Disculpas por el capítulo anterior. Se duplicó y no pude hacer nada hasta que se me permitiera borrar uno de los dos. Aquí el capítulo 47 para compensar el error <3
—Ya sabes, princesa. Si necesitas cualquier cosa, lo que sea, avísame. Por favor. Habla conmigo sin vergüenza. —Chasqueó la lengua, poniéndose descuidadamente la camisa sin abotonar. Los músculos de su pecho en perfecta exhibición—. Te doy permiso para mandarme el recado con Reynolds.Ella frunció los labios, divertida.Era muy temprano todavía. Las cuatro de la mañana. Sin embargo, Leonardo tenía que regresar a su habitación dos pisos más arriba y cumplir con su trabajo lo antes posible.Ahora más que nunca le urgió realizar unos cambios en su vida.—Me das permiso —repitió ella sus palabras.—Aunque se te olvidara pedírmelo, por supuesto.—Leo.—Quiero decir, es complicado eso de la confianza para mí. Puede ser ofensivo para ti, pero conozco a Reynolds por muchos años y...—Leo. —Alessa lo interrumpió y lo abrazó por los hombros. Él alzó las cejas, expectante—. Créeme, soy la última persona que cuestionaría la lógica de la situación.—De todos modos, quiero explicártelo.—Es que pue
Expectante, observó a Leonardo descender de su Lamborghini rojo, mirándola bajo sus gafas de sol de diseñador. Le aventó las llaves del auto a uno de los muchachos del parking. Aquel pelirrojo hizo malabares con las llaves mientras el imponente señor Gold se dirigió hacia ella con pasos firmes y autoritarios. Cabello corto, rebelde en el punto exacto, negro como la noche, con algunos mechones en la frente. Traje negro satinado, camisa color rojo profundo ligeramente desabrochada y pantalones a la medida.Leonardo apenas llegaba al hotel después de una hora desaparecido, y Alessa se escapó de las miradas de Le Roux para estar allí en la entrada y saciar una necesidad que apenas había descubierto.—Sinclair.—Señor Gold —lo recibió con una suavidad traviesa, inclinando las caderas. Su falda corta atrayendo brevemente la atención del hombre mayor—. ¿Dónde andaba? Tanto el señor Le Roux como Ross andaban preguntándose por su repentina ausencia, eh.—Oh vaya, ¿tan preocupados estaban esos
—Lo he pensado en más de lo que te imaginas —admitió Alessa, bebiendo su martini con una sonrisa de lado—. Pero si te lo digo ahora, no será nada divertido.—Ah, sí. —Leonardo se encogió de hombros, y Alessa no ignoró la forma en que evitó la sonrisa coqueta de la chica del bar—. Eso significa que puedo estar tranquilo porque vas a estar bien, y no tengo ningún problema.Alessa atrapó un destello de nerviosismo en sus ojos negros, pero se fue tan rápido que se le olvidó cuando él ronroneó su nombre con dulzura desenfadada y se explayó como el amo y señor de todo lo que le rodeó.—Se puede saber dónde quedó tu querido jefazo, Le Roux. Ya que casi nunca se te despega. Diría que está obsesionado contigo.—Uh, suenas disgustado.—¿Disgustado?—Ajá.Leonardo se burló entre dientes. Un exhalación pesada que hizo vibrar su pecho ancho.—Me estoy preocupando por ti, preciosa. Eso es lo que hago, porque me importas.La presencia de Leonardo despertó el interés en más de una persona a su alrede
Después del caos, vino un poco de paz.Mientras Adrian Ross finiquitó el asunto con la señora Humble, Alessa no pudo evitar sentir que el mundo estaba dando vueltas a su alrededor. Sabía que Leonardo se iría ese mismo día, que ya había acabado todo, porque él debía marcharse. Alessa se mordió el pulgar, inquieta.—Eh, ¿qué tienes? —le preguntó Patricio, frunciendo el ceño.—Nada, nada —mintió apresurada, demasiado distraída con el peso de su celular.¿Leonardo no la llamaría al menos? ¿O la cita improvisada del bar fue una despedida, en realidad? La pelirroja palmeó el lado izquierdo de su pecho mientras vio a su jefe Le Roux hablar con el señor Ross y la señora Humble, su nueva socia comercial, al igual que lo era de Leonardo. Alessa dio un paso atrás, observando la interacción. Le Roux estaba más que satisfecho, se le notó cuando la buscó con la mirada y alzó la barbilla.Sí, la miró y el fantasma de una sonrisa estiró la comisura de sus labios, porque la encontró justo allí, a su l
