Capituló 4

P.O.V. Adrien

Tomo mi llave y abro el cajón donde guardo mi diario. Lo coloco en el escritorio y me siento, con el corazón palpitando. Tomo un lápiz y abro una nueva hoja.

“Otro día, otra vez lidiando con Eileen. Pero hoy se pasó de la raya. ¿Cómo se atreve a darme una cachetada? Odio la desobediencia. Si fuera otra mujer, la tendría aquí en mis rodillas, castigándola sin piedad. Pero no puedo hacer eso.

Aparte de eso, no entiendo qué me pasó. Cuando estábamos en el baño, hubo un momento en que perdí el control. No sé qué me ocurrió. Tal vez era porque hacía días que no me liberaba de esta tensión.

Esa sensación fue rara, casi eléctrica, cuando toqué su piel. Pero lo que realmente me descontroló fue cuando estuve tan cerca de su cuello. Ese aroma, tan dulce y delicado, su respiración irregular; todo eso hizo que mi cuerpo reaccionara de una manera inesperada. Y ni hablar de cuando, por error, metí mi pierna entre las suyas. Sentí cómo todo se intensificaba.”

No entiendo qué me pasó. Estuve a punto de besarla en el cuello, pero por suerte reaccioné a tiempo. Debo estar loco por sentir eso, por dejar que ella me provocara de esa manera, cuando ni siquiera es atractiva. No sé qué me sucedió, pero no volverá a pasar.

De repente, escucho un rasguño en la puerta. Cierro mi diario y lo guardo rápidamente. Me acerco a la puerta y allí está Luna, mi perrita. La adopté cuando tenía 14 años, después de encontrarla en la calle. Es una jasqui.

Al abrir la puerta, Luna entra con su peluche de osito en el hocico. Se dirige a su cama, que está junto a la mía, y se tumba, dejando el peluche a un lado.

—Mi pequeña Luna, extrañas a Daphne igual que yo. —La miro mientras su tristeza se refleja en sus ojos. —Ya regresará en unas semanas. Sabes que mi madre la envió a un retiro.

Luna llora suavemente, su tristeza palpable. Cierro la puerta, me quito la camisa y los shorts, y me acerco a la ventana. Miro hacia la ventana de Eileen.

La veo en su típico pijama de vestido. La luz de su habitación se apaga y yo hago lo mismo.

Me acuesto en mi cama y me cobijo. Intento dormir. Cierro mis ojos y me quedo dormido en unos minutos.

****************

Siento un olor muy dulce y delicado. Escucho la respiración de alguien muy agitada. Siento como una de sus manos toma la piel de mi hombro

bajando por mi pecho. Esas caricias se sienten tan bien. Intento ver quién es la mujer que me toca, pero no la veo, solo veo como su cabello cubre su rostro dejando ver un poco su ojo. Pero no reconozco a esa mujer.

Despierto de golpe, sintiendo una humedad incómoda en mi bóxer. Meto la mano y confirmo lo que temía.

—Carajo. —Me levanto de un salto y enciendo la lámpara. Observo la mancha en la tela y la confirmación de mi peor temor. —¿Por qué me pasó esto? No me ocurría desde hace años.

Arranco los bóxeres y me dirijo al baño, apresurado para limpiarme. Tras unos minutos, vuelvo a la cama, prefiero dormir desnudo. Apago la luz y cierro los ojos, rogando que no vuelva a soñar lo mismo.

A la mañana siguiente, despierto sintiéndome mucho mejor y sin esos sueños perturbadores. Me preparo para la escuela con una rutina mecánica. Al estar listo, abro la puerta y Luna sale junto a mí. Me tomo el licuado, observando la casa vacía como de costumbre. Mi padre se ha ido temprano y mi madre debe estar ocupada con la fiesta de caridad. Mi hermana tampoco está. Termino mi licuado, salgo de la casa y me subo a mi Ferrari.

Llego a la escuela y estaciono el Ferrari en mi lugar habitual. Bajo del auto y me detengo en la entrada, esperando a mis amigos y a Lizbeth, la prima de Damián. Hoy elegí una camisa blanca con un toque grisáceo, combinada con una chaqueta y jeans, buscando dar una buena impresión.

Veo a mis amigos acercarse, pero Lizbeth sigue sin aparecer. Ellos llegan y me saludan, y de inmediato me dirijo a Damián con la pregunta que me quema en la mente.

—¿Dónde está Lizbeth? —le exijo, con una impaciencia palpable.

—Parece que la ratita de biblioteca te dejó caliente ayer —responde Damián con una sonrisa burlona mientras sigue con sus cosas.

—Cállate, Damián. ¿Dónde está la parte del trato? —mi tono se vuelve más áspero, revelando mi frustración.

