—Te desapareciste de mi vista, Alessa. —Elliot Le Roux entró a la habitación en cuanto Alessa abrió la puerta. Ni siquiera pidió permiso o se disculpó por irrumpir su privacidad a esas horas.La una de la madrugada, marcó el reloj en la pared. Elliot vistió el mismo traje azul cobalto de la cena, aunque sin la chaqueta y la corbata. Su aspecto desaliñado combinó con la agitación y el salvaje mechón rubio que cayó sobre su ojo derecho.—Sí, claro. Puede pasar, jefe —siseó sarcástica, cubriendo su pijama de seda blanca con un albornoz rosa.Había abandonado el restaurante en cuanto supo que sus servicios no serían requeridos. ¿Tenía que quedarse a ser otro adorno en la mesa? A esas alturas, Le Roux la conocía lo suficiente como para suponer que ella desaparecería en cualquier segundo. Claro, ella no desertaría mientras se le necesitara.La señora Humble, la alemana, había quedado encantada con su conversación sobre la innovación y la ventaja de una visión femenina en el campo automotriz
—Eh, ustedes dos —intervino la voz imparcial de Adrian Ross, revisando su celular como si nada fuera de lo común estuviera sucediendo a su alrededor. Aunque, ciertamente, la rivalidad entre Gold y Le Roux era bastante común—. Tenemos otra reunión con la señora Humble en una hora. ¿Podrán mantener la cabeza fría un poco más o tirarán la toalla a estas alturas?—Para mí no es ningún problema, pero no me quedaré callado si escucho otro comentario astuto de su parte —aseveró Gold impaciente.—En eso estamos de acuerdo —coincidió el francés, aproximándose al lugar donde sus asistentes esperaban. Específicamente, cerca de Alessa, quien cruzó las manos en su espalda y evitó mirar a cualquiera.Leonardo tuvo que morderse la lengua. Se reunió con Sophia y Reynolds, antes de prepararse para la reunión. La primera frunció el ceño.—¿Es en serio? Te dije que eres mejor que eso —bisbiseó ella con una mirada que prometió más de un reprimenda.Reynolds la tomó suavemente del brazo.—Ya es suficiente
—Si deseas que me quede aquí —mencionó Reyndols con seriedad, ni una sonrisa ni una muestra de diversión. El tipo diferente que aceptaría una propuesta y se comportaría aburrido.Si ella no lo conociera, diría que su aburrimiento es real. Sin embargo, lo conoce y sabe que él puede quedarse porque quiere. Ella no es nadie para darle órdenes o exigirle que permanezca a a su lado, si es al señor Gold a quien debe proteger.—Bueno, fue una idea que vino a mí de repente —se defendió rápidamente, sonrojada.Reyndols, que había estado de cuclillas todo ese tiempo, ocupó la silla a su izquierda y la puso cerca de ella. Alessa no era de las personas que se ponían rojas por cualquier minucia, pero la cercanía, el gesto de Reynolds fue una cosa de otro mundo.—¿Y tu deber? —cuestionó intrigada.—Hay un excelente ángulo dese aquí, ¿te diste cuenta?Técnicamente, fue su primer pensamiento. Era algo que Reynolds no necesitaba confirmar.—Ah, ¿de veras?Reynolds deslizó una mano por el mantel, sin mi
—Ya sabes, princesa. Si necesitas cualquier cosa, lo que sea, avísame. Por favor. Habla conmigo sin vergüenza. —Chasqueó la lengua, poniéndose descuidadamente la camisa sin abotonar. Los músculos de su pecho en perfecta exhibición—. Te doy permiso para mandarme el recado con Reynolds.Ella frunció los labios, divertida.Era muy temprano todavía. Las cuatro de la mañana. Sin embargo, Leonardo tenía que regresar a su habitación dos pisos más arriba y cumplir con su trabajo lo antes posible.Ahora más que nunca le urgió realizar unos cambios en su vida.—Me das permiso —repitió ella sus palabras.—Aunque se te olvidara pedírmelo, por supuesto.—Leo.—Quiero decir, es complicado eso de la confianza para mí. Puede ser ofensivo para ti, pero conozco a Reynolds por muchos años y...—Leo. —Alessa lo interrumpió y lo abrazó por los hombros. Él alzó las cejas, expectante—. Créeme, soy la última persona que cuestionaría la lógica de la situación.—De todos modos, quiero explicártelo.—Es que pue
