Talía quedó inmersa en un mar de dudas. Sus pensamientos luchaban entre sí, la idea de que se despertara una pasión entre ellos le era insoportable. Por otro lado, conocía a su amiga, ella no sería capaz de enamorarse de su novio, mucho menos cuando Talía le había dejado claro que Adréis era su verdadero amor, que al fin se frenaría en la búsqueda de su hombre ideal.
Decidió entrar al cuarto de Mili para buscar los platos. Su amiga se entretenía con un libro de economía. Se sentó en la orilla de la cama, la miró. «No, Mili no sería capaz de traicionarme», se dijo.
—¿Te sientes bien? —le preguntó a Mili. Dudar de su amiga la hacía sentir culpable.
—Sí… Gracias.
Tras una pausa, Mili soltó un inesperado halago:
—Tienes mucha suerte.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Talía.
—Lograste encontrar un hombre admirable.
—Supongo que sí —sonrió Talía.
—Hasta sabe cocinar, creo —continuó su amiga—. Es bello, atento, trabajador. Te coronaste, amiga, conseguiste el hombre ideal.
Pero a Talía aquellas palabras no le parecían sinceras, sentía en su amiga algo de envidia. Esto le motivó a preguntarle:
—Y, a ver, Mili, ¿tú para cuándo me presentas a tu hombre ideal? Ya tenemos un año aquí y nada que te enamoras, solo entregada a los estudios, nada de diversión. ¿Crees que así lo conseguirás?
—Quién lo sabe —dijo con una sonrisa extraña—, a lo mejor mi príncipe me llega a casa sin necesidad de buscarlo, y con un beso largo, me despierta de mi letargo de amor.
Mili soltó una carcajada extraña, fugazmente maligna. ¿De qué reía? ¿Qué había querido decir? Fue incómodo, Talía estaba convencida que su amiga no era para nada sincera, ni estaba tan feliz como dijo de que hubiera encontrado su hombre ideal. Así que se lo hizo saber, y devolvió la ironía con otra:
—Puede que tengas razón, Mili, quizás tu hombre ideal te lo traigo yo.
La mirada aguda de su amiga hizo que Mili detuviera su carcajada. Había entendido la indirecta y respondió mostrando sus armas. Se miraron. Luego, Talía salía de la habitación y sellaba la conversación con un portazo.
Finales de septiembre. Talía empujaba a Mili en su silla de ruedas por las zonas tranquilas de los jardines de Luxemburgo. Todavía el clima era apto para pasear. Allá, frente a la Fuente Médici, construida en el siglo XVII por María Médici en su propio palacio —lugar preferido de Mili, probablemente porque su difícil acceso dejaba para ella el disfrute de la fuente—, se sentaban en aquellas sillas verdes, metálicas, a copiar todos los apuntes que Talía le traía de las clases y juntas estudiaban y leía. Dos jóvenes brillantes y dedicadas en los estudios, se entregaban por completo a esa tarea hasta que llegaba Adréis. Pero algo había cambiado en su relación, ya no eran las amigas que siempre habían sido, una tensión entre las dos se notaba a leguas, cada una hacía el esfuerzo de actuar con naturalidad y sin embargo se sentía falso. Los árboles altos que rodeaban aquella fuente, sus habitantes los patos y cisnes, más Acis, G*****a y el celoso y enorme Polifemo, eran los únicos testigos de los sentimientos que cada una tenía hacia la otra. Donde hubo dulzura ciega, ahora había una lija invisible separándolas. Sentían a piel que algo no andaba bien; después de haber tenido una amistad de mucha comunicación y alegría, se había cerrado de un momento a otro dando paso a un sutil revanchismo, a una silenciosa desconfianza. Talía sabía que Mili no le había perdonado su pierna rota, la noche del accidente, aunque lo disimulaba muy bien. Pero había otro problema. Talía sentía, muy hondo en su corazón, que probablemente fijarse en su novio fuera la mejor forma de vengarse. ¿Deseo de venganza o realmente le gustaba Adréis? No obstante, trataban de olvidar todo aquello a través de sus estudios, sus investigaciones y sus comentarios de las clases, hasta que Adréis hacía su presencia en el parque para encontrarse con ambas.
—Hola Adréis —decían ambas.
Un beso en la boca de Talía hacía que Mili, enfadada, asfixiara el lápiz con el que escribía las notas. Esa misma escena, o los celos, se repetían en el agua, en las imágenes de la fuente de Médici y sus personajes mitológicos. Los celos de Mili hacia ellos eran incontrolables; seguramente así se sintió Polifemo. «Como te odio, Talía. Yo amo ese hombre», decía para sí. Por lo general, interrumpía sus besos con algún comentario, o simplemente excusaba en un repentino cansancio el deseo de abandonar el lugar pidiendo que la llevaran a casa.
—El paseo me ha dejado exhausta.
