—Buenos días, cielo, ¿cómo te encuentras hoy? Es un hermoso día fuera. Pronto comenzarán a caer las hojas. Me encanta el otoño, los colores son tan hermosos…
<<Mi estación favorita es la primavera, todo huele a lluvia y flores>>
—Hoy vamos a revisar tus heridas, no queremos que queden horribles marcas en esos hermosos brazos.
<< ¿Heridas? Yo no me lastimé.>>
—Esto puede doler un poco, lo siento, trataré de hacerlo rápido. ¿Por qué querrías dañarte así, cielo?
<<No lo hice, no fui yo… debe haber sido Ella, siempre es Ella.>>
—Se ven mucho mejor. Pero si fueras mi nieta, te daría una zurra por haberte hecho esto. La vida no nos pertenece, cielo, solo somos un momento, y Dios decide cuándo es hora de partir. No es nuestra decisión.
<<Otra vez Dios… lo siento, no puedo creer lo que dices.>>
—Bien, te vendré a visitar luego. Descansa. —Se despide con un dulce beso en mi frente, como una abuela lo haría, y se marcha.
Trato de recordar qué fue lo que pasó, pero está en blanco, mi último recuerdo es estar discutiendo con Jasper…
Estaba tan apurada por meter todo en la maleta, que simplemente tiraba una cosa sobre la otra, sin ningún reparo ni consideración. Solo quería salir de ahí antes de que él llegara.
—Haces bien en irte, al fin una decisión inteligente, increíble que se te ocurriera a ti —dijo Ella, desde el otro lado de la habitación. Allí estaba, como siempre.
Ella siempre está allí. No recuerdo la primera vez que la vi, pero si recuerdo que aún era una niña. Vivíamos con nuestros padres, Nate era un pequeño bebé, mi bebé, y lo amaba como jamás había amado a nadie, era su hermana mayor y era mío.
—¿Intentas ignorarme? Sabes que eso no funciona. No puedes callarme —insiste, y es cierto, por mucho que lo intento, ella siempre está…
—Ojalá pudiera hacerlo.
—Pero no puedes, no puedes hacer nada, eso ya lo sabemos. No sirves para nada, bueno, me equivoco, si sirves para algo, para ocupar espacio, para robar oxígeno…
—Igual que tú.
—Yo soy tú ¿cuándo lo entenderás?
—No, no somos iguales, solo hace falta verte para saberlo —respondo. Estoy tan harta de sus ataques, siempre igual, y me encuentro al borde… muy al borde.
—Pero solo tú puedes verme ¿verdad, Nina?
—Lamentablemente, y también oírte…
—Ni siquiera eso haces bien, no puedes ser una loca normal, no… tú jamás. Pero esto sí lo estás haciendo bien, debes dejarlo en paz, no lo mereces y lo sabes.
La puerta se abre de golpe y mi corazón se detiene, Jasper intentará detenerme, lo sé.
—Nina ¿dónde estás, amor? —pregunta su profunda y masculina voz desde la cocina.
Me apuro a cerrar la maleta, no me importa dejar cosas, ya veré luego. Arrastro la carga fuera de nuestra habitación y le doy un último vistazo. Amo este departamento, es tan luminoso y bello. Y lo hicimos juntos, es nuestro hogar, pero ya no más.
—¿Sales de viaje? —pregunta confundido—. No recuerdo que tengas algo en esta fecha.
—No lo tengo.
—¿Entonces?
—Me voy.
—¿A dónde?
—Te dejo, Jasper. Lo siento.
—Nina… no podemos seguir con esto, estoy agotado…
—Justamente, no podemos seguir con esto. Sabes tan bien como yo que no tiene sentido, solo nos estamos engañando.
—No, Nina, yo te amo y sé que tú también me amas.
“—No es cierto, ¿quién podría amarte? Mírate, eres un maldito desastre. Solo traes desgracia a los demás. —Se adelanta Ella a rebatir.”
—Lo siento, Jas. No puedo hacerlo más, no te mereces esto.
—Es cierto, no me merezco que te marches y me dejes así. Vamos, deja eso.
