Leo tenía cuatro añitos y era el niño más tierno que alguien podía imaginar. Su carácter vivaracho y feliz iluminaba cualquier espacio en que se encontraba, y Gaia daba gracias al cielo porque Leo era demasiado pequeño cuando todo había ocurrido, y los oscuros sucesos de su pasado no habían afectado su personalidad o su alegría.
Todos recordaban aquel día porque había sido el último anuncio de un bebé dentro de la familia Di Sávallo. Todos se habían reunido para felicitar a Malena, que esperaba su segundo hijo y el que sería por un tiempo el más pequeño de la familia. Nadie sabía exactamente cómo, pero en un momento Leo pegó su pequeña oreja a la insipiente pancita de la colombiana e hizo su declaración:
—Es una niña. —Todos rieron, porque con ocho semanas era imposible saberlo incluso para los doctores—. Tía, yo la quiero para mí.
Malena había soltado una carcajada y le había revuelto el negro cabello con cariño.
—Todavía no sabemos si será niña, Leo.
—Lo será, yo lo sé —había dicho con mucha convicción.
—Bueno, si es niña, te dejaré elegir su nombre —había aceptado Malena.
Leo había acariciado la pancita de nuevo y dejando un beso, le había dedicado la mejor sonrisa del mundo.
—Te vas a llamar Mía… porque serás para mí.
Y en ese momento, nadie le creyó...
NOTA AL LECTOR:
Mi querido lector o lectora:
¡Estoy tan emocionada porque hayas llegado hasta aquí conmigo! Significa muchísimo para mí como escritora y como persona que estés leyendo este libro.
Si ya leíste la serie anterior a esta (LOS HOMBRES DEL IMPERIO DI SAVALLO), entonces sabes que esta novela va a ser una bomba. Solo como referencia, te aseguro que va a estar todavía más intensa que Helena Muriendo. ¡Con eso te digo todo!
Si no has leído la serie anterior, no es necesario que lo hagas, pero estoy segura de que ahora mismo te vas a ir corriendo a chismear para conocer a los padres de nuestros protagonistas.
La novela va a participar en un concurso así que te agradezco cada comentario que puedas hacer, me gustaría mucho tener tus impresiones sobre cada capítulo para saber si te está gustando y si lo estoy haciendo bien.
Vamos a tener actualización diaria, sin falta.
Espero de verdad que la disfruten, que se enamoren, que lloren mucho y sobre todo que se queden hasta el final.
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Con un super abrazo me despido.
Day.
Mía observó su imagen en aquel espejo que cubría toda la pared, y no necesitó que nadie le dijera que se veía hermosa. Ya lo sabía.Con sus veintidós años, era el resultado de la mezcla perfecta y precisa de los genes de un italiano y una colombiana, era imposible que aquel vestido se le viera de cualquier otra forma que no fuera genial. Tenía los ojos oscuros y los rasgos suaves de su madre, pero había heredado el cabello castaño y la piel blanquísima de su padre. Después de todo y según su tía favorita, era imposible que la genética de los Di Sávallo no dominara.Sin embargo, en algo más era exactamente como su padre. Mientras su hermana Alexia había sacado el carácter recio y determinado de Malena Hitchcock, Mía tenía el corazón blando y el espíritu persistente de Ángelo.Esa era la raz&
Leo apuró el trago, mirando al otro lado de la sala, y se juró que cuando terminara con todo aquello se iba a tomar unas largas y merecidas vacaciones, de ser posible en un lugar en medio del desierto donde su celular no tuviera señal; quizás así realmente descansaría.Aquella Gala Benéfica tenía de todo menos de benéfica. Era solo una excusa para que aquella banda de pirañas financieras se reuniera, o bien para cazar a su próxima víctima, o bien para alardear de sus futuras estafas. Conseguir la invitación había corrido por parte de Guido Ferrada, su socio y mejor amigo desde hacía unos años.Guido era su voz en las sombras, y Leo lo prefería de esa manera, porque juntos formaban una defensa que hasta ese momento ningún cretino de aquellos había logrado atravesar.En el par de horas que llevaba allí, hab&iacut
