Elliot Le Roux no esperó de ninguna manera que lo tuteara sin permiso, tampoco esperó que la pelirroja uniformada se le pusiera enfrente con genuino desinterés.—¿Qué quieres de mí? —exigió saber Alessa, cruzándose de brazos.Sintió las miradas de los escoltas sobre ella. Su único enfoque fue el rostro serio de Le Roux.—Eres directa.—Ser directa me evita aburrimiento y tiempo desperdiciado.El rubio asintió varias veces.—Sígueme. Te explicaré en mi oficina.—No.Fue un poco gracioso que Le Roux frenara súbitamente y regresara a ella con una expresión desconcertada.—¿No? —repitió y se lamió sus labios delgados mientras la observaba de arriba a abajo—. Señorita Sinclair, estará más cómoda en mi oficina.—No me importa la comodidad. Me importa averiguar qué quiere de mí.—Estamos en medio de la entrada del edificio.—Pues nos movemos un poco para allá —señaló a la izquierda—. Mira. Simple, sencillo, sano.—Patrón... —dijo Horacio en algún lugar detrás de ella, con un tono que claram
Alessa no pudo evitar pensar en el señor Gold cuando Elliot le dijo: —Trabaja para mí.Por algún motivo, su cerebro traicionero la obligó a rememorar el calor sofocante que Leonardo le produjo con su cercanía, sus palabras y sus miradas.Se sintió tan, tan traicionada por su propio cuerpo.Aunque la parte más poderosa de sí misma se convenció de que sus deseos físicos por Leonardo Gold solo eran pasajeros e insignificantes.—Convencí a los de Facultad para que controlarán un escándalo potencial si aceptas hacerlo.Alessa lo miró de reojo. ¿No era eso lo que le importaba al señor Gold? ¿El escándalo? Bueno, fue eso lo que escuchó de la mujer Sophia. Era de esperarse, por supuesto, de estos hombres afortunados, acostumbrados a pedir y recibir sin ver la cuenta.—Soy un problema.Le Roux asintió nada sorprendido. Sabía lo suficiente de ella y, si no le decía en los próximos cinco minutos qué el problema no era un problema para él, la joven se marcharía tan rápido como llegó. Le pidió que
Elliot Le Roux le ofreció un regreso cómodo a su bloque de apartamentos. Al principio lo rechazó, porque el rubio francés le ordenó a Horacio que la escoltara y eso fue tanto una idea tentadora como una amenaza inminente. —Este tipo me odia —bisbiseó la pelirroja para sí misma, deleitándose con la mirada tensa del gorila—. Seguro me corta el cuello y me tira por un acantilado. Como Le Roux insistió e insistió, Alessa prefirió sacarle provecho a las circunstancias.Horacio la guió a un lujoso Ashton Martin color plata y le abrió la puerta de atrás. Prácticamente, el gran Horacio la enterró viva y la revivió varias veces con una simple mirada, pero el tipo cumplió su trabajo al pie de la letra.Durante un instante, Alessa creyó ver un auto familiar cruzar la calle. Le restó importancia y emprendió su regreso a casa....Diez minutos después de un viaje incómodo y una ducha caliente, se atrincheró en la sala del apartamento, devorando un tazón de cereal.Había revisado su celular más ve
Para alguien como Alessa, siempre fue muy difícil pensar con la de abajo que con la de arriba.Su cerebro, la mayoría del tiempo comandó el camino, y para ella nunca representó un problema.Esa noche, en la oscuridad, lejos de los suaves ronquidos de Carla, rodó entre sus sábanas una vez más privada de las mecánicas naturales del ser humano. No sentía ninguna clase de culpa, pero el nombre de su jefe prevalece incansable en su mente, tocando, danzando y susurrando su nombre.Alessa comenzó a irritarse.No era lo suficientemente sensible para quejarse de su malestar, pero tampoco era lo suficientemente insensible para ignorar el recuerdo sempiterno del señor Gold detrás de sus párpados pesados.Estuvo a punto de llamarlo. El teléfono en la mesita de noche, demasiado cerca para no ser una tentación. Aun así, la razón le recomendó hacer las cosas de frente: esperar que amanezca e ir a su mansión.De ese modo, contactó a Reynolds a las siete de la mañana.Cuando llegó a la mansión Gold ese
