Ana Paula se dejó caer en el colchón de su cama con gesto asombrado y asustado.
Muerto.
Cesar estaba… muerto.
Se llevó una mano al vientre y otra la boca. Dios. ¿Cómo y cuándo había sucedido? ¿Fue después de haberle dejado esa carta? ¿Cómo murió? ¿Dónde estaba enterrado su cuerpo? Y sobre todo… ¿Por qué ese hombre la acusaba de ser su asesina?
Tantas preguntas y tan pocas respuestas.
¿Y ahora… que se supone que haría? ¿Y si intentaba escapar? No… ¿Por qué haría tal cosa? Ella no había cometido ningún delito, pero él insistía en que sí y se notaba que tenía mucho poder. ¿Cómo se defendería si ni siquiera tenía para comer correctamente?
Se asomó por la ventana. Un auto negro con vidrios tinturados estaba parqueado a los pies de aquel viejo edificio.
Resignada. Suspiró. No sabía lo que le deparaba el destino.
Santos Torrealba se deslizó dentro del auto con gesto enfurecido.
— ¿Cómo carajos pudiste pasar esto por alto, Leonas? ¡Esa mujer está embarazada y es muy probable que sea de mi hermano!
— Lo siento, señor, pero la muchacha no tenía ningún registro médico. No tenía forma de sospecharlo, además, como vio, en las fotografías no se notaba embarazada.
El CEO recargó el codo en el filo de la ventana y se pellizcó el puente de la nariz, estresado.
— Esto cambia mis planes completamente, y si logro averiguar que en efecto esa criatura es sangre de mi sangre, tengo un mejor castigo para ella que la cárcel.
— ¿Puedo saber que tiene en mente, señor?
— Sí, convertiré a la sinvergüenza en mi esposa y prisionera.
Leonas se rascó la nuca. Esperaba cualquier otra respuesta.
— ¿Su esposa, señor?
— Sí, de esa forma podré tenerla controlada hasta que la criatura nazca y tenga mi apellido. Cesar no habría querido que dejara a su hijo desamparado, debo hacerlo en honor a su memoria. Después del parto… ya veré que hago con ella.
— ¿La enviará a la cárcel como tenía previsto? Podría ser la madre de su sobrino, señor.
— Pero también es la asesina de Cesar, que no se te olvide. Y de alguna forma debe recibir su castigo, en la cárcel o no, tendrá que pagar. Pero si la hubieses visto… se hacía la sorprendida y actuó todo el tiempo como si no supiera lo que hizo.
— ¿Pero si le aseguró que el hijo que espera es de su hermano? Quizás quería sacarle dinero.
Santos negó.
— Al contrario, la muy digna me dijo que no quería nada, que lo sacaría adelante sola. Ni siquiera tiene donde caerse muerta. Mejor… vámonos — ordenó antes de echar un último vistazo a ese desgastado edificio.
Dejó a dos de sus escoltas vigilando que esa sin escrúpulos no intentara escapar e hizo un par de llamadas a su médico de confianza y uno de sus más viejos amigos: Bruno De Souza
— ¿Cuándo puedo llevarla?
— Mañana mismo si quieres, podrías adelantarme que es lo que te urge saber.
— Necesito… una prueba de paternidad.
Bruno silbó, recargándose contra el respaldo de la silla de su consultorio.
— ¿Por fin vas a tener un hijo? — preguntó en tono bromista y su amigo volteó los ojos.
— No es por mí, es por… Cesar.
— ¿De qué hablas, Santos? Si Cesar está…
— Hay una mujer que probablemente dejó embarazada.
— Qué complicada situación entonces.
— Y hay más… es una de las culpables de su muerte.
— ¿Qué…? — se enderezó como un rayo y abrió los ojos.
— Después hablamos mejor, ahora debo colgar.
La mañana siguiente, Ana Paula despertó gracias a los varios toques sobre su puerta. Se extrañó. Era demasiado temprano y el sol aún no se ponía.
