Rápido, comenzó a planearlo todo. Esperó a que estuviese de noche y que él se fuera. Ya sabía de la rutina de la cocinera, así que eso no sería un problema, solo debía evitar a los dos escoltas y conseguir salir de ese lugar.
Cuando se hicieron las diez, se asomó por la puerta para comprobar que todo estuviese en penumbras como las noches anteriores. Enseguida tomó sus pertenencias y salió en puntillas, aguardando silenciosa detrás de un pilar a que los guardias se distrajeran.
No pasaron más de diez minutos cuando uno de ellos dijo que necesitaba ir al aseo, así que el otro tomó su lugar.
Ese era su momento.
Ana Paula aprovechó la oscuridad del apartamento para escabullirse y llegar a la puerta, ignorando que el hombre descubrió su reflejo en una de las ventanas.
— ¡Señorita, deténgase ahí!
Ana Paula contuvo la respiración y se giró con los ojos abiertos.
No, no… si no podía huir en ese momento, no podría hacerlo después, estaba segura, así que cuando el hombre se acercó y la tomó del brazo para evitar que se marchara, ella lo mordió con todas sus fuerzas, sintiendo el extraño sabor metálico de la sangre en su boca.
— ¡Ah! — el hombre gritó y la soltó por inercia, entonces ella echó a correr hasta el ascensor y esperó impaciente hasta que se abriera en recepción.
Siguió corriendo. La brisa de temporada chocó con su cuerpo cuando salió a la calle. Todo estaba solo. No sabía a donde iría. No tenía a nadie y a su apartamento ya no podría volver, pero no se detuvo… al menos no hasta que chocó contra un cuerpo firme y grande.
— ¿A dónde vas muñequita? — preguntó el portador de aquella, un hombre que rebasaba el metro ochenta y la miraba a ella como una presa — Tú y tu bastardo se han puesto en bandeja de plata para mí.
A pesar de la oscuridad de la noche, los focos de algunos pocos autos iluminaron el rostro del hombre, y Ana Paula entornó; asustada, los ojos, como si su mente quisiera decirle algo y ella hubiese visto antes a ese hombre.
Rápido desechó esa idea cuando el misterioso hombre intentó capturarla, el instinto de Ana Paula otra vez se activó, y peleó con él todo lo que pudo, arañándolo y empujándolo hasta doblegarlo por un golpe en sus genitales.
— ¡Ah, zorra barata! — le gritó al tiempo que ella corría de regreso, hasta encontrarse frente a frente con los escoltas que habían salido a buscarla.
Mientras tanto, en algún lado de São Paulo, Santos Torrealba miraba las luces de la ciudad desde la oficina de la empresa familiar en un alto piso.
Eran casi las once cuando Leonas entró a la oficina con gesto preocupado. A esa hora solo quedaban ellos dos en el edificio.
— Señor, uno de mis hombres me ha informado que… la joven intentó escapar.
El CEO se giró.
— ¿Cómo que ha intentado escapar?
Leonas se encogió de hombros. Él tampoco comprendía.
— Pero eso no es lo peor.
— ¿Qué pasó? Habla.
— Alguien quiso hacerle daño a ella y a la criatura, o al menos eso es lo que la joven contó.
Sus ojos se abrieron y un sentimiento de preocupación lo asaltó.
— ¿Logró hacerles daño? ¿Ella y el bebé están bien? ¡Responde, carajo!
— Sí, señor, pero al parecer está aterrada y no deja de llorar.
Sin perder tiempo, tomó su saco y se dirigió al apartamento. Leonas terminó de relatarle los hechos.
Ella estaba sentada en un sofá con la mirada gacha e hipaba asustada. Ana Paula se incorporó en cuanto lo vio.
— ¿Estás bien? — era lo primero que necesitaba corroborar él. La despreciaba, pero llevaba en su vientre a una criatura que podría ser su sobrino.
— Sí, yo…
Él ni siquiera la dejó terminar cuando la tomó del brazo con braveza y la arrastró a la biblioteca. Leonas ordenó a todo el mundo que volviera a lo suyo.
— ¿En qué diablos estabas pensando, eh? — reprendió Santos a Ana Paula tras cerrar la puerta y soltarla de mala gana.
