Los ojos de Mía se humedecieron en un segundo. Le habría gustado voltearse, darle la espalda, controlarse por un momento, y sobre todo alejarse de él antes de decirle algo como aquello, pero Leo la tenía atrapada entre el espejo de Tocador y su cuerpo y era imposible escapar de ahí.
—Nena, ya todo pasó… —le aseguró él levantándole el rostro y limpiándole las lágrimas con los pulgares—. Sé que va a pasar un tiempo antes de que te sientas bien del todo, pero tenemos que intentarlo, ¿si? Vámonos de vacaciones, vámonos a divertirnos y a olvidarnos de todo esto, Sam, Guido, tú y yo… en uno de esos barquitos hermosos de Santiago…
Mía ahogó un gemido cuando escuchó ese nombre y Leo frunció el ceño al escucharla sollozar con más fuerza y apartar sus manos.
—Mía &iques
CAPÍTULO 106. MÍAOcho meses después.La iglesia estaba hermosa. Mía, asomada por una rendija de la puerta semi abierta, miraba a los pocos invitados a su boda. Solo había venido la familia y algunos pocos amigos. no había prensa ni televisión ni más fotógrafos molestos que los que se encargarían de dejar evidencia de todas las bromas pesadas que sus tíos le harían esa noche a Leo en el banquete de bodas. Después de todo, no debía olvidarse que era una tradición de los hombre Di Sávallo interrumpir lunas de miel, esconder a las novias o dormir a los novios solo para molestar. Amor duro, le llamaban.—¡Uff! ¿Cómo se te ocurrió hacer esto hoy? —se quejó Sam, sentándose en uno de los sofás del saloncito donde Mía esperaba.—¡Es que ese bebé debi&oacu
Leo tenía cuatro añitos y era el niño más tierno que alguien podía imaginar. Su carácter vivaracho y feliz iluminaba cualquier espacio en que se encontraba, y Gaia daba gracias al cielo porque Leo era demasiado pequeño cuando todo había ocurrido, y los oscuros sucesos de su pasado no habían afectado su personalidad o su alegría.Todos recordaban aquel día porque había sido el último anuncio de un bebé dentro de la familia Di Sávallo. Todos se habían reunido para felicitar a Malena, que esperaba su segundo hijo y el que sería por un tiempo el más pequeño de la familia. Nadie sabía exactamente cómo, pero en un momento Leo pegó su pequeña oreja a la insipiente pancita de la colombiana e hizo su declaración:—Es una niña. —Todos rieron, porque con ocho semanas era imposible s
Mía observó su imagen en aquel espejo que cubría toda la pared, y no necesitó que nadie le dijera que se veía hermosa. Ya lo sabía.Con sus veintidós años, era el resultado de la mezcla perfecta y precisa de los genes de un italiano y una colombiana, era imposible que aquel vestido se le viera de cualquier otra forma que no fuera genial. Tenía los ojos oscuros y los rasgos suaves de su madre, pero había heredado el cabello castaño y la piel blanquísima de su padre. Después de todo y según su tía favorita, era imposible que la genética de los Di Sávallo no dominara.Sin embargo, en algo más era exactamente como su padre. Mientras su hermana Alexia había sacado el carácter recio y determinado de Malena Hitchcock, Mía tenía el corazón blando y el espíritu persistente de Ángelo.Esa era la raz&
Leo apuró el trago, mirando al otro lado de la sala, y se juró que cuando terminara con todo aquello se iba a tomar unas largas y merecidas vacaciones, de ser posible en un lugar en medio del desierto donde su celular no tuviera señal; quizás así realmente descansaría.Aquella Gala Benéfica tenía de todo menos de benéfica. Era solo una excusa para que aquella banda de pirañas financieras se reuniera, o bien para cazar a su próxima víctima, o bien para alardear de sus futuras estafas. Conseguir la invitación había corrido por parte de Guido Ferrada, su socio y mejor amigo desde hacía unos años.Guido era su voz en las sombras, y Leo lo prefería de esa manera, porque juntos formaban una defensa que hasta ese momento ningún cretino de aquellos había logrado atravesar.En el par de horas que llevaba allí, hab&iacut
No lo vio. Estaba tan obcecado por la idea de Mía casándose con otro que sencillamente no vio al animalito hasta que ya era demasiado tarde, al menos para él. El coche derrapó sobre las llantas delanteras y Leo dio al volante un giro brusco hacia la derecha que estampó toda la parte trasera del auto contra un árbol que estaba demasiado cerca de la carretera.Sintió el tirón del cinturón de seguridad y el golpe de la bolsa de aire sobre su rostro. Solo agradeció mentalmente haber dejado a Guido en su departamento hacía media hora, luego todo fue oscuridad.La conciencia llegó luego, aunque no supo exactamente cuándo. Esperaba escuchar la sirena de alguna ambulancia, los gritos de los paramédicos o al menos el sonido persistente de la máquina de signos vitales; pero en lugar de eso las drogas, su cerebro embotado o quizás la ansiedad que lo corro&
Guido metió las manos en los bolsillos mientras caminaba por el largo pasillo que conectaba el astillero principal con las oficinas. Sentía cierta tranquilidad porque Leo estuviera en Lago Escondido, llevaba meses trabajando sin descansar y era obvio que el asunto de Mía lo había trastornado demasiado.Leo acostumbraba a ser un mujeriego sincero, de los que les decía de frente a las mujeres que solo las quería para una noche, y Guido no entendía cómo aun así se iban con él. Lo había conocido pocos meses después de entrar en la universidad de Oxford. Cada uno era más huraño que el otro y eso había acabado por convertirlos en los mejores amigos.Guido había perdido a su familia en un accidente hacía un par de años, pero vivía cómodamente de un fideicomiso que sus padres habían dejado, y bajo la tutela de una abuela que lo ador
Leo se envolvió en una manta, evitándose la molestia de ponerse una playera o un abrigo. El dolor había disminuido un poco en las últimas cuarenta y ocho horas, pero no sentía una necesidad especial de arreglarse o, en el más simple de los casos, ponerse ropa. Un bóxer, una manta y la calefacción de la casa eran más que suficientes para soportar el invierno en aquel lugar.Se sentó en la terraza y miró al cielo a través de la estructura de vidrio y acero. Estaba oscuro a pesar de que todavía era media tarde. La tormenta había llegado más rápido de lo que se esperaba, y lo copos de nieve formaban remolinos sobre el techo, moviéndose con una ventisca bastante severa.Leo acomodó el brazo izquierdo en forma de ele (L) contra su torso, evitando moverse todo lo posible, y alargó el otro para tomar la botella de… no estaba
CAPÍTULO 6. ¡VETE!Ocho años. Habían pasado ocho años desde que Mía había tenido a Leo tan cerca, pero seguía estremeciéndose con tu tacto, tanto como la primera vez. Sintió aquellos antebrazos fuertes ceñirse tras su espalda y se le fue un suspiro que no tenía nada de tristeza y sí mucho de añoranza.Leo cerró los ojos, porque si aquel no era un sueño, entonces el mismo infierno había decidido llegar hasta él. El aliento de Mía era caliente y suave, y podía sentirlo contra su oído como una maldita invitación. Sintió todo su cuerpo despertar en una sola sacudida, cada terminación nerviosa de su piel existía únicamente para sentirla a ella…Nunca en ocho años había compartido con una mujer un momento tan íntimo como aquel minuto que le tom&oacu