Capítulo 83

—¡De ninguna manera mi nieto va a convivir con esa gente! —exclamó el señor Acosta, con su cara regordeta roja por el coraje—. Son unos vándalos, unos delincuentes.

Ariadna tomó aire, apretó los labios; sus ojos llorosos denotaban lo dolorosas que resultaban para ella las palabras de sus padres.

—Queda prohibido que esa familia se acerque aquí. Y si no hacen caso, llamaré a la policía. ¡Qué digo!, si esos son expertos en sobornar a la ley.

—Es mi hijo, ellos también son su familia —les dijo, y en su pecho su corazón latió con fuerza.

—Por supuesto que no —objetó su madre—. Esa gente no tiene nada que ver con mi niño.

Ariadna tragó saliva y encaró a sus padres; les dijo que, sea cual sea la situación, Adriel tenía un padre y ese era Nathan.

—¡No! Jamás mi nieto tendría un padre delincuente, ¿te imaginas la humillación de saber eso? —la interrumpió su padre, con los ojos bien abiertos.

—Pues ese “delincuente” es su papá y no hay nada que se pueda hacer.

—Hay mucho que se puede
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