Él pareció a la defensiva, mientras comenzaban a comer.Como si el tema de la confianza fuese un campo minado que ella acababa de tocar sin querer. Se suponía que solo era una observación inofensiva de su estilo de vida. Sin embargo, fue algo totalmente diferente. Alessa siempre había notado el estrecho círculo de confianza que rodeó al señor Gold porque, joder, había que ser ciego o tonto para ignorarlo. Ella supuso que fue una preferencia natural, otro lujo de un multimillonario al escoger muy cuidadosamente en quién confió.Sin embargo, el aumento de tensión en el ambiente le dijo todo lo contrario.Le hizo preguntarse, muy seriamente, si nunca confió en ella.—Te ves jodidamente hermosa, ¿ya te lo dije? —Leonardo soltó esa adulación un poco rígido, haciendo una pausa con su copa de vino blanco antes de admirar el vestido esmeralda y lo tacones verde oscuro que ella escogió para esa ocasión.En su defensa, Alessa se había preparado para desaparecer de su vida con estilo, no para qu
—Al menos te acuerdas de llamar a tu madre. ¡Aunque de ti qué se espera! Siempre has sido intermitente, peor que un semáforo.El sermón de Agatha Sinclair, su madre, fluyó en sus oídos mientras sus ojos chocolate deambulaban por el ordenado desorden de su habitación. Una calma inquietante, casi aburrida, en su rostro. Mientras tanto, se acostó de espaldas en su cama con el teléfono en altavoz junto a su cabeza.En el fondo, se reprodujo una canción de ritmo lento.Ya había pasado una semana desde que vio al señor Gold en su mansión.Ya no tenía su número registrado.También borró el contacto del jefe Reynolds.Cortó cualquier lazo que la condujera de vuelta a una ruleta.—Por favor, prométeme que has mantenido un bajo perfil, Alessa.—Sí.Ni siquiera tenía que prometerlo, ni a su madre ni a nadie. Desde niña, había priorizado la privacidad muy por encima de la excentricidad. Por eso rechazó tantas oportunidades de explotar su extraña condición. Por eso estudió en instituciones pública
Dos días más tarde, Carla le preparaba la cena cuando tuvieron la conversación.—Dejaste de asistir a la Facultad, Alessa.La mencionada giraba su celular sobre la mesa, mientras tenía el ceño ligeramente fruncido.—Puede ser —contestó distraída.—¡Es que iba a suceder! El que te conoce, lo imaginaba ya.—Pregúntaselo a mi madre.A pesar de la apatía natural de la pelirroja, Carla se acercó y colocó una mano gentil en su hombro.—Oye, ¿estás bien?“Estar bien es una mentira universal”, consideró Sinclair un poco allí, un poco en otra parte. Dividida por el pensamiento del presente y el del pasado que continuó acechándola.—Le Roux ya me avisó cuándo entro a ser su nuevo juguete. —Cambió de tema—. Probablemente busque un lugar propio cerca de la Corporación.Lo había estado pensando desde que habló con Agatha. Mudarse. La separación con Carla sería incómoda, pero a esas alturas del partido, estaba tirando de la cuerda.—Eh, si tú eres un desastre viviendo sola. —La morena esbozó una mu
—Leo, ¿podrías prestar atención al menos un segundo?La petición susurrada de Sophia despertó su simpatía, pero Leonardo, por mucho que quisiera, tenía dificultades para concentrarse en la junta de Industrias Gold. Sus socios hablaban, unos por aquí, otros por allá. Al final, todos decían lo mismo. Bestias superficiales.Su teléfono personal pesaba en el bolsillo dentro de su saco. Sus dedos inquietos, sus nudillos apretados.—Tal deberíamos considerar una negociación con la Corporación Le Roux si queremos pensar en el futuro —opinó uno de los más jóvenes, ¿Frank? Leonardo no recordaba, pero el muchacho apenas tenía más de veinticinco años.—A ver, chiquillo puberto, mi padre mantuvo el futuro sin depender de nadie. Yo tampoco lo voy a necesitar —intervino, empleando su sarcasmo.Sophia tenía la suficiente confianza con él como para pisarle el pie por eso, pero ella se quedó quieta, disparándole una mirada de advertencia.—¿Puberto? —El apodado “Frankie” bufó, ofendido—. Formo parte d