“—¡No lo hagas! No lo mereces, no tienes nada que ofrecerle. Solo eres un estorbo y él merece ser feliz, merece una mujer de verdad, no una imbécil como tú. Vamos ¡Vete de una puta vez! —grita Ella poniéndose en frente de mí, interponiéndose entre ambos. Aparto mi vista de sus ojos, que son tan parecidos a los míos, y busco la puerta.”
—Por favor, Jasper, déjame ir. Es lo mejor para ambos. Tú estarás bien…
—No, no estaré bien sin ti. Nunca sin ti, Nina. —Da un paso hacia mí, decidido, y mi corazón se derrite. Lo amo, lo amo tanto que solo él puede salvarme, pero no quiero seguir lastimándolo.
“—Estará mucho mejor sin ti. Todos lo estaremos. ¡Dios! Ojalá pudieras entenderlo. Le harías un enorme favor al mundo si desaparecieras —responde Ella, da la vuelta y se sitúa detrás de mí y me empuja hacia adelante, por lo que tropiezo.”
—¿Nina? —pregunta Jasper, confuso, y se apresura a agarrarme para evitar que caiga.
—Te lo suplico, Jas, déjame ir. Es lo mejor. Dices que me quieres, demuéstralo, dime adiós.
—¿Qué te quiero? Eres mi vida, Nina, mi amor, eres todo. No te vayas, buscaremos otra forma, todo volverá a estar bien, lo prometo, amor. —Sus hermosos ojos grises no me mienten, yo sé que él me ama, es cierto.
“—¡No, no lo es! ¿Lo amas? Entonces aléjate de él, hazlo antes de que sea tarde, antes de que termines con su vida. Desaparece. ¡Ahora! —Vuelve a insistir Ella. Me toma del cabello y mi cabeza vuela hacia atrás, alejándome de él. Los ojos de Jasper me miran confusos.”
—Debo irme, lo siento. —Rodeo su cuerpo y casi corro hasta la puerta, pero él me sujeta del brazo y me impide salir.
—No, Nina. No lo hagas. —Vuelve a pedirme.
“—¡Hazlo, maldita sea! ¡Hazlo o te arrepentirás! Lo juro. —Me amenaza Ella y vuelve a empujarme. Y esta vez caigo. Y como me ha pasado otras veces, no solo caigo al piso, sino al abismo, una espantosa sensación de vértigo, como cuando estás durmiendo y tu cuerpo se sacude de repente. Es lo mismo, pero la sensación es infinitamente más profunda, es como caer en un abismo sin fondo, el suelo nunca llega, solo caigo. Y luego la oscuridad. Todo desaparece.”
La luz se enciende, estoy en el cuarto oscuro otra vez, y Ella está ahí. Aún me impresiona verla, jamás me acostumbraré a que luzca igual que yo, porque es cierto, somos iguales, como dos gemelas idénticas y diferentes. Siempre pensé que ella era la mala, viste siempre de negro, con sus botas de combate, sus aros de metal y su maquillaje fuerte y dramático. Incluso su cabello es igual al mío, solo que el de Ella está bañado por pequeños mechones azules. Pero los ojos no son iguales. Sus ojos dan miedo, son diabólicos, cargados de ira, resentimiento… y su voz, su voz tampoco es como la mía, o quizás es el tono que emplea, tan despectivo, irónico y burlón.
—¿Otra vez tú? —pregunta mientras da vueltas sobre sus pies una y otra vez.
—¿Por qué siempre vuelvo aquí?
—¿Cómo voy a saberlo? —dice sin detenerse, comienza a marearme.
—¿Puedes detenerte?
—Te encantaba hacer esto ¿recuerdas? ¿Qué tenía de divertido?
—No lo recuerdo.
—Claro que no… no recuerdas muchas cosas…
—Pero tú sí ¿verdad?
—Yo lo recuerdo todo. ¡Todo! Yo lo viví todo…
—¿Fuiste tú verdad?
—¿Fuiste tú? ¿Fui yo? Tú eres yo. Yo soy tú… —canturrea.
—Me lastimaste, fuiste tú. Yo no lo hice, nunca lo haría.
—Claro que no, eres una cobarde. Siempre huyes, huyes de todo. Yo no. Yo lucho, yo aguanto.
—¿Por qué lo hiciste? ¿por qué siempre quieres hacerme daño?