Ella lo miró con esos tiernos ojos grises. Estaban rojos por las lágrimas. Sintió impotencia por su plan fallido.
— ¡Que sepas que no voy a casarme contigo!
El CEO Torrealba la miró con ojos entornados y rio.
— Así que además de cínica, acostumbras a escuchar conversaciones ajenas.
— Piensa lo que quieras, no puedes retenerme aquí — le pasó rabiosa por el lado, pero él la detuvo del codo y la pego fieramente a él.
Ana Paula tuvo que alzar la vista para poder mirarlo. Él era poderosamente alto.
— ¿Y qué harás allí fuera? Ya me enteré de que el tipo que quiso hacerte daño también lo quiso hacer con tu hijo. ¿Quieras salir y exponerte? Muy bien, ve, no me sorprendería que además de asesina fueses tan terrible madre — espetó soberbio.
Ana Paula apretó los dientes y lo miró con rabia.
— ¿Qué es lo que quieres de mí?
— De ti nada. Y agradece que es tu boleto de libertad, porque si fuese por mí, ya estarías tras las rejas.
— Yo no hice nada de lo que me acusas — le dijo en voz baja, ya se sentía vencida.
— Tu palabra para mí no tiene validez — espetó y se pellizcó hastiado el puente de la nariz — Escucha, Ana Paula, conmigo no tienes más opciones, y si tienes un poco de cariño por tu propio hijo, harás lo que yo te diga por su bien.
Después salió de allí sintiendo que hervía. Ordenó a Leonas que averiguara quién era el tipo que intentó hacerle daño a Ana Paula y cuáles eran sus motivos.
— Mañana a primera hora me pongo en ello, señor.
Veinte días después, en los que Ana Paula y Santos cada que vez que se veían solo podían discutir, llegaron los análisis de paternidad.
Ella estaba tranquila, pues sabía de sobra los resultados.
Santos abrió el sobre en sus narices, sorprendido por esa serenidad que observaba en ella.
“99.99% de compatibilidad”
No dijo ni una sola palabra. Tan solo dobló el sobre nuevamente y lo guardó en el bolsillo de su saco.
— Vendré por ti en media hora — dijo camino a la puerta.
— ¿A dónde vamos? — quiso saber, pero él no respondió.
Después de ducharse, alguien llamó a la puerta.
— Esto lo envía el señor para usted, debe ponérselo y bajar cuando esté lista — le dijo uno de los escoltas.
Ella solo asintió y cerró la puerta, extrañada. Luego abrió el cierre de la funda y ahogó un jadeo al descubrir un vestido blanco de novia.
Santos miró el reloj, impaciente. ¿Quién se creía que era para hacerlo esperar? Se preguntó al tiempo que alzaba la vista y la veía bajar del ascensor del edificio, enfundada en aquel vestido corto de novia.
— Ya… estoy lista — dijo ella con voz tímida al acercarse. Después de pensarlo, sabía que estaba atrapada y que su única opción era ceder a lo que ese hombre quería.
Con gesto indiferente, el CEO apartó la mirada, sin saber por qué experimentó un extraño cosquilleo al verla vestida así, Abrió la puerta trasera.
Minutos más tarde llegaron al lugar en el que contraerían matrimonio de forma imprevista. En la habitación solo se encontraban ellos dos en compañía de los testigos: Bruno y Leonas.
Firmaron lo correspondiente e intercambiaron los anillos.
— Señor y señora Torrealba, legalmente los declaro, marido y mujer — cuando el oficiante pronunció aquellas palabras, algo hizo mucho ruido en la cabeza de Ana Paula.
Miró a su marido con horror
— ¿Torrealba? ¿Tú eres… familia de cesar?
— Sí, el hijo que llevas en tu vientre es mi sobrino — confesó al fin, y el corazón de Ana Paula se detuvo por una milésima de segundo.
Dios Santo… había sido obligada a casarse con el hermano de su ex.
