— Señor, esta es la mujer que lleva meses buscando — Leonas Ferreira, el secretario y jefe de seguridad de Santos, le extendió un documento de varias páginas sobre el escritorio — Su nombre completo es Ana Paula Almeida. Hija de madre soltera. Su padre las abandonó antes de que nacieran.
Santos alzó la vista.
— ¿Plural?
— Sí, señor. Tiene una hermana gemela, pero hace años que no hay comunicación entre ellas.
— ¿Y te aseguraste de que esto no se trate de una confusión y estemos acusando a la hermana equivocada? — no quería errores a la hora de arremeter contra la asesina de su hermano.
— Lo hice, señor, pero efectivamente la joven que busca es Ana Paula. Ha tenido varios problemas con la ley por robos menores a tiendas y chantaje. Su nombre figura en la base de datos policial. Es la misma mujer que intentó estafar a su hermano.
Santos asintió y cruzó las manos sobre el escritorio.
— Cuéntame sobre esa hermana gemela. ¿Por qué razón no existe comunicación entre ellas?
— Eso no lo sé, señor, pero lo que mi equipo alcanzó a averiguar con algunas personas del vecindario en el que vivieron toda su adolescencia es que no se llevaban bien y Ana Paula siempre la metía en problemas.
— Muy bien — tomó el documento y se incorporó —. ¿Tengo aquí todo lo necesario para enviarla a prisión?
— Así es, señor.
— ¿Llamaste a nuestro contacto en la policía?
— Estaba esperando su autorización.
— La tienes. Quiero a esa mujer tras las rejas esta misma tarde — espetó con frialdad antes de salir.
— Señor, ¿iremos a algún lado? — preguntó Leonas, revisando la agenda digital en su reloj. No tenía nada más para ese día.
— Sí, quiero estar presente cuando la arresten.
— Como ordene, señor.
Ana Paula se miró al espejo y acaricio su vientre levemente hinchado. Sin poder evitarlo, una lágrima manchó su mejilla. Se la limpió con rabia.
Desde que el padre de su bebé la había usado en la cama y abandonado, se había sentido más sola y rota que nunca. Su madre le dio la espalda, de su hermana no sabía nada hace años y a su padre nunca lo conoció.
Su vida había cambiado.
A veces recordaba con ilusión aquellas noches en las que, sin reservas, se entregó a Cesar. Y en más de una ocasión, esperó a que él volviera, pero ya habían pasado más de tres meses de eso y sus esperanzas murieron, sobre todo porque había sido muy contundente en aquella carta.
Recordó con rabia y tristeza entremezclada. Había llegado al puerto marítimo, donde solían verse al atardecer. Tomaban algo juntos al tiempo que compartían miradas cargadas de electricidad y roces inocentes que, llegados a un punto, los sacaba entre beso y beso de allí hasta la privacidad de una preciosa y lujosa suite de hotel. Pero esa tarde… esa tarde fue distinto, él ya no la esperaba, y a cambio, una camarera le entregó la carta.
“Lo que vivimos estas semanas no fue más que una aventura pasajera para mí. Fuiste muy tonta al creer que yo de verdad estaba enamorándome. Adiós y no me busques”
La leyó con ojos llorosos, incluso una lágrima manchó el papel. Su corazón se hizo trozos a partir de ese momento y juró que no lo buscaría… ni siquiera cuando se enteró de que esperaba un hijo suyo.
Sacudió la cabeza y volvió al presente.
— No te preocupes, bebé, te prometo que yo me encargaré de que nunca te sientas solo — susurró a su pequeño angelito con cariño.
Sería madre soltera, quizás de una niña o un varón, no lo sabría hasta el nacimiento, pues sin trabajo fijo no le alcanzaba para una de esas ecografías, si acaso para las vitaminas que le sugirió tomar su vecina porque eran las que le recomendó el doctor a ella con sus dos hijos.
Terminó de alistarse. Ese día tenía trabajo, y aunque no era mucho lo que le pagarían, le serviría muchísimo. Tenía toda la predisposición de salir adelante… por ella y por su hijo.
— ¿Es aquí? — preguntó Santos a Leonas al parquearse frente a un viejo y desgastado edificio en un barrio altamente peligroso.
— Sí, señor, de hecho, creo que… esa es la joven — señaló a una muchacha que salía por una puerta mal pintada con rastros de óxido.
Santos la miró atónito.
— ¿Estás seguro de que es ella?
— Sí, señor — aseguró Leonas luego de revisar una copia del expediente y comprobar que, en efecto, la de las fotos era ella.
El CEO Torrealba entornó los ojos. Era impresionantemente bella, tenía el cabello de un castaño precioso y su piel era tan blanca como la de un cisne. Sin embargo, nada de eso le causó tanta impresión como la pequeña y notoria prominencia en su vientre.
