Ana Paula ahogó un jadeo de impresión ante el espécimen masculino de metro noventa que se plantó frente a ella y la miró con esos poderos ojos azules.
— ¿De quién es ese hijo? — fue lo primero que preguntó Santos Torrealba al tenerla a un endemoniado metro de distancia.
Ana Paula dio un paso hacia atrás y se llevó las manos de forma protectora a su vientre.
— ¿Perdona…? — consiguió preguntar, sin comprender quién era ese hombre o que quería de ella.
— Me escuchaste bien. ¿De quién es ese hijo que tienes allí dentro? — señaló con gesto despectivo su vientre.
— Es mío.
Santos rio sin gracia y echó mano a su bolsillo antes de sacar el móvil y llevárselo a la oreja.
— ¿Cuánto demorará la policía en llegar?
Cuando Ana Paula escuchó aquellas palabras, sus ojos se abrieron de par en par y su corazón latió desmesuradamente dentro de su caja torácica. Se sintió aterrada, y sin saber por qué, intentó huir, pero ese hombre era más rápido y fuerte y la detuvo a unos metros.
Ella chilló.
— ¡No me haga nada, por favor! ¡No tengo dinero!
Santos arrugó la frente y la soltó de mala gana, como si su contacto le asqueara.
— ¿Qué te pasa, loca? Tú no tienes nada en lo que yo pueda estar interesado — espetó tajante y dio un paso hacia ella, acorralándola contra el portón del edificio y su cuerpo. Ana Paula contuvo la respiración — ¿Sabes que la policía ya viene por ti?
— No sé de qué habla, yo no hice nada.
Él sonrió sin gracia.
— ¿Entonces por qué intentaste huir, eh? ¿Por qué te asustaste? ¿Cometiste un delito? ¿Robaste, o… asesinaste a alguien?
Sin saber de dónde sacó fuerzas, Ana Paula lo empujó.
— ¿Cómo se atreve? ¡Yo no soy una ladrona! ¡Mucho menos una asesina! — se defendió con orgullo — Déjeme en paz, no sé quién sea ni a quien busca, pero esa persona no soy yo.
Se dio la media vuelta, molesta y dispuesta a irse. Ya había perdido el día de trabajo por culpa de ese hombre.
— ¿El hijo que esperas es de Cesar?
Ella se quedó helada por largos segundos antes de darse la vuelta.
— ¿Qué ha dicho? — apenas le salió voz.
Santos entornó los ojos. Por esa expresión, no se lo esperaba. Cerró los puños. Contenido.
— No te hagas, me escuchaste bien. ¿El hijo que esperas es de Cesar?
— ¿Tú como sabes de eso? ¿Lo conoces? ¿Él te envió? — preguntó, sin poder evitar mostrarse recelosa. Todos esos meses no había querido saber de ella. ¿Por qué ahora sí? ¿Qué buscaba? ¿Quería quitarle a su hijo?
No. No lo iba a permitir.
Santos miró a Ana Paula como si le hubiesen salido dos cabezas. ¿Era tan descarada para fingir que no sabía que Cesar estaba muerto?
— Eres una cínica — gruñó, negando con la cabeza — ¿En serio vas a fingir?
— ¿Fingir qué? No sé de qué habla, pero algo si le digo — alzó el dedo, señalando como una fiera — Si Cesar quiere quitarme a este hijo, tendrá que pasar por encima de mi cadáver. Él me abandonó.
«¿Quién se creía que era?» Pensó Santos, tomándola de la mano con la cual osaba señalarlo.
— A mí no me amenaces, no sabes el daño que puedo proporcionarte si me lo propongo, además, no quiero escuchar que insultas la memoria de Cesar. ¡Él jamás habría abandonado a una mujer con su hijo en su vientre! — no mentía, tenía tanto poder como para acabar con ella en cuestión de una chasqueada de dedos, pero ahora las cosas se le habían volteado y tenía que pensar en lo que debía hacer, porque si esa criatura era sangre de su sangre, no podía dejarla a su suerte. Era lo que habría querido su tan querido hermano, con quien había compartido toda su vida y eran tan unidos hasta que esa… lo llevó a la muerte — ¿Dónde podemos hablar en privado?
Ella se soltó de mala gana.
— Yo no tengo nada que hablar con usted, salvo lo que ya le dije. ¡Dígale a Cesar qué…!