Alessa negó despacio con la cabeza, sus pestañas revoloteando mientras el hombre mayor ladeó la cabeza a milímetros de la de ella. Un resplandor peligroso lo envolvió.—Te robó de mí, porque es un hijo de perra envidioso y lo conozco a la perfección. No podría ignorarte y eso me enferma.Alessa lo consideró unos segundos, silenciosamente complacida. Alzó las cejas.—Tú me espiaste.La sentencia zanjó una duda mínima y él al menos pareció un poco avergonzado. —Me preocupaba tu bienestar, Alessa —chasqueó la lengua, irritado. La tensión evidente en su mandíbula afeitada, fuerte y masculina. También en sus nudillos apretados, marcados por sus venas gruesas.¿Acaso su arrogante jefe podía estar...? Bah. ¡Imposible! Qué reverenda locura. Alessa se tragó una risita irónica y, en su lugar, rodó los ojos.Un playboy fajado de dinero en efectivo, diamantes y mujeres deslumbrantes estaba por encima de los celos de un mortal enamorado o enviciado.Ser territorial era una cosa muy distinta en el
—No digas cosas de las que te vas a arrepentir mañana, querida niña —advirtió Leonardo severo, jugando con el dobladillo de su vestido corto y ya arrugado por el buen maltrato que le dio mientras la reclamaba. Alessa lo miró, atrapada entre la sospecha y la comodidad. ¿Cómo era posible que pudiera desconfiar y confiar al mismo tiempo en una persona de esa forma? Le preocupó estar perdiendo la perspectiva de la situación por culpa de sus sentimientos bizarros. —Es la verdad, lo que dije de que no me voy a quedar. Así que no intentes desviar el tema —replicó ella. Si sucumbió al momento, fue porque estaba de humor, muy interesada en él y lo que los envolvía. Leonardo tarareó, deslizando las manos por sus curvas vestidas. —Tampoco voy a retenerte a mi lado o alrededor de mí, si eso es lo que estás pensando, dulce princesa —comentó él, con una media sonrisa traviesa—. No soy ese tipo de hombre. —Y yo no soy ese tipo de mujer —reviró Alessa sin bajar ni la mirada ni la actitud—. Claro
Él pareció a la defensiva, mientras comenzaban a comer.Como si el tema de la confianza fuese un campo minado que ella acababa de tocar sin querer. Se suponía que solo era una observación inofensiva de su estilo de vida. Sin embargo, fue algo totalmente diferente. Alessa siempre había notado el estrecho círculo de confianza que rodeó al señor Gold porque, joder, había que ser ciego o tonto para ignorarlo. Ella supuso que fue una preferencia natural, otro lujo de un multimillonario al escoger muy cuidadosamente en quién confió.Sin embargo, el aumento de tensión en el ambiente le dijo todo lo contrario.Le hizo preguntarse, muy seriamente, si nunca confió en ella.—Te ves jodidamente hermosa, ¿ya te lo dije? —Leonardo soltó esa adulación un poco rígido, haciendo una pausa con su copa de vino blanco antes de admirar el vestido esmeralda y lo tacones verde oscuro que ella escogió para esa ocasión.En su defensa, Alessa se había preparado para desaparecer de su vida con estilo, no para qu
—Al menos te acuerdas de llamar a tu madre. ¡Aunque de ti qué se espera! Siempre has sido intermitente, peor que un semáforo.El sermón de Agatha Sinclair, su madre, fluyó en sus oídos mientras sus ojos chocolate deambulaban por el ordenado desorden de su habitación. Una calma inquietante, casi aburrida, en su rostro. Mientras tanto, se acostó de espaldas en su cama con el teléfono en altavoz junto a su cabeza.En el fondo, se reprodujo una canción de ritmo lento.Ya había pasado una semana desde que vio al señor Gold en su mansión.Ya no tenía su número registrado.También borró el contacto del jefe Reynolds.Cortó cualquier lazo que la condujera de vuelta a una ruleta.—Por favor, prométeme que has mantenido un bajo perfil, Alessa.—Sí.Ni siquiera tenía que prometerlo, ni a su madre ni a nadie. Desde niña, había priorizado la privacidad muy por encima de la excentricidad. Por eso rechazó tantas oportunidades de explotar su extraña condición. Por eso estudió en instituciones pública