—Porque lo mereces. Debes desaparecer. Nadie te extrañaría. Nadie te necesita, nadie te quiere. ¿Cómo van a hacerlo? No eres nadie, solo una molestia. Un parásito.
—¡No es cierto!
—Sí, sí lo es, y lo sabes. Debes admitirlo. ¡Hazlo!
—Vete al infierno, ¡ahí perteneces!
—Sí, tú y yo. Ambas. Yo soy tú.
—¡No, no, no! Solo tú.
—Lo siento, no es posible, princesita —dice sonriendo y por fin se detiene. Se queda tan quieta que un escalofrío me recorre la espalda.
—No me digas así. —Las lágrimas comienzan a agruparse en mis ojos sin entender bien por qué.
—Eres la niña de papi ¿verdad, princesita? —pregunta y su rostro toma un aspecto tan desagradable que me dan ganas de vomitar.
—¡Cállate! ¡No sigas!
—¡Recuerda! —grita frente a mí y me hundo en sus ojos.
Me veo otra vez, todavía soy pequeña, pero tengo unos cinco años. Hace mucho frío, la nieve comienza a endurecerse y mis manos están congeladas. Siento las medias húmedas dentro de mis botas. Miro a Nate y su nariz está tan roja como sus mejillas.
—Vamos adentro, hace mucho frío.
—No, quero poquito más —pide con un mohín.
—Te vas a enfermar. Juguemos adentro. Yo cuento y tú te escondes.
—Meno. —Accede y corre a trompicones hacia la casa.
—Uno… Dos… —Comienzo a contar lentamente. Ya me sé hasta el cincuenta. Lo aprendí en ese libro que papi me trajo.
Cuando llego al diez, comienzo a buscarlo. Siempre es fácil encontrar a Nate, su risa lo delata. No puede evitarlo. Voy hasta la sala y escucho atenta.
—¿Estás acá, Nate? —pregunto y él ríe.
—No, no toy —dice entre risas.
—¿Dónde estará? —Vuelvo a preguntar y salto detrás del sofá de papá, lo agarro y ambos rodamos por el suelo riendo.
—¡Hora de jugar, Nina! —Anuncia mamá. Escondo a Nate detrás de mí. No quiero que lo vea.
—Sube a la habitación y escóndete. No hagas ruido, yo iré a buscarte. No debes salir hasta que yo vaya ¿de acuerdo? —digo en voz baja.
—Meno, ti —responde y se va corriendo escaleras arriba.
—¿Dónde estás, Nina? —cuestiona mi madre.
—No quiero ir. No quiero ir nunca más.
—Debes hacerlo. No quieres que mami y papi se pongan tristes ¿verdad? Tú eres una buena niña.
—No, no lo haré más. ¡No quiero!
—Bien, entonces irá Nate a jugar con nosotros —dice y se da la vuelta.
—¡No! Él es mío. ¡Él no!
—¿Entonces? ¿Tú o él?
—Yo, yo iré… —Me rindo. Y baja al sótano.
Papá está acomodando las cosas mientras habla con alguien, no conozco la voz de ese hombre, pero comienzo a temblar. La nariz me cosquillea por el olor. Y me detengo al final de la escalera.
—Hola, princesita. ¿Qué sucede? —pregunta mi padre. Niego con la cabeza y su expresión cambia—. Quizás deberías buscar a Nate, cariño —dice hacia mi madre.
—No, él no. —Suspiro y camino hasta él.
—Buena niña. Papi te dará un hermoso regalo si te portas bien. —Miro hacia el otro hombre. Es alto y muy flaco. Tiene el pelo negro y nariz larga.
—Hola, preciosa. He traído esto para ti. —Me extiende un paquete que lleva un enorme moño rosa encima. Mi padre lo agarra y lo pone en mis manos.
—¿Qué se dice, princesita?
—Gracias —respondo y dejo el paquete a un costado.
—Deberías abrirlo, seguro te gusta. —Sugiere el otro hombre.
Vuelvo a tomar el paquete y rompo el papel. Dentro hay un vestido blanco y celeste como de muñeca.
—¡Es hermoso! —interrumpe mi madre— Vamos, te lo pondré.
