Capituló 2

P.O.V. Adrien

Estamos en nuestro entrenamiento de fútbol americano. El entrenador nos exige demasiado y más a mí porque estoy por graduarme. Quiere que me esfuerce para poder entrar al equipo de la universidad.

Llevamos una hora entrenando y estoy ya algo cansado. Pero me ayuda a mantener mi figura. Además de que es buena forma de desquitar mi estrés que causa Eileen.

Me acerco a dónde está mi botella de agua. Me quito el casco. Comienzo a tomarle y en eso, volteo a ver hacia donde está la pista de atletismo, veo a las chicas que se paran para verme y saludarme.

Para seguirles el juego, me echo agua en la cabeza. En eso mis amigos se acercan a mí. Notan que estoy mirando a las chicas y ellos las saludan y yo también. En eso veo que también está Eileen ahí. Se detiene, pero solo mira un poco y sigue con su trote.

—¡Ja, ja, ja ves, te lo digo, amigo, a ella es a la única que no podrás convencer porque mira a las demás que hasta se olvidan de todo! —Damián no deja su sarcasmo.

—Cuánto apuestas que Eileen también es fácil de dejarse caer en mis manos —le digo para demostrarle lo contrario.

—¿Mmm qué te parece si te hago que te encuentres con mi prima Lizbeth?

—Eso me convence y más porque, a pesar de que Lizbeth y yo estamos en el mismo grado, casi nunca nos vemos porque ella está en otras clases, pero son pocas las ocasiones que la he visto y para pasar el rato está muy bien.

—Está bien, es un trato —le digo. Durante todo el rato la he estado vigilando. Veo que termina con su clase de atletismo. Pasa aquí por el campo de entrenamiento y aprovecho para molestarla.

—Ey Eileen, si sigues con tu clase de atletismo, vas a terminar sin nada. —Veo que me ignora. Eso me hace enojar, así que tomo el balón y se lo lanzo y pasa por un lago de ella—. Piernitas de popote, regrésame el balón.

Se acerca a donde cayó el balón y lo toma en sus manos. Veo que me mira, estoy listo para que me lo lance, pero en eso veo que lo lanza, pero a otro lado.

—Ey, ¿qué te pasa? —le gritó molesto.

—Camina, idiota. —Me contesta igual de fuerte y veo que se va.

Me apresuro a seguirla. Mis amigos van detrás de mí. Los tres observamos que ella entra al vestidor de mujeres. Después sale deprisa. Mis amigos la siguen mientras yo voy a bañarme.

Me doy una ducha rápida y me pongo un bóxer y una toalla alrededor de mi cintura.

—Adrien rápido que Eileen estaba en las regaderas, su clase de gimnasia fue cancelada —Agustín me dice

—Ya voy, ten mi teléfono para que tomes las pruebas —le doy mi teléfono y salimos de las regaderas de los hombres.

Nos fijamos bien que no esté nadie. Entramos adentro y observo que ropa afuera de las regaderas. Mis amigos se quedan escondidos a una distancia segura, mientras yo me acerco y veo su silueta por la puerta de cristal borroso.

—Casandra, ¿me puedes pasar mi toalla, por favor? —Por lo que noto, ella me ha confundido con su amiga. Así que para seguirle la corriente le doy su toalla. Ella la toma y espero a que salga. Me recargo hacia dónde la puerta de la regadera se abre para que ella no me mire. En eso veo que la puerta está abierta. Ahí es mi momento de actuar.

****************

Mi cuerpo está pegado al de Eileen, mis labios demasiado cerca de su cuello. Mi pierna está encajada entre las suyas, sintiendo la suavidad de su piel. Su respiración está agitada, y me pregunto si es por el miedo. Percibo un sutil toque de perfume en su piel, probablemente el jabón que usa. Creo que ya he demostrado lo que quería.

—Vamos, chicos, ninguna mujer puede resistirse a mí —murmuro mientras la suelto y me aparto.

—¡Ja, ja, ja! Es verdad, Adrien, ninguna mujer se resiste a ti —se ríen mis amigos, saliendo de su escondite y disfrutando del espectáculo.

—Lo mejor sería tomar unas fotos con tu teléfono —dice Agustín, entregándome mi móvil. Justo entonces, sin previo aviso, Eileen se aproxima y me da una bofetada que me deja la mejilla ardiendo.

—¿Qué te pasa? —grito, furioso. La veo recoger sus cosas y salir rápidamente.

—¡Ja, ja, ja! No se resiste a ti, pero claramente no te tiene miedo —se burla Damián.

—Pero al menos yo no le tengo miedo, como tú comprenderás —respondo, enojado y sintiendo una furia creciente. No me gusta que me peguen; es todo lo contrario a lo que estoy dispuesto a tolerar. La rabia me invade, y aunque tengo ganas de ir y hacerla pagar, me esfuerzo por mantener el control.

—Vamos, que esta sea la última vez que me hacen hacer algo así. Y tú, Damián, quiero ver a tu prima Lizbeth mañana —le digo, mientras me alejo de las regaderas de mujeres antes de que nos descubran.

—No me digas que Eileen te despertó las ganas —bromea Agustín.

—No, y cállate, idiota —respondo, con la furia todavía hirviendo en mi interior. Necesito desahogar este coraje.

