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2 meses después… — ¿Y bien, Elizabeth? ¿Cómo te sientes? ¿Estás lista para volver a São Paulo? — le preguntó la psicóloga aquella última tarde en la que se verían. Tuvo un escalofrío. No porque no estuviese lista… sino por todo a lo que había tenido que enfrentarse para llegar a ese punto. Mostró una sonrisa. — No puedo evitar sentirme nerviosa. La mujer le devolvió el gesto. Estaban sentadas la una frente a la otra. — Es completamente normal — le dijo —. ¿Recuerdas nuestra primera consulta? Se recordó hecha pedazos, con miedo al futuro y a sí misma... a no volver a ser ella, a quedarse atrapada en ese oscuro pasado y a que la sombra de Renato no la dejara nunca en paz. — Escucho su voz en mi cabeza — recordó haberle dicho. Había tenido que armarse de un necesario valor para hacerlo. La mujer asintió, paciente. — ¿Y qué te dice esa voz? — Cosas horribles, y ha empeorado desde que… — bajó la mirada, sin poder continuar. — Decidió quitarse la vida en frente de ti porque querí
— ¿Beth? — él la miró extrañado y la instó a continuar. En eso, se acercó Dalia. Elizabeth la examinó de arriba hacia abajo, después apartó la mirada. Leonas notó que Dalia todavía tenía puesta una camisa de él. M****a. Cerró los ojos por un segundo. — Elizabeth… — Iré por Raquel. He estado loca por pasar tiempo con ella — dijo con una sonrisa apagada, intentando restarle importancia a la situación. Y sin esperar a que él la detuviera, caminó hasta la casa. — ¿Está todo bien? — le preguntó Dalia en cuanto se quedaron solos. — Dalia, tienes que… — torció el gesto. La mujer arrugó la frente. Miró hacia la dirección en la que había desaparecido Elizabeth y después a él. Comprendió inmediato. — Dios, ¿es ella? — preguntó, avergonzada — ¿Es… Elizabeth? — Leonas asintió —. Dios, seguro imaginó lo peor. Yo… lo mejor será que me vaya, ¿verdad? Él se encogió de hombros. — ¿Estarás bien? — Sí, llamé a una amiga. Vendrá por mí. Justo venía a avisarte. Leonas asintió y la despidió co
Unas semanas después… Tener que adaptarse a vivir juntos no fue nada complicado. Raquel lo hacía demasiado fácil. Los despertaba con brincos en la cama cada mañana y los tenía activos todo el día esperando que igualaran sus energías. Elizabeth parecía otra. Estaba renovada. Lo que la convertía en una mejor madre para su hija y la mujer con la que Leonas merecía compartir su vida. Una noche, en complicidad, padre e hija planearon una cena romántica en el jardín. Él se vistió de esmoquin y ella de chef profesional. Lo que arrancó una contagiosa carcajada de Elizabeth en cuanto bajó las escaleras y apareció en el jardín, con aquel precioso vestido rojo que él había dejado en la cama de ambos con una pequeña nota que decía. “Úsame esta noche” — ¿Qué es todo esto? — Usted, señora, y yo, hemos sido cordialmente invitados a probar el nuevo platillo, especialidad de la chef. — ¡Esa soy yo! — alzó el dedo, con su gorrito blanco que le quedaba divino. Elizabeth les siguió el juego. — ¿
— Señor, esta es la mujer que lleva meses buscando — Leonas Ferreira, el secretario y jefe de seguridad de Santos, le extendió un documento de varias páginas sobre el escritorio — Su nombre completo es Ana Paula Almeida. Hija de madre soltera. Su padre las abandonó antes de que nacieran.Santos alzó la vista.— ¿Plural?— Sí, señor. Tiene una hermana gemela, pero hace años que no hay comunicación entre ellas.— ¿Y te aseguraste de que esto no se trate de una confusión y estemos acusando a la hermana equivocada? — no quería errores a la hora de arremeter contra la asesina de su hermano.— Lo hice, señor, pero efectivamente la joven que busca es Ana Paula. Ha tenido varios problemas con la ley por robos menores a tiendas y chantaje. Su nombre figura en la base de datos policial. Es la misma mujer que intentó estafar a su hermano.Santos asintió y cruzó las manos sobre el escritorio.— Cuéntame sobre esa hermana gemela. ¿Por qué razón no existe comunicación entre ellas?— Eso no lo sé, s