Y con esas palabras cortaba el beso, las acaricias de Adréis hacia Talía. Así lograba separar a los enamorados, con la actitud de una niña fastidiada repentinamente del mundo, hasta que ambos terminaban empujando la silla de ruedas de Mili para retornar.
Pero un día algo pasó, que dejó a Talía pensando toda la noche. Daban la vuelta cuando Adréis le dijo a Talía:
—A ver, Talía, déjame, yo llevo a Mili.
Adréis condujo la silla, luego se detuvo en el pequeño estante y alquiló dos pequeños veleros, uno para él y el otro para Mili. Talía quedó excluida a pesar suyo, sentada en una banca, desde donde vio a su novio y a su amiga jugar como dos niños. De repente, Mili había cambiado su mal humor, sonreía a las ocurrencias de Adréis. Parecían felices, entregados. Aquellos veleros la hicieron volver a su infancia, cuando su padre hacía barquitos de papel y ellas corrían a la orilla del río cuando salían de paseo ambas familias unidas. Su corazón se llenó de angustia, su amado y su mejor amiga se divertían a placer. ¿Sería capaz Mili de conquistar a su novio, que era el único hombre que ella amaba y del que realmente se había enamorado?
Pero otra cosa iba a empeorar su inquietud. Cuando llegaron a la puerta del apartamento, Adréis levantó a Mili en brazos cual princesa y la llevó al cuarto. Aquello le pareció excesivo, bien podía llevarla en su silla. Era la primera vez que Talía presenciaba el gesto de su novio, era la primera vez que ella veía en él ese gesto hacia su amiga. Se incomodó. Sus malos pensamientos iban creciendo. «Y a estos dos, qué les pasa», decía.
Al día siguiente, Talía salió como siempre a la universidad. Para eso caminaba tan solo tres cuadras, que se le volvían eternas, puesto que dejaba a su amiga con su amado y esto comenzaba a llenarla de inseguridades. Le aterraba de solo pensar que su amiga pudiera conquistar el corazón de su amado. Aun así, entraba a sus actividades cotidianas que le desviaban de aquel pensamiento. Mientras tanto, Mili quedaba a solas con el hombre de quien se había enamorado, sin importar que fuera el novio de su amiga. Esa mañana Adréis llevó, como siempre, el desayuno. Cuando entró, Mili tenía problemas para cerrar su brassier. Ante él, dos pechos firmes y perfectos. —¿Puedes cerrar el broche, por favor? Frente a él, la más rica tentación que debilitaría a cualquier hombre fiel. Estaba en problemas, la situación comenzaba a cercarlo. Se le vino a la mente cualquier cantidad de opciones, todas sexuales. En cuestión de segundos, lo que estaba prohibido para él, lo hizo en su imaginación. Mili colab
Mili había mejorado por completo, ya no quedaba en casa y podía asistir a la universidad por sus propios medios, así que juntas caminaban hacia las instalaciones de La Sorbona, Adréis se despedía de ellas y salía a su trabajo. Aunque Talía había escuchado a su amiga decir lo feliz que estaba por su relación, igual se apretaba a Adréis en un largo abrazo en forma de despedida, y él, arisco, terminaba besando a su novia prometiendo verse con ella en hora del almuerzo. Mili, por su parte, al ver a su amiga besar al hombre que ella deseaba, trataba de disimular lo mal que le caían aquellas escenas, tenía que buscar la forma de separarlo, pero tampoco quería hacerlo sin que su amiga se diera cuenta. Un día, estando en clase, encontró un pretexto para salir de clase temprano, a pesar de que tendrían un interrogatorio muy importante de economía. Para Talía era muy difícil salir de esa clase, pero para Mili no, ya que el profesor le concedía salir debido a su accidente. —Por favor, Talía, ll
Días después de aquella deserción, Mili solía quedarse a solas en el apartamento toda la mañana. Un día regresaron juntos, Talía y su novio, habían hecho mercado. Mili los atravesó con una mirada dura, como con ganas de matarlos. Talía, que había percibido su mal humor, se hizo la desentendida, la saludó con alegría y sacó de la bolsa del mercado una caja de chocolates. —Lo compramos para ti, pero Adréis escogió ese sabor. Tiene relleno de avellana, yo lo quería sin relleno, pero él prefirió ese para ti. Ella, al escuchar que fue idea de Adréis comprar el chocolate de su preferencia, se le acercó y le dio un beso muy cerca a los labios. Él se apartó de inmediato antes de que Talía se diera cuenta, y se acercó a ella de la manera más rápida posible. La besó e hizo bromas con ella, luego entraron a la cocina, donde comenzaron juntos a preparar el almuerzo. Mili mordisqueó su pedazo de chocolate tratando de endulzar su alma, ya que días antes no había logrado que el hombre que la descon