Quitó el seguro y asomó la cabeza con cuidado.
— ¿Tú…? — preguntó.
Santos Torrealba la miró como si ella fuese algo menos que insignificante.
— ¿Esperabas a alguien más?
— No, pero…
— Veo que no estás lista aún — la interrumpió. No le interesaba tener una conversación con ella. No eran amigos.
— No creí que ibas a venir tan temprano — musitó con voz somnolienta.
— El día comienza a las seis de la mañana para las personas como yo. ¿Cuánto tendré que esperar para que te cambies y empaques tus cosas?
Ella lo miró extrañada.
— ¿Empacar… mis cosas?
— Sí, no pienso arriesgarme a venir a este lugar una próxima vez, así que hasta que compruebe si ese hijo es de Cesar o no, te quedarás en un apartamento que tengo en el centro de la ciudad.
— ¡Pero…!
— Tienes cinco minutos para estar lista, si demoras, te llevarás únicamente lo que hayas podido empacar.
Luego sacó su móvil y retrocedió un paso.
Ana Paula cerró sintiéndose frustrada y vencida. Quería con todo su corazón a su hijo, pero si su padre no fuese el elegante hombre que conoció una noche mientras trabajaba en un bar y con quien vivió semanas maravillosas, no estaría pasándole eso.
Desde el principio supo que Cesar era un hombre de dinero, pero eso no le importó al enamorarse y entregarse ciegamente a él... ahora allí estaba las consecuencias.
¿Qué era ese hombre para el padre de su hijo y cuáles eran sus verdaderos planes al comprobar que ella no estaba mintiendo?
Se cambió rápidamente y empacó todo lo que pudo. Exactamente, cinco minutos, él volvió a llamar a su puerta.
— ¿Eso es todo lo que vas a llevar? — preguntó Santos cuando ella abrió la puerta y miró su equipaje.
— No tengo demasiadas cosas — musitó sonrojada, apenas y unas cuantas mudas de ropa, cremas y cosas de aseo personal. Lo demás que había en el diminuto apartamento era viejo y no le guardaba ningún valor sentimental.
— Muy bien, vamos.
Uno de los hombres de traje y auriculares que lo acompañaba, le sonrió con amabilidad y le quitó la pequeña valija y mochila de la mano.
Una vez dentro del auto, reinó la incomodidad y el silencio.
— ¿A dónde vamos? — quiso saber ella después de varios minutos de carretera.
— Al hospital. Solicitaré una prueba de paternidad — respondió como si fuese algo sin importancia, con la vista clavada en el móvil. Ella tenía la suya sobre él y eso le inquietó — Mis hombres me dijeron que no intentaste escapar en toda la noche.
— No soy una asesina como usted asegura, no tengo por qué huir — dijo con increíble seguridad y después miró por la ventana. Comenzaba a caer el primer rocío de aquella temporada.
Santos cerró los puños. No podía creer lo cínica y descarada que era, pero él mismo se encargaría de presionarla hasta el punto de que no pudiese sostener más aquella miserable mentira.
