A pesar de la distancia y las responsabilidades que los dividieron, Leonardo no había perdido contacto con su niña problema.Fue imposible hacerlo, de todos modos. Ella, tan egoísta, tampoco lo dejó ir. Y él, tan egoísta, se quedó por voluntad.A través de mensajes, llamadas. Alessa le cumplió siempre los deseos de probarla en fotos y vídeos. Le enviaba seguidos y varios, mandándole besos y miradas tanto graciosas como traviesas.Él correspondió sus regalos, estuviera donde estuviera. Le mostró los avances en su taller, mientras ella siempre estuvo atenta, escuchando y dándole ideas ingeniosas. Durante las noches, durante hora, compartieron, rieron y se coquetearon, a veces hasta el amanecer.Alexia lo apoyó y le dedicó atención pese de la distancia, y eso a Leonardo lo estaba volviendo loco, lo encadenaba cada vez más.Evitó las miradas incrédulas de Sophia cuando él rechazó los avances de las mujeres despampanantes, como si fuese una fantasía que él, el infame cazador de corazones,
Sobraba decir que había recibido una gran dosis de veneno en sus venas.“Quién sabe, incluso un hechizo en la entrepierna.”Sí, la misericordia que a él faltaba, en ella ni siquiera existió.Desde el momento en que Alessa Sinclair apareció en su camino, su mundo se tergiversó, dándole perspectivas nunca imaginadas. Probablemente era bruja, o algo parecido. Quién podía saber al respecto, porque esa niña lo impulsó a cometer crímenes piadosos, siendo paciente e indulgente, como nunca lo había sido antes. Pensamientos que nunca imaginó tener, y los llegó a tener por ella.Ni siquiera fue una relación. Ni siquiera fue un acuerdo de exclusividad.Ella era libre y él era libre.¿Dónde estuvo la trampa? ¿Dónde estuvo la mentira?Buscó mujeres por costumbre; morenas, rubias, pelinegras. Pero cuando el whisky le pegó fuerte en la cabeza, se arrastró con un tipo específico. Cabello de sangre, piel de nieve y ojos de chocolate. De algún modo, las encontró en cualquier parte, como si la imagen de
Tentación, vicio, paraíso.Sus ojos la recorrieron descaradamente de arriba abajo, deleitándose con el traje azul cobalto que se pegó a su figura, figura que se había triplicado en proporción y lo estaba distrayendo. No la recordaba tan curvilínea. ¿Su cintura era así de pequeña? ¿Y por qué carajo usaba algo tan, muy, apretado? La falda hasta las rodillas fue un crimen. La chaqueta apretada de cremallera fue un crimen. El escote profundo y el oleaje de sus senos fue un crimen.Leonardo frunció el ceño y confirmó que, en efecto, otros hombres se deleitaron con el paisaje, entre ellos Adrian y el gorilota pelón de Le Roux.Apretó la mandíbula.—¿Todo bien, Leo? —La pregunta de Sophia lo pilló desprevenido. La morena hizo una pausa con sus papeles y lo observó por encima de sus gafas.—Eh, sí. Siempre —contestó, aclarándose la garganta.Creyó que Sophia no se dio cuenta de la llegada de Alessa, hasta que Sophia la miró a reojo y suspiró.—Eres más fuerte que eso, Leo —aseguró ella—. Con
—Después de todo este tiempo alejándome de él, hiciste esto —declaró Alessa, mirando fijamente los ojos azules de Elliot—. Si me dices que es por negocios...Para qué negar que las sensaciones en su cuerpo se multiplicaban mientras Leonardo Gold la vigilaba desde el otro lado de la habitación. Podía sentirlo, en sus huesos y en su carne sensible.—Son negocios, después de todo.Resopló una risa débil.—No te creo.Fue inevitable tensarse cuando él puso una mano en el costado de su cuello y se inclinó hasta que sus narices estuvieran a milímetros de distancia. Leonardo estaba observándolos, recordó con el corazón acelerado. Por alguna razón, esto, y lo de antes, se sintieron una traición.¿Por qué? Si no existió ninguna relación o compromiso, más allá de sus vaivenes.—¿Qué? ¿La chica que no teme le tiene miedo a su... novio? —Le Roux señaló sutilmente al señor Gold en la mesa acompañado de Sophia y el jefe Reynolds.—En serio. Llegas a otro nivel, jefe —la pelirroja habló firme, ignora
