Paul

Antes de bajar a la cena con nuestros amigos, paso por la habitación de los niños a darles el beso de las buenas noches. La pequeña Beth duerme abrazada a su osito de peluche, la arropo, beso su suave cabello, y es turno de Macon. Él, por su parte, está cruzado en la cama y con la manta arremolinada en sus piernas. Sonrío al verlo, incluso dormido, es diferente a su hermana. Al llegar al final de las escaleras, dejo por completo al Dr. Smith y me convierto en Paul, esposo, padre y amigo, para disfrutar de una agradable cena con nuestros queridos amigos, que se hace más larga de lo habitual.

—Buenos días, doctor Smith. ¿Qué tal estuvo la cena? —pregunta mi secretaria al tiempo que me recibe con un humeante café.

—Buenos días, Rosalie. Muy bien, la comida exquisita, el vino demasiado delicioso como para negarse a una segunda botella, y hoy la cabeza la tengo abombada —respondo entre exageradas muestras de dolor. Ella sonríe y yo me meto a mi despacho.

Después de revisar si hubo nuevos ingresos, me dispongo a comenzar la ronda matutina. Comienzo por la habitación de Natacha, donde sorprendo a mi residente mientras chequea sus signos vitales.

—¿Cómo ha pasado la noche, doctor Brand? —cuestiono sobresaltándolo.

—Doctor Smith. Ha estado bien, no hubo ningún cambio significativo, su ritmo cardíaco es alarmantemente normal, demasiado normal para alguien que debería estar muerto… —responde con cara de confusión.

—Está claro que no era su momento —sentencio y examino sus pupilas en busca de alguna reacción, pero solo veo vacío, un oscuro y denso vacío—. Buen trabajo, doctor.

—Iré a comenzar las rondas —advierte él mientras abandona la habitación.

Me tomo un minuto extra en examinar su postura, ella se encuentra completamente relajada, quizás sea por los calmantes… quizás es que está tranquila. Quisiera saber qué pasa por su cabeza en este momento.

—¿De qué te escondes, Natacha? ¿Dónde estás? —pregunto a su espectro, porque eso es lo único que está aquí. Su mirada está perdida en alguna parte, no reacciona a ningún estímulo, no se mueve, el único movimiento que produce es completamente automático, y es un ligero parpadeo. Por el resto… nada—. No sé qué te ha pasado, o qué te llevo a este estado, pero quiero ayudarte si me lo permites. Estoy aquí cuando estés lista.

Al salir de la habitación, me encuentro con el doctor Martin, el director del hospital.

—¿Es necesario que le recuerde a tu personal de la importancia de la privacidad de nuestros pacientes? —pregunta ofuscado.

—Buenos días también para ti, yo bien, gracias por preguntar —ironizo.

—No estoy para bromas, Paul, el hospital está rodeado de fotógrafos, tuve que doblar la vigilancia del departamento de psiquiatría y ese dinero no sale de debajo de la alfombra.

—Estoy realmente desorientado ¿de qué estamos hablando?

—De tu paciente, alguien le dijo a la prensa que Nina está internada en este hospital y fue muy específico con su estado de salud. Todo el mundo habla de que está loca.

—¿Nina?

—Vives en tu pequeño mundo ¿no? Nina Sloan, la supermodelo.

—¿Sloan? ¿mi paciente catatónica?

—Sí, Paul. Es ella ¿verdad? —pregunta al tiempo que me entrega una revista del tipo amarillista con la foto de Natacha en la tapa. La miro con detenimiento. Efectivamente, es ella, aunque luce bastante diferente. En la fotografía, se encuentra en alguna especie de alfombra roja.

—Sí, es ella, Natacha Sloan.

—Bien, quiero que le recuerdes a todos lo importante que es la privacidad del paciente y lo costosas que son las demandas.

—Seguro, yo me encargo.

—Y por favor, Paul, necesito que te enfoques en ella, el hospital no puede quedar mal, nuestra reputación es lo más importante.

—Creí que ayudar a los pacientes lo era…

—No te hagas el listo conmigo —advierte antes de marcharse.

Luego de las rondas, reúno a todo el personal para darles una pequeña charla de algo que deberían tener muy en claro, nuestro trabajo, y les recuerdo que nadie puede hablar de ningún paciente con nadie.

—Doctor, lo están esperando. —Me avisa Rosalie al llegar a mi oficina. Sigo la dirección de su mirada, y veo a una mujer madura, muy bien vestida y por demás arreglada, ponerse de pie con elegancia.