Media hora después, llegaron al hospital. Su amigo Bruno se había encargado de tener todo listo para recibirlos. — Bájate y deja tus cosas aquí — le ordenó. — Prefiero llevarlas conmigo — replicó ella. — No te estoy poniendo a elegir. Bájate y deja tus cosas aquí — repitió, ahora con más autoridad. Ana Paula lo miró como si le lanzara dardos invisibles, pero eso a él no le daba más que igual. No le compraba el teatrito de señorita ofendida, así que la tomó por el antebrazo y la obligó a caminar. — Suéltame, me estás lastimando — se quejó la muchacha, con ojos rojos. Santos no acostumbraba a ser un hombre prepotente, mucho menos un abusador. — Entonces camina y acabemos con esto rápidamente. — Podríamos evitarnos todo esto. Cesar no es el padre de mi hijo — mintió, quizás así podría librarse de lo que ese cruel hombre tenía planeado para ella. Él entornó los ojos. — ¿Entonces por qué ayer diste a entender que sí? ¿Por qué me dijiste que no permitirías que Cesar te quitara a tu
Rápido, comenzó a planearlo todo. Esperó a que estuviese de noche y que él se fuera. Ya sabía de la rutina de la cocinera, así que eso no sería un problema, solo debía evitar a los dos escoltas y conseguir salir de ese lugar.Cuando se hicieron las diez, se asomó por la puerta para comprobar que todo estuviese en penumbras como las noches anteriores. Enseguida tomó sus pertenencias y salió en puntillas, aguardando silenciosa detrás de un pilar a que los guardias se distrajeran.No pasaron más de diez minutos cuando uno de ellos dijo que necesitaba ir al aseo, así que el otro tomó su lugar.Ese era su momento.Ana Paula aprovechó la oscuridad del apartamento para escabullirse y llegar a la puerta, ignorando que el hombre descubrió su reflejo en una de las ventanas.— ¡Señorita, deténgase ahí!Ana Paula contuvo la respiración y se giró con los ojos abiertos.No, no… si no podía huir en ese momento, no podría hacerlo después, estaba segura, así que cuando el hombre se acercó y la tomó de
Ana Paula sabía de la familia de Cesar lo único que él le había contado, que creció bajo el seno de una familia amorosa y tenía dos hermanos a quienes quería con locura y por quienes estaba dispuesto a dar su vida. Jamás imaginó que uno de esos hermanos se tratara del hombre con el que acababa de contraer matrimonio. El tío de su propio hijo. ¡Dios mío, el tío de su propio hijo! — ¿Po… por qué no me dijo algo así? — cuestionó ella, horrorizada, cuando estuvieron solos. — No creí que fuese una información importante — Santos miró a su reciente y joven esposa con ojos entornados. Ella retrocedió un paso y negó con la cabeza. — Por eso tanta insistencia en mi hijo — musitó. Ah, qué tonta había sido. ¿Cómo no pudo sospecharlo? ¿Cómo no pudo darse cuenta del parecido que existía entre él y el padre de su hijo? — Ese niño llevará el apellido Torrealba como corresponde, y por favor, no te hagas la muy correcta ahora, ni que fuese a compartir la cama contigo — le dijo de forma despectiv
Una vez que Ana Paula se instaló en una de las habitaciones y Santos saludó a su familia, su madre volvió a interceptarlo antes de que se encerrara en el despacho, como acostumbraba a hacer cuando quería evadir un tema. — Santos, hijo… creo que me debes una que otra explicación. — Ya no soy un adolescente, madre, ya no debo consultarte mis decisiones. — Eso lo sé, pero al menos pudiste decirnos que ibas a casarte y te habríamos acompañado en una fecha tan importante. Ni siquiera sabíamos que tenías una novia. ¿Dónde la conociste? ¿Cuánto tiempo llevan juntos? Santos se detuvo abruptamente frente a la puerta y se giró para encarar a su madre. — Lo único que tienes que saber de Ana Paula es que es mi esposa y punto, no hay nada más, madre — zanjó, dándole la espalda. — ¡Santos Torrealba, detente ahora mismo! — exigió la mujer. Pocas eran las veces que ejercía su autoridad como madre. — ¿Y ahora qué? — No quise comentarte nada hasta que tú lo hicieras, pero… esa muchacha está emba