—No te pongas impaciente. Ella te estará esperando después de las prácticas del equipo, en la sala de proyección—me responde con un aire de calma. Confío en que cumpla su palabra y esté allí.

—Está bien —le digo y nos dirigimos hacia el interior de la escuela. Nos apoyamos en una de las paredes, esperando.

En ese momento, veo llegar a Eileen con Casandra. Casandra siempre impecablemente vestida, mientras que Eileen no está a la altura. Lleva un abrigo rosa sobre una camisa rosa, el cabello recogido, sus lentes puestos y la mochila colgada de un hombro.

Al observarla detenidamente, me doy cuenta de lo absurdo de lo que sentí ayer. Su cuerpo no tiene nada de atractivo. Me pregunto si realmente estoy tan desquiciado como para haberme dejado llevar por esa sensación.

Ella nos mira con una expresión molesta antes de girar sobre sus talones y alejarse junto a Casandra. Damián, sin perder la oportunidad, le lanza una sonrisa provocadora y un gesto obsceno con la mano mientras yo desvío la mirada, tratando de no ser notado.

La observo de reojo mientras se aleja, su enfado evidente. Tras pasar el resto del día en mis clases, regreso a la de historia. Allí está Eileen, pero decido ignorarla. Me siento en mi lugar sin hacerle caso.

La clase termina y me levanto, evitando cualquier interacción con Eileen.

Mis amigos y yo nos preparamos para el entrenamiento. Cuando termino, todos los demás ya han terminado de ducharse y se han ido.

Mis amigos también se han ido: uno tiene una cita y el otro está hambriento. Me quedo solo en las regaderas, con el silencio del vestuario a mi alrededor.

Escucho un pequeño ruido y me quedo quieto esperando ver es lo que se escucha.

—¿Hay alguien ahí? —Espero y ver si alguien me contesta. Pero no es de extrañarse siempre las chicas esperar a que todos se vayan para entrar y verme desnudo. No obtengo contestación. Así que sigo bañándome. Al terminar cierro la llave y abro la puerta de cristal.

Tomo mi toalla y me empiezo a secar el cuerpo desnudo. Me pongo mi ropa. Me termino de secar el cabello. Veo en uno de los espejos y me arreglo el cabello de la forma habitual como sé traerlo.

—Es hora de ir por ti, Lizbeth. —Pongo una sonrisa. Tomo mi mochila y me acerco a la puerta. La jalo, pero no se abre, lo vuelvo hacer, pero es en vano — Qué carajo. ¿Por qué está cerrada?

Empiezo a golpear la puerta con mi mano—. ¡Hay alguien ahí! —grito, pero nadie me responde. Veo por la pequeña ventana que tiene la puerta esperando ver a alguien. Pero nadie pasa. Busco mi teléfono, pero me doy cuenta de que no lo traigo conmigo. Busco en mi mochila, pero tampoco está ahí. Vuelvo a ver por la pequeña ventana. Pero en eso veo que se mueve algo—¡Ey estoy encerrado!

Espero contestación—. Hola Adrien en qué puedo, ayudarte—. Esa voz hace que me moleste.

—Eileen, ¿tú hiciste esto? —digo molesto.

—Pues que comes que adivinas. Creíste que me quedaría con las manos cruzadas después de la humillación que me hiciste, pues déjame decirte Adrien Giordano que tú estás jugando con fuego y el que juega con fuego se quema —dice y solo provoca que me enoje más y más.

—¡Con un carajo déjame salir! —gruño molesto.

—Mmm deja que lo pienso, mmmm, ¡NO! Yo te pedí ayer que te detuvieras y no lo hiciste, así que ojo por ojo y diente por diente. Tu amiguita

estará muy triste, ya que no vas a ir. Y por tu teléfono lo tengo yo. Así que aquí lo dejaré a fuera hasta que salgas — Escucho como el teléfono en el piso.

—¡Me las pagarás Eileen Rossi! —Le grito molesto.

—Si esperas mi contraataque, prepárate, porque me complace saber que tu orgullo será pisoteado. Lizbeth es la chismosa número uno de la escuela, así que estaré ansioso por escuchar todo lo que digan de ti mañana. Disfruta tu estadía en las lujosas regaderas, Adrien. Ja, ja, ja —su risa burlona retumba en el vestuario, y la furia me consume. Golpeo la puerta con el puño.

—¡Eileen! ¡Me las pagarás! —Mi grito se pierde en el eco de sus pasos que se alejan, cada vez más distantes.

Me desplomo en una de las bancas, escondiendo mi rostro entre mis piernas. La desesperación se apodera de mí, y me siento atrapado, sin saber cómo reaccionar. ¿Qué voy a hacer ahora?

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