Media hora después, llegaron al hospital. Su amigo Bruno se había encargado de tener todo listo para recibirlos.
— Bájate y deja tus cosas aquí — le ordenó.— Prefiero llevarlas conmigo — replicó ella.— No te estoy poniendo a elegir. Bájate y deja tus cosas aquí — repitió, ahora con más autoridad.Ana Paula lo miró como si le lanzara dardos invisibles, pero eso a él no le daba más que igual. No le compraba el teatrito de señorita ofendida, así que la tomó por el antebrazo y la obligó a caminar.— Suéltame, me estás lastimando — se quejó la muchacha, con ojos rojos.Santos no acostumbraba a ser un hombre prepotente, mucho menos un abusador.— Entonces camina y acabemos con esto rápidamente.— Podríamos evitarnos todo esto. Cesar no es el padre de mi hijo — mintió, quizás así podría librarse de lo que ese cruel hombre tenía planeado para ella.Él entornó los ojos.— ¿Entonces por qué ayer diste a entender que sí? ¿Por qué me dijiste que no permitirías que Cesar te quitara a tu hijo si él no era en realidad su padre?Ana Paula pasó un trago. Ella no sabía mentir.— Yo…— Mejor acabemos con esto cuanto antes. No me fio de ti.— Yo tampoco… — musitó ella, con la mirada gacha, creyendo que él no alcanzaría a escucharla.Una vez dentro, como había solicitado el CEO Torrealba a su amigo, todo fue muy discreto.Ella entró al consultorio con gesto tímido. Él se mantuvo siempre a su lado, de pie, con gesto expectante y rabioso.— Tome asiento, señorita, por favor — le pidió el doctor — ¿Trajo su expediente clínico con usted?Ana Paula parpadeó. No comprendía a que se refería y alzó la vista en dirección al hombre que la había llevado a ese lugar.— Se refiere al expediente que tuvo que haber entregado el médico que lleva tu embarazo.— Oh, no, yo no… tengo uno.— ¿Qué significa eso? — la cuestionó él — ¿Ni siquiera sabes si tu embarazo es saludable o no?Ella negó, avergonzada. El doctor también se asombró, pues se notaba que tenía ya más de diez semanas.— Muy bien, vamos a realizarle todo lo necesario.Ella asintió. Primero respondió todas las preguntas del doctor, desde malestares incómodos, alimentación y si estaba tomando alguna vitamina. Mientras tanto, Santos lo escucha todo, cada vez más asombrado.Si ese bebé era su sobrino, debía hacer algo cuanto antes para que se terminara de formar saludablemente.— ¿Quiere escuchar los latidos de su hijo?Ella abrió los ojos desmesuradamente.— ¿Podría? — preguntó con ilusión.— Por supuesto.Segundos más tarde, ese maravilloso sonido inundó la habitación.Ana Paula experimentó cientos de emociones en ese momento. Dios, era el corazón de su bebé.Santos la observó un tanto extrañado. Esa expresión era muy genuina y de una madre que esperaba a su hijo con muchas ansias.— Por suerte, el feto se forma saludablemente.— ¿Por suerte? — preguntó Santos.— Sí, señor Torrealba. Pasa que la joven está baja de peso, lo que significa que no hay una alimentación saludable y balanceada.Él suspiró.— Eso cambiará a partir de este momento, doctor. Ahora… ¿Existe la posibilidad de que pueda realizarse una prueba de paternidad en este momento?El hombre lo pensó un segundo.— Sí, normalmente se recomienda esperar un poco, pero más allá de la alimentación, la joven no presenta alguna infección que pueda traspasarle al feto al momento de realizarle la prueba, así que sería un procedimiento seguro.— Muy bien, inícielo cuanto antes.Una hora más tarde, Ana Paula salía del laboratorio. Su corazón todavía burbujeaba después de haber escuchado los latidos de su hijo. Incluso sonreía y nada le robaba esa felicidad.