4. Soy Julia, tu esposa.

—¿Estás despierto? — preguntó levantándose de un salto del sillón para pararse frente a él y observarlo detenidamente—. Sí, estás despierto.

La sonrisa de Julia se dibujó en su rostro, haciéndose presente después de mucho tiempo.

Desde aquel fatídico día en el que perdió a su padre y sucedió el accidente que involucró a su esposo reciente, no recordaba haber sonreído, todo fueron lágrimas, miedo y soledad.

Podía observar cómo la mano del hombre buscaba algo, y ella siguió su movimiento. Estaba intentando presionar un botón en la mesita de noche.

Con delicadeza, Julia tomó la mano de Ciro entre la suya y lo ayudó a alcanzar el botón, presionándolo junto a él.

En el instante en que sus manos se tocaron, una extraña corriente eléctrica los atravesó haciendo que lo que ese instante pareciera mucho más extenso en el tiempo, que sus miradas se buscaran y conectarán de una forma inexplicable y sus corazones demostrarán que existían al alborotarse.

Era una sensación tan inusual que, después de ayudarlo a llamar al timbre, Julia soltó su mano sin comprender por qué todo su ser estaba alterado. Sentía su corazón palpitar tan fuerte que parecía querer escapar de su pecho.

Jamás le había pasado ese tipo de reacciones con su ex esposo, es más el toque que tenía con él siempre le había parecido cálido pero carente de chispas, ella estaba convencida de que esa sensación es solo se describían en las novelas o en las películas de animación.

Ciro también experimentó esa corriente, esa sensación que recorrió todo su cuerpo y sus extremidades, haciéndolo sentir incómodo y, en cierto modo, vulnerable frente a una mujer.

Nunca antes se había sentido vulnerable de esa manera ante una mujer, pero en su situación actual, con su cuerpo postrado en una cama sin recordar completamente cómo había llegado allí, consideró que era normal.

Atribuyó esas emociones a la incertidumbre y el desconcierto que lo invadían, tal vez la necesidad de aferrarse a algo o alguien.

— ¿Quién eres tú? — preguntó el hombre con voz ronca por no haberla usado en mucho tiempo, su tono revelaba su sorpresa.

— Soy Julia, tu esposa — respondió ella, notando cómo sus mejillas se ponían rojas al observar la expresión de sorpresa en su rostro. Sin embargo, no era una sorpresa agradable, se notaba claramente en cómo él la observaba dubitativo.

— Yo no tengo esposa — afirmó él, molesto por su incapacidad para moverse. Deseaba levantarse, hacer algo, salir de allí y encontrar a alguien que sacara a esa mujer loca de su habitación. Pero era una tarea demasiado complicada, sobre todo porque si cuerpo no respondía.

— La tienes, aquí está, te presento a Julia Costello — dijo Alice, la abuela, entrando de repente con lágrimas en los ojos. No podía creer que Ciro estuviera despierto. Les habían dado muy pocas esperanzas de que eso llegará a suceder.

— No, eso no es posible. Yo no acepté...

— No te alteres, descansa y deja que los médicos te revisen — aclaró la abuela, tratando de calmarlo — hablaremos de eso luego.

En poco tiempo, la habitación se llenó de familiares de Ciro y del médico que siempre estaba presente en la mansión.

Julia se mantuvo cerca de él en todo momento, aunque guardaba cierta distancia mientras le realizaban las pruebas necesarias. Solo se apartaba cuando el médico se lo indicaba.

Al fin y al cabo, Ciro era su esposo, y aunque su matrimonio hubiera sido impuesto, tenía un valor especial para ella. Era su mujer, y sentía la responsabilidad de asegurarse de que estuviera bien.

Para Julia, el dinero no importaba realmente, y agradecía que las palabras de Víctor no se hubieran hecho realidad, al menos no por el momento.

No deseaba quedarse viuda.

Al menos, eso era lo que Julia creía cuando pensaba que Ciro estaba dormido. En esos momentos, dejaba fluir todas las emociones acumuladas en forma de cascada: el dolor por la pérdida de su padre y la incertidumbre acerca del bienestar de su madre. Pasaba horas llorando hasta que, exhausta, se quedaba dormida.

Por su parte, Ciro fingía estar dormido. Nunca se había preocupado demasiado por consolar a alguien, por lo que no sabía cómo hacerlo, especialmente cuando sospechaba que esa mujer lloraba todo el tiempo por la desgracia de haberse casado con él, un hombre enfermo al que tal vez tendría que cuidar durante mucho tiempo. Suponer que ella estaba afligida por lidiar con él, hacía que cerrara su corazón a cualquier tipo de sentimientos bondadosos y comprensivos por esa infame y llorosa mujer.

Aún no entendía del todo por qué una desconocida se había casado con él en su estado. Tampoco comprendía por qué ella lo cuidaba como si fuera su obligación. Aunque le asustaba la posible respuesta, sospechaba que lo hacía únicamente por dinero. ¿Por qué más alguien habría aceptado estar con un hombre con un pie en la tumba?

Una mañana, cansado de no saber, decidió preguntarle directamente.

—¿Qué es lo que te tiene todo el tiempo llorando? ¿Qué motivos tienes para quedarte aquí a mi lado o para casarte conmigo?

— Yo…. — Julia se armó de valor para decírle la verdad — Mi padre… él conducía el otro coche y yo, todavía sufro mucho por su perdida y a la vez quiero ayudarte, enmendar un poco el daño que eso te causo.

Para su sorpresa, descubrió que ella era la hija del hombre con el que había tenido el casi mortal accidente. Esa era la razón por la que estaba allí con él, por la culpa que sentía y por estar condenada a cuidarlo. Cada día lloraba, sintiéndose atrapada en esa situación.

Ciro odiaba a esa mujer por ser la hija del responsable de su estado. Pero, sobre todo, la odiaba por tener que escuchar sus llantos todas las noches. Nunca le habían gustado las personas débiles y, si hubiera estado bien y en plena capacidad de elegir, nunca se habría casado con una mujer tan vulnerable. Su mujer tenía que estar a su altura, ser fuerte e independiente para caminar con él a su lado, no tenía tiempo de cuidar de niñas, quería una compañera poderosa.

Una mañana, en que como siempre la escuchó llorar, él no pudo soportarlo más y la observó con ojos acusadores, haciendo que callara de inmediato. Ella no sabía que él estaba despierto y se sintió avergonzada por haber sido descubierta en su vulnerabilidad. Lo que menos deseaba era mostrarse ante su nuevo esposo como una mujer débil

—¿Necesitas que te traiga algo? — preguntó Julia con amabilidad, dispuesta a ayudar.

—Sí, necesito algo, pero no de ti — respondió él con enfado, presionando repetidamente el timbre para llamar la atención del personal de servicio.

En ese momento, Alice, la abuela de Ciro, entró a la habitación y se encontró con la mirada desconcertada de Julia.

—¿Qué sucede, querido? — preguntó Alice, preocupada.

—¡Quiero que ella salga de mi habitación! — exclamó Ciro, enfático — Pasa las noches llorando. La odio, no quiero tenerla cerca. Esta mujer solo logra arruinarme el humor y desear no haber despertado nunca.

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