—¿Su acompañante? —preguntó Carla en cuanto llegó al apartamento con una bolsa de chucherías entre los brazos y una cara de póquer.La propuesta de Le Roux la había pillado desprevenida, tanto así, que casi salió corriendo de su oficina mientras él la llamaba por su nombre.Las otras asistentes, Ashley, Lana y Ester, se levantaron asustadas cuando vieron el resplandor rojo atravesar el pasillo y desaparecer en el ascensor.En otra ocasión, hubiera disfrutado de meterse en líos con Horacio, pues el tipo solía fumar un cigarrillo en la entrada del edificio a esas horas, cuando faltaba poco para que terminara la jornada de trabajo para los empleados promedio como ella. Por supuesto, Elliot le asignó a Horacio la "penosa" tarea de buscarla en casa y traerla al trabajo.Oh, sí que extrañaba al jefe Reynolds. Reynolds no solo era un deleite para la vista femenina y para algunas masculinas, también fue callado, severo, pero accesible. Y tenía un toque travieso oculto. Horacio, por otra part
«¡LAS PELIRROJAS ATACAN EN GRANDE A LOS GRANDES! ¡ELLIOT LE ROUX HA ENCONTRADO SU PROPIO RUBÍ!»Bebió su flauta de champán en tres sorbos y se buscó otra en menos de un segundo, sorprendiendo al mesero de la bandeja.—Loca, en serio, tanto que te quejabas de ser un instrumento para los chismes de Leonardo Gold y ahora checa, te volviste tendencia con Elliot Le Roux en menos de tres horas —escuchó a Carla sermonear desde su celular, en una videollamada. Le había enseñado a la morena el interior del museo, decoración y paredes en tonalidades tierra, candelabros de cristal y piso de mármol pulido. También le obsequió un recorrido secreto por los buenos traseros de los hombres guapos que encontró por allí—. ¡Dicen que eres su novia! Que pareces una Sugar Baby, pero que Le Roux no acostumbra a tomar a una chica al azar por la cintura.El enlace de las redes sociales que acababa de compartirle Carla en el chat la había puesto pícara y burbujeante. Los rumores corrían rápido, pero ese fue un
No se arrepintió, ni siquiera cuando la mejilla de Leonardo se pintó de rojo y él la miró fijamente. Él permaneció quieto, no la atacó de vuelta, simplemente exhaló por la nariz con los hombros caídos. Por un segundo, esperó, deseó que se derrumbara sobre ella y la besara sin sentido.Casi pareció avergonzado, y no lo ignoró, pues nunca se había atrevido a insultarla. El olor a whisky asaltó su nariz. Él olía a whisky, a mojado y... al perfume caro de una mujer.Eso último fue lo que la sacó de quicio.—Primero que nada, ni la mejor fortuna del mundo te dará el derecho de insultarme. Segundo, al menos no me vieron del brazo de un mujeriego irremediable. Sino de un hombre que no toca cualquier cintura. Por eso me llaman su «novia» y no su «puta de turno». Lo que hubiera sucedido si me vieran contigo.Se zafó de su agarre territorial, solo porque él lo permitió. Sabía que le quedaría una marca en su piel, y la idea le gustó, muy muy en el fondo.Se alejó de él. Caminó de vuelta al salón
Por un latido, Leonardo pareció que iba a empujarla con su verdadera fuerza, y que iba a atacar a Elliot justo como quería hacerlo.Justo cuando pensó que todo estaba perdido, que no podría irse a casa temprano, Leonardo bajó la cabeza y se tomó un segundo para mirarla a los ojos mientras apretó su mandíbula. M****a, ¿por qué Le Roux lo presionó tanto sabiendo que todavía estaban cerca del ojo público? ¿Fue solo diversión? ¿Otra competencia?Sus pensamientos fueron interrumpidos por el cálido saco negro con forro rojo. Obviamente era demasiado grande para ella, pero le encantó. La esencia pura de su colonia masculina estaba impregnada en el saco, no las esporas del perfume de esa modelo que tenía en él.—Solo estoy desperdiciando tiempo contigo, Le Roux —dijo Leonardo, chasqueando la lengua—. Solo eres un cobarde que trata de perseguir lo que otros tienen.Leonardo la tomó de los hombros y, sin decir una palabra, la llevó a la salida de emergencia, pasando junto a Horacio. Y ella permi