Tentación, vicio, paraíso.Sus ojos la recorrieron descaradamente de arriba abajo, deleitándose con el traje azul cobalto que se pegó a su figura, figura que se había triplicado en proporción y lo estaba distrayendo. No la recordaba tan curvilínea. ¿Su cintura era así de pequeña? ¿Y por qué carajo usaba algo tan, muy, apretado? La falda hasta las rodillas fue un crimen. La chaqueta apretada de cremallera fue un crimen. El escote profundo y el oleaje de sus senos fue un crimen.Leonardo frunció el ceño y confirmó que, en efecto, otros hombres se deleitaron con el paisaje, entre ellos Adrian y el gorilota pelón de Le Roux.Apretó la mandíbula.—¿Todo bien, Leo? —La pregunta de Sophia lo pilló desprevenido. La morena hizo una pausa con sus papeles y lo observó por encima de sus gafas.—Eh, sí. Siempre —contestó, aclarándose la garganta.Creyó que Sophia no se dio cuenta de la llegada de Alessa, hasta que Sophia la miró a reojo y suspiró.—Eres más fuerte que eso, Leo —aseguró ella—. Con
—Después de todo este tiempo alejándome de él, hiciste esto —declaró Alessa, mirando fijamente los ojos azules de Elliot—. Si me dices que es por negocios...Para qué negar que las sensaciones en su cuerpo se multiplicaban mientras Leonardo Gold la vigilaba desde el otro lado de la habitación. Podía sentirlo, en sus huesos y en su carne sensible.—Son negocios, después de todo.Resopló una risa débil.—No te creo.Fue inevitable tensarse cuando él puso una mano en el costado de su cuello y se inclinó hasta que sus narices estuvieran a milímetros de distancia. Leonardo estaba observándolos, recordó con el corazón acelerado. Por alguna razón, esto, y lo de antes, se sintieron una traición.¿Por qué? Si no existió ninguna relación o compromiso, más allá de sus vaivenes.—¿Qué? ¿La chica que no teme le tiene miedo a su... novio? —Le Roux señaló sutilmente al señor Gold en la mesa acompañado de Sophia y el jefe Reynolds.—En serio. Llegas a otro nivel, jefe —la pelirroja habló firme, ignora
—Oh, mierda —jadeó Leonardo removiendo la mano de su boca y dejando el pulgar sobre sus labios de cereza—. Mírate, tan linda deshecha entre mis brazos.Alessa sonrió perezosa, chupando y mordisqueando el pulgar áspero de Leonardo.—Vale la pena esperar por tenerte así a ti —agregó él, disfrutando de la sensación de su lengua.—Eres libre de no esperar.—Alessa, ¿no lo sentiste? No lo de la pastillita —aclaró Leonardo y ella sonrió mordiéndole el dedo—. La que me vuelve loco y me pone así de caliente eres tú. Te deseo a ti.Alessa tarareó, con los párpados pesados por la satisfacción.—Yo también te deseo, Leo.No pudieron seguir allí por mucho rato. Se arreglaron lo mejor que pudieron, él la ayudó y viceversa mientras susurraron sobre los últimos días. Cuando estuvieron listos se dirigieron a la salida.—Silencio, niña —siseó Leonardo con una ceja alzada. Alessa estaba riendo escondida en su espalda.—Lo siento —bisbiseó—. Alguien te arrancará la cabeza.—Me las arreglaré. —Se encogió
—Te desapareciste de mi vista, Alessa. —Elliot Le Roux entró a la habitación en cuanto Alessa abrió la puerta. Ni siquiera pidió permiso o se disculpó por irrumpir su privacidad a esas horas.La una de la madrugada, marcó el reloj en la pared. Elliot vistió el mismo traje azul cobalto de la cena, aunque sin la chaqueta y la corbata. Su aspecto desaliñado combinó con la agitación y el salvaje mechón rubio que cayó sobre su ojo derecho.—Sí, claro. Puede pasar, jefe —siseó sarcástica, cubriendo su pijama de seda blanca con un albornoz rosa.Había abandonado el restaurante en cuanto supo que sus servicios no serían requeridos. ¿Tenía que quedarse a ser otro adorno en la mesa? A esas alturas, Le Roux la conocía lo suficiente como para suponer que ella desaparecería en cualquier segundo. Claro, ella no desertaría mientras se le necesitara.La señora Humble, la alemana, había quedado encantada con su conversación sobre la innovación y la ventaja de una visión femenina en el campo automotriz
