Después de avanzar por la avenida y revisar en los letreros los nombres de las calles, al fin se rindió y volvió a pedir indicaciones a los transeúntes. Su rostro se llenó de frustración al darse cuenta de que seguía una ruta contraria a donde quería llegar. Tras pasar treinta minutos, finalmente dio con el edificio color ladrillo y portón negro en la esquina de la calle siete. Tocó el timbre que tenía el número tres. En menos de cinco minutos, la puerta se abrió. Nathan se quedó parado con el rostro serio. En su interior, admiraba lo bien que lucía Ariadna sin una gota de maquillaje y con ropa casual. Ella, al verlo quieto, lo invitó a pasar. Él parpadeó varias veces seguidas y, fue detrás de ella por la angosta escalera. —El niño está dormido, no hagas mucho ruido —le pidió en cuanto entraron al departamento. —Bueno, lo voy a intentar —le dijo y tomó asiento en la barra de la cocina. Sus ojos recorrieron el lugar. El departamento era pequeño, medianamente amplio en co
Los días siguientes pudo ver a Adriel. Jugó con él y le dio muchos besos en sus regordetas mejillas. Una parte de su corazón aceptaba que probablemente jamás volvería a tener una interacción romántica con la madre de su hijo; aun así, las cosas no estaban perdidas. Tenía a su pequeño, que lo abrazaba con sus cortos brazos. Para el mundo, no era más que un exconvicto, embustero, traidor y mentiroso, pero Adriel lo miraba como si fuera el superhéroe más valeroso en la faz de la Tierra, y esa opinión le bastaba. Con la cabeza revuelta y los ojos hinchados debido a la falta de costumbre de la luz solar, se apresuró a buscar inspiración en medio de la calle. Después de las tres de la tarde, regresó a su departamento, y antes de que pudiera meter la llave en la puerta de seguridad del edificio, una voz lo hizo girarse. —Me puse tan feliz al saber que serías libre. Te extrañé mucho —le dijo Tania, mientras observaba que nadie estuviera cerca. —¿En serio? —replicó, con una ligera sonrisa
En medio de los ruidos que hacían los coches de su hijo al caer en el suelo, Ariadna trataba de concentrarse en la película. Miró de soslayo el rostro de Lucas, que a simple vista parecía perdido en la pantalla. —Lo siento —le susurró ella. A ella no le molestaban los juegos de su hijo, no obstante, entendía que para Lucas podía ser diferente. —Me dijiste que se iría con su papá —murmuró él, con el rostro serio, perdido en la pantalla. No tenía problemas con el niño, pero se suponía que habían llegado a un acuerdo. —Tuvo unos pendientes de último minuto. —¿Pendientes de qué? Ni siquiera trabaja —Lucas frunció el ceño y cruzó los brazos con evidente escepticismo. —Sí lo hace. —Lleva casi dos meses que salió de prisión, ¿de verdad alguien ya lo contrató? —Es un negocio propio y tiene cuatro meses ya casi cumple cinco —le dijo ella, sin querer darle mayores explicaciones. —¿Legal? —Sí —respondió tajante. Apretó los labios y no añadió otra cosa. —Me voy a dormir, mejor. —Él se le
—No puedo con esto. Ariadna frunció los labios; su respiración se aceleró. Las lágrimas se acumulaban en sus ojos. —¿Qué hago? —La pregunta hizo que sus labios temblaran. —Dame mi lugar, solo eso —Lucas golpeó ligeramente la mesa con sus manos. Ariadna mordió su labio inferior, bajó la mirada y susurró que lo sentía. —Voy a hablar con él —le aseguró enseguida a su pareja; sin embargo, su rostro seguía desencajado. —Espero que eso sea suficiente —dijo Lucas, pasándose la mano por el cabello oscuro. Ariadna lo observó desaparecer por la entrada de la sala. Su corazón latía con fuerza en su pecho. Comprendía la postura de Lucas. Nathan había superado su etapa depresiva y volvía a ser el de antes. Con sus bromas ácidas y coqueteos directos, consiguió incomodar a su pareja. Al principio, ella notaba los cambios de humor de Lucas y cómo poco a poco se alejaba sin decir nada. Así era él: reservado, callado y pacífico. No obstante, hasta la paciencia de la persona más tranquila tiene
