Leo abrió los ojos con la primera luz que entró a través de los cristales de la ventana. De cualquier forma no había logrado dormir mucho tirado en el sofá, pero en determinado punto no había sabido a dónde ir o qué hacer. El día anterior se sentía como un nido de avispas en su cabeza y lo único que quería era despertar a una realidad diferente, una donde él y Mía no llevaran el mismo apellido…
Pero eso no era posible.
Se incorporó con dificultad, tocándose las costillas con un gesto exploratorio. Toda la actividad del día anterior iba a empezar a pasarle factura pronto, lo mismo que a Mía. Aquel golpe que tenía no iba a permanecer calladito por demasiado tiempo.
Se levantó, sosteniéndose de los brazos del sillón, y se fue a la otra habitación a ponerse decente. Agradeció que
La terraza estaba extrañamente silenciosa teniendo en cuenta que afuera el viento batía en toda su crudeza. Mía había visto muchas tormentas de nieve en su vida, pero ninguna desde una perspectiva tan perfecta.Ella y Leo habían tratado de mantenerse alejados la mayor parte del día. Ella había marcado territorio en la terraza, mientras que él daba vueltas frente a la chimenea de la sala como un león enjaulado. Quería ir y hablarle… ir y… ¡ni siquiera sabía lo que quería, pero aquella distancia tan cercana lo estaba volviendo loco!Se asomó a la puerta y la vio acurrucada en una de las tumbonas, mirando la tormenta a través de la fibra de vidrio. Era un espectáculo digno de verse… las dos.Se acercó en silencio al bar de la terraza y sirvió un par de tragos. Después de todo no había mucho que
Leo abrió los ojos al sentir la presión sobre uno de sus muslos. El sol se estaba yendo y la tormenta parecía haber cedido un poco, pero todavía podía sentirse el aullido del viento opacado por el grosor de los cristales. Miró a un lado y encontró el rostro de Mía muy cerca del suyo, estaba profundamente dormida, con una pierna enroscada entre las suyas y la cabeza apoyada en su hombro.Trató de sacar el brazo pero solo logró que ella se acurrucara todavía más contra él, buscando su calor, y terminó envolviéndola sin poder hacer nada contra aquella cercanía que lo mismo le aceleraba el corazón que se lo paraba de un golpe… el corazón.La expresión en el rostro de Mía era suave y dulce, como si se sintiera a salvo, como si estuviera en su lugar perfecto en el mundo. Y para él era así. Mía nunca estar&iacu
—¡¿Qué mierda estás haciendo?! —preguntó Leo a gritos mientras giraba la cabeza a un lado para no verla, pero no había forma de que su visión periférica no lo traicionara.Mía estaba en brasier y bragas, un juego claro, casi del color de la piel, con encajes bl… Leo se dio una bofetada mental. ¡Ese no era su problema! Cerró los ojos, tal como ella le había dicho que le convendría hacerlo, y solo escuchó el sonido sordo y delicioso que hizo Mía al deslizarse dentro del jacuzzi.—¡Mía…!—La señorita apestosa se tiene que bañar —replicó ella como si eso fuera una defensa.Leo apretó los dientes y los puños, intentando no pensar en nada, y notó que de repente el agua comenzaba a oler diferente.—Puedes abrir los ojos —murmuró ella&mdas
Leo se detuvo, detuvo aquel beso desesperado y se miraron a los ojos con una necesidad tan infinita… con toda la urgencia de una primera vez… con toda la tristeza de una última despedida.Mía sintió aquel nudo en la garganta mientras levantaba su mano y la ponía, aún temblando, sobre el pecho de Leo, justo donde su corazón latía con furia desenfrenada.Cerró los ojos porque necesitaba sentirlo, sentir su aliento repartirse en pequeños besos sobre su boca; sentir su tacto, haciéndole arder la piel…Sus pensamientos eran una sombra que se perdía en aquel mar de emociones que era por fin tenerlo. Su piel vibraba, florecía con cada centímetro de piel que unían… su corazón era un motor descompuesto que había andado ocho años solo para alcanzarlo y terminar de romperse allí, entre sus brazos.Sus
—Mía…—¡Dilo! —exigió ella, levantándose un poco para buscar su boca y se mantuvo allí, completamente abrazada a él, mirándolo a los ojos y gimiendo a medida que bajaba—. Por favor… ¡dilo!—Lo… ¡ahahah…! ¡Lo entiendo! —gruñó Leo sintiendo cómo la invadía completamente.Por un segundo se quedaron paralizados, jadeando, besándose, sintiendo por completo la magnitud de estar allí, uno dentro del otro, en aquella fantasía perfecta que tantas veces había parecido imposible.—¡Leo…! —lo llamó Mía, comenzando a moverse lentamente.—Shshshshsh —él la calló con un beso y la encerró en un abrazo hermético antes de que todo se descontrolara de una buena vez.Habían esperado demasiado,
Mía abrió los ojos cuando la claridad se hizo demasiado incómoda como para seguir durmiendo. Su mirada tropezó con el techo transparente y los copos de nieve que se arremolinaban sobre él. Giró la cabeza y se encontró con el rostro apacible de Leo. Toda la tensión, toda la rabia y la impotencia habían desaparecido de su expresión.Recordó aquellas palabras que había pronunciado antes de salir con ella del jacuzzi: «Me conformaré con ser el último». ¿Eso qué significaba exactamente?Cerró los ojos un momento para no pensar. No podía darse el lujo de empezar a hacerlo en ese momento. Estaban escapando de su realidad y lo sabía. Que se terminaría tarde o temprano lo sabía también. Y que sería un escándalo de proporciones épicas si alguien llegaba a enterarse, eso era m&aacut
—Eso huele demasiado bien —Leo se inclinó detrás de ella y se plegó completamente a su cuerpo pequeño.La sintió estremecerse y se le escapó una risa que jamás se le había ido con otra mujer. Aquellos parecían sus dieciocho años, su primer amor, sus primeros besos, sus primeros encuentros sexuales. Era extraño sentirse como un amor adolescente, pero al final era donde habían hecho una pausa a sus sentimientos, y al menos por el momento era imposible continuarlos como adultos.—Estoy muerta de hambre —confesó Mía, mordiéndose los labios sin poder evitarlo.—Mmmm. ¡Y yo que pensaba que te tenía satisfecha! —suspiró Leo con dramatismo.—A ratos y si te esfuerzas mucho —le siguió el juego.Leo se llevó una mano al pecho y se clavó una flecha imagin
Los siguientes dos días quedarían guardados en la memoria de Mía como una combinación perfecta de risas, sexo y abrazos. Momentos juntos, momentos invaluables que habían esperado por demasiado tiempo y que se estaban haciendo realidad a costa de sus almas.Al tercer día Leo abrió los ojos y alargó la mano, pero no había nadie a su lado en la cama y la habitación estaba vacía. La sensación de soledad que lo invadió fue tan grande que apenas se dio cuenta de que se ponía el pantalón del pijama y salía dando gritos por toda la casa.No sabía si a eso era a lo que llamaban ataque de pánico, pero sentía que no era capaz de respirar, que el mundo se volvía gris y pesado a su alrededor, que cada músculo se volvía más torpe que el otro, impidiéndole moverse bien, impidiéndole alcanzarla&hell