— ¡Deja de fingir, carajo! ¡Deja de fingir de una buena vez! ¡Cesar está muerto! — bramó, zarandeándola por los brazos.
Ana Paula ahogó un grito de horror, y se quedó petrificada. Por su lado, a Santos le seguía pareciendo increíble lo buena actriz que era.
— ¿Muerto…? ¿Cesar está… muerto? — Dios, su bebé nunca tendría la oportunidad de conocer a su progenitor.
— ¡Ya fue suficiente con tu teatrito, Ana Paula Almeida, lo sé todo de ti y sé que mataste a Cesar! La policía está a punto de llegar, así que vamos a un lugar privado en el que podamos llegar a un acuerdo o entonces tendrás que dar a luz y educar a ese hijo tras las rejas.
Evidentemente, eso era algo que ninguno de los dos quería. Y aunque Ana Paula sabía que era inocente de lo que ese hombre cruel la estaba acusando, se notaba que tenía mucho poder, y ella por proteger a su hijo era capaz de cualquier cosa… cualquier cosa.
— ¿Y bien? — insistió él — No tengo toda la paciencia del mundo para ti.
— Yo vivo aquí, podemos subir y hablar en privado como quieres.
— Muy bien, te sigo — hizo un gesto con la mano para que caminara.
El lugar estaba en condiciones deplorables, así mismo la caja con puerta en la que vivía, y la llamó así porque apenas era un espacio pequeño en el que entraba una cama de una pieza, una cocina pequeña y un viejo tocador.
Le asombró que todo estuviese perfectamente limpio y en su sitio.
— ¿Lo que dices es cierto? ¿Cesar… está muerto?
Santos se giró. Se había quedado sombrado con el lugar.
— Las preguntas aquí las hago yo. Y te agradezco que ya dejes de hacerte la sorprendida con la noticia porque estoy perdiendo la poca paciencia que me queda.
— Yo… no lo maté — aseguró, y por un momento, al mirarla a los ojos, él creyó que estaba siendo sincera.
Rápido apartó esa idea de su cabeza.
— Tengo suficientes pruebas en tu contra.
— ¿Pruebas? ¿Qué pruebas? Muéstramelas — replicó
— Yo no tengo por qué mostrarte nada, menos cuando sé la clase de… — la miró despectivamente — mujer que eres.
Ella suspiró, resignada. Ese hombre estaba convencido de que ella había matado a Cesar.
— Querías hablar en privado — murmuró.
Él asintió.
— Dices que el hijo que esperas es de Cesar.
— Pero yo no quiero nada, lo sacaré adelante sola.
Santos rio. Claro, ahora se hacía la muy digna. Pero a él no iba a embaucarlo.
— Me importa poco lo que tú quieras, pero si esa criatura es de Cesar, no puedo permitir que crezca en un lugar como este.
Ella retrocedió, aterrorizada. Y su rostro se puso tan blanco como el papel.
— ¡No permitiré que me quiten a mi hijo!
— Eso no lo decides tú, y hasta que compruebe que lo que dices es verdad y ese hijo no es de algún amante, entonces harás lo que yo te diga.
— ¿Y… si me niego? — preguntó con temor, no estaba segura de querer escuchar la respuesta. Ese comenzaba seriamente a aterrarla.
— Tendrías a la policía aquí en menos de cinco minutos, y entonces no tendrás derecho a mis opciones sobre ese hijo.
— ¿Por qué tendría que creer que lo que dices es cierto? — preguntó titubeante — Yo puedo demostrar que soy inocente.
— ¿Ah, sí? ¿Y cómo lo harás? Dudo mucho que tengas un abogado o cómo pagarlo.
Ana Paula se sintió hundida.
— ¿Quién eres tú? ¿Por qué tienes tanto interés en mi hijo?
— Será la única pregunta que vaya a responderte. Si por las venas de esa criatura… — señaló su vientre. Ella pegó la espalda de la pared — corre sangre Torrealba, nacerá y se criará como uno.
— Pero… ¿A ti por qué podría interesarte si dices que Cesar está muerto?
— Te dije que era la última pregunta — sentenció antes de encaminarse a la puerta. Con la manija en la mano, la miro por última vez — Te quedarás aquí y no saldrás hasta que yo venga por ti a primera hora del día. Ah, y no intentes escapar, porque te encontraré y entonces la pasarás muy mal.
Ana Paula sintió un terrible escalofrío recorrer su cuerpo entero.