—Jugaremos a que tú eres mi linda muñeca, y yo te cuido porque te quiero mucho ¿de acuerdo? —indica el hombre.
Mi madre me viste y comienza a ponerme pintura en la cara. Pero mis lágrimas borran lo que ella hace, así que me toma fuerte del brazo y se acerca a mí.
—Deja de llorar o te juro que Nate llorará más. Tú no quieres eso ¿verdad? —Niego con la cabeza y me limpio la nariz con la mano—. Bien, ahora sonríe y sé una buena niña.
—Ve a tu lugar princesita. —Pide mi padre y me pongo donde siempre, justo en medio de los peluches y almohadones.
La luz roja se enciende en la cámara de mamá y el hombre se acerca a mí. Se arrodilla a mi lado y mi padre comienza a cantar.
<<Brilla, brilla, pequeña estrella,
cómo imaginar lo que eres desde el cielo,
el mundo está tan alto,
como un diamante en el cielo.
Cuando el resplandeciente sol se ha marchado,
cuando no hay nada que brille sobre él,
entonces tú enseñas tu pequeña luz,
y brillas, brillas, a través de la noche…>>
Y todo se desvanece como si se rompiera un cristal frente a mis ojos. Ella sigue mirándome y sosteniendo mi rostro. Su contacto me quema y la alejo de un empujón tan fuerte que cae de espaldas.
—¡No me toques! —grito con tanta fuerza que la garganta me duele.
—¿No quieres jugar? —pregunta Ella con una sonrisa macabra.
—¿Por qué?
—Porque debes recordar.
—No, no quiero hacerlo.
—Yo tampoco quería vivirlo, pero tú me trajiste.
—No, no fui yo ¡Lo juro!
—Sí, fuiste tú. “¡Quisiera desaparecer! Quiero desaparecer, por favor. Ya no más. No quiero estar aquí” dijiste, y entonces aparecí yo.
Me pongo de pie en un salto y me alejo de ella. Miles de imágenes comienzan a arremolinarse en mi cabeza, la canción se repite una y otra vez. El olor del sótano me cosquillea la nariz. Y de repente puedo verme a través de los años, bajando a ese horrible lugar, mis padres, sus amigos y toda esa gente que nos visitaba. Las mantas, los peluches, los almohadones… y luego Nate. Y es entonces cuando caigo al abismo, comienzo a caer tan rápido que el aire me lastima la piel, cierro los ojos con fuerza y deseo desaparecer…
Me abro paso entre la multitud de fotógrafos que acampan en la entrada del hospital. Nunca seré capaz de entender la morbosidad de las personas.—Buenos días, doctor. —Me saluda Louis al pasar por su lado.—¿Qué tal la familia? —pregunto mientras reviso los ingresos de la noche anterior.—Causando alegrías y problemas, como todos…—Cierto.Antes de llegar a mi despacho y comenzar las rondas, visito a Natacha. Pero al ingresar a su habitación, me encuentro que está acompañada. Esta vez, además de Marc y Jasper, que ya me tienen acostumbrados, hay alguien más.—Doctor Smith, buen día. Deje que le presente a Nate Anderson. —Me indica Marc, señalando a un joven a su lado. Alto, atlético, con los mismos ojos azules intensos de su hermana, pero el cabello claro, aunque algunas facciones de su rost
Aún no puedo parar de temblar, solo me abrazo las rodillas y me acuno a mí misma de un lado al otro, encuentro cierta satisfacción al hacerlo, como si de alguna manera estuviera acompañada.—Estoy aquí, por si no recuerdas —dice Ella, metiéndose en mi cabeza, como de costumbre. Esa es la peor parte, Ella siempre sabe lo que pienso, no puedo ocultarle nada.—Deja de meterte en mi cabeza —murmuro, aunque estoy segura que, aunque estemos tan separadas como podemos, Ella me escucha.—Te contaré una historia. Había una vez, una niña hermosa, era tan hermosa, que sus padres estaban encantados con ella, incluso podríamos decir que su papito la amaba más que a nada en el mundo. Tanto, que era su pequeña princesita, su niña especial. Y tenían un secreto, jugaban un juego los tres, un juego secreto que nadie podí
El ruido incesante del teléfono me despierta sobresaltado. A ciegas, busco la mesa de luz y atiendