01

—Hermanita, te veo muy contenta hoy y ese milagro. Seguro saldrás con tu noviecito ese. — Entrando en su habitación, mirando todo a su alrededor, con el mentón elevado, como menos preciando cada cosa que Elizabeth representaba.

—Ivanna, no empieces y sal de mi habitación, por favor., no sé cuántas veces te lo tengo que repetir, no me gusta que entres aquí — Sentía la mirada burlona de su hermana menor sobre su espalda, pero lo que no se esperaba es que al salir esta cerrara la puerta con llave, Elizabeth no  creía lo que pasaba, corrió inútilmente a tratar de abrir la puerta, pero era imposible, mientras gritaba el nombre de aquella chiquilla que una vez más disfrutaba humillándola, ofendiéndola, burlándose de ella de la forma que sea.

Pensó en su adorado novio, no quería que la esperaba en vano. Así que tomó su desgastado teléfono.

—Baby, lo siento mucho, no llegaré a acudir a la cita, tuve inconvenientes.

—Está bien cariño, para otro día será, hablamos más tarde, voy a ver a mi tía Elena en un rato, quiero hablar con ella de algunas cosas de mi madre. —Ella sentía algo diferente en el hombre que desde hace un año supuestamente la amaba de manera incondicional, sin importar que ella no había podido entregarse a él como tantas veces había sugerido entre besos y caricias, pero es que para Elizabeth había ciertos hechos de su pasado que la marcaron a tal punto que su miedo era mayor a aquel amor que sentía por Franco, su primer y único amor.

No sabía cuántas horas habían pasado, cuando de pronto la puerta se escuchó siendo abierta.

—¿Por qué no has preparado la cena? Esta no se hace sola, deja de estar de fodonga y muévete, sirve para algo.

—Si padre — Expresó Elizabeth, aun con el corazón temeroso del porqué la reacción tan vacía de su novio, jamás se había atrevido a comentarle las crueldades a las que era sometida por vergüenza.

Las horas pasaban y una espina se clavó en su pecho, lo que muchos llaman un mal presentimiento, de pronto sintió una corriente fría entrar por su espina dorsal, cuando la puerta de aquella casa se abrió de par en par su hermana menor entraba con una sonrisa tan grande como si hubiera ganado la lotería, una sonrisa que se extendió más al ver a Elizabeth en la cocina preparando la cena como tantas veces o como era costumbre.

—Quita esa cara hermana, solo era una broma, no te tomes todo a pecho. Deberías vivir la vida y dejar de ser tan amargada, yo que vengo tan contenta y tu fea cara me arruina el humor.

 Ella no dijo nada porque fue el momento en que su padre entraba

—Papito hermoso, tu hija adorada te trae excelentes noticias, salte esperpento —Golpeando su hombro para pasar prácticamente sobre ella como siempre.

 Al ver a su menor hija, a su querida Ivanna le hizo una seña para que lo siga, se encerraron en el despacho por unos minutos, luego salieron cuando ella servía la cena, ambos se lanzaban miradas cómplices como quien se traía algo entre manos, algo que para nada beneficiaria a Elizabeth. Luego de comer aparte, alejada de ellos dos y dejar todo impecable, regreso a su habitación, una que realmente nunca lo fue, ya que eso era como un pequeño espacio, un desván que era usado para los utensilios de limpieza, pero que ella convirtió en su pequeño refugio.

 Estuvo mirando el techo un rato recordando cómo es que hace diez años había llegado pensando que por lo menos su padre si la quería, que su madre la había abandonado era una cosa; sin embargo, aquella noche, con la fe por lo alto, llegó con la esperanza de ser acogida entre sus brazos como siempre sonó desde que supo que tenía un padre, pero grande fue su sorpresa, cuando en vez de tratarla como familia, con amor y benevolencia por su tan maltratada infancia de orfanato en orfanato, en cambio, lo hacían como una empleada del servicio doméstico, así fue desde el principio, le prohibieron decir de manera pública que ella era su hija, que era una Monroe, algo que finalmente y base de golpes ocultó del mundo con mucho pesar, con mucha tristeza y decepción, veía como Ivanna era tratada siempre como la princesa, la consentida, la muñeca de cristal a quien no se le podía decir nunca que no, todo lo que sobraba era para Elizabeth, la arrimada, la aparecida, la muestra del pecado de su padre en la época que la señora de la casa no podía concebirle un hijo a su marido.

—No me quiso mi madre, no me quiso mi padre, mucho menos mi hermana, es como si estuviera sola en este mundo sin nadie más que Franco, mi querido Franco — Abrazando la almohada y con lágrimas en los ojos se quedó profundamente dormida, llegando a tener una vez más esas pesadillas que la atormentaban y no le permitían vivir su juventud a plenitud, aquellos recuerdos que eran dagas lastimando su atormentada alma, se veía a ella de niña correr descalza y con la ropa rasgada, se recordaba a sí misma, correr a ser consolada y protegida por su padre, pero, en cambio, lo que recibió fue una paliza, culpándola de lo que pudo haber pasado, era solo una adolescente incapaz de hacer algo cuando nadie en este mundo la defendía ni de su propia sangre.

