Capítulo XXIX

Michael.

9:12 p.m

Una vez que dejé a Keith en sus casa, me dispuse a regresar a mi departamento, pero; si muchas ganas de ir.

¿Por qué?

Por el simple hecho de que quería permanecer a su lado.

Quería estar allí, con ella.

Para cuidarla.

Protegerla...

Quería estar para ella.

Toda la tarde se portó increíble, me escuchó atenta, y comprendió la situación que viví con Emma y mis hijas, el duro momento por el que pasaba Emma y del apoyo que le brindé siempre.

Keith solo me escuchó y me ofreció su apoyo.

Siempre.

Así era Keith: Con una corazón gigantesco.

Con un alma tan dulce.

Ella sonreía y su rostro se iluminaba, dándole ese aire de pureza y de dicha que podía contagiar.

Entré a mi solitario departamento, y con gran agilidad me recosté sobre el cómodo y amplio sofá que se hallaba en la sala, cerca del gran televisor pantalla plana.

Era mi lugar favorito para ver películas.

―¿Aló? ―Enuncié al llamar a Emma.

―¡Michael! ―Su grito me hizo arrugar la cejas.

«¿Podrías no gritar tan fuerte?», pe
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