Llegamos al vestidor de hombres. Me cambio rápidamente: un par de shorts, mis zapatillas, una camiseta azul y arreglo un poco mi cabello. Tomo mi mochila y salgo, aliviado de que ya sea hora de irnos a casa. No podría soportar una clase con este nivel de frustración.

Ignoro las charlas de mis amigos mientras me dirijo al estacionamiento. Desactivo la alarma de mi Ferrari, tiro mi mochila dentro y me subo al auto.

Pongo el motor en marcha y veo a mis amigos salir también al estacionamiento. Pero yo ya estoy saliendo. En la salida, me encuentro con el Porsche de Eileen. Pasamos uno al lado del otro, y nuestras miradas se cruzan.

Siento una oleada de coraje, y en su mirada, reconozco el mismo descontento.

Cada uno sigue su camino, aunque no tan separado, ya que vivimos en la misma calle. Al llegar a mi calle, me topo nuevamente con Eileen, quien también está en su auto. La tensión en el aire es palpable mientras nuestros vehículos se detienen al borde de la calle.

Yo tomo mi lado y entro a mi casa. Veo por el espejo y ella hace lo mismo al entrar a su casa. Meto mi Ferrari en la cochera, tomo mi mochila y bajo de él.

Entro a la casa, encontrando a mi madre ocupada adornando los jarrones con rosas rojas. La escena, de alguna manera, solo amplifica mi frustración.

—Hola, hijo. ¿Cómo te fue en la escuela? —su voz es cálida y llena de preocupación, pero su sonrisa no engaña.

—Bien, mamá —trato de sonar natural, pero ella me conoce demasiado bien.

—No me mientas, hijo. ¿Te volviste a pelear con Eileen? —su mirada es penetrante, y no hay manera de ocultar lo evidente.

—Ay, mamá. Si se llevan bien, entonces, ¿por qué no tienen ningún trato entre ustedes? —la cuestiono, la tensión en mi voz es palpable.

—Eso es porque estamos esperando algo diferente —responde, como siempre, con ese enigmático tono que nunca aclara nada.

—¿Diferente? ¿Qué significa eso exactamente? —le exijo saber, aunque sus respuestas no han cambiado en años.

—No te preocupes por eso, hijo. Solo cuídate, porque no quiero ser abuela todavía —me advierte con un toque de humor que no logra disimular la seriedad de su advertencia.

—Lo tendré en cuenta, mamá. Ahora me retiro, una amiga vendrá a estudiar —anuncio, necesitando canalizar mi enojo con alguien que me entienda.

—Está bien, pero recuerda cuidar de ti mismo —me recuerda antes de que suba las escaleras.

Llego a mi habitación, dejo la mochila en la cama y saco mi teléfono.

Marcarle a Mónica es la única forma de distraerme ahora. La llamada se conecta rápidamente.

—Hola, hermoso —me saludó

—Necesito que vengas a mi casa ahora mismo —ordeno con firmeza.

—Está bien, llegaré en 10 minutos —responde antes de colgar.

Siento un ardor creciente en mi entrepierna, mi cuerpo ansioso por lo que está por venir. Los minutos se arrastran hasta que el mayordomo me avisa que Mónica ha llegado. Le indico que la deje pasar. La puerta se abre y la veo entrar.

Viene con una minifalda blanca y una camisa con botones que apenas mantienen su lugar. Me levanto y avanzo hacia ella, tomando su mano y guiándola hacia la cama. El recuesto sobre el colchón, boca abajo.

—Mmm, pareces impaciente —murmura, conociendo bien la razón de mi llamada.

—Solo actúa como la buena niña que eres —le susurro, tirando suavemente de su cabello.

—Claro, lo haré —responde.

Despojo sus bragas con rapidez. Masajeo su trasero mientras la otra mano busca lo que ansío. Empiezo a acariciarla, jugando con su cuerpo de una manera que la hace gemir suavemente bajo las cobijas.

Ya no puedo soportarlo más; necesito liberarme de este odio acumulado.

Me acerco al cajón y agarro un condón. Me bajo un poco el pantalón, rasgo el envoltorio con rapidez y me lo pongo.

Me posiciono, coloco la punta de mi miembro en su entrada y la penetro sin vacilar. Mis movimientos se aceleran, la golpeo con fuerza y tomo su cabello, enrollándolo en mi mano mientras lo jalo con firmeza. Sus gemidos llenan el aire.

Sigo embistiendo con una intensidad creciente, cada embate más potente que el anterior. La veo aferrarse a las sábanas, luchando contra la ola de sensaciones. Mantengo el ritmo, cada vez más frenético, hasta que la sensación conocida me embarga y me libero por completo.

Retiro el condón y lo desecho cuidadosamente. Me limpio, vuelvo a colocarme el pantalón y observo cómo ella, aun temblando, se acomoda las bragas, la ropa y, finalmente, se arregla el peinado. Se levanta de la cama.

—Tengo que irme, Adrien. Jaime me está esperando y si me atraso, sospechará. Nos vemos —resopló mientras toma su bolso y se dirige hacia la puerta.

Me siento en el sillón frente a la ventana, mirando hacia la casa de los Rossi, específicamente hacia la habitación de Eileen. La veo sosteniendo a su gato en brazos…

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