Lucas se quedó callado, su rostro rígido, se asemejaba al de una estatua, y de vez en cuando su vista se dirigía a Nathan.Sentía en la garganta una sensación de espinas que le impedía hablar. Sus hombros tensos y su respiración irregular se esforzaba por no delatarse.Ariadna explicó con un nudo en el estómago la situación. Nathan se levantó del sofá y se despidió de ellos, no sin antes disculparse si causó algún mal momento.Lucas le aseguró que no pasaba nada y se despidieron con un simple gesto con la cabeza.Al quedarse solos en la sala, Ariadna supo de qué trataría la discusión de los próximos treinta minutos.—En serio, no fue mi intención… te aseguro que todo tiene una explicación lógica.—No pasa nada —replicó Lucas con la mandíbula rígida—. Dejemos de discutir por esto.Ella posó sus ojos en la cara de Lucas y esbozó una sonrisa.—Bien. De verdad, no volverá a pasar un malentendido como este.Él forzó una sonrisa y le extendió la mano. Luego, los dos se dieron un suave beso
Una paz que no creyó necesitar se posó en su interior. De la propia boca de Estela escuchó el perdón que tanto ansiaba. Ahora que era padre, no quería ni imaginar una vida sin su hijo. Su tierna sonrisa estaba tatuada en su mente, y su voz infantil resonaba en su corazón. Las cosas en el ámbito económico no iban bien. El señor Milán advirtió que no continuaría con la inversión si no obtenía buenos resultados. Aunque a Tania le importaba poco, siempre y cuando compartieran la cama. Era soltero, y esas interacciones no interferían con las visitas de su hijo, así que no había problema. En medio de la noche, las dudas existenciales lo golpeaban. Vulnerable, Nathan buscaba escenarios que le ayudaran a salir de todo. De sus deudas, de sus problemas en general. Parte de su tortura eran las imágenes de Ariadna y Lucas. Él parecía ser un hombre “bueno”. Lo que le dijo su padre resultó cierto. Lucas no aparentaba ser un hombre problemático. Se movía por todos lados con una expresión de a
Al día siguiente, Nathan esperó con paciencia a que Ariadna le llevara a su hijo.Pasó una hora. La gente transitaba a su alrededor. Le llamó, le mandó mensajes todo con tal de comunicarse con ella, y su teléfono lo enviaba al buzón.Tuvo un mal presentimiento, por lo que decidió cerrar temprano e ir a buscarla al departamento.Se trasladó a toda prisa y, al llegar frente al edificio, oprimió el timbre en repetidas ocasiones. Su preocupación creció al no obtener respuesta.Con los hombros rígidos, se sentó en una esquina de concreto de una jardinera. Aunque intentaba pensar en qué hacer, sus pensamientos se volvían más pesimistas con cada minuto que pasaba.Miró la pantalla estrellada de su móvil y, justo iba a volver a marcar el número de Ariadna, su teléfono vibró.—¿Bueno? —respondió él con voz temblorosa.—Nathan, estoy en la avenida Prado, a unas cuatro calles de mi casa. Adriel tiene algo de temperatura y mucha congestión. Le dan nebulizaciones. Hoy no iré a trabajar.—Estoy af
Los siguientes días transcurrieron con rapidez. Ariadna notaba que la relación con Lucas se deterioraba. Pasaron de comentarios ácidos a verdaderos insultos, y aunque no utilizaban palabras altisonantes, el respeto se desvanecía en cada discusión. Ella podía aceptar muchas cosas. Que la llamara distraída, incluso le daba la razón respecto a lo mucho que él le ayudó a nivel laboral, pero las acusaciones sobre la importancia que le daba a su hijo estaban totalmente fuera de lugar. Jamás le ocultó la verdad. Desde el primer día en que su amistad comenzó a fortalecerse, le habló acerca de su hijo y del difícil proceso de su separación. Ahora, con cada uno de sus reclamos, Lucas se mostraba ofendido, parecía que ella hubiera sido deshonesta. Una madre soltera malvada que hizo todo por quedarse con él y conseguirle un padrastro a su hijo, ese era el cuento que manejaba. Ariadna podría estar muy agradecida por todo su apoyo, pero no era tonta, y mucho menos dejada, especialmente cuando se