—Eh, ustedes dos —intervino la voz imparcial de Adrian Ross, revisando su celular como si nada fuera de lo común estuviera sucediendo a su alrededor. Aunque, ciertamente, la rivalidad entre Gold y Le Roux era bastante común—. Tenemos otra reunión con la señora Humble en una hora. ¿Podrán mantener la cabeza fría un poco más o tirarán la toalla a estas alturas?—Para mí no es ningún problema, pero no me quedaré callado si escucho otro comentario astuto de su parte —aseveró Gold impaciente.—En eso estamos de acuerdo —coincidió el francés, aproximándose al lugar donde sus asistentes esperaban. Específicamente, cerca de Alessa, quien cruzó las manos en su espalda y evitó mirar a cualquiera.Leonardo tuvo que morderse la lengua. Se reunió con Sophia y Reynolds, antes de prepararse para la reunión. La primera frunció el ceño.—¿Es en serio? Te dije que eres mejor que eso —bisbiseó ella con una mirada que prometió más de un reprimenda.Reynolds la tomó suavemente del brazo.—Ya es suficiente
—Si deseas que me quede aquí —mencionó Reyndols con seriedad, ni una sonrisa ni una muestra de diversión. El tipo diferente que aceptaría una propuesta y se comportaría aburrido.Si ella no lo conociera, diría que su aburrimiento es real. Sin embargo, lo conoce y sabe que él puede quedarse porque quiere. Ella no es nadie para darle órdenes o exigirle que permanezca a a su lado, si es al señor Gold a quien debe proteger.—Bueno, fue una idea que vino a mí de repente —se defendió rápidamente, sonrojada.Reyndols, que había estado de cuclillas todo ese tiempo, ocupó la silla a su izquierda y la puso cerca de ella. Alessa no era de las personas que se ponían rojas por cualquier minucia, pero la cercanía, el gesto de Reynolds fue una cosa de otro mundo.—¿Y tu deber? —cuestionó intrigada.—Hay un excelente ángulo dese aquí, ¿te diste cuenta?Técnicamente, fue su primer pensamiento. Era algo que Reynolds no necesitaba confirmar.—Ah, ¿de veras?Reynolds deslizó una mano por el mantel, sin mi
—Ya sabes, princesa. Si necesitas cualquier cosa, lo que sea, avísame. Por favor. Habla conmigo sin vergüenza. —Chasqueó la lengua, poniéndose descuidadamente la camisa sin abotonar. Los músculos de su pecho en perfecta exhibición—. Te doy permiso para mandarme el recado con Reynolds.Ella frunció los labios, divertida.Era muy temprano todavía. Las cuatro de la mañana. Sin embargo, Leonardo tenía que regresar a su habitación dos pisos más arriba y cumplir con su trabajo lo antes posible.Ahora más que nunca le urgió realizar unos cambios en su vida.—Me das permiso —repitió ella sus palabras.—Aunque se te olvidara pedírmelo, por supuesto.—Leo.—Quiero decir, es complicado eso de la confianza para mí. Puede ser ofensivo para ti, pero conozco a Reynolds por muchos años y...—Leo. —Alessa lo interrumpió y lo abrazó por los hombros. Él alzó las cejas, expectante—. Créeme, soy la última persona que cuestionaría la lógica de la situación.—De todos modos, quiero explicártelo.—Es que pue
Expectante, observó a Leonardo descender de su Lamborghini rojo, mirándola bajo sus gafas de sol de diseñador. Le aventó las llaves del auto a uno de los muchachos del parking. Aquel pelirrojo hizo malabares con las llaves mientras el imponente señor Gold se dirigió hacia ella con pasos firmes y autoritarios. Cabello corto, rebelde en el punto exacto, negro como la noche, con algunos mechones en la frente. Traje negro satinado, camisa color rojo profundo ligeramente desabrochada y pantalones a la medida.Leonardo apenas llegaba al hotel después de una hora desaparecido, y Alessa se escapó de las miradas de Le Roux para estar allí en la entrada y saciar una necesidad que apenas había descubierto.—Sinclair.—Señor Gold —lo recibió con una suavidad traviesa, inclinando las caderas. Su falda corta atrayendo brevemente la atención del hombre mayor—. ¿Dónde andaba? Tanto el señor Le Roux como Ross andaban preguntándose por su repentina ausencia, eh.—Oh vaya, ¿tan preocupados estaban esos