—¡¿Qué mierda estás haciendo?! —preguntó Leo a gritos mientras giraba la cabeza a un lado para no verla, pero no había forma de que su visión periférica no lo traicionara.
Mía estaba en brasier y bragas, un juego claro, casi del color de la piel, con encajes bl… Leo se dio una bofetada mental. ¡Ese no era su problema! Cerró los ojos, tal como ella le había dicho que le convendría hacerlo, y solo escuchó el sonido sordo y delicioso que hizo Mía al deslizarse dentro del jacuzzi.
—¡Mía…!
—La señorita apestosa se tiene que bañar —replicó ella como si eso fuera una defensa.
Leo apretó los dientes y los puños, intentando no pensar en nada, y notó que de repente el agua comenzaba a oler diferente.
—Puedes abrir los ojos —murmuró ella&mdas
Leo se detuvo, detuvo aquel beso desesperado y se miraron a los ojos con una necesidad tan infinita… con toda la urgencia de una primera vez… con toda la tristeza de una última despedida.Mía sintió aquel nudo en la garganta mientras levantaba su mano y la ponía, aún temblando, sobre el pecho de Leo, justo donde su corazón latía con furia desenfrenada.Cerró los ojos porque necesitaba sentirlo, sentir su aliento repartirse en pequeños besos sobre su boca; sentir su tacto, haciéndole arder la piel…Sus pensamientos eran una sombra que se perdía en aquel mar de emociones que era por fin tenerlo. Su piel vibraba, florecía con cada centímetro de piel que unían… su corazón era un motor descompuesto que había andado ocho años solo para alcanzarlo y terminar de romperse allí, entre sus brazos.Sus
—Mía…—¡Dilo! —exigió ella, levantándose un poco para buscar su boca y se mantuvo allí, completamente abrazada a él, mirándolo a los ojos y gimiendo a medida que bajaba—. Por favor… ¡dilo!—Lo… ¡ahahah…! ¡Lo entiendo! —gruñó Leo sintiendo cómo la invadía completamente.Por un segundo se quedaron paralizados, jadeando, besándose, sintiendo por completo la magnitud de estar allí, uno dentro del otro, en aquella fantasía perfecta que tantas veces había parecido imposible.—¡Leo…! —lo llamó Mía, comenzando a moverse lentamente.—Shshshshsh —él la calló con un beso y la encerró en un abrazo hermético antes de que todo se descontrolara de una buena vez.Habían esperado demasiado,
Mía abrió los ojos cuando la claridad se hizo demasiado incómoda como para seguir durmiendo. Su mirada tropezó con el techo transparente y los copos de nieve que se arremolinaban sobre él. Giró la cabeza y se encontró con el rostro apacible de Leo. Toda la tensión, toda la rabia y la impotencia habían desaparecido de su expresión.Recordó aquellas palabras que había pronunciado antes de salir con ella del jacuzzi: «Me conformaré con ser el último». ¿Eso qué significaba exactamente?Cerró los ojos un momento para no pensar. No podía darse el lujo de empezar a hacerlo en ese momento. Estaban escapando de su realidad y lo sabía. Que se terminaría tarde o temprano lo sabía también. Y que sería un escándalo de proporciones épicas si alguien llegaba a enterarse, eso era m&aacut
—Eso huele demasiado bien —Leo se inclinó detrás de ella y se plegó completamente a su cuerpo pequeño.La sintió estremecerse y se le escapó una risa que jamás se le había ido con otra mujer. Aquellos parecían sus dieciocho años, su primer amor, sus primeros besos, sus primeros encuentros sexuales. Era extraño sentirse como un amor adolescente, pero al final era donde habían hecho una pausa a sus sentimientos, y al menos por el momento era imposible continuarlos como adultos.—Estoy muerta de hambre —confesó Mía, mordiéndose los labios sin poder evitarlo.—Mmmm. ¡Y yo que pensaba que te tenía satisfecha! —suspiró Leo con dramatismo.—A ratos y si te esfuerzas mucho —le siguió el juego.Leo se llevó una mano al pecho y se clavó una flecha imagin
Los siguientes dos días quedarían guardados en la memoria de Mía como una combinación perfecta de risas, sexo y abrazos. Momentos juntos, momentos invaluables que habían esperado por demasiado tiempo y que se estaban haciendo realidad a costa de sus almas.Al tercer día Leo abrió los ojos y alargó la mano, pero no había nadie a su lado en la cama y la habitación estaba vacía. La sensación de soledad que lo invadió fue tan grande que apenas se dio cuenta de que se ponía el pantalón del pijama y salía dando gritos por toda la casa.No sabía si a eso era a lo que llamaban ataque de pánico, pero sentía que no era capaz de respirar, que el mundo se volvía gris y pesado a su alrededor, que cada músculo se volvía más torpe que el otro, impidiéndole moverse bien, impidiéndole alcanzarla&hell
Viéndola dormir tan desnuda como había nacido, con los ojos cerrados y una sonrisa ligera en el rostro, Leo no pudo recordar un solo instante de su vida que fuera mejor que aquel.No estaba seguro de cuántos días habían pasado, la tormenta había desaparecido y en su lugar quedaba solo un invierno lleno de frío que tentaba a los abrazos… No era como si necesitaran más tentación que estar juntos, pero parecía que tanto el destino como la naturaleza habían confabulado para tenerlos allí, juntos.En todo aquel tiempo no habían hablado de lo que sucedería después. Él le había dicho: «No te vas a ningún lado» y ella no se había ido. Sin embargo sabía que el día de la boda no estaba muy lejos y tendrían que definir lo que harían.Leo estaba más que convencido de que era una locura, de
Mía sintió movimiento a su alrededor y trató de abrir los ojos a pesar de que el sueño la arrastraba con fuerza. Tras ella se sentía el vacío de Leo en la cama, así que se obligó a abrir los ojos. Lo vio moverse con rapidez y precisión por todo el cuarto, moviendo cosas hacia…Se restregó los ojos con la palma de una mano mientras se incorporaba, sosteniendo la manta contra su pecho. Leo no decía una palabra, pero a los pies de la cama había dos maletas abiertas. Mía lo observó en silencio hasta que él la miró con el rostro ensombrecido.—Guido está aquí —lo escuchó murmurar con voz indescifrable.—¿Qué? —Mía saltó de la cama y empezó a buscar su ropa interior—. ¿Por qué no me dijiste…?Se detuvo aún envuelta en
Debían ser cerca de las dos de la madrugada cuando Mía llegó a la caseta de seguridad que rodeaba la casa de sus padres. Arrastraba las piernas porque ni siquiera las sentía, y agradeció en el alma que fuera Bruno quien estuviera de guardia esa noche. Era uno de los más jóvenes del equipo de seguridad y en los cuatro años que llevaba al servicio de sus padres había demostrado que aparte de ser leal también era discreto, especialmente en lo que se refería a ella.Bruno le había tapado fiestas, conciertos, escapadas con las amigas y llegadas tarde, así que podía confiar en que no abriría la boca para contarle a sus padres que había llegado ni en qué estado lo había hecho.—¡Señorita Mía! ¿Qué pasó…?—Estoy bien… estoy bien, Bruno, no te preocupes, solo estoy mu