Capítulo 2

Eran las nueve de la noche cuando llegue frente a casa, no tenía ganas de ingresar aun dentro y el cielo se encontraba perfectamente estrellado, lo cual me gustaba. Tomé asiento en uno de los escalones de la entrada, mientras rebuscaba en mi bolso la cajetilla de cigarrillo barato que adquirí del supermercado. Lo encontré y rápidamente llevé una a mi boca para encenderlo e inhalar y expulsar el humo.

Lo necesitaba. Me recuesto en el piso, quedando boca arriba, mirando el cielo estrellado por el pequeño orificio que dejaba los arboles allí, disfrutaba de esa sensación de paz, mientras expulsaba el humo por la boca y lo veía disiparse sobre mi rostro.

Si mi jefe me viera en estos momentos, de seguro ya tendría mi carta de despido. Él odia a todos los que fuman, y para ser francos, no tengo la menor idea del porqué, pero en estos momentos no me importa, pues no estoy en horario laboral, y realmente no quiero pensar en ese hombre.

Nunca entendí porque le molestaba, y creo nunca lo sabré, seguro posee algún trauma, aunque para ser honesta, nunca he sabido nada más de lo laboral. Su vida personal estaba en un baúl escondido bajo llave, no sé nada de familias, ni amigos. En los eventos siempre está solo, por lo que deduzco su amargura, o su soledad.

Por alguna extraña razón eso me hacía sentir mal, estar solo no es nada placentero, incluso alejaba a todos, y quizás por eso, aún seguía a su lado, como su leal compañera de trabajo, aunque a veces quisiera ahorcarlo.

De la nada, mi mente empieza a imaginar mi cuerpo en una cama, con sabanas de seda. Unas manos bien masculinas acariciándome con rudeza, y me encantaba, separando mis piernas, elevo la mirada hacia arriba arqueando mi espalda, y cuando vuelvo a mirarlo, veo el rostro sonriente de mi jefe ahí abajo, apunto de hacerme un oral.

Mis ojos se abren casi saliéndose de sus órbitas, y pude darme cuenta que tuve un sueño con mi jefe despierta.

-¡Carajo! Necesito sexo con urgencia – susurro más para mi, mientras con mi mano apago el cigarrillo y me incorporo de mi lugar para adentrarme dentro de la casa.

Es una casa amplia, con muchas habitaciones, o suficientes para una familia numerosa. En la sala se encuentra Francisco, mi hermano en compañía de Fiorella, su hija y mi sobrina. Decidió quedarse a vivir aquí después de la muerte de su esposa, asumiendo que no quería dejarnos sola y teniendo en cuenta que no quería alejar a Fio de nosotras ni dejarla con niñera, puesto que él trabajaba todo el día. Más bien creo que no quería estar solo, y lo entiendo, solo quedábamos el, mi prima y yo, además de mi Fio. Es un excelente maestro de historia en la universidad y un excelente padre para mi sobrina.

Mas al fondo estaba Camila, estaba colocando la mesa, ella se quedó con nosotros después de la muerte de sus padres, así como yo, también es huérfana, estudia derecho en la universidad de leyes y trabaja como mesera en una cafetería, al menos para cubrir sus gastos.

La casa quedo a mi nombre y la de mi hermano, después de la muerte de nuestros padres pasó a ser nuestra por obvias razones, pero me encantaba ese ambiente familiar que teníamos a pesar de las ausencias de seres queridos. Supimos afrontar el dolor con trabajo que servían de distracción, y manteníamos la casa en buen estado gracias al ingreso de cada uno.

-Hola, cariño. – saluda desde la cocina, mi prima, alertando a los demás, Fio al verme, corre hacia mí para lanzarse a mis brazos.

-¡Tía! mi padre me ha comprado un oso de felpa – confiesa.

-Eso es estupendo, princesa.

-Hola, Oli. – saluda Francisco, mientras se acerca a darme un abrazo y un beso. - ¿Qué tal tu día?

-Escuche a mi jefe tener sexo salvaje con una de sus amantes, y pues trabaje bastante como todos los días, y tuve que ir a la tintorería dos veces porque el señor quería el traje azul y no el gris.

-En resumen. – grita Camila desde donde está. – Una m****a. – todos reímos, porque esa es mi frase, siempre que me preguntan cómo me fue en el trabajo. – Vengan a cenar.

Asentimos, y todos nos disponemos a sentarnos en nuestros lugares.

-Cada vez llegas más tarde, eso ya no me gusta. – confiesa de repente mi hermano. – Creo que tu jefe anda abusando de tu confianza.

-Me paga las horas extras. – respondo como sin nada.

-Podemos ver un carro. – dice de la nada Fiorella, y todos la miramos. – Así papá ira a buscarte. – mi hermano le da una sonrisa a su hija mientras le susurra que tiene razón.

***

Despierto con el sonido de la alarma, es un milagro que eso ocurra. Entro al sanitario a asearme, para después vestirme con mis aburridas prendas de vestir y bajarme a la cocina para desayunar, donde veo a Camila, junto a Fiorella, ya vestida para ir a la escuela.

Miro la hora en mi celular, y decido comprar mi desayuno afuera, si es que quiero llegar temprano, me despido de todos, excepto de mi hermano porque no estaba allí, y me voy a esperar el metro.

Compro mi café del lugar que queda a una cuadra de la empresa y camino a gran velocidad, pero como siempre, la mala suerte me acecha y llego dos minutos tarde.

Subo por el ascensor, y cuando me dispongo a ir a la oficina de mi jefe, su conocida voz me hace pegar un brinco.