— ¿Qué carajos, Leonas? ¿Esa mujer está embarazada? — cuestionó a su escolta.
Leonas, confundido, revisó a detalles las fotografías que su equipo había captado los últimos meses, pero, en ninguna de ellas, se notaba lo que él y su jefe estaban viendo en ese momento.
— No entiendo, señor, creo que… se debe a que en las fotos está usando ropa holgada y aquí, bueno, no exactamente.
Santos negó.
No.
No podía ser cierto.
Y si lo era… si esa mujer estaba embarazada. ¿Ese hijo de quién era?
No lo pensó dos veces antes de bajar del auto.
— Detén a la policía y espera aquí.
— ¿Señor, que va a hacer? — llamó Leonas, pero su jefe simplemente no se detuvo hasta interceptar a esa descarada.
Ana Paula ahogó un jadeo de impresión ante el espécimen masculino de metro noventa que se plantó frente a ella y la miró con esos poderos ojos azules.— ¿De quién es ese hijo? — fue lo primero que preguntó Santos Torrealba al tenerla a un endemoniado metro de distancia.Ana Paula dio un paso hacia atrás y se llevó las manos de forma protectora a su vientre.— ¿Perdona…? — consiguió preguntar, sin comprender quién era ese hombre o que quería de ella.— Me escuchaste bien. ¿De quién es ese hijo que tienes allí dentro? — señaló con gesto despectivo su vientre.— Es mío.Santos rio sin gracia y echó mano a su bolsillo antes de sacar el móvil y llevárselo a la oreja.— ¿Cuánto demorará la policía en llegar?Cuando Ana Paula escuchó aquellas palabras, sus ojos se abrieron de par en par y su corazón latió desmesuradamente dentro de su caja torácica. Se sintió aterrada, y sin saber por qué, intentó huir, pero ese hombre era más rápido y fuerte y la detuvo a unos metros.Ella chilló.— ¡No me
Ana Paula se dejó caer en el colchón de su cama con gesto asombrado y asustado.Muerto.Cesar estaba… muerto.Se llevó una mano al vientre y otra la boca. Dios. ¿Cómo y cuándo había sucedido? ¿Fue después de haberle dejado esa carta? ¿Cómo murió? ¿Dónde estaba enterrado su cuerpo? Y sobre todo… ¿Por qué ese hombre la acusaba de ser su asesina?Tantas preguntas y tan pocas respuestas.¿Y ahora… que se supone que haría? ¿Y si intentaba escapar? No… ¿Por qué haría tal cosa? Ella no había cometido ningún delito, pero él insistía en que sí y se notaba que tenía mucho poder. ¿Cómo se defendería si ni siquiera tenía para comer correctamente?Se asomó por la ventana. Un auto negro con vidrios tinturados estaba parqueado a los pies de aquel viejo edificio.Resignada. Suspiró. No sabía lo que le deparaba el destino.Santos Torrealba se deslizó dentro del auto con gesto enfurecido.— ¿Cómo carajos pudiste pasar esto por alto, Leonas? ¡Esa mujer está embarazada y es muy probable que sea de mi her
Media hora después, llegaron al hospital. Su amigo Bruno se había encargado de tener todo listo para recibirlos. — Bájate y deja tus cosas aquí — le ordenó. — Prefiero llevarlas conmigo — replicó ella. — No te estoy poniendo a elegir. Bájate y deja tus cosas aquí — repitió, ahora con más autoridad. Ana Paula lo miró como si le lanzara dardos invisibles, pero eso a él no le daba más que igual. No le compraba el teatrito de señorita ofendida, así que la tomó por el antebrazo y la obligó a caminar. — Suéltame, me estás lastimando — se quejó la muchacha, con ojos rojos. Santos no acostumbraba a ser un hombre prepotente, mucho menos un abusador. — Entonces camina y acabemos con esto rápidamente. — Podríamos evitarnos todo esto. Cesar no es el padre de mi hijo — mintió, quizás así podría librarse de lo que ese cruel hombre tenía planeado para ella. Él entornó los ojos. — ¿Entonces por qué ayer diste a entender que sí? ¿Por qué me dijiste que no permitirías que Cesar te quitara a tu
Rápido, comenzó a planearlo todo. Esperó a que estuviese de noche y que él se fuera. Ya sabía de la rutina de la cocinera, así que eso no sería un problema, solo debía evitar a los dos escoltas y conseguir salir de ese lugar.Cuando se hicieron las diez, se asomó por la puerta para comprobar que todo estuviese en penumbras como las noches anteriores. Enseguida tomó sus pertenencias y salió en puntillas, aguardando silenciosa detrás de un pilar a que los guardias se distrajeran.No pasaron más de diez minutos cuando uno de ellos dijo que necesitaba ir al aseo, así que el otro tomó su lugar.Ese era su momento.Ana Paula aprovechó la oscuridad del apartamento para escabullirse y llegar a la puerta, ignorando que el hombre descubrió su reflejo en una de las ventanas.— ¡Señorita, deténgase ahí!Ana Paula contuvo la respiración y se giró con los ojos abiertos.No, no… si no podía huir en ese momento, no podría hacerlo después, estaba segura, así que cuando el hombre se acercó y la tomó de
