EPÍLOGO

CAPÍTULO 106. MÍA

Ocho meses después.

La iglesia estaba hermosa. Mía, asomada por una rendija de la puerta semi abierta, miraba a los pocos invitados a su boda. Solo había venido la familia y algunos pocos amigos. no había prensa ni televisión ni más fotógrafos molestos que los que se encargarían de dejar evidencia de todas las bromas pesadas que sus tíos le harían esa noche a Leo en el banquete de bodas. Después de todo, no debía olvidarse que era una tradición de los hombre Di Sávallo interrumpir lunas de miel, esconder a las novias o dormir a los novios solo para molestar. Amor duro, le llamaban.

—¡Uff! ¿Cómo se te ocurrió hacer esto hoy? —se quejó Sam, sentándose en uno de los sofás del saloncito donde Mía esperaba.

—¡Es que ese bebé debi&oacu

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