Las visitas que, en primera instancia, prometieron ser cada dos meses, se modificaron a cada tres o cuatro meses. En tanto el tiempo transcurría, Nathan perdió toda esperanza de salir de allí. Su cuerpo perdía peso a medida que los días pasaban. Sus labios se veían resecos y sus manos se volvieron ásperas luego de obtener un trabajo de limpieza dentro de la cárcel. Con el transcurso del tiempo, pasó a dar tutorías de educación básica a otros reclusos, lo cual le ayudó a ganarse la cordialidad de algunos de sus compañeros. —Fuma conmigo —le exigió un día Cristóbal, un hombre que llevaba cinco años por el crimen de robo. —No fumo —Nathan no mentía. Sin embargo, su compañero no se lo tomó bien y comenzó a gritarle si acaso esa marca de cigarrillos no era propia de alguien de su alcurnia. El joven tomó un respiro y, con voz quebrada, le respondió que su madre murió de cáncer, una de las tantas razones por las que no caía en ese vicio. La expresión de enojo en el rostro de Cristóbal
Nathan, en su celda, no conseguía deshacerse de ese nudo constante en el estómago provocado por sus propias reflexiones. Asimilaba la noticia de su próxima liberación, que le habían comunicado sus abogados y su padre. Era consciente de que aún quedaban algunos pasos antes de salir en libertad.Días posteriores, sus abogados le explicaron las condiciones de su liberación y se aseguraron de que comprendiera las restricciones que debía cumplir para evitar problemas futuros. Luego, en la oficina del alcaide, Nathan firmó los documentos necesarios para su salida, que incluían el acuerdo de cumplir con las condiciones impuestas. Más tarde, tuvo una breve reunión con el agente de libertad condicional, quien le explicó el tema de la supervisión una vez estuviera en libertad.Tres largas y agotadoras semanas después, llegó el anhelado día de su liberación.Nathan sin poder creerlo, recogió sus pertenencias personales y, escoltado por un guardia, caminó hacia la puerta de la prisión. Sus manos
Un incómodo silencio se instaló en el lugar. Jennifer, en un intento por aligerar el ambiente, preguntó a Nathan si deseaba que le sirviera más comida. Él negó con la cabeza; la expresión en su rostro reflejaba una mezcla de rabia e incomodidad. Su estómago se revolvía, y ni siquiera podía mirar en dirección a la madre de su hijo. Ariadna notó el cambio en su actitud, pero prefirió fingir que no lo había visto. Su hijo corría de un lado a otro, en tanto ella, cada cierto tiempo, revisaba su reloj de pulsera. Al pasar cuarenta minutos, anunció que debía marcharse. Urriaga insistió en que dejara al pequeño Adriel, pero ella se negó a su petición con la mayor amabilidad posible. —¿Acaso no tengo derecho a pasar más tiempo con mi hijo? —espetó Nathan, con un tono que dejaba clara su molestia. —El día del niño ya está organizado. Además, aquí hay mucho polvo —replicó ella, entre dientes; de verdad se esforzaba por mantener la calma con el padre de su hijo. —¿Solo por eso? Qué de
—¿Por qué no me dijiste nada? —Nathan le preguntó a su padre, con el ceño fruncido y el coraje en la garganta.—Ni yo me acordaba del asma —le respondió Urriaga con los ojos cerrados.—Sabe que no me refiero a eso —objetó Nathan, con el ceño fruncido y evidente fastidio—. ¿Cuánto tiempo tiene ese hombre con Ariadna?Urriaga dejó escapar un suspiro, se acomodó la camisa y confesó que no sabía con exactitud el tiempo que Ariadna y Lucas llevaban de relación.¿Cómo que no? Se supone que cuidabas a tu nieto —dijo Nathan, con incredulidad en la voz.El hombre se limpió el mentón con la mano.—Hijo, yo no tengo por qué meterme en las relaciones de Ariadna —murmuró Urriaga, en tanto apartaba un mechón de cabello canoso de su frente.¿Relaciones? ¿O sea que tuvo más? —replicó Nathan, consciente de la punzada incómoda en su pecho.—No sé y no me interesa. Ella es una mujer adulta y sabe lo que hace…Eso puede afectar a mi hijo —respondió Nathan, con los labios apretados y la mandíbula tensa.U