Ana Paula sabía de la familia de Cesar lo único que él le había contado, que creció bajo el seno de una familia amorosa y tenía dos hermanos a quienes quería con locura y por quienes estaba dispuesto a dar su vida. Jamás imaginó que uno de esos hermanos se tratara del hombre con el que acababa de contraer matrimonio. El tío de su propio hijo. ¡Dios mío, el tío de su propio hijo! — ¿Po… por qué no me dijo algo así? — cuestionó ella, horrorizada, cuando estuvieron solos. — No creí que fuese una información importante — Santos miró a su reciente y joven esposa con ojos entornados. Ella retrocedió un paso y negó con la cabeza. — Por eso tanta insistencia en mi hijo — musitó. Ah, qué tonta había sido. ¿Cómo no pudo sospecharlo? ¿Cómo no pudo darse cuenta del parecido que existía entre él y el padre de su hijo? — Ese niño llevará el apellido Torrealba como corresponde, y por favor, no te hagas la muy correcta ahora, ni que fuese a compartir la cama contigo — le dijo de forma despectiv
Una vez que Ana Paula se instaló en una de las habitaciones y Santos saludó a su familia, su madre volvió a interceptarlo antes de que se encerrara en el despacho, como acostumbraba a hacer cuando quería evadir un tema. — Santos, hijo… creo que me debes una que otra explicación. — Ya no soy un adolescente, madre, ya no debo consultarte mis decisiones. — Eso lo sé, pero al menos pudiste decirnos que ibas a casarte y te habríamos acompañado en una fecha tan importante. Ni siquiera sabíamos que tenías una novia. ¿Dónde la conociste? ¿Cuánto tiempo llevan juntos? Santos se detuvo abruptamente frente a la puerta y se giró para encarar a su madre. — Lo único que tienes que saber de Ana Paula es que es mi esposa y punto, no hay nada más, madre — zanjó, dándole la espalda. — ¡Santos Torrealba, detente ahora mismo! — exigió la mujer. Pocas eran las veces que ejercía su autoridad como madre. — ¿Y ahora qué? — No quise comentarte nada hasta que tú lo hicieras, pero… esa muchacha está emba
— Querido. ¿Está tu esposa bien? — preguntó Laura Torrealba, la abuela del CEO, cuando acabaron de comer — La noté un poco pálida. Todos alzaron la vista. — Es cierto, hermano, se le veía un poco mal. ¿Quizás debas llamar al médico? — Ana Paula solo está cansada, han sido días complicados para nosotros — espetó con seriedad — Pero si llega a ser necesario, llamaré a Bruno. — Sería una buena idea, aunque… — De mi esposa me encargaré yo — se incorporó, un tanto molesto. Odiaba que se preocuparan por ella más de la cuenta, sobre todo porque no tenían ni la más mínima idea de quién era en realidad — Con permiso, buenas noches. Se retiró sin decir más. Subió las escaleras con la intención de ir a su habitación y ver si lograba descansar; sin embargo, no pudo evitar detenerse frente a la puerta de su esposa. Tomó la manija entre sus dedos, apoderado por ese instinto automático que últimamente no lo dejaba en paz. Iba a abrir cuando escuchó el rumor de un sollozo en el interior. Sus oj
Ana Paula gimió de sorpresa, y un segundo después, de aceptación. No supo cómo poner resistencia, tampoco estuvo segura de querer hacerlo, lo cierto es que tan pronto esa lengua filosa se hizo de su boca, todas sus defensas cayeron. Se alzó en puntillas. Santos no pasó desapercibida esa reacción, tampoco la suya propia, pues aunque deseaba poner fin a aquel beso, su cuerpo respondía de una forma distinta. La pegó más a él, y con su mano libre, apretó uno de sus mulos por encima de la tela de aquella bata, deseando explorar más allá de sus hilos. La recorrió entera, y con áspera delicadeza, acunó uno de sus pechos. Buscó el otro. Eran del tamaño de perfecto. Encajaban en sus palmas como si estos hubiesen sido diseñados para ser eternamente adorados por él. Con el juicio completamente nublado, le bajó los tirantes para liberarlos y así poder sentir la carne suave entre sus manos. Ana Paula volvió a gemir. Tenía los ojos cerrados y sintió que flotaba, pero, de repente, la burbuja se
