Mía ayudó a Margaret a incorporarse y la vio hacer un gesto de dolor. Revisó primero a Liam, que estaba despierto, pero no llorando, y que gracias a ella no se había lastimado.
—¿El bebé está bien? —preguntó la mujer con preocupación a pesar de que ella misma no se veía muy bien.
—Sí… sí está bien. ¿Tú?
Margaret se echó hacia atrás y estiró las piernas sentándose en el suelo.
—Me duele todo, pero supongo que estoy bien —respondió restregándose el rostro hasta donde el dolor se lo permitía. Se le veía acartonado por las lágrimas y el maquillaje corrido—. ¿Tú eres…? ¿Eras la esposa de Leo, verdad? ¿Él es su hijo?
—No llegué a ser su esposa —murmuró Mía por lo bajo.
Mía sintió el cañón de la pistola contra la nuca y trató de separarse un poco, pero un gruñido de aquel hombre fue advertencia suficiente. No la iba a dejar salir ilesa a menos que lo obedeciera, y realmente dudaba que incluso si lo hacía la dejaría viva. Al final estaba cortado por la misma tijera de Giordano y Anthea, y la compasión o la vergüenza no cabían en mentes como las suyas.—No vas a conseguir un solo centavo si me matas —dijo intentando entablar con él cualquier tipo de conversación que le diera la ventaja del tiempo, alguien tenía que darse cuenta…—¿Y quién dice que hago esto solo por dinero? —El hombre volvió a encañonarla y la empujó.Avanzaron por los pasillos oscuros y acristalados, hacia la única oficina que estaba totalmente iluminada. Alrededor la noche se había levant
El mundo era frío, muy frío, y parecía que lo iba a ahogar de un momento a otro. Sería su piel erizarse y un zumbido insoportable en los oídos, su mano quiso cerrarse sobre algo pero apenas logró mover los dedos. Un sentimiento de impotencia y frustración lo invadió. Quizás algo de miedo había ahí también.Desorientado era poco para como se sentía. Pestañeó con dificultad e intentó abrir los ojos, pero los párpados le pesaban demasiado. De repente sintió una mano cerrarse sobre la suya y una voz muy cerca de su oído.—No abras lo ojos. —fue apenas un susurro, pero aun así pudo reconocer la voz de Guido. La había escuchado, riendo y molestando por los últimos nueve años, tendría que estar muerto para no reconocerla. ¡Un segundo…! Entonces no estaba muerto…—. Amigo, s&
—¡Mía! —Leo la alcanzó antes de que llegara al suelo, desmayada—. ¡Vaya! Esperaba otro recibimiento…La levantó en sus brazos y le pareció todavía más ligera que la última vez. La había extrañado tanto que dolía. La necesitaba, necesitaba su calor, sus besos, sus caricias. La apretó contra su pecho y la besó en la frente.Luego levantó la vista y el mar de emociones que se leía en los rostros de aquel cuarto fue increíble.Malena y Alessandro de una vez bajaron las armas y corrieron hacia él. Zolo levantó la suya para apuntarle a Massari y Archer solo movió un poco su posición para apuntarle a Anthea.Leo caminó con Mía hasta uno de los sofás y trató de recostarla, entre los abrazos de Malena.—¡Mijo! —lloró s
La habitación estaba oscura, y todo estaba silencioso… demasiado silencioso. Al menos las protestas de Liam debían escucharse porque ya era hora de comer para él. Liam… —¡Liam! —se incorporó de golpe en la cama y el mareo la hizo sostenerse la cabeza con fuerza. Sintió un brazo pasar sobre su estómago y tirar de su cuerpo hacia atrás. —Liam está bien, amor. Ven acá. Mía sintió que su cuerpo andaba un pequeño tramo sobre la cama hasta que su espalda se pegaba a aquel pecho que tan bien conocía. Los brazos de Leo se cerraron a su alrededor, sentado y apoyado en la cabecera de la cama, la estrechaba manteniéndola rodeada con sus brazos y piernas. Ella era su pequeña prisionera hermosa. Durante un largo minuto Mía se quedó así, dejándose llevar por aquel sentimiento de quietud, hasta que pareció caer en cuenta de que no estaba soñando. ¡El secuestro de Massari no había sido una pesadilla y Leo…! ¡Leo no era un sueño esta vez!
Los ojos de Mía se humedecieron en un segundo. Le habría gustado voltearse, darle la espalda, controlarse por un momento, y sobre todo alejarse de él antes de decirle algo como aquello, pero Leo la tenía atrapada entre el espejo de Tocador y su cuerpo y era imposible escapar de ahí.—Nena, ya todo pasó… —le aseguró él levantándole el rostro y limpiándole las lágrimas con los pulgares—. Sé que va a pasar un tiempo antes de que te sientas bien del todo, pero tenemos que intentarlo, ¿si? Vámonos de vacaciones, vámonos a divertirnos y a olvidarnos de todo esto, Sam, Guido, tú y yo… en uno de esos barquitos hermosos de Santiago…Mía ahogó un gemido cuando escuchó ese nombre y Leo frunció el ceño al escucharla sollozar con más fuerza y apartar sus manos.—Mía &iques
CAPÍTULO 106. MÍAOcho meses después.La iglesia estaba hermosa. Mía, asomada por una rendija de la puerta semi abierta, miraba a los pocos invitados a su boda. Solo había venido la familia y algunos pocos amigos. no había prensa ni televisión ni más fotógrafos molestos que los que se encargarían de dejar evidencia de todas las bromas pesadas que sus tíos le harían esa noche a Leo en el banquete de bodas. Después de todo, no debía olvidarse que era una tradición de los hombre Di Sávallo interrumpir lunas de miel, esconder a las novias o dormir a los novios solo para molestar. Amor duro, le llamaban.—¡Uff! ¿Cómo se te ocurrió hacer esto hoy? —se quejó Sam, sentándose en uno de los sofás del saloncito donde Mía esperaba.—¡Es que ese bebé debi&oacu
Leo tenía cuatro añitos y era el niño más tierno que alguien podía imaginar. Su carácter vivaracho y feliz iluminaba cualquier espacio en que se encontraba, y Gaia daba gracias al cielo porque Leo era demasiado pequeño cuando todo había ocurrido, y los oscuros sucesos de su pasado no habían afectado su personalidad o su alegría.Todos recordaban aquel día porque había sido el último anuncio de un bebé dentro de la familia Di Sávallo. Todos se habían reunido para felicitar a Malena, que esperaba su segundo hijo y el que sería por un tiempo el más pequeño de la familia. Nadie sabía exactamente cómo, pero en un momento Leo pegó su pequeña oreja a la insipiente pancita de la colombiana e hizo su declaración:—Es una niña. —Todos rieron, porque con ocho semanas era imposible s
Mía observó su imagen en aquel espejo que cubría toda la pared, y no necesitó que nadie le dijera que se veía hermosa. Ya lo sabía.Con sus veintidós años, era el resultado de la mezcla perfecta y precisa de los genes de un italiano y una colombiana, era imposible que aquel vestido se le viera de cualquier otra forma que no fuera genial. Tenía los ojos oscuros y los rasgos suaves de su madre, pero había heredado el cabello castaño y la piel blanquísima de su padre. Después de todo y según su tía favorita, era imposible que la genética de los Di Sávallo no dominara.Sin embargo, en algo más era exactamente como su padre. Mientras su hermana Alexia había sacado el carácter recio y determinado de Malena Hitchcock, Mía tenía el corazón blando y el espíritu persistente de Ángelo.Esa era la raz&