Ana Paula se dejó caer en el colchón de su cama con gesto asombrado y asustado.Muerto.Cesar estaba… muerto.Se llevó una mano al vientre y otra la boca. Dios. ¿Cómo y cuándo había sucedido? ¿Fue después de haberle dejado esa carta? ¿Cómo murió? ¿Dónde estaba enterrado su cuerpo? Y sobre todo… ¿Por qué ese hombre la acusaba de ser su asesina?Tantas preguntas y tan pocas respuestas.¿Y ahora… que se supone que haría? ¿Y si intentaba escapar? No… ¿Por qué haría tal cosa? Ella no había cometido ningún delito, pero él insistía en que sí y se notaba que tenía mucho poder. ¿Cómo se defendería si ni siquiera tenía para comer correctamente?Se asomó por la ventana. Un auto negro con vidrios tinturados estaba parqueado a los pies de aquel viejo edificio.Resignada. Suspiró. No sabía lo que le deparaba el destino.Santos Torrealba se deslizó dentro del auto con gesto enfurecido.— ¿Cómo carajos pudiste pasar esto por alto, Leonas? ¡Esa mujer está embarazada y es muy probable que sea de mi her
Media hora después, llegaron al hospital. Su amigo Bruno se había encargado de tener todo listo para recibirlos. — Bájate y deja tus cosas aquí — le ordenó. — Prefiero llevarlas conmigo — replicó ella. — No te estoy poniendo a elegir. Bájate y deja tus cosas aquí — repitió, ahora con más autoridad. Ana Paula lo miró como si le lanzara dardos invisibles, pero eso a él no le daba más que igual. No le compraba el teatrito de señorita ofendida, así que la tomó por el antebrazo y la obligó a caminar. — Suéltame, me estás lastimando — se quejó la muchacha, con ojos rojos. Santos no acostumbraba a ser un hombre prepotente, mucho menos un abusador. — Entonces camina y acabemos con esto rápidamente. — Podríamos evitarnos todo esto. Cesar no es el padre de mi hijo — mintió, quizás así podría librarse de lo que ese cruel hombre tenía planeado para ella. Él entornó los ojos. — ¿Entonces por qué ayer diste a entender que sí? ¿Por qué me dijiste que no permitirías que Cesar te quitara a tu
Rápido, comenzó a planearlo todo. Esperó a que estuviese de noche y que él se fuera. Ya sabía de la rutina de la cocinera, así que eso no sería un problema, solo debía evitar a los dos escoltas y conseguir salir de ese lugar.Cuando se hicieron las diez, se asomó por la puerta para comprobar que todo estuviese en penumbras como las noches anteriores. Enseguida tomó sus pertenencias y salió en puntillas, aguardando silenciosa detrás de un pilar a que los guardias se distrajeran.No pasaron más de diez minutos cuando uno de ellos dijo que necesitaba ir al aseo, así que el otro tomó su lugar.Ese era su momento.Ana Paula aprovechó la oscuridad del apartamento para escabullirse y llegar a la puerta, ignorando que el hombre descubrió su reflejo en una de las ventanas.— ¡Señorita, deténgase ahí!Ana Paula contuvo la respiración y se giró con los ojos abiertos.No, no… si no podía huir en ese momento, no podría hacerlo después, estaba segura, así que cuando el hombre se acercó y la tomó de
Ana Paula sabía de la familia de Cesar lo único que él le había contado, que creció bajo el seno de una familia amorosa y tenía dos hermanos a quienes quería con locura y por quienes estaba dispuesto a dar su vida. Jamás imaginó que uno de esos hermanos se tratara del hombre con el que acababa de contraer matrimonio. El tío de su propio hijo. ¡Dios mío, el tío de su propio hijo! — ¿Po… por qué no me dijo algo así? — cuestionó ella, horrorizada, cuando estuvieron solos. — No creí que fuese una información importante — Santos miró a su reciente y joven esposa con ojos entornados. Ella retrocedió un paso y negó con la cabeza. — Por eso tanta insistencia en mi hijo — musitó. Ah, qué tonta había sido. ¿Cómo no pudo sospecharlo? ¿Cómo no pudo darse cuenta del parecido que existía entre él y el padre de su hijo? — Ese niño llevará el apellido Torrealba como corresponde, y por favor, no te hagas la muy correcta ahora, ni que fuese a compartir la cama contigo — le dijo de forma despectiv
