—¡Mía! —Leo la alcanzó antes de que llegara al suelo, desmayada—. ¡Vaya! Esperaba otro recibimiento…
La levantó en sus brazos y le pareció todavía más ligera que la última vez. La había extrañado tanto que dolía. La necesitaba, necesitaba su calor, sus besos, sus caricias. La apretó contra su pecho y la besó en la frente.
Luego levantó la vista y el mar de emociones que se leía en los rostros de aquel cuarto fue increíble.
Malena y Alessandro de una vez bajaron las armas y corrieron hacia él. Zolo levantó la suya para apuntarle a Massari y Archer solo movió un poco su posición para apuntarle a Anthea.
Leo caminó con Mía hasta uno de los sofás y trató de recostarla, entre los abrazos de Malena.
—¡Mijo! —lloró s
La habitación estaba oscura, y todo estaba silencioso… demasiado silencioso. Al menos las protestas de Liam debían escucharse porque ya era hora de comer para él. Liam… —¡Liam! —se incorporó de golpe en la cama y el mareo la hizo sostenerse la cabeza con fuerza. Sintió un brazo pasar sobre su estómago y tirar de su cuerpo hacia atrás. —Liam está bien, amor. Ven acá. Mía sintió que su cuerpo andaba un pequeño tramo sobre la cama hasta que su espalda se pegaba a aquel pecho que tan bien conocía. Los brazos de Leo se cerraron a su alrededor, sentado y apoyado en la cabecera de la cama, la estrechaba manteniéndola rodeada con sus brazos y piernas. Ella era su pequeña prisionera hermosa. Durante un largo minuto Mía se quedó así, dejándose llevar por aquel sentimiento de quietud, hasta que pareció caer en cuenta de que no estaba soñando. ¡El secuestro de Massari no había sido una pesadilla y Leo…! ¡Leo no era un sueño esta vez!
Los ojos de Mía se humedecieron en un segundo. Le habría gustado voltearse, darle la espalda, controlarse por un momento, y sobre todo alejarse de él antes de decirle algo como aquello, pero Leo la tenía atrapada entre el espejo de Tocador y su cuerpo y era imposible escapar de ahí.—Nena, ya todo pasó… —le aseguró él levantándole el rostro y limpiándole las lágrimas con los pulgares—. Sé que va a pasar un tiempo antes de que te sientas bien del todo, pero tenemos que intentarlo, ¿si? Vámonos de vacaciones, vámonos a divertirnos y a olvidarnos de todo esto, Sam, Guido, tú y yo… en uno de esos barquitos hermosos de Santiago…Mía ahogó un gemido cuando escuchó ese nombre y Leo frunció el ceño al escucharla sollozar con más fuerza y apartar sus manos.—Mía &iques
CAPÍTULO 106. MÍAOcho meses después.La iglesia estaba hermosa. Mía, asomada por una rendija de la puerta semi abierta, miraba a los pocos invitados a su boda. Solo había venido la familia y algunos pocos amigos. no había prensa ni televisión ni más fotógrafos molestos que los que se encargarían de dejar evidencia de todas las bromas pesadas que sus tíos le harían esa noche a Leo en el banquete de bodas. Después de todo, no debía olvidarse que era una tradición de los hombre Di Sávallo interrumpir lunas de miel, esconder a las novias o dormir a los novios solo para molestar. Amor duro, le llamaban.—¡Uff! ¿Cómo se te ocurrió hacer esto hoy? —se quejó Sam, sentándose en uno de los sofás del saloncito donde Mía esperaba.—¡Es que ese bebé debi&oacu
Leo tenía cuatro añitos y era el niño más tierno que alguien podía imaginar. Su carácter vivaracho y feliz iluminaba cualquier espacio en que se encontraba, y Gaia daba gracias al cielo porque Leo era demasiado pequeño cuando todo había ocurrido, y los oscuros sucesos de su pasado no habían afectado su personalidad o su alegría.Todos recordaban aquel día porque había sido el último anuncio de un bebé dentro de la familia Di Sávallo. Todos se habían reunido para felicitar a Malena, que esperaba su segundo hijo y el que sería por un tiempo el más pequeño de la familia. Nadie sabía exactamente cómo, pero en un momento Leo pegó su pequeña oreja a la insipiente pancita de la colombiana e hizo su declaración:—Es una niña. —Todos rieron, porque con ocho semanas era imposible s
Mía observó su imagen en aquel espejo que cubría toda la pared, y no necesitó que nadie le dijera que se veía hermosa. Ya lo sabía.Con sus veintidós años, era el resultado de la mezcla perfecta y precisa de los genes de un italiano y una colombiana, era imposible que aquel vestido se le viera de cualquier otra forma que no fuera genial. Tenía los ojos oscuros y los rasgos suaves de su madre, pero había heredado el cabello castaño y la piel blanquísima de su padre. Después de todo y según su tía favorita, era imposible que la genética de los Di Sávallo no dominara.Sin embargo, en algo más era exactamente como su padre. Mientras su hermana Alexia había sacado el carácter recio y determinado de Malena Hitchcock, Mía tenía el corazón blando y el espíritu persistente de Ángelo.Esa era la raz&
Leo apuró el trago, mirando al otro lado de la sala, y se juró que cuando terminara con todo aquello se iba a tomar unas largas y merecidas vacaciones, de ser posible en un lugar en medio del desierto donde su celular no tuviera señal; quizás así realmente descansaría.Aquella Gala Benéfica tenía de todo menos de benéfica. Era solo una excusa para que aquella banda de pirañas financieras se reuniera, o bien para cazar a su próxima víctima, o bien para alardear de sus futuras estafas. Conseguir la invitación había corrido por parte de Guido Ferrada, su socio y mejor amigo desde hacía unos años.Guido era su voz en las sombras, y Leo lo prefería de esa manera, porque juntos formaban una defensa que hasta ese momento ningún cretino de aquellos había logrado atravesar.En el par de horas que llevaba allí, hab&iacut
No lo vio. Estaba tan obcecado por la idea de Mía casándose con otro que sencillamente no vio al animalito hasta que ya era demasiado tarde, al menos para él. El coche derrapó sobre las llantas delanteras y Leo dio al volante un giro brusco hacia la derecha que estampó toda la parte trasera del auto contra un árbol que estaba demasiado cerca de la carretera.Sintió el tirón del cinturón de seguridad y el golpe de la bolsa de aire sobre su rostro. Solo agradeció mentalmente haber dejado a Guido en su departamento hacía media hora, luego todo fue oscuridad.La conciencia llegó luego, aunque no supo exactamente cuándo. Esperaba escuchar la sirena de alguna ambulancia, los gritos de los paramédicos o al menos el sonido persistente de la máquina de signos vitales; pero en lugar de eso las drogas, su cerebro embotado o quizás la ansiedad que lo corro&
Guido metió las manos en los bolsillos mientras caminaba por el largo pasillo que conectaba el astillero principal con las oficinas. Sentía cierta tranquilidad porque Leo estuviera en Lago Escondido, llevaba meses trabajando sin descansar y era obvio que el asunto de Mía lo había trastornado demasiado.Leo acostumbraba a ser un mujeriego sincero, de los que les decía de frente a las mujeres que solo las quería para una noche, y Guido no entendía cómo aun así se iban con él. Lo había conocido pocos meses después de entrar en la universidad de Oxford. Cada uno era más huraño que el otro y eso había acabado por convertirlos en los mejores amigos.Guido había perdido a su familia en un accidente hacía un par de años, pero vivía cómodamente de un fideicomiso que sus padres habían dejado, y bajo la tutela de una abuela que lo ador