22: trampas sospechosas

Carla la llamó por teléfono minutos después de que abandonó la mansión de Gold y lo primero que la muchacha le preguntó fue:

—¿En qué bendito problema te metiste ahora, Alessa Sinclair?

Técnicamente, Carla no necesitaba ser bruja o algo parecido para adivinar que, en efecto, se manifestaron los típicos problemas. Después de años juntas, viviendo juntas, descubriéndose los hábitos, era normal.

—Ah, con que te enteraste.

—¡Todos en la Facultad andan murmurando de ti y del Sugar Daddy mecánico! —siseó alarmada—. Los rumores corren como el agua por los pasillos, Alessa. Hasta la profe Sprout me miró raro hace un rato. Agh, gracias por condenarme a ser tu mejor amiga. Tengo un letrero neón en la frente ahora.

A la pelirroja no le molestó que el jefe Reynolds escuchara su debate especial con Carla, porque de todos modos ya no era un secreto el chisme que se estaba cocinando a fuego lento.

Que Leonardo Gold la había privilegiado por encima de los demás.

—Para ser prodigios a veces son bien d
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