Una vez que Ana Paula se instaló en una de las habitaciones y Santos saludó a su familia, su madre volvió a interceptarlo antes de que se encerrara en el despacho, como acostumbraba a hacer cuando quería evadir un tema. — Santos, hijo… creo que me debes una que otra explicación. — Ya no soy un adolescente, madre, ya no debo consultarte mis decisiones. — Eso lo sé, pero al menos pudiste decirnos que ibas a casarte y te habríamos acompañado en una fecha tan importante. Ni siquiera sabíamos que tenías una novia. ¿Dónde la conociste? ¿Cuánto tiempo llevan juntos? Santos se detuvo abruptamente frente a la puerta y se giró para encarar a su madre. — Lo único que tienes que saber de Ana Paula es que es mi esposa y punto, no hay nada más, madre — zanjó, dándole la espalda. — ¡Santos Torrealba, detente ahora mismo! — exigió la mujer. Pocas eran las veces que ejercía su autoridad como madre. — ¿Y ahora qué? — No quise comentarte nada hasta que tú lo hicieras, pero… esa muchacha está emba
— Querido. ¿Está tu esposa bien? — preguntó Laura Torrealba, la abuela del CEO, cuando acabaron de comer — La noté un poco pálida. Todos alzaron la vista. — Es cierto, hermano, se le veía un poco mal. ¿Quizás debas llamar al médico? — Ana Paula solo está cansada, han sido días complicados para nosotros — espetó con seriedad — Pero si llega a ser necesario, llamaré a Bruno. — Sería una buena idea, aunque… — De mi esposa me encargaré yo — se incorporó, un tanto molesto. Odiaba que se preocuparan por ella más de la cuenta, sobre todo porque no tenían ni la más mínima idea de quién era en realidad — Con permiso, buenas noches. Se retiró sin decir más. Subió las escaleras con la intención de ir a su habitación y ver si lograba descansar; sin embargo, no pudo evitar detenerse frente a la puerta de su esposa. Tomó la manija entre sus dedos, apoderado por ese instinto automático que últimamente no lo dejaba en paz. Iba a abrir cuando escuchó el rumor de un sollozo en el interior. Sus oj
Ana Paula gimió de sorpresa, y un segundo después, de aceptación. No supo cómo poner resistencia, tampoco estuvo segura de querer hacerlo, lo cierto es que tan pronto esa lengua filosa se hizo de su boca, todas sus defensas cayeron. Se alzó en puntillas. Santos no pasó desapercibida esa reacción, tampoco la suya propia, pues aunque deseaba poner fin a aquel beso, su cuerpo respondía de una forma distinta. La pegó más a él, y con su mano libre, apretó uno de sus mulos por encima de la tela de aquella bata, deseando explorar más allá de sus hilos. La recorrió entera, y con áspera delicadeza, acunó uno de sus pechos. Buscó el otro. Eran del tamaño de perfecto. Encajaban en sus palmas como si estos hubiesen sido diseñados para ser eternamente adorados por él. Con el juicio completamente nublado, le bajó los tirantes para liberarlos y así poder sentir la carne suave entre sus manos. Ana Paula volvió a gemir. Tenía los ojos cerrados y sintió que flotaba, pero, de repente, la burbuja se
— Santos Torrealba, te guste o no, esta muchacha es parte de nuestra ahora. Tu familia. Te casaste con ella, por amor a Dios. ¿Por qué te comportas de manera tan fría? — Madre… — No, me vas a escuchar. Sé que ya eres lo suficientemente adulto como para tomar tus decisiones, pero… ¿Por qué te casaste con ella si la ibas a tratar así? ¿Es por el hijo que esperan? ¿Es eso lo único que los une? — Madre, basta ya, por favor. ¿Quieres? — suspiró, hastiado y miró a través de la ventana del despacho que daba con una parte del jardín. — No, no quiero. En el servicio hay rumores de que no durmieron juntos en tu habitación. Yo misma la llevé a la tuya creyendo que una de las mucamas se había equivocado y… — Espera. ¿Qué has dicho? — preguntó, ahora mirándola — ¿Tú llevaste a Ana Paula a mi habitación? — Por supuesto que lo hice, es tu esposa — respondió orgullosa. Santos se pellizcó el entrecejo y exhaló profundo mientras negaba con la cabeza. Carajo. Entonces que Ana Paula estuviese en su