—Oh, mierda —jadeó Leonardo removiendo la mano de su boca y dejando el pulgar sobre sus labios de cereza—. Mírate, tan linda deshecha entre mis brazos.Alessa sonrió perezosa, chupando y mordisqueando el pulgar áspero de Leonardo.—Vale la pena esperar por tenerte así a ti —agregó él, disfrutando de la sensación de su lengua.—Eres libre de no esperar.—Alessa, ¿no lo sentiste? No lo de la pastillita —aclaró Leonardo y ella sonrió mordiéndole el dedo—. La que me vuelve loco y me pone así de caliente eres tú. Te deseo a ti.Alessa tarareó, con los párpados pesados por la satisfacción.—Yo también te deseo, Leo.No pudieron seguir allí por mucho rato. Se arreglaron lo mejor que pudieron, él la ayudó y viceversa mientras susurraron sobre los últimos días. Cuando estuvieron listos se dirigieron a la salida.—Silencio, niña —siseó Leonardo con una ceja alzada. Alessa estaba riendo escondida en su espalda.—Lo siento —bisbiseó—. Alguien te arrancará la cabeza.—Me las arreglaré. —Se encogió
—Te desapareciste de mi vista, Alessa. —Elliot Le Roux entró a la habitación en cuanto Alessa abrió la puerta. Ni siquiera pidió permiso o se disculpó por irrumpir su privacidad a esas horas.La una de la madrugada, marcó el reloj en la pared. Elliot vistió el mismo traje azul cobalto de la cena, aunque sin la chaqueta y la corbata. Su aspecto desaliñado combinó con la agitación y el salvaje mechón rubio que cayó sobre su ojo derecho.—Sí, claro. Puede pasar, jefe —siseó sarcástica, cubriendo su pijama de seda blanca con un albornoz rosa.Había abandonado el restaurante en cuanto supo que sus servicios no serían requeridos. ¿Tenía que quedarse a ser otro adorno en la mesa? A esas alturas, Le Roux la conocía lo suficiente como para suponer que ella desaparecería en cualquier segundo. Claro, ella no desertaría mientras se le necesitara.La señora Humble, la alemana, había quedado encantada con su conversación sobre la innovación y la ventaja de una visión femenina en el campo automotriz
—Eh, ustedes dos —intervino la voz imparcial de Adrian Ross, revisando su celular como si nada fuera de lo común estuviera sucediendo a su alrededor. Aunque, ciertamente, la rivalidad entre Gold y Le Roux era bastante común—. Tenemos otra reunión con la señora Humble en una hora. ¿Podrán mantener la cabeza fría un poco más o tirarán la toalla a estas alturas?—Para mí no es ningún problema, pero no me quedaré callado si escucho otro comentario astuto de su parte —aseveró Gold impaciente.—En eso estamos de acuerdo —coincidió el francés, aproximándose al lugar donde sus asistentes esperaban. Específicamente, cerca de Alessa, quien cruzó las manos en su espalda y evitó mirar a cualquiera.Leonardo tuvo que morderse la lengua. Se reunió con Sophia y Reynolds, antes de prepararse para la reunión. La primera frunció el ceño.—¿Es en serio? Te dije que eres mejor que eso —bisbiseó ella con una mirada que prometió más de un reprimenda.Reynolds la tomó suavemente del brazo.—Ya es suficiente
—Si deseas que me quede aquí —mencionó Reyndols con seriedad, ni una sonrisa ni una muestra de diversión. El tipo diferente que aceptaría una propuesta y se comportaría aburrido.Si ella no lo conociera, diría que su aburrimiento es real. Sin embargo, lo conoce y sabe que él puede quedarse porque quiere. Ella no es nadie para darle órdenes o exigirle que permanezca a a su lado, si es al señor Gold a quien debe proteger.—Bueno, fue una idea que vino a mí de repente —se defendió rápidamente, sonrojada.Reyndols, que había estado de cuclillas todo ese tiempo, ocupó la silla a su izquierda y la puso cerca de ella. Alessa no era de las personas que se ponían rojas por cualquier minucia, pero la cercanía, el gesto de Reynolds fue una cosa de otro mundo.—¿Y tu deber? —cuestionó intrigada.—Hay un excelente ángulo dese aquí, ¿te diste cuenta?Técnicamente, fue su primer pensamiento. Era algo que Reynolds no necesitaba confirmar.—Ah, ¿de veras?Reynolds deslizó una mano por el mantel, sin mi