Ana Paula ahogó un jadeo de impresión ante el espécimen masculino de metro noventa que se plantó frente a ella y la miró con esos poderos ojos azules.— ¿De quién es ese hijo? — fue lo primero que preguntó Santos Torrealba al tenerla a un endemoniado metro de distancia.Ana Paula dio un paso hacia atrás y se llevó las manos de forma protectora a su vientre.— ¿Perdona…? — consiguió preguntar, sin comprender quién era ese hombre o que quería de ella.— Me escuchaste bien. ¿De quién es ese hijo que tienes allí dentro? — señaló con gesto despectivo su vientre.— Es mío.Santos rio sin gracia y echó mano a su bolsillo antes de sacar el móvil y llevárselo a la oreja.— ¿Cuánto demorará la policía en llegar?Cuando Ana Paula escuchó aquellas palabras, sus ojos se abrieron de par en par y su corazón latió desmesuradamente dentro de su caja torácica. Se sintió aterrada, y sin saber por qué, intentó huir, pero ese hombre era más rápido y fuerte y la detuvo a unos metros.Ella chilló.— ¡No me
Ana Paula se dejó caer en el colchón de su cama con gesto asombrado y asustado.Muerto.Cesar estaba… muerto.Se llevó una mano al vientre y otra la boca. Dios. ¿Cómo y cuándo había sucedido? ¿Fue después de haberle dejado esa carta? ¿Cómo murió? ¿Dónde estaba enterrado su cuerpo? Y sobre todo… ¿Por qué ese hombre la acusaba de ser su asesina?Tantas preguntas y tan pocas respuestas.¿Y ahora… que se supone que haría? ¿Y si intentaba escapar? No… ¿Por qué haría tal cosa? Ella no había cometido ningún delito, pero él insistía en que sí y se notaba que tenía mucho poder. ¿Cómo se defendería si ni siquiera tenía para comer correctamente?Se asomó por la ventana. Un auto negro con vidrios tinturados estaba parqueado a los pies de aquel viejo edificio.Resignada. Suspiró. No sabía lo que le deparaba el destino.Santos Torrealba se deslizó dentro del auto con gesto enfurecido.— ¿Cómo carajos pudiste pasar esto por alto, Leonas? ¡Esa mujer está embarazada y es muy probable que sea de mi her
Media hora después, llegaron al hospital. Su amigo Bruno se había encargado de tener todo listo para recibirlos. — Bájate y deja tus cosas aquí — le ordenó. — Prefiero llevarlas conmigo — replicó ella. — No te estoy poniendo a elegir. Bájate y deja tus cosas aquí — repitió, ahora con más autoridad. Ana Paula lo miró como si le lanzara dardos invisibles, pero eso a él no le daba más que igual. No le compraba el teatrito de señorita ofendida, así que la tomó por el antebrazo y la obligó a caminar. — Suéltame, me estás lastimando — se quejó la muchacha, con ojos rojos. Santos no acostumbraba a ser un hombre prepotente, mucho menos un abusador. — Entonces camina y acabemos con esto rápidamente. — Podríamos evitarnos todo esto. Cesar no es el padre de mi hijo — mintió, quizás así podría librarse de lo que ese cruel hombre tenía planeado para ella. Él entornó los ojos. — ¿Entonces por qué ayer diste a entender que sí? ¿Por qué me dijiste que no permitirías que Cesar te quitara a tu
Rápido, comenzó a planearlo todo. Esperó a que estuviese de noche y que él se fuera. Ya sabía de la rutina de la cocinera, así que eso no sería un problema, solo debía evitar a los dos escoltas y conseguir salir de ese lugar.Cuando se hicieron las diez, se asomó por la puerta para comprobar que todo estuviese en penumbras como las noches anteriores. Enseguida tomó sus pertenencias y salió en puntillas, aguardando silenciosa detrás de un pilar a que los guardias se distrajeran.No pasaron más de diez minutos cuando uno de ellos dijo que necesitaba ir al aseo, así que el otro tomó su lugar.Ese era su momento.Ana Paula aprovechó la oscuridad del apartamento para escabullirse y llegar a la puerta, ignorando que el hombre descubrió su reflejo en una de las ventanas.— ¡Señorita, deténgase ahí!Ana Paula contuvo la respiración y se giró con los ojos abiertos.No, no… si no podía huir en ese momento, no podría hacerlo después, estaba segura, así que cuando el hombre se acercó y la tomó de