Leonardo, por su parte, se encargó de sus asuntos para marcharse de una buena vez de ese hotel. Quería apartarse del insufrible de Le Roux. Su socio Adrian había preguntado por qué se iba tan rápido. Leo tomó el pretexto de que el negocio ya estaba terminado y ese lugar era terriblemente aburrido para él, lo cual no fue, de hecho, una mentira total. El hotel estaba matándolo lentamente de aburrimiento, por favor.En cuanto todo estuvo en orden, Leonardo le pidió al jefe Reynolds que se encargara de los últimos detalles mientras Sophia hacía un par de llamadas.—Nos largamos de aquí —siseó malhumorado.Su asistente no tardó en alzar una ceja, acomodando el bolso y la tableta en sus brazos delgados.—¿Por qué tanta prisa por desaparecer, Leo?Fue una pregunta capciosa, cómo no. Leonardo entrecerró los ojos, ajustándose la corbata roja de su traje negro satinado. Las venas de sus manos se marcaron por la tensión, la frustración y los malditos celos que lo carcomían al saber que Alessa es
Carla todavía viajaba por París cuando Alessa irrumpió en su piso compartido y corrió rápidamente a su respectiva habitación y empezó a empacar un par de cosas a la velocidad de la luz. Leonardo caminó detrás de ella, observando todo con tranquilidad. Era un apartamento sencillo, práctico, perfecto para un universitario o dos. Había un par de calcetines esparcidos por el sofá, un paquete vacío de papitas en la mesita auxiliar y un cactus seco (sí, seco) en la ventana detrás del televisor.—¿A quién se le seca un cactus? —Leonardo alzó las cejas, levantando la pequeña maceta—. No me digas que fuiste tú.Una cabeza roja se asomó por la puerta en el extremo contrario de la sala. Leonardo solo pudo ver la mitad de la cara de Alessa; sus ojos de chocolate abiertos de par en par mirándolo a él y a la pobre planta que él sostuvo en su mano derecha.—Si te digo que no, ¿te vas a reír de todos modos? —murmuró la pelirroja, y Leonardo sintió una repentina oleada de ternura por su timidez.—Ales
Al despertar, Alessa no se sorprendió por estar sola en la cama de tamaño king. Las sábanas a su lado ya estaban frías, así que Leonardo debió haberse levantado muy temprano en la mañana. Lo cual, se lo había advertido, porque él le explicó que trabajaría en la empresa ese día y volvería en cuanto pudiera. “Es tu casa, siéntete cómoda”, Leo le dijo. Sin embargo, Alessa acarició el espacio vacío en la cama y se dio cuenta, con un nudo en la garganta, que le hubiera gustado despertar con él.No había dormido con nadie en sus veintitrés años de vida, de esa manera, íntima. Follar con alguien había su primer reto, sabes. Conectar con otra persona, exponerse y entregarse físicamente. Eventualmente, Alessa descubrió que podía ser divertido, el sexo casual. Sobre todo si su corazón se mantuvo como una piedra, inmune a los sentimientos. El de ella y de los otros. Fue realmente incómodo cortarle las esperanzas a esos chicos que aspiraron tener citas románticas, compartir un sofá, una manta, un
«¡EL RUBÍ DE LA DISCORDIA LO HACE DE NUEVO! FUENTES CERCANAS ASEGURAN VER A ELLIOT LE ROUX EN INDUSTRIAS GOLD ESTA MAÑANA. ¿HA VENIDO A RECLAMAR DE VUELTA SU PROPIEDAD?»Leonardo hace tapping en su escritorio, sus dedos golpeando la madera al ritmo de sus pensamientos acelerados. Delante de él, Le Roux se cruza de brazos y lo mira con petulancia.—¿Dónde está?Leo mira a los lados y alza una mano.—¿Quién?—Sabes de quién carajos estoy hablando, Gold —protestó el rubio, inquebrantable en su lugar, a pesar de que las venas en su sien estaban a punto de explotar.—Ah... —Se ríe descaradamente—. Te refieres a Alessa.—¿A dónde te la llevaste?Chasquea la lengua varias veces, meciéndose en su silla giratoria de cuero. En contra de su mejor juicio, Sophia había dejado pasar al francés, pero Leonardo sabía que su asistente estaba rondando las puertas de roble de su oficina como un centinela. Era comprensible, sabes. Sophia no era la única persona sensata en esta empresa que tendría miedo de