— Santos Torrealba, te guste o no, esta muchacha es parte de nuestra ahora. Tu familia. Te casaste con ella, por amor a Dios. ¿Por qué te comportas de manera tan fría? — Madre… — No, me vas a escuchar. Sé que ya eres lo suficientemente adulto como para tomar tus decisiones, pero… ¿Por qué te casaste con ella si la ibas a tratar así? ¿Es por el hijo que esperan? ¿Es eso lo único que los une? — Madre, basta ya, por favor. ¿Quieres? — suspiró, hastiado y miró a través de la ventana del despacho que daba con una parte del jardín. — No, no quiero. En el servicio hay rumores de que no durmieron juntos en tu habitación. Yo misma la llevé a la tuya creyendo que una de las mucamas se había equivocado y… — Espera. ¿Qué has dicho? — preguntó, ahora mirándola — ¿Tú llevaste a Ana Paula a mi habitación? — Por supuesto que lo hice, es tu esposa — respondió orgullosa. Santos se pellizcó el entrecejo y exhaló profundo mientras negaba con la cabeza. Carajo. Entonces que Ana Paula estuviese en su
Elizabeth Torrealba ahogó un jadeo y Renato se dio la vuelta con el entrecejo fruncido. En cuanto descubrió a la dueña de aquella voz, sonrió con malicia. — Tú no te metas, este asunto es entre mi mujer y yo. Mejor ocúpate en ser la zorra de Santos. — ¡Renato! No le hables así, es la esposa de mi hermano — defendió Elizabeth, avergonzada. Nadie de su familia sabía que su esposo la maltrataba, aunque lo sospechaban. — Y tú eres la mía y te niegas a cumplirme. Qué irónico, ¿No? Pero eso lo resolveremos ahora mismo — gruñó, arrastrándola de nuevo por el pasillo. Ana Paula parpadeó. No podía permitir que se la llevara e hiciera con ella quién sabe que cosas a las que Elizabeth se negaba. — ¡Suéltala! ¡La estás lastimando! — lo tomó del brazo, pero, en un movimiento brusco, el hombro se zafó y provocó que Ana Paula se cayera en el piso. — ¡La próxima vez que…! — ¿Qué carajos está pasando aquí? — preguntó Santos Torrealba, apareciendo de pronto por las escaleras. Abrió los ojos al ver
Dos horas después, volvieron al auto con más de unas cuantas bolsas. — No has dicho nada en todo el camino. ¿Es que no fue de tu agrado todas las cosas que se compraron? — preguntó ante el silencio de su esposa. Desde lo ocurrido con la insolente dependienta, se había quedado callada y apenas decía que sí o no con un movimiento de cabeza cuando le preguntaba si alguna cosa u otra le hacía falta. — No es eso, todo está precioso. — ¿Y entonces? ¿Por qué no pareces emocionada? Cualquier mujer estaría feliz con llenar su guardarropa con prendas de temporada. — Es solo ropa — respondió ella a cambio, y se encogió de hombros antes de volver la vista a la ventana. Santos se quedó atónito por varios segundos. Por supuesto que era solo ropa, pero no para una mujer ambiciosa como ella. ¿Hasta cuándo seguiría fingiendo? Leonas también notó esa particularidad en ella y ya comenzaba a hacerse internamente demasiadas preguntas respecto a la ardua investigación que había hecho. ¿Existía alguna
— ¿Qué hacías afuera a esta hora? — preguntó con los ojos entornados. Quería escuchar que se inventaba. — Lo que pasa es que ese hombre, Renato… — Vaya, lo admites. Pensé que no tendrías el valor para decir que estabas con él. Los vi, y muy juntos — gruñó indignado, y se pellizcó el puente de la nariz antes de volver a mirarla —. Intento llevar la fiesta en paz contigo, pero no me la pones fácil. Ana Paula parpadeó, negando. — Tienes que escucharme, tienes que dejar que te explique. — Ah, es que tienes una explicación — murmuró, sonriendo irónicamente. Ella asintió, valiente. — La hay. Ese hombre me llevó al jardín, me amenazó, me… — ¿Te amenazó? — Sí, me dijo que no te dijera nada, pero… yo temo por la vida de mi hijo — confesó con un nudo en la garganta. — ¿Cómo sé que lo que me estás diciendo es verdad? No es que Renato sea santo de mi devoción, pero tú tampoco lo eres. Ninguno de los dos ha hecho nada para tener mi confianza. — Te estoy diciendo la verdad — continuó ella