—¡Maldición! —gritó Leo, arrastrándola dentro de la casa mientras hacía caso omiso al dolor que le atravesaba el pecho.
Cerró la puerta tras él de una patada y puso a Mía suavemente en el suelo.
—¡Mierda! ¡Mierda! —sentía el corazón en la garganta, las manos temblorosas y no de frío precisamente y la cabeza completamente nublada por el miedo. Mía estaba cada vez más pálida si eso era posible—. ¡Mía!... —la llamó con urgencia, sacudiéndola—. ¡Mía!
La vio abrir los ojos despacio y gruñirle una respuesta ininteligible y llena de insultos. Respiró con alivio durante un segundo antes de ponerse histérico.
—¡¿Cómo se te ocurrió hacer eso?! —la regañó a gritos.
Se echó atr&a
—¡Siempre! —intentó reírse Mía mientras respondía con una broma a aquel: «Estás ardiendo».—No seas infantil. Estoy hablando en serio —la apremió Leo, separándose un poco de ella—. Tienes fiebre. ¿No te sientes mal?Mía apartó sus manos y dejó de sonreír.—Estoy bien, no te preocupes.Dio un par de pasos atrás y Leo negó con la cabeza.—No me llamo Ángelo Di Sávallo —rezongó. Estaba muy consciente de que Mía tenía aquella costumbre de no quejarse porque su padre era de corazón suave, y si la veía solamente estornudar ya se ponía al borde del colapso—. Sé muy bien cuándo no estás bien.—Tienes razón, eres Leo Di Sávallo —contestó ella con un tono tan tri
Los antebrazos de Leo rodeaban su abdomen, sosteniéndola, y Mía dejó caer atrás la cabeza con un gesto de dolor.—¿Qué me hiciste? —reclamó.—Yo nada, pero el choque te lastimó —murmuró él, apoyando la mejilla contra su cabello con preocupación.—¡Pero no me había sentido nada!—Es el golpe de adrenalina, yo estoy igual —confesó y Mía arrugó el entrecejo, recordando vagamente que había visto una mancha oscura, enorme, en el costado de Leo.—Tú también estás lastimado… —dijo intentando darse la vuelta pero él no se lo permitió.—Vamos a dejar así las cosas. Es mejor que descanses. ¿De acuerdo?No, no estaba de acuerdo, pero Mía no se sentía con fuerzas para protestar. Quizás fuera cier
Mía cerró los dedos con fuerza sobre el borde del lavabo y cerró los ojos, un poco porque estaba mareada, pero más que eso porque las manos de Leo se estaban deslizando abajo con suavidad, recorriendo sus piernas, bajando aquel pijama hasta sacárselo finalmente por los pies.Él se quedó allí un segundo, observando el suelo, con la mejilla a la altura de sus muslos, y se obligó a mirar hacia arriba y sonreír… pero lo que vio tenía la capacidad de borrarle la sonrisa en un segundo. Mía se había quitado el abrigo y solo tenía debajo una camiseta muy delgada.Nunca, desde que había nacido, Leo la había visto con menos ropa… a excepción de esa vez en la piscina… ¡y los dos sabían cómo había terminado aquello! Eso le dio valor para levantarse y abrir la ducha de un solo movimiento.Guio a M
Mía se dejó resbalar por la pared hasta quedar sentada en el suelo del baño. Se abrazó las piernas recogidas y puso la frente sobre las rodillas… y por primera vez en mucho tiempo se permitió llorar, llorar con toda la frustración que tenía. Por fin lo había dicho, y con cada palabra que salía de su boca, entendió que debía reconocerlo, tenía que aceptarlo de una vez por todas: estaba enamorada de Leo. Había sido su primer amor y sería el último.Ya no era el capricho de una adolescente.Estaba enamorada de Leo.No lo había olvidado.Estaba enamorada de Leo.Había tenido otros novios, había buscado en otros lo que jamás encontraría.Estaba enamorada de Leo.Se iba a casar para arrancárselo de alguna manera del alma, pero había acabado allí, con él.<
Leo abrió los ojos con la primera luz que entró a través de los cristales de la ventana. De cualquier forma no había logrado dormir mucho tirado en el sofá, pero en determinado punto no había sabido a dónde ir o qué hacer. El día anterior se sentía como un nido de avispas en su cabeza y lo único que quería era despertar a una realidad diferente, una donde él y Mía no llevaran el mismo apellido…Pero eso no era posible.Se incorporó con dificultad, tocándose las costillas con un gesto exploratorio. Toda la actividad del día anterior iba a empezar a pasarle factura pronto, lo mismo que a Mía. Aquel golpe que tenía no iba a permanecer calladito por demasiado tiempo.Se levantó, sosteniéndose de los brazos del sillón, y se fue a la otra habitación a ponerse decente. Agradeció que
La terraza estaba extrañamente silenciosa teniendo en cuenta que afuera el viento batía en toda su crudeza. Mía había visto muchas tormentas de nieve en su vida, pero ninguna desde una perspectiva tan perfecta.Ella y Leo habían tratado de mantenerse alejados la mayor parte del día. Ella había marcado territorio en la terraza, mientras que él daba vueltas frente a la chimenea de la sala como un león enjaulado. Quería ir y hablarle… ir y… ¡ni siquiera sabía lo que quería, pero aquella distancia tan cercana lo estaba volviendo loco!Se asomó a la puerta y la vio acurrucada en una de las tumbonas, mirando la tormenta a través de la fibra de vidrio. Era un espectáculo digno de verse… las dos.Se acercó en silencio al bar de la terraza y sirvió un par de tragos. Después de todo no había mucho que
Leo abrió los ojos al sentir la presión sobre uno de sus muslos. El sol se estaba yendo y la tormenta parecía haber cedido un poco, pero todavía podía sentirse el aullido del viento opacado por el grosor de los cristales. Miró a un lado y encontró el rostro de Mía muy cerca del suyo, estaba profundamente dormida, con una pierna enroscada entre las suyas y la cabeza apoyada en su hombro.Trató de sacar el brazo pero solo logró que ella se acurrucara todavía más contra él, buscando su calor, y terminó envolviéndola sin poder hacer nada contra aquella cercanía que lo mismo le aceleraba el corazón que se lo paraba de un golpe… el corazón.La expresión en el rostro de Mía era suave y dulce, como si se sintiera a salvo, como si estuviera en su lugar perfecto en el mundo. Y para él era así. Mía nunca estar&iacu
—¡¿Qué mierda estás haciendo?! —preguntó Leo a gritos mientras giraba la cabeza a un lado para no verla, pero no había forma de que su visión periférica no lo traicionara.Mía estaba en brasier y bragas, un juego claro, casi del color de la piel, con encajes bl… Leo se dio una bofetada mental. ¡Ese no era su problema! Cerró los ojos, tal como ella le había dicho que le convendría hacerlo, y solo escuchó el sonido sordo y delicioso que hizo Mía al deslizarse dentro del jacuzzi.—¡Mía…!—La señorita apestosa se tiene que bañar —replicó ella como si eso fuera una defensa.Leo apretó los dientes y los puños, intentando no pensar en nada, y notó que de repente el agua comenzaba a oler diferente.—Puedes abrir los ojos —murmuró ella&mdas