— Los resultados estarán listos hasta dentro de 20 días, señor Torrealba — le informó el doctor.Santos odiaba tener que esperar, sobre todo porque tendría que hacerse cargo de esa mujer hasta saber que arrojaban los resultados, pero no le quedó de otra más que estar de acuerdo.Antes de irse, se despidió de su amigo Bruno, prometiéndole que lo pondría al tanto de todo muy pronto.— ¿Ahora a dónde vamos? ¿Puedo volver a mi apartamento? — preguntó Ana Paula cuando estuvieron en el auto.— Te dije que te quedarías en mi apartamento hasta conocer los resultados de la prueba.Días después de haberse instalado en aquel lujoso apartamento, con vistas preciosas, comida ilimitada y una habitación que doblaba en tamaño el apartamento en el que vivía, Ana Paula bajó las escaleras con pies descalzos tras escuchar el rumor de unas voces.Era él. También vino con compañía.Desde que la dejó allí, en compañía de dos de esos hombres que lo seguían a todos lados y una cocinera, no había vuelto a verlo.— ¿Qué piensas hacer cuando sepas si ese hijo es de Cesar o no?Ana Paula se acuclilló detrás de las escaleras para evitar ser vista.— Fácil. Si no es hijo de Cesar, la enviaré a donde pertenece: la cárcel. Y si lo es… me casaré con ella.La pobre Ana Paula ahogó un jadeo de horror con la mano y sus ojos se abrieron de par en par.— ¿Casarte con la mujer que amó Cesar?— Cesar nunca pudo haberse enamorado de ella. Solo se dejó atrapar por su belleza y sus trampas, nada más. Pero estoy seguro de que no habría abandonado a su hijo, de haber tenido el tiempo de saber de su existencia.— Te parece bonita, ¿eh? — se burló su amigo. Él lo atravesó con la mirada — Pero no entiendo, Santos. ¿Qué esperas conseguir al casarte con ella?— Que esa criatura nazca y se crie en el círculo que le corresponde. Es lo que habría querido Cesar.— ¿Y después del nacimiento?— Tendrá que enfrentarse a la justicia de todas formas. La muerte de Cesar no quedará así, pero entonces yo ya habré protegido a su primogénito.Ana Paula, aterrorizada por cualquier de esos destinos, retrocedió sin ser vista o escuchada y se encerró en su habitación, caminando de un lado a otro.— No, no — musitó angustiada —… ese hombre no iba a quitarle a su hijo cuando naciera, mucho menos se casaría con él. ¿Qué le pasaba?Una repentina punzada en su cabeza la hizo llevarse las manos a esa zona. Se sentó en la orilla de la cama y respiró profundo.Debía hacer algo.Debía evitar que ese hombre, quien sea que fuera, no usara su poder contra ella y le arrebatara al hijo de sus entrañas.Debía… debía huir.Sí, esta vez sí lo haría.Rápido, comenzó a planearlo todo. Esperó a que estuviese de noche y que él se fuera. Ya sabía de la rutina de la cocinera, así que eso no sería un problema, solo debía evitar a los dos escoltas y conseguir salir de ese lugar.Cuando se hicieron las diez, se asomó por la puerta para comprobar que todo estuviese en penumbras como las noches anteriores. Enseguida tomó sus pertenencias y salió en puntillas, aguardando silenciosa detrás de un pilar a que los guardias se distrajeran.No pasaron más de diez minutos cuando uno de ellos dijo que necesitaba ir al aseo, así que el otro tomó su lugar.Ese era su momento.Ana Paula aprovechó la oscuridad del apartamento para escabullirse y llegar a la puerta, ignorando que el hombre descubrió su reflejo en una de las ventanas.— ¡Señorita, deténgase ahí!Ana Paula contuvo la respiración y se giró con los ojos abiertos.No, no… si no podía huir en ese momento, no podría hacerlo después, estaba segura, así que cuando el hombre se acercó y la tomó de