Después de avanzar por la avenida y revisar en los letreros los nombres de las calles, al fin se rindió y volvió a pedir indicaciones a los transeúntes. Su rostro se llenó de frustración al darse cuenta de que seguía una ruta contraria a donde quería llegar. Tras pasar treinta minutos, finalmente dio con el edificio color ladrillo y portón negro en la esquina de la calle siete. Tocó el timbre que tenía el número tres. En menos de cinco minutos, la puerta se abrió. Nathan se quedó parado con el rostro serio. En su interior, admiraba lo bien que lucía Ariadna sin una gota de maquillaje y con ropa casual. Ella, al verlo quieto, lo invitó a pasar. Él parpadeó varias veces seguidas y, fue detrás de ella por la angosta escalera. —El niño está dormido, no hagas mucho ruido —le pidió en cuanto entraron al departamento. —Bueno, lo voy a intentar —le dijo y tomó asiento en la barra de la cocina. Sus ojos recorrieron el lugar. El departamento era pequeño, medianamente amplio en co
Los días siguientes pudo ver a Adriel. Jugó con él y le dio muchos besos en sus regordetas mejillas. Una parte de su corazón aceptaba que probablemente jamás volvería a tener una interacción romántica con la madre de su hijo; aun así, las cosas no estaban perdidas. Tenía a su pequeño, que lo abrazaba con sus cortos brazos. Para el mundo, no era más que un exconvicto, embustero, traidor y mentiroso, pero Adriel lo miraba como si fuera el superhéroe más valeroso en la faz de la Tierra, y esa opinión le bastaba. Con la cabeza revuelta y los ojos hinchados debido a la falta de costumbre de la luz solar, se apresuró a buscar inspiración en medio de la calle. Después de las tres de la tarde, regresó a su departamento, y antes de que pudiera meter la llave en la puerta de seguridad del edificio, una voz lo hizo girarse. —Me puse tan feliz al saber que serías libre. Te extrañé mucho —le dijo Tania, mientras observaba que nadie estuviera cerca. —¿En serio? —replicó, con una ligera sonrisa
En medio de los ruidos que hacían los coches de su hijo al caer en el suelo, Ariadna trataba de concentrarse en la película. Miró de soslayo el rostro de Lucas, que a simple vista parecía perdido en la pantalla. —Lo siento —le susurró ella. A ella no le molestaban los juegos de su hijo, no obstante, entendía que para Lucas podía ser diferente. —Me dijiste que se iría con su papá —murmuró él, con el rostro serio, perdido en la pantalla. No tenía problemas con el niño, pero se suponía que habían llegado a un acuerdo. —Tuvo unos pendientes de último minuto. —¿Pendientes de qué? Ni siquiera trabaja —Lucas frunció el ceño y cruzó los brazos con evidente escepticismo. —Sí lo hace. —Lleva casi dos meses que salió de prisión, ¿de verdad alguien ya lo contrató? —Es un negocio propio y tiene cuatro meses ya casi cumple cinco —le dijo ella, sin querer darle mayores explicaciones. —¿Legal? —Sí —respondió tajante. Apretó los labios y no añadió otra cosa. —Me voy a dormir, mejor. —Él se le
—No puedo con esto. Ariadna frunció los labios; su respiración se aceleró. Las lágrimas se acumulaban en sus ojos. —¿Qué hago? —La pregunta hizo que sus labios temblaran. —Dame mi lugar, solo eso —Lucas golpeó ligeramente la mesa con sus manos. Ariadna mordió su labio inferior, bajó la mirada y susurró que lo sentía. —Voy a hablar con él —le aseguró enseguida a su pareja; sin embargo, su rostro seguía desencajado. —Espero que eso sea suficiente —dijo Lucas, pasándose la mano por el cabello oscuro. Ariadna lo observó desaparecer por la entrada de la sala. Su corazón latía con fuerza en su pecho. Comprendía la postura de Lucas. Nathan había superado su etapa depresiva y volvía a ser el de antes. Con sus bromas ácidas y coqueteos directos, consiguió incomodar a su pareja. Al principio, ella notaba los cambios de humor de Lucas y cómo poco a poco se alejaba sin decir nada. Así era él: reservado, callado y pacífico. No obstante, hasta la paciencia de la persona más tranquila tiene