—Doctor Smith, soy la doctora Monroe. Encantada, espero no molestarlo.

—No, por supuesto que no. Gracias por venir tan rápido. Adelante por favor. —Invito con mi mano mientras sostengo la puerta de mi despacho—. Tome asiento ¿puedo ofrecerle algo de beber?

—Estoy bien, gracias. ¿Cómo se encuentra Nina?

—Sigue igual, su estado físico es óptimo, pero no hay reacción a estímulos.

—¿Le han realizado pruebas para saber si es una reacción tóxica?

—Por supuesto, hemos encontrado restos de diferentes psicotrópicos, pero ningún indicativo de que sea fisiológico, todo parece indicar que es algo mental.

—No lo entiendo, ella se veía bien…

—¿Durante cuánto tiempo la atendió, doctora? —pregunto interesado.

—Aquí le traigo las transcripciones de nuestras sesiones, verá por usted mismo que no nos hemos visto tantas veces. La carrera de Nina le impide estar mucho tiempo en un solo lugar, lo que no permite un buen tratamiento…

—Pero sí un tratamiento farmacológico…

—Doctor Smith, Nina fue obligada a verme. No fue su elección, ella no buscaba ayuda.

—¿Obligada?

—Sí, de forma contractual. Una cláusula de contrato la obligaba a buscar acompañamiento terapéutico, de lo contrario, perdía el trabajo y muchos miles de dólares.

—¿Notó algún indicio de enfermedad mental?

—Yo la trataba por su depresión crónica y sus problemas alimenticios, nada más. Jamás dijo nada que me hiciera pensar en otra cosa.

—¿Intentos de suicidio?

—No que yo sepa.

—¿Qué usted sepa? ¿No investigó?

—Como dije, doctor, Nina es muy difícil de rastrear…

—Entiendo. Bueno, gracias por su tiempo.

—De nada. Si necesita algo más, ya sabe dónde encontrarme.

—Por supuesto ¿le importa si me quedo con esto? —pregunto señalando la carpeta con las transcripciones.

—Tengo las originales, puede quedárselas.

—Gracias.

Mientras miro las escasas sesiones que tuvo con la doctora Monroe, cada vez me convenzo más de lo mal atendida que estaba Natacha. Hay dos clases de psiquiatras, los que se interesan por ayudar a su paciente y verlo bien, y los que tienen una gran relación con las farmacéuticas. Está claro que a la doctora Monroe solo le interesaba cobrar sus honorarios y llenar de píldoras a esa pobre niña… hay médicos que no deberían tener acceso a los sellos.

Luego de leer sobre las miserables tres sesiones que tuvieron, es evidente que no se conocen, que no hay confianza, y para mí, es indudable que Natacha estaba actuando con la doctora. Solo le decía lo que quería oír, ella esconde algo. Puedo intuirlo, pero ¿qué?

Antes de marcharme a mi casa, luego de un largo y agotador día, vuelvo a visitar a Natacha. Y la encuentro exactamente como la dejé esta mañana. Me acerco a su cama y, con delicadeza, tomo su rostro para guiar su mirada a la mía, pero no hay caso, no hace contacto visual con nada.

—Lamento mucho que hayas tenido una mala experiencia con mi colega, la doctora Monroe, pero yo sí puedo ayudarte y quiero hacerlo. Necesito que colabores conmigo, Natacha. Sé que ahora todo parece negro y que no imaginas que puedas recuperar tu vida, pero créeme, sucede. De seguro hay alguien que espera por ti, que se preocupa por ti. Vamos, pequeña, despierta, vuelve con nosotros…

Pero no obtengo ninguna respuesta y me marcho con la sensación espantosa de no haber podido hacer nada. Al pasar por la estación de enfermeras, Louis me hace un gesto con la cabeza, sigo su dirección y veo al novio de Sloan sentado en la sala de espera, el pobre muchacho luce fatal, pero no se ha movido del lugar desde que llegaron. Pero, como no tengo nuevas noticias para él, sigo de largo.

—Hasta mañana, Louis.

—Que tenga una buena noche, doctor. —Se despide ella y me marcho al calor de mi hogar.

Ni bien cruzo la puerta, Beth es la primera en escucharme y sale corriendo en mi búsqueda. La tomo en el aire y la colmo de besos. Los besos y risas de mi pequeña son la mejor medicina para el stress.

—Ven papito, quiero mostrarte mi dibujo —dice tomando mi mano y guiándome a la cocina donde ha montado su estación artística—. Es hermoso ¿no crees? Este eres tú, acá estoy yo, esa es mamá y este enano es Macon.