-Cinco minutos tarde, Campbell. – dice, con voz fría. Me abstengo de poner los ojos en blanco. – Le he enviado una serie de tareas, por favor no pierda el tiempo.

-Sí señor. – musito, mientras me pongo a abrir los mensajes y dejaba en orden todo para la reunión de esta tarde.

En breve de seguro empezará a gritar y a sofocar a todos los empleados de su queridísima empresa, a tal punto de estresarlos y confundirlos.

La reunión era con el señor Richard, un hombre regordete, de entre cincuenta años y la muerte, multimillonario que deseaba una construcción en nuestra ciudad, a fin de tener un lugar donde vacacionar con su esposa. Me encantaba su manera de pensar, pues mucho a esa edad se sumían en sus trabajos y se olvidaba de disfrutar de tantos millones.

La hora del almuerzo llego y yo ya había acabado todo lo que tenía que ver con la reunión, por lo que podía asistir a almorzar con suma tranquilidad, y así lo hice, con Luis, un pasante que siempre me acompaña en el restaurante del frente, e intercambiamos palabras cada vez que es nuestra hora de descanso.

Si querías una vida social tranquila, definitivamente trabajar para The Group Brown In. no era una opción. Iba a consumir tu tiempo hasta no poder, ibas a adelgazar por falta de tiempo para alimentarte, asumiendo el estrés que te genera la presión de los trabajos, tu vida amorosa se vería afectada. En fin, no tienes tiempo para vivir, y a veces creo que la paga no es suficiente si no disfrutas.

Cuando ingresaba en la empresa nuevamente, podía ver como todos se movían de aquí para allá, desesperados por nada para ser francos. Miro a Dahia y le pido los sobres que debieron llegar para mi jefe, me los entrega dándome una mirada de lastima.

Cuando llegué arriba, encontré el mismo desorden que abajo, todos angustiados corriendo despavoridos.

-El señor Brown te espera en su oficina y está furioso porque una vez más has llegado tarde. – ruedo los ojos, y a pasos tranquilos me adentro a mi cubículo a dejar mi barra de chocolate en uno de los cajones y me dispongo a ir a su oficina.

Lo encontré sentado, escribiendo algo en su portátil, se veía realmente furioso, por lo que me puse a pensar si era mejor correr de allí o enfrentar la situación. Suspire y me adentre, sin hacer ruido, temía a que también se enojara por el ruido de mis tacones, y cuando me posicione frente a sus escritorios, baje los sobre sobre ellos.

-Ahora son diez minutos tarde, Olivia. – dice, de manera muy tensa. - ¿Quiere que llame a Recursos Humanos y haga mi queja? – siempre me amenazaba con lo mismo.

-Lo siento señor Brown, se me hizo tarde en el almuerzo. – musite bajito, como una sumisa.

-Si, y justamente cuando tenemos una reunión sumamente importante. ¿No? No sé si cree que esto un juego y puede hacer lo que se le da la gana, pero si somos el número uno, es porque he contratado personas responsables y calificadas.

Sin darme cuenta he puesto los ojos en blanco en señal de hartazgo. Grave error. Ahora Galbert se encontraba de pie a punto de gritarme.

-Te aburre mis quejas, entonces si no me quieres escuchar es mejor que empieces a hacer bien su trabajo señorita Campbell. – Dios, parecía un abuelo, se quejaba por todo, no paraba ni un segundo, y mientras lo hacía yo solo asentía sin darle importancia. – ¿Entendido? – finalizo. No tengo idea, pero asentí.

-Espero todo esté en orden para cuando el cliente venga.

-No se preocupe, ya está todo listo. – quedó en silencio, quizás pensando con que fastidiarme.

-¿Dónde está el pasante? – pregunto de repente.

-Ya lo llamé, pero se le ha hecho tarde. – susurre, conteniendo una risita. Sus ojos se entornaron al percatarse de mi tono burlón, pero es que en serio era gracioso. Entiendo que Luis es importante para la toma de notas en las reuniones, pero no era necesario que lo agobie, aún faltaba una hora para la reunión.

Se puso de pie para rodear su escritorio y posicionarse de manera autoritaria frente a mí, tuve que inclinar mi cabeza hacia arriba para poder mirarlo, pues era un hombre muy alto, de unos, metro noventa y tanto.

-¿Te estás burlando de mí? – pregunto, mirándome desde arriba.

-No, claro que no, señor. – no sé porque mi mente sucia imaginaba otra cosa, por lo que trague en seco. – Le he dejado toda la información referente al cliente en un correo, se lo envié en mi hora de almuerzo, sé que le gusta saber y estar preparado. Tambien llame a la cafetería, para que tenga listo el café. – quiso decir algo, pero decidí seguir hablando. – Y si, les avise que debe ser descafeinado y sin leche porque es intolerante a la lactosa, los de informática ya dejaron en orden el proyector, ya he verificado que las copias de planos estén en la sala de reuniones, y, por cierto, esa corbata no le queda, póngase la roja. – finalice, dándome la vuelta y dejándolo con la palabra en la boca.

Me posicione detrás de mi escritorio, pero, justo Gabriella deseaba fastidiarme y eligió este momento para acercarse a mí con un pilón de carpetas. Ella es hermosa y sumamente inteligente, pero como todas las mujeres con dinero, es engreída y fastidiosa.

-Ordénalas por colores antes de la reunión, necesito entregárselos a Galbert. – una sonrisa tan falsa como ella, surcaron en mis labios, y con toda la fuerza de voluntad, respondí, aunque estaba claro que no era mi trabajo, pero en estos momentos no quería más problemas.

-Sin problema, señorita Smith. – respondí.

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