No lo vio. Estaba tan obcecado por la idea de Mía casándose con otro que sencillamente no vio al animalito hasta que ya era demasiado tarde, al menos para él. El coche derrapó sobre las llantas delanteras y Leo dio al volante un giro brusco hacia la derecha que estampó toda la parte trasera del auto contra un árbol que estaba demasiado cerca de la carretera.Sintió el tirón del cinturón de seguridad y el golpe de la bolsa de aire sobre su rostro. Solo agradeció mentalmente haber dejado a Guido en su departamento hacía media hora, luego todo fue oscuridad.La conciencia llegó luego, aunque no supo exactamente cuándo. Esperaba escuchar la sirena de alguna ambulancia, los gritos de los paramédicos o al menos el sonido persistente de la máquina de signos vitales; pero en lugar de eso las drogas, su cerebro embotado o quizás la ansiedad que lo corro&
Guido metió las manos en los bolsillos mientras caminaba por el largo pasillo que conectaba el astillero principal con las oficinas. Sentía cierta tranquilidad porque Leo estuviera en Lago Escondido, llevaba meses trabajando sin descansar y era obvio que el asunto de Mía lo había trastornado demasiado.Leo acostumbraba a ser un mujeriego sincero, de los que les decía de frente a las mujeres que solo las quería para una noche, y Guido no entendía cómo aun así se iban con él. Lo había conocido pocos meses después de entrar en la universidad de Oxford. Cada uno era más huraño que el otro y eso había acabado por convertirlos en los mejores amigos.Guido había perdido a su familia en un accidente hacía un par de años, pero vivía cómodamente de un fideicomiso que sus padres habían dejado, y bajo la tutela de una abuela que lo ador
Leo se envolvió en una manta, evitándose la molestia de ponerse una playera o un abrigo. El dolor había disminuido un poco en las últimas cuarenta y ocho horas, pero no sentía una necesidad especial de arreglarse o, en el más simple de los casos, ponerse ropa. Un bóxer, una manta y la calefacción de la casa eran más que suficientes para soportar el invierno en aquel lugar.Se sentó en la terraza y miró al cielo a través de la estructura de vidrio y acero. Estaba oscuro a pesar de que todavía era media tarde. La tormenta había llegado más rápido de lo que se esperaba, y lo copos de nieve formaban remolinos sobre el techo, moviéndose con una ventisca bastante severa.Leo acomodó el brazo izquierdo en forma de ele (L) contra su torso, evitando moverse todo lo posible, y alargó el otro para tomar la botella de… no estaba
CAPÍTULO 6. ¡VETE!Ocho años. Habían pasado ocho años desde que Mía había tenido a Leo tan cerca, pero seguía estremeciéndose con tu tacto, tanto como la primera vez. Sintió aquellos antebrazos fuertes ceñirse tras su espalda y se le fue un suspiro que no tenía nada de tristeza y sí mucho de añoranza.Leo cerró los ojos, porque si aquel no era un sueño, entonces el mismo infierno había decidido llegar hasta él. El aliento de Mía era caliente y suave, y podía sentirlo contra su oído como una maldita invitación. Sintió todo su cuerpo despertar en una sola sacudida, cada terminación nerviosa de su piel existía únicamente para sentirla a ella…Nunca en ocho años había compartido con una mujer un momento tan íntimo como aquel minuto que le tom&oacu
—¡Maldición! —gritó Leo, arrastrándola dentro de la casa mientras hacía caso omiso al dolor que le atravesaba el pecho.Cerró la puerta tras él de una patada y puso a Mía suavemente en el suelo.—¡Mierda! ¡Mierda! —sentía el corazón en la garganta, las manos temblorosas y no de frío precisamente y la cabeza completamente nublada por el miedo. Mía estaba cada vez más pálida si eso era posible—. ¡Mía!... —la llamó con urgencia, sacudiéndola—. ¡Mía!La vio abrir los ojos despacio y gruñirle una respuesta ininteligible y llena de insultos. Respiró con alivio durante un segundo antes de ponerse histérico.—¡¿Cómo se te ocurrió hacer eso?! —la regañó a gritos.Se echó atr&a
—¡Siempre! —intentó reírse Mía mientras respondía con una broma a aquel: «Estás ardiendo».—No seas infantil. Estoy hablando en serio —la apremió Leo, separándose un poco de ella—. Tienes fiebre. ¿No te sientes mal?Mía apartó sus manos y dejó de sonreír.—Estoy bien, no te preocupes.Dio un par de pasos atrás y Leo negó con la cabeza.—No me llamo Ángelo Di Sávallo —rezongó. Estaba muy consciente de que Mía tenía aquella costumbre de no quejarse porque su padre era de corazón suave, y si la veía solamente estornudar ya se ponía al borde del colapso—. Sé muy bien cuándo no estás bien.—Tienes razón, eres Leo Di Sávallo —contestó ella con un tono tan tri