—Y ¿este? —pregunto señalando el dibujo de lo que parece ser un perro.

—Ese es Rabito, mi perro.

—Tú no tienes perro, Beth.

—Ya lo sé, papito, pero podría… —responde inteligentemente y con cara de ángel. Caigo en su trampa.

—Ya veremos… ya veremos.

—Tan pequeña y ya entiende cómo llegar al corazón de un hombre y conseguir lo que quiera —agrega mi esposa entre risas. Hago un gesto de derrotado y ella agranda su sonrisa.

—Buenas noches, papá, ¿cómo estuvo tu día? —pregunto con sarcasmo al oído de mi hijo, que está, como de costumbre, completamente concentrado en sus aparatos electrónicos y pasa de mí. De un brusco movimiento, aleja su cabeza de mi mano y chasquea su lengua.

—Déjame —sentencia y no agrega nada más.

—Recuérdame algo, cariño, ¿nació con eso pegado a las manos?

—Estoy casi segura de que no… —responde mientras corresponde mi beso—. ¿Qué tal tu día?

—Agotador —declaro mientras tomo una cerveza fría de la nevera y me siento a su lado.

—¿Muchos pacientes o alguno difícil?

—Tengo una paciente que me lo está poniendo difícil… ¿conoces a Natacha Sloan?

—¿Debería? No me suena de nada.

—Es una modelo, muy famosa, según dicen.

—¿Nina? ¿Entonces es cierto?

—¿Qué es cierto?

—En la televisión dicen que se volvió loca y está internada en coma.

—Esos malditos medios amarillistas…

—¿Es ella? —Me enseña otra revista, esta vez, Natacha aparece en muy mal estado, alcoholizada quizás, o drogada, no podría decirlo, pero es evidente que lucha por mantenerse en pie.

—Sí, es ella.

—¿Qué tiene?

—Eso quisiera saber. De momento, está catatónica, no responde a ningún tratamiento, ya lo probé todo… nada funciona.

—Bueno, si alguien puede ayudarla ese eres tú, cariño.

—Eso espero…

Luego de acostar a los niños y leerle un cuento a Beth, me voy a la cama. Kate está leyendo un libro, beso su mejilla y me recuesto. El agotamiento físico ni se compara al mental, pero, aun así, siento un enorme alivio al relajar mi cuerpo. Al cabo de un rato, en donde no hago más que dar vueltas en la cama, decido levantarme.

—¿Quieres que apague la luz? —pregunta mi esposa, al ver que no puedo conciliar el sueño.

—No, no te preocupes, es que estoy algo intranquilo, bajo un rato a ver unas cosas.

—No te desveles mucho, Paul. —Me advierte antes de abandonar el cuarto.

Una vez en mi oficina, enciendo el portátil y tecleo Natacha Sloan, pero no consigo mucho, pruebo con Nina Sloan y es entonces cuando una catarata de fotografías inunda mi pantalla. Una sucesión cronológica de una muerte anunciada. Las primeras fotos son, claramente, profesionales, ella en distintas poses, muy hermosa, es innegable. Pero sus ojos… eso es otra cosa. Tristeza, vacío, desesperanza… es imposible no sentir algo cuando la ves, y ahora entiendo la fascinación del público con ella. Hay algo en sus ojos que cautiva. Luego, fotografías robadas, saliendo de un restaurante en compañía de su novio, fotos privadas de vacaciones, y ahí todo empeora. Lo que siguen son claros indicios de que algo va mal. Poco a poco, las imagines se convierten en una alarma de catástrofe. Cada vez se la ve más delgada, más demacrada, más problemática. Sacada a rastras de clubes, sin poder mantenerse en pie, peleando con los fotógrafos…

Al pasar a las noticias, encuentro de todo.

<<Nina, ¿la nueva Amy?>> <<Nina en otro ataque de ira>> <<Nina, una belleza explosiva>> <<Ups, lo hice otra vez>>

Los encabezados de las noticias acompañaban distintas fotografías. Y por último << ¿La fiesta acabó?>> esa era la peor, mostraba el momento exacto donde los paramédicos trasladaban a la joven modelo hasta el hospital.

La indignación me sobrepasa. Demasiados testigos de sus claros pedidos de ayuda, pero nadie hizo nada. Solo observaron y decidieron hacer dinero con ella. Todos ellos, al igual que su terapeuta. Pobre niña, estaba completamente sola. Me pregunto qué hizo su novio para ayudarla y ¿sus padres? ¿Acaso no hay nadie más?

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