Por un latido, Leonardo pareció que iba a empujarla con su verdadera fuerza, y que iba a atacar a Elliot justo como quería hacerlo.Justo cuando pensó que todo estaba perdido, que no podría irse a casa temprano, Leonardo bajó la cabeza y se tomó un segundo para mirarla a los ojos mientras apretó su mandíbula. M****a, ¿por qué Le Roux lo presionó tanto sabiendo que todavía estaban cerca del ojo público? ¿Fue solo diversión? ¿Otra competencia?Sus pensamientos fueron interrumpidos por el cálido saco negro con forro rojo. Obviamente era demasiado grande para ella, pero le encantó. La esencia pura de su colonia masculina estaba impregnada en el saco, no las esporas del perfume de esa modelo que tenía en él.—Solo estoy desperdiciando tiempo contigo, Le Roux —dijo Leonardo, chasqueando la lengua—. Solo eres un cobarde que trata de perseguir lo que otros tienen.Leonardo la tomó de los hombros y, sin decir una palabra, la llevó a la salida de emergencia, pasando junto a Horacio. Y ella permi
—Eres un tóxico nivel Chernóbil —murmuró Alessa, divertida.Leonardo se encogió de hombros, conduciendo con una mano. La otra la usó para encender la calefacción.—Imagínate el nivel que es Elliot Le Roux, querida zanahoria.—Es mi jefe.La risa profunda de Leonardo provocó vibraciones dentro de ella.—Además, ¿dónde está tu modelito francesa?—Eh, creí que era italiana.—Cómo sea. —Chasqueó la lengua—. ¿Te aburrió?Se quedó callado unos segundos, pero tenía una pequeña sonrisa en sus labios.—Ni siquiera me la llevé a la cama.—Mentiroso.Volteó a verla cuando pararon en un semáforo.—¿Crees que te mentiría sabiendo que conoces mi fama? —Acercó una mano grande a su asiento. La proximidad letal de esos dedos ásperos en su cuello la hicieron distraerse un poco—. Pude hacerlo, pero cada vez que lo intenté tenía ganas de llamarla por tu nombre y fingir que eras tú.Alessa tragó saliva entreteniéndose con la vista de su muñeca, su reloj, su antebrazo bronceado, sus venas marcadas. Sintió
«El Rubí de la Codicia» era el nombre por el cual el mundo la conocía ahora. Gracioso, porque ocultarse había dejado de ser una opción desde que entró al mundo de Leonardo Gold. En resumidas cuentas, bastaron dos años para graduarse de la Facultad y convertirse en una asistente de confianza del jefe de Le Roux Corporation. Fue duro, a más de uno sacó de sus casillas por imprudente. Horacio, el gorila que odiaba sin sentido. Ashley, Lena y Ester, las otras asistentes, superaban su existencia y la sacudían de vez en vez. Elliot, a veces gentil, a veces intolerable. Incluso su amor platónico, Patricio, el secretario que le consiguió café y donas, se impacientaba con ella. Fueron ellos quienes la apodaron «Rubí de la Codicia», por su increíble capacidad de causar problemas fuese a donde fuese y atraer las miradas con su resplandor rojo. Le gustó, así que lo aceptó. Ser un rubí tenía ventajas. —Alessa. —"Exquisito" —se escuchó una voz masculina robótica en toda y la rubia, Ester, vol
A pesar de la distancia y las responsabilidades que los dividieron, Leonardo no había perdido contacto con su niña problema.Fue imposible hacerlo, de todos modos. Ella, tan egoísta, tampoco lo dejó ir. Y él, tan egoísta, se quedó por voluntad.A través de mensajes, llamadas. Alessa le cumplió siempre los deseos de probarla en fotos y vídeos. Le enviaba seguidos y varios, mandándole besos y miradas tanto graciosas como traviesas.Él correspondió sus regalos, estuviera donde estuviera. Le mostró los avances en su taller, mientras ella siempre estuvo atenta, escuchando y dándole ideas ingeniosas. Durante las noches, durante hora, compartieron, rieron y se coquetearon, a veces hasta el amanecer.Alexia lo apoyó y le dedicó atención pese de la distancia, y eso a Leonardo lo estaba volviendo loco, lo encadenaba cada vez más.Evitó las miradas incrédulas de Sophia cuando él rechazó los avances de las mujeres despampanantes, como si fuese una fantasía que él, el infame cazador de corazones,