— Querido. ¿Está tu esposa bien? — preguntó Laura Torrealba, la abuela del CEO, cuando acabaron de comer — La noté un poco pálida. Todos alzaron la vista. — Es cierto, hermano, se le veía un poco mal. ¿Quizás debas llamar al médico? — Ana Paula solo está cansada, han sido días complicados para nosotros — espetó con seriedad — Pero si llega a ser necesario, llamaré a Bruno. — Sería una buena idea, aunque… — De mi esposa me encargaré yo — se incorporó, un tanto molesto. Odiaba que se preocuparan por ella más de la cuenta, sobre todo porque no tenían ni la más mínima idea de quién era en realidad — Con permiso, buenas noches. Se retiró sin decir más. Subió las escaleras con la intención de ir a su habitación y ver si lograba descansar; sin embargo, no pudo evitar detenerse frente a la puerta de su esposa. Tomó la manija entre sus dedos, apoderado por ese instinto automático que últimamente no lo dejaba en paz. Iba a abrir cuando escuchó el rumor de un sollozo en el interior. Sus oj
Ana Paula gimió de sorpresa, y un segundo después, de aceptación. No supo cómo poner resistencia, tampoco estuvo segura de querer hacerlo, lo cierto es que tan pronto esa lengua filosa se hizo de su boca, todas sus defensas cayeron. Se alzó en puntillas. Santos no pasó desapercibida esa reacción, tampoco la suya propia, pues aunque deseaba poner fin a aquel beso, su cuerpo respondía de una forma distinta. La pegó más a él, y con su mano libre, apretó uno de sus mulos por encima de la tela de aquella bata, deseando explorar más allá de sus hilos. La recorrió entera, y con áspera delicadeza, acunó uno de sus pechos. Buscó el otro. Eran del tamaño de perfecto. Encajaban en sus palmas como si estos hubiesen sido diseñados para ser eternamente adorados por él. Con el juicio completamente nublado, le bajó los tirantes para liberarlos y así poder sentir la carne suave entre sus manos. Ana Paula volvió a gemir. Tenía los ojos cerrados y sintió que flotaba, pero, de repente, la burbuja se
— Santos Torrealba, te guste o no, esta muchacha es parte de nuestra ahora. Tu familia. Te casaste con ella, por amor a Dios. ¿Por qué te comportas de manera tan fría? — Madre… — No, me vas a escuchar. Sé que ya eres lo suficientemente adulto como para tomar tus decisiones, pero… ¿Por qué te casaste con ella si la ibas a tratar así? ¿Es por el hijo que esperan? ¿Es eso lo único que los une? — Madre, basta ya, por favor. ¿Quieres? — suspiró, hastiado y miró a través de la ventana del despacho que daba con una parte del jardín. — No, no quiero. En el servicio hay rumores de que no durmieron juntos en tu habitación. Yo misma la llevé a la tuya creyendo que una de las mucamas se había equivocado y… — Espera. ¿Qué has dicho? — preguntó, ahora mirándola — ¿Tú llevaste a Ana Paula a mi habitación? — Por supuesto que lo hice, es tu esposa — respondió orgullosa. Santos se pellizcó el entrecejo y exhaló profundo mientras negaba con la cabeza. Carajo. Entonces que Ana Paula estuviese en su
Elizabeth Torrealba ahogó un jadeo y Renato se dio la vuelta con el entrecejo fruncido. En cuanto descubrió a la dueña de aquella voz, sonrió con malicia. — Tú no te metas, este asunto es entre mi mujer y yo. Mejor ocúpate en ser la zorra de Santos. — ¡Renato! No le hables así, es la esposa de mi hermano — defendió Elizabeth, avergonzada. Nadie de su familia sabía que su esposo la maltrataba, aunque lo sospechaban. — Y tú eres la mía y te niegas a cumplirme. Qué irónico, ¿No? Pero eso lo resolveremos ahora mismo — gruñó, arrastrándola de nuevo por el pasillo. Ana Paula parpadeó. No podía permitir que se la llevara e hiciera con ella quién sabe que cosas a las que Elizabeth se negaba. — ¡Suéltala! ¡La estás lastimando! — lo tomó del brazo, pero, en un movimiento brusco, el hombro se zafó y provocó que Ana Paula se cayera en el piso. — ¡La próxima vez que…! — ¿Qué carajos está pasando aquí? — preguntó Santos Torrealba, apareciendo de pronto por las escaleras. Abrió los ojos al ver