3. Mejor castigo que la cárcel

Ana Paula se dejó caer en el colchón de su cama con gesto asombrado y asustado.

Muerto.

Cesar estaba… muerto.

Se llevó una mano al vientre y otra la boca. Dios. ¿Cómo y cuándo había sucedido? ¿Fue después de haberle dejado esa carta? ¿Cómo murió? ¿Dónde estaba enterrado su cuerpo? Y sobre todo… ¿Por qué ese hombre la acusaba de ser su asesina?

Tantas preguntas y tan pocas respuestas.

¿Y ahora… que se supone que haría? ¿Y si intentaba escapar? No… ¿Por qué haría tal cosa? Ella no había cometido ningún delito, pero él insistía en que sí y se notaba que tenía mucho poder. ¿Cómo se defendería si ni siquiera tenía para comer correctamente?

Se asomó por la ventana. Un auto negro con vidrios tinturados estaba parqueado a los pies de aquel viejo edificio.

Resignada. Suspiró. No sabía lo que le deparaba el destino.

Santos Torrealba se deslizó dentro del auto con gesto enfurecido.

— ¿Cómo carajos pudiste pasar esto por alto, Leonas? ¡Esa mujer está embarazada y es muy probable que sea de mi hermano!

— Lo siento, señor, pero la muchacha no tenía ningún registro médico. No tenía forma de sospecharlo, además, como vio, en las fotografías no se notaba embarazada.

El CEO recargó el codo en el filo de la ventana y se pellizcó el puente de la nariz, estresado.

— Esto cambia mis planes completamente, y si logro averiguar que en efecto esa criatura es sangre de mi sangre, tengo un mejor castigo para ella que la cárcel.

— ¿Puedo saber que tiene en mente, señor?

— Sí, convertiré a la sinvergüenza en mi esposa y prisionera.

Leonas se rascó la nuca. Esperaba cualquier otra respuesta.

— ¿Su esposa, señor?

— Sí, de esa forma podré tenerla controlada hasta que la criatura nazca y tenga mi apellido. Cesar no habría querido que dejara a su hijo desamparado, debo hacerlo en honor a su memoria. Después del parto… ya veré que hago con ella.

— ¿La enviará a la cárcel como tenía previsto? Podría ser la madre de su sobrino, señor.

— Pero también es la asesina de Cesar, que no se te olvide. Y de alguna forma debe recibir su castigo, en la cárcel o no, tendrá que pagar. Pero si la hubieses visto… se hacía la sorprendida y actuó todo el tiempo como si no supiera lo que hizo.

— ¿Pero si le aseguró que el hijo que espera es de su hermano? Quizás quería sacarle dinero.

Santos negó.

— Al contrario, la muy digna me dijo que no quería nada, que lo sacaría adelante sola. Ni siquiera tiene donde caerse muerta. Mejor… vámonos — ordenó antes de echar un último vistazo a ese desgastado edificio.

Dejó a dos de sus escoltas vigilando que esa sin escrúpulos no intentara escapar e hizo un par de llamadas a su médico de confianza y uno de sus más viejos amigos: Bruno De Souza

— ¿Cuándo puedo llevarla?

— Mañana mismo si quieres, podrías adelantarme que es lo que te urge saber.

— Necesito… una prueba de paternidad.

Bruno silbó, recargándose contra el respaldo de la silla de su consultorio.

— ¿Por fin vas a tener un hijo? — preguntó en tono bromista y su amigo volteó los ojos.

— No es por mí, es por… Cesar.

— ¿De qué hablas, Santos? Si Cesar está…

— Hay una mujer que probablemente dejó embarazada.

— Qué complicada situación entonces.

— Y hay más… es una de las culpables de su muerte.

— ¿Qué…? — se enderezó como un rayo y abrió los ojos.

— Después hablamos mejor, ahora debo colgar.

La mañana siguiente, Ana Paula despertó gracias a los varios toques sobre su puerta. Se extrañó. Era demasiado temprano y el sol aún no se ponía.

Quitó el seguro y asomó la cabeza con cuidado.

— ¿Tú…? — preguntó.

Santos Torrealba la miró como si ella fuese algo menos que insignificante.

— ¿Esperabas a alguien más?

— No, pero…

— Veo que no estás lista aún — la interrumpió. No le interesaba tener una conversación con ella. No eran amigos.

— No creí que ibas a venir tan temprano — musitó con voz somnolienta.

— El día comienza a las seis de la mañana para las personas como yo. ¿Cuánto tendré que esperar para que te cambies y empaques tus cosas?

Ella lo miró extrañada.

— ¿Empacar… mis cosas?

— Sí, no pienso arriesgarme a venir a este lugar una próxima vez, así que hasta que compruebe si ese hijo es de Cesar o no, te quedarás en un apartamento que tengo en el centro de la ciudad.

— ¡Pero…!

— Tienes cinco minutos para estar lista, si demoras, te llevarás únicamente lo que hayas podido empacar.

Luego sacó su móvil y retrocedió un paso.

Ana Paula cerró sintiéndose frustrada y vencida. Quería con todo su corazón a su hijo, pero si su padre no fuese el elegante hombre que conoció una noche mientras trabajaba en un bar y con quien vivió semanas maravillosas, no estaría pasándole eso.

Desde el principio supo que Cesar era un hombre de dinero, pero eso no le importó al enamorarse y entregarse ciegamente a él... ahora allí estaba las consecuencias.

¿Qué era ese hombre para el padre de su hijo y cuáles eran sus verdaderos planes al comprobar que ella no estaba mintiendo?

Se cambió rápidamente y empacó todo lo que pudo. Exactamente, cinco minutos, él volvió a llamar a su puerta.

— ¿Eso es todo lo que vas a llevar? — preguntó Santos cuando ella abrió la puerta y miró su equipaje.

— No tengo demasiadas cosas — musitó sonrojada, apenas y unas cuantas mudas de ropa, cremas y cosas de aseo personal. Lo demás que había en el diminuto apartamento era viejo y no le guardaba ningún valor sentimental.

— Muy bien, vamos.

Uno de los hombres de traje y auriculares que lo acompañaba, le sonrió con amabilidad y le quitó la pequeña valija y mochila de la mano.

Una vez dentro del auto, reinó la incomodidad y el silencio.

— ¿A dónde vamos? — quiso saber ella después de varios minutos de carretera.

— Al hospital. Solicitaré una prueba de paternidad — respondió como si fuese algo sin importancia, con la vista clavada en el móvil. Ella tenía la suya sobre él y eso le inquietó — Mis hombres me dijeron que no intentaste escapar en toda la noche.

— No soy una asesina como usted asegura, no tengo por qué huir — dijo con increíble seguridad y después miró por la ventana. Comenzaba a caer el primer rocío de aquella temporada.

Santos cerró los puños. No podía creer lo cínica y descarada que era, pero él mismo se encargaría de presionarla hasta el punto de que no pudiese sostener más aquella miserable mentira.

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