Sobraba decir que había recibido una gran dosis de veneno en sus venas.“Quién sabe, incluso un hechizo en la entrepierna.”Sí, la misericordia que a él faltaba, en ella ni siquiera existió.Desde el momento en que Alessa Sinclair apareció en su camino, su mundo se tergiversó, dándole perspectivas nunca imaginadas. Probablemente era bruja, o algo parecido. Quién podía saber al respecto, porque esa niña lo impulsó a cometer crímenes piadosos, siendo paciente e indulgente, como nunca lo había sido antes. Pensamientos que nunca imaginó tener, y los llegó a tener por ella.Ni siquiera fue una relación. Ni siquiera fue un acuerdo de exclusividad.Ella era libre y él era libre.¿Dónde estuvo la trampa? ¿Dónde estuvo la mentira?Buscó mujeres por costumbre; morenas, rubias, pelinegras. Pero cuando el whisky le pegó fuerte en la cabeza, se arrastró con un tipo específico. Cabello de sangre, piel de nieve y ojos de chocolate. De algún modo, las encontró en cualquier parte, como si la imagen de
Tentación, vicio, paraíso.Sus ojos la recorrieron descaradamente de arriba abajo, deleitándose con el traje azul cobalto que se pegó a su figura, figura que se había triplicado en proporción y lo estaba distrayendo. No la recordaba tan curvilínea. ¿Su cintura era así de pequeña? ¿Y por qué carajo usaba algo tan, muy, apretado? La falda hasta las rodillas fue un crimen. La chaqueta apretada de cremallera fue un crimen. El escote profundo y el oleaje de sus senos fue un crimen.Leonardo frunció el ceño y confirmó que, en efecto, otros hombres se deleitaron con el paisaje, entre ellos Adrian y el gorilota pelón de Le Roux.Apretó la mandíbula.—¿Todo bien, Leo? —La pregunta de Sophia lo pilló desprevenido. La morena hizo una pausa con sus papeles y lo observó por encima de sus gafas.—Eh, sí. Siempre —contestó, aclarándose la garganta.Creyó que Sophia no se dio cuenta de la llegada de Alessa, hasta que Sophia la miró a reojo y suspiró.—Eres más fuerte que eso, Leo —aseguró ella—. Con
—Después de todo este tiempo alejándome de él, hiciste esto —declaró Alessa, mirando fijamente los ojos azules de Elliot—. Si me dices que es por negocios...Para qué negar que las sensaciones en su cuerpo se multiplicaban mientras Leonardo Gold la vigilaba desde el otro lado de la habitación. Podía sentirlo, en sus huesos y en su carne sensible.—Son negocios, después de todo.Resopló una risa débil.—No te creo.Fue inevitable tensarse cuando él puso una mano en el costado de su cuello y se inclinó hasta que sus narices estuvieran a milímetros de distancia. Leonardo estaba observándolos, recordó con el corazón acelerado. Por alguna razón, esto, y lo de antes, se sintieron una traición.¿Por qué? Si no existió ninguna relación o compromiso, más allá de sus vaivenes.—¿Qué? ¿La chica que no teme le tiene miedo a su... novio? —Le Roux señaló sutilmente al señor Gold en la mesa acompañado de Sophia y el jefe Reynolds.—En serio. Llegas a otro nivel, jefe —la pelirroja habló firme, ignora
—Oh, mierda —jadeó Leonardo removiendo la mano de su boca y dejando el pulgar sobre sus labios de cereza—. Mírate, tan linda deshecha entre mis brazos.Alessa sonrió perezosa, chupando y mordisqueando el pulgar áspero de Leonardo.—Vale la pena esperar por tenerte así a ti —agregó él, disfrutando de la sensación de su lengua.—Eres libre de no esperar.—Alessa, ¿no lo sentiste? No lo de la pastillita —aclaró Leonardo y ella sonrió mordiéndole el dedo—. La que me vuelve loco y me pone así de caliente eres tú. Te deseo a ti.Alessa tarareó, con los párpados pesados por la satisfacción.—Yo también te deseo, Leo.No pudieron seguir allí por mucho rato. Se arreglaron lo mejor que pudieron, él la ayudó y viceversa mientras susurraron sobre los últimos días. Cuando estuvieron listos se dirigieron a la salida.—Silencio, niña —siseó Leonardo con una ceja alzada. Alessa estaba riendo escondida en su espalda.—Lo siento —bisbiseó—. Alguien te arrancará la cabeza.—Me las arreglaré. —Se encogió