Ana Paula sabía de la familia de Cesar lo único que él le había contado, que creció bajo el seno de una familia amorosa y tenía dos hermanos a quienes quería con locura y por quienes estaba dispuesto a dar su vida. Jamás imaginó que uno de esos hermanos se tratara del hombre con el que acababa de contraer matrimonio. El tío de su propio hijo. ¡Dios mío, el tío de su propio hijo! — ¿Po… por qué no me dijo algo así? — cuestionó ella, horrorizada, cuando estuvieron solos. — No creí que fuese una información importante — Santos miró a su reciente y joven esposa con ojos entornados. Ella retrocedió un paso y negó con la cabeza. — Por eso tanta insistencia en mi hijo — musitó. Ah, qué tonta había sido. ¿Cómo no pudo sospecharlo? ¿Cómo no pudo darse cuenta del parecido que existía entre él y el padre de su hijo? — Ese niño llevará el apellido Torrealba como corresponde, y por favor, no te hagas la muy correcta ahora, ni que fuese a compartir la cama contigo — le dijo de forma despectiv
Una vez que Ana Paula se instaló en una de las habitaciones y Santos saludó a su familia, su madre volvió a interceptarlo antes de que se encerrara en el despacho, como acostumbraba a hacer cuando quería evadir un tema. — Santos, hijo… creo que me debes una que otra explicación. — Ya no soy un adolescente, madre, ya no debo consultarte mis decisiones. — Eso lo sé, pero al menos pudiste decirnos que ibas a casarte y te habríamos acompañado en una fecha tan importante. Ni siquiera sabíamos que tenías una novia. ¿Dónde la conociste? ¿Cuánto tiempo llevan juntos? Santos se detuvo abruptamente frente a la puerta y se giró para encarar a su madre. — Lo único que tienes que saber de Ana Paula es que es mi esposa y punto, no hay nada más, madre — zanjó, dándole la espalda. — ¡Santos Torrealba, detente ahora mismo! — exigió la mujer. Pocas eran las veces que ejercía su autoridad como madre. — ¿Y ahora qué? — No quise comentarte nada hasta que tú lo hicieras, pero… esa muchacha está emba
— Querido. ¿Está tu esposa bien? — preguntó Laura Torrealba, la abuela del CEO, cuando acabaron de comer — La noté un poco pálida. Todos alzaron la vista. — Es cierto, hermano, se le veía un poco mal. ¿Quizás debas llamar al médico? — Ana Paula solo está cansada, han sido días complicados para nosotros — espetó con seriedad — Pero si llega a ser necesario, llamaré a Bruno. — Sería una buena idea, aunque… — De mi esposa me encargaré yo — se incorporó, un tanto molesto. Odiaba que se preocuparan por ella más de la cuenta, sobre todo porque no tenían ni la más mínima idea de quién era en realidad — Con permiso, buenas noches. Se retiró sin decir más. Subió las escaleras con la intención de ir a su habitación y ver si lograba descansar; sin embargo, no pudo evitar detenerse frente a la puerta de su esposa. Tomó la manija entre sus dedos, apoderado por ese instinto automático que últimamente no lo dejaba en paz. Iba a abrir cuando escuchó el rumor de un sollozo en el interior. Sus oj
Ana Paula gimió de sorpresa, y un segundo después, de aceptación. No supo cómo poner resistencia, tampoco estuvo segura de querer hacerlo, lo cierto es que tan pronto esa lengua filosa se hizo de su boca, todas sus defensas cayeron. Se alzó en puntillas. Santos no pasó desapercibida esa reacción, tampoco la suya propia, pues aunque deseaba poner fin a aquel beso, su cuerpo respondía de una forma distinta. La pegó más a él, y con su mano libre, apretó uno de sus mulos por encima de la tela de aquella bata, deseando explorar más allá de sus hilos. La recorrió entera, y con áspera delicadeza, acunó uno de sus pechos. Buscó el otro. Eran del tamaño de perfecto. Encajaban en sus palmas como si estos hubiesen sido diseñados para ser eternamente adorados por él. Con el juicio completamente nublado, le bajó los tirantes para liberarlos y así poder sentir la carne suave entre sus manos. Ana Paula volvió a gemir. Tenía los ojos cerrados y sintió que flotaba, pero, de repente, la burbuja se