa tarea hasta que llegaba Adréis. Pero algo había cambiado en su relación, ya no eran las amigas que siempre habían sido, una tensión entre las dos se notaba a leguas, cada una hacía el esfuerzo de actuar con naturalidad y sin embargo se sentía falso. Los árboles altos que rodeaban aquella fuente, sus habitantes los patos y cisnes, más Acis, G*****a y el celoso y enorme Polifemo, eran los únicos testigos de los sentimientos que cada una tenía hacia la otra. Donde hubo dulzura ciega, ahora había una lija invisible separándolas. Sentían a piel que algo no andaba bien; después de haber tenido una amistad de mucha comunicación y alegría, se había cerrado de un momento a otro dando paso a un sutil revanchismo, a una silenciosa desconfianza. Talía sabía que Mili no le había perdonado su pierna rota, la noche del accidente, aunque lo disimulaba muy bien. Pero había otro problema. Talía sentía, muy hondo en su corazón, que probablemente fijarse en su novio fuera la mejor forma de vengarse. ¿Deseo de venganza o realmente le gustaba Adréis? No obstante, trataban de olvidar todo aquello a través de sus estudios, sus investigaciones y sus comentarios de las clases, hasta que Adréis hacía su presencia en el parque para encontrarse con ambas.

—Hola Adréis —decían ambas.

Un beso en la boca de Talía hacía que Mili, enfadada, asfixiara el lápiz con el que escribía las notas. Esa misma escena, o los celos, se repetían en el agua, en las imágenes de la fuente de Médici y sus personajes mitológicos. Los celos de Mili hacia ellos eran incontrolables; seguramente así se sintió Polifemo. «Como te odio, Talía. Yo amo ese hombre», decía para sí. Por lo general, interrumpía sus besos con algún comentario, o simplemente excusaba en un repentino cansancio el deseo de abandonar el lugar pidiendo que la llevaran a casa.

—El paseo me ha dejado exhausta.

Y con esas palabras cortaba el beso, las acaricias de Adréis hacia Talía. Así lograba separar a los enamorados, con la actitud de una niña fastidiada repentinamente del mundo, hasta que ambos terminaban empujando la silla de ruedas de Mili para retornar.

Pero un día algo pasó, que dejó a Talía pensando toda la noche. Daban la vuelta cuando Adréis le dijo a Talía:

—A ver, Talía, déjame, yo llevo a Mili.

Adréis condujo la silla, luego se detuvo en el pequeño estante y alquiló dos pequeños veleros, uno para él y el otro para Mili. Talía quedó excluida a pesar suyo, sentada en una banca, desde donde vio a su novio y a su amiga jugar como dos niños. De repente, Mili había cambiado su mal humor, sonreía a las ocurrencias de Adréis. Parecían felices, entregados. Aquellos veleros la hicieron volver a su infancia, cuando su padre hacía barquitos de papel y ellas corrían a la orilla del río cuando salían de paseo ambas familias unidas. Su corazón se llenó de angustia, su amado y su mejor amiga se divertían a placer. ¿Sería capaz Mili de conquistar a su novio, que era el único hombre que ella amaba y del que realmente se había enamorado?

Pero otra cosa iba a empeorar su inquietud. Cuando llegaron a la puerta del apartamento, Adréis levantó a Mili en brazos cual princesa y la llevó al cuarto. Aquello le pareció excesivo, bien podía llevarla en su silla. Era la primera vez que Talía  presenciaba el gesto de su novio, era la primera vez que ella veía en él ese gesto hacia su amiga. Se incomodó. Sus malos pensamientos iban creciendo. «Y a estos dos, qué les pasa», decía.

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