Al día siguiente, después de aquella confesión que Mili le había hecho a Matilde, se levantó para ir a la universidad, pero su cabeza estaba llena de pensamientos, además de no estar bien con su estómago; las copas de vinos no le habían caído nada bien. Se levantó muy temprano, ya Talía estaba en la cocina preparando el desayuno para tres, como de costumbre. Pero esta vez decidió no desayunar con ellos, así que dejó el desayuno puesto en la mesa, tiró la puerta y salió del apartamento dejando a los dos amantes que se abrazaban y comían muy placenteros. Es que esa mañana, mientras tomaba su bolso de cuero y guardaba adentro sus libros, escuchaba las palabras de amor que Adréis le decía a su amada Talía. Aquellas palabras quedaban en su mente con el más ferviente deseo que fueran para ella. Cuando estaba en los jardines de la residencia, le escribió a su madre al teléfono. Se estaba convirtiendo en algo habitual cuando ya no podía cargar sola ese sentimiento, necesitaba descargar aquell
En busca de la ayuda Mili se levantó y le pidió a Matilde de no esperar y que fueran lo más rápido posible, su curiosidad era muy fuerte. Lo hicieron caminando trece kilómetros y mientras caminaban el ruido de los tacones de las botas puntiagudas de Matilde notaban su andar apresurado por la prisa de Mili de buscar a la persona que le ayudaría. Cuando llegaron Mili quedó paralizada ante aquella “Señora de piedra” como muchos la llaman la catedral de Notre Dame su estilo gótico resaltaba la mirada de Mili. —¡Qué deslumbrante! —exclamó. Pero de inmediato dejo de maravillarse cuando Matilde interrumpió aquel encanto pidiéndole de caminar hacia la parte lateral de la izquierda. Lo hizo dejándose dirigir por quien en ese momento era su guía. —¿Vienes mucho aquí? —preguntó Mili mientras caminaban a la parte indicada por Matilde. —Trabajé uno año como guía,hasta sus misterios los conozco. —¡Misterios! —exclamó Mili. —¡Esto no es importante! —exclamó Matilde afanada por lle
Mili volteóy frente a ellas estaba un hombre vestido de dorado, llevaba un sombrero punta agudo negro, sus barbas blancas caían al pecho y su estatura era de un metro y treinta, susuñaseran largas y también usaba botas puntiagudas como las de Matilde y en sus manos sujetaba un bastón igual dorado. Sus ojos estaban cerrados. —¡Qué personaje es este! —exclamó Mili que no dejaba de mirarlo de pie a cabeza. —Es Olife—replicó Matilde, que de inmediatose le acercóy le dijo: —Olife, que emoción es una gran alegría, verte de nuevo. —¿Qué te trajo por acá mi querida Matilde?—,es de dos años que no vienés a visitarme. Aquel hombre misterioso también era curioso de saber el motivo d
Tomó el frasco Mili tomó el frasco, lo metió en su bolso. Luego se dispusieron a bajar las escaleras, miraron para despedirse de Olife, pero este ya no estaba había desaparecido, se miraron las caras y exclamaron al unísono — ¡Que rápido desapareció! Al ver que ya no estaba salieron apresurada, bajando más relajado. Mili no dejaba de hablar con Matilde, lo fantástico que había sido conocer al personaje Olife. —Me parece sacado de un libro de mitología increíble que exista un personaje así —, además tengo de él la fórmula para conquistar a mi amado —decía muy contenta. Llegaron al último escalón y caminaron a la parte delantera de la catedral, le pidió a Matilde de sentarse en uno de los pisos del frente.El sol ese día en París estaba cálido y espléndido, a pesar de que culminaba el mes de obtubre y estaba por entrar noviembre. Mili, con aquel cúmulo de cosas que había vivido en la torre, tomó su teléfono y le escribió a su madre nuevamente el W******p se abría p
Mili llegó media hora. El transporte demoró haciendo varios recorridos. Cuando llegó, y abrió la puerta del apartamento, Adréis y Talía estaban terminando de almorzar. La sala del comedor se visualizaba cuando se entraba, solo había que mirar hacia la parte izquierda. Mili quedó petrificada observando la pareja con sus copas de vino a mitad. «El vino comprado en el supermercado»se decía. Talía al ver su amiga parada observando le aclaró: —Mili te llamé varias veces para ver si venías almorzar. Esta no le hizo caso a lo que le decía por qué se dio cuenta de que Adréis no le había comunicado que una hora ante él había estado con ella. Así que ella tampoco lo comunico y solamente le respondió: —Estaba con Matilde ayudándola a resolver varios asuntos. “Mintió” Se lo comunicaba con un tono de voz áspero mientras observaba Adréis con mucha rabia «No le contó a su novia, se supone que existe mucha comunicación entre ellos» pensó. ¿Pero qué lo detuvo? ¿Por cuál motivo no le c