Ana Paula sabía de la familia de Cesar lo único que él le había contado, que creció bajo el seno de una familia amorosa y tenía dos hermanos a quienes quería con locura y por quienes estaba dispuesto a dar su vida. Jamás imaginó que uno de esos hermanos se tratara del hombre con el que acababa de contraer matrimonio. El tío de su propio hijo. ¡Dios mío, el tío de su propio hijo! — ¿Po… por qué no me dijo algo así? — cuestionó ella, horrorizada, cuando estuvieron solos. — No creí que fuese una información importante — Santos miró a su reciente y joven esposa con ojos entornados. Ella retrocedió un paso y negó con la cabeza. — Por eso tanta insistencia en mi hijo — musitó. Ah, qué tonta había sido. ¿Cómo no pudo sospecharlo? ¿Cómo no pudo darse cuenta del parecido que existía entre él y el padre de su hijo? — Ese niño llevará el apellido Torrealba como corresponde, y por favor, no te hagas la muy correcta ahora, ni que fuese a compartir la cama contigo — le dijo de forma despectiv
Una vez que Ana Paula se instaló en una de las habitaciones y Santos saludó a su familia, su madre volvió a interceptarlo antes de que se encerrara en el despacho, como acostumbraba a hacer cuando quería evadir un tema. — Santos, hijo… creo que me debes una que otra explicación. — Ya no soy un adolescente, madre, ya no debo consultarte mis decisiones. — Eso lo sé, pero al menos pudiste decirnos que ibas a casarte y te habríamos acompañado en una fecha tan importante. Ni siquiera sabíamos que tenías una novia. ¿Dónde la conociste? ¿Cuánto tiempo llevan juntos? Santos se detuvo abruptamente frente a la puerta y se giró para encarar a su madre. — Lo único que tienes que saber de Ana Paula es que es mi esposa y punto, no hay nada más, madre — zanjó, dándole la espalda. — ¡Santos Torrealba, detente ahora mismo! — exigió la mujer. Pocas eran las veces que ejercía su autoridad como madre. — ¿Y ahora qué? — No quise comentarte nada hasta que tú lo hicieras, pero… esa muchacha está emba
— Querido. ¿Está tu esposa bien? — preguntó Laura Torrealba, la abuela del CEO, cuando acabaron de comer — La noté un poco pálida. Todos alzaron la vista. — Es cierto, hermano, se le veía un poco mal. ¿Quizás debas llamar al médico? — Ana Paula solo está cansada, han sido días complicados para nosotros — espetó con seriedad — Pero si llega a ser necesario, llamaré a Bruno. — Sería una buena idea, aunque… — De mi esposa me encargaré yo — se incorporó, un tanto molesto. Odiaba que se preocuparan por ella más de la cuenta, sobre todo porque no tenían ni la más mínima idea de quién era en realidad — Con permiso, buenas noches. Se retiró sin decir más. Subió las escaleras con la intención de ir a su habitación y ver si lograba descansar; sin embargo, no pudo evitar detenerse frente a la puerta de su esposa. Tomó la manija entre sus dedos, apoderado por ese instinto automático que últimamente no lo dejaba en paz. Iba a abrir cuando escuchó el rumor de un sollozo en el interior. Sus oj