Expectante, observó a Leonardo descender de su Lamborghini rojo, mirándola bajo sus gafas de sol de diseñador. Le aventó las llaves del auto a uno de los muchachos del parking. Aquel pelirrojo hizo malabares con las llaves mientras el imponente señor Gold se dirigió hacia ella con pasos firmes y autoritarios. Cabello corto, rebelde en el punto exacto, negro como la noche, con algunos mechones en la frente. Traje negro satinado, camisa color rojo profundo ligeramente desabrochada y pantalones a la medida.Leonardo apenas llegaba al hotel después de una hora desaparecido, y Alessa se escapó de las miradas de Le Roux para estar allí en la entrada y saciar una necesidad que apenas había descubierto.—Sinclair.—Señor Gold —lo recibió con una suavidad traviesa, inclinando las caderas. Su falda corta atrayendo brevemente la atención del hombre mayor—. ¿Dónde andaba? Tanto el señor Le Roux como Ross andaban preguntándose por su repentina ausencia, eh.—Oh vaya, ¿tan preocupados estaban esos
—Lo he pensado en más de lo que te imaginas —admitió Alessa, bebiendo su martini con una sonrisa de lado—. Pero si te lo digo ahora, no será nada divertido.—Ah, sí. —Leonardo se encogió de hombros, y Alessa no ignoró la forma en que evitó la sonrisa coqueta de la chica del bar—. Eso significa que puedo estar tranquilo porque vas a estar bien, y no tengo ningún problema.Alessa atrapó un destello de nerviosismo en sus ojos negros, pero se fue tan rápido que se le olvidó cuando él ronroneó su nombre con dulzura desenfadada y se explayó como el amo y señor de todo lo que le rodeó.—Se puede saber dónde quedó tu querido jefazo, Le Roux. Ya que casi nunca se te despega. Diría que está obsesionado contigo.—Uh, suenas disgustado.—¿Disgustado?—Ajá.Leonardo se burló entre dientes. Un exhalación pesada que hizo vibrar su pecho ancho.—Me estoy preocupando por ti, preciosa. Eso es lo que hago, porque me importas.La presencia de Leonardo despertó el interés en más de una persona a su alrede
Después del caos, vino un poco de paz.Mientras Adrian Ross finiquitó el asunto con la señora Humble, Alessa no pudo evitar sentir que el mundo estaba dando vueltas a su alrededor. Sabía que Leonardo se iría ese mismo día, que ya había acabado todo, porque él debía marcharse. Alessa se mordió el pulgar, inquieta.—Eh, ¿qué tienes? —le preguntó Patricio, frunciendo el ceño.—Nada, nada —mintió apresurada, demasiado distraída con el peso de su celular.¿Leonardo no la llamaría al menos? ¿O la cita improvisada del bar fue una despedida, en realidad? La pelirroja palmeó el lado izquierdo de su pecho mientras vio a su jefe Le Roux hablar con el señor Ross y la señora Humble, su nueva socia comercial, al igual que lo era de Leonardo. Alessa dio un paso atrás, observando la interacción. Le Roux estaba más que satisfecho, se le notó cuando la buscó con la mirada y alzó la barbilla.Sí, la miró y el fantasma de una sonrisa estiró la comisura de sus labios, porque la encontró justo allí, a su l
Leonardo, por su parte, se encargó de sus asuntos para marcharse de una buena vez de ese hotel. Quería apartarse del insufrible de Le Roux. Su socio Adrian había preguntado por qué se iba tan rápido. Leo tomó el pretexto de que el negocio ya estaba terminado y ese lugar era terriblemente aburrido para él, lo cual no fue, de hecho, una mentira total. El hotel estaba matándolo lentamente de aburrimiento, por favor.En cuanto todo estuvo en orden, Leonardo le pidió al jefe Reynolds que se encargara de los últimos detalles mientras Sophia hacía un par de llamadas.—Nos largamos de aquí —siseó malhumorado.Su asistente no tardó en alzar una ceja, acomodando el bolso y la tableta en sus brazos delgados.—¿Por qué tanta prisa por desaparecer, Leo?Fue una pregunta capciosa, cómo no. Leonardo entrecerró los ojos, ajustándose la corbata roja de su traje negro satinado. Las venas de sus manos se marcaron por la tensión, la frustración y los malditos celos que lo carcomían al saber que Alessa es