A la mañana siguiente, se despertó muy temprano, alegre y risueña, eran las mañanas las pocas ocasiones en que podía ver a su querido Baby, Franco, pero grande fue su sorpresa cuando le informaron en aquel supermercado que él ya no trabajaba ahí, se sorprendió tanto que él no le dijera nada, le marcó al celular, pero la llamada le daba de frente a buzón de voz, no sabía dónde buscarlo, después de todo nunca había visitado su casa, su noviazgo se basaba en acudir a pequeños antros subterráneos de la parte oscura de la ciudad, donde ahí ella se portaba como la muchacha de veinte dos años que era, donde bailaba pegada a su novio, donde lo besaba y abrazaba envolviendo sus brazos hasta su cuello, donde tantas veces había besado parte de su cuerpo, frenándose cuando ella se sentía incapaz de seguir, en su noviazgo había pocas salidas al cine, disculpándose con que no tenía presupuesto, o contadas veces que salían a comer algo, se encontraban esporádicamente en algún parque donde él le contaba que algún día le gustaría ser dueño de muchos carros, de tener todos los lujos del que según él la vida le había negado aun mereciéndolo, esa parte no la entendía, pero tal vez era como soñar despierto, aunque él era ocho años mayor que ella, no lo veía así, para ella eso era amor.—Franco, mi amor ¿Dónde estás?

SEMANAS DESPUÉS

—No sé por qué tengo que vestir de esta forma, padre, por favor no me humilles así.

—¡Estás loca! Nadie que venga a esta fiesta debe saber que tienes mi apellido o mi sangre, para ellos eres una más del servicio, una más del servicio de catering que contratamos, tú solo obedece, porque ya sabes qué puede pasar.

Claro que sabía, el orfanato donde ayudaba como voluntaria dejaba de recibir la ayuda que prácticamente lo mantenía en pie, ella estaba a punto de terminar sus estudios técnicos a distancia y el curso de idiomas que seguía en secreto, nada era más importante que aquello ni siquiera su dignidad y orgullo.

No tuvo otra opción, de pronto uno de los asistentes dejo caer una copa de vidrio, ella fue a recogerla, no la podía dejar cerca, así que fue directamente a la parte de atrás de la casa, una inmensa, así que al regresar ya había pasado minutos, cuando regresó, fue a seguir repartiendo las copas, pues le habían dicho que habría un brindis, era tanta la gente que no la dejaban ver bien, pero cuando alzo la mirada lo que vio la dejo congelada dejando caer todas las copas que tenía.

—Buenas noches con todos, gracias por estar aquí esta noche celebrando con nosotros un acontecimiento de esta magnitud, cuando conocí a Ivanna fue amor a primera vista, fue instantáneo lo que me llevo en poco tiempo a darme cuenta de que era la persona con la que quería compartir mi vida entera, por eso te pregunto Ivanna mi amor ¿Quieres casarte conmigo?

La rabia y el dolor que sentía era tan grande que al momento en que iba a hacer el escándalo de su vida, uno que jamás pensó atreverse a hacer, fue tomada del brazo y alejada de manera discreta.

—¡Suéltame, él es mi novio, no el suyo! No me pueden hacer eso, no, no

—¡Cállate! Cierra la boca Elizabeth — Cuando ella se dio cuenta estaba en la parte trasera de la casa, alejada del bullicio de todos o el sonido de las copas celebrando aquella unión.

—No escuchaste lo que te dije, él es mi novio, no de Ivanna.

—Ese chiquillo es el hijo no reconocido de uno de los empresarios más ricos de la ciudad, uno que apareció hace unos meses, por lo que te digo que te quedes callada.

Ella no podía creer algo como eso, su Franco era solo un simple empleado de supermercado, no era un heredero que apareció de la nada, luego recordó que una vez le dijo que su padre nunca lo había reconocido, que su madre nunca le dijo quién era este ni siquiera en su lecho de muerte. Entonces podría ser cierto, pero porque callar, porque comprometerse con Ivanna, si se supone que la amaba a ella.

—Eso no importa, entiende Ivanna no puede casarse con él ¿Acaso no soy tu hija? Me están clavando un puñal en el corazón, ella sabía que él era mi novio, como puedes aplaudir algo como eso.

—Tú solo tienes que regresar a esa fiesta y sonreír frente a todos, es lo único que tienes que hacer, al menos que quieras que te encierre en tu habitación.

Miraba a los ojos a su padre, sin creer que su ambición y ganas de poder fueran tan grandes como para olvidar que ella también era su hija, que ella también era su sangre, eran tantas cosas en tan corto tiempo, su padre una vez más demostrándole cuan despreciable era ella ante sus ojos, su hermana como siempre pisándola por el simple placer de hacerlo y aquel hombre que pensó que la amaba traicionándola hundiéndola más aún en el dolor y la tristeza junto con esa decepción una que pensó jamás podría superar.

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