Ana Paula gimió de sorpresa, y un segundo después, de aceptación. No supo cómo poner resistencia, tampoco estuvo segura de querer hacerlo, lo cierto es que tan pronto esa lengua filosa se hizo de su boca, todas sus defensas cayeron. Se alzó en puntillas. Santos no pasó desapercibida esa reacción, tampoco la suya propia, pues aunque deseaba poner fin a aquel beso, su cuerpo respondía de una forma distinta. La pegó más a él, y con su mano libre, apretó uno de sus mulos por encima de la tela de aquella bata, deseando explorar más allá de sus hilos. La recorrió entera, y con áspera delicadeza, acunó uno de sus pechos. Buscó el otro. Eran del tamaño de perfecto. Encajaban en sus palmas como si estos hubiesen sido diseñados para ser eternamente adorados por él. Con el juicio completamente nublado, le bajó los tirantes para liberarlos y así poder sentir la carne suave entre sus manos. Ana Paula volvió a gemir. Tenía los ojos cerrados y sintió que flotaba, pero, de repente, la burbuja se
— Santos Torrealba, te guste o no, esta muchacha es parte de nuestra ahora. Tu familia. Te casaste con ella, por amor a Dios. ¿Por qué te comportas de manera tan fría? — Madre… — No, me vas a escuchar. Sé que ya eres lo suficientemente adulto como para tomar tus decisiones, pero… ¿Por qué te casaste con ella si la ibas a tratar así? ¿Es por el hijo que esperan? ¿Es eso lo único que los une? — Madre, basta ya, por favor. ¿Quieres? — suspiró, hastiado y miró a través de la ventana del despacho que daba con una parte del jardín. — No, no quiero. En el servicio hay rumores de que no durmieron juntos en tu habitación. Yo misma la llevé a la tuya creyendo que una de las mucamas se había equivocado y… — Espera. ¿Qué has dicho? — preguntó, ahora mirándola — ¿Tú llevaste a Ana Paula a mi habitación? — Por supuesto que lo hice, es tu esposa — respondió orgullosa. Santos se pellizcó el entrecejo y exhaló profundo mientras negaba con la cabeza. Carajo. Entonces que Ana Paula estuviese en su
Elizabeth Torrealba ahogó un jadeo y Renato se dio la vuelta con el entrecejo fruncido. En cuanto descubrió a la dueña de aquella voz, sonrió con malicia. — Tú no te metas, este asunto es entre mi mujer y yo. Mejor ocúpate en ser la zorra de Santos. — ¡Renato! No le hables así, es la esposa de mi hermano — defendió Elizabeth, avergonzada. Nadie de su familia sabía que su esposo la maltrataba, aunque lo sospechaban. — Y tú eres la mía y te niegas a cumplirme. Qué irónico, ¿No? Pero eso lo resolveremos ahora mismo — gruñó, arrastrándola de nuevo por el pasillo. Ana Paula parpadeó. No podía permitir que se la llevara e hiciera con ella quién sabe que cosas a las que Elizabeth se negaba. — ¡Suéltala! ¡La estás lastimando! — lo tomó del brazo, pero, en un movimiento brusco, el hombro se zafó y provocó que Ana Paula se cayera en el piso. — ¡La próxima vez que…! — ¿Qué carajos está pasando aquí? — preguntó Santos Torrealba, apareciendo de pronto por las escaleras. Abrió los ojos al ver
Dos horas después, volvieron al auto con más de unas cuantas bolsas. — No has dicho nada en todo el camino. ¿Es que no fue de tu agrado todas las cosas que se compraron? — preguntó ante el silencio de su esposa. Desde lo ocurrido con la insolente dependienta, se había quedado callada y apenas decía que sí o no con un movimiento de cabeza cuando le preguntaba si alguna cosa u otra le hacía falta. — No es eso, todo está precioso. — ¿Y entonces? ¿Por qué no pareces emocionada? Cualquier mujer estaría feliz con llenar su guardarropa con prendas de temporada. — Es solo ropa — respondió ella a cambio, y se encogió de hombros antes de volver la vista a la ventana. Santos se quedó atónito por varios segundos. Por supuesto que era solo ropa, pero no para una mujer ambiciosa como ella. ¿Hasta cuándo seguiría fingiendo? Leonas también notó esa particularidad en ella y ya comenzaba a hacerse internamente demasiadas preguntas respecto a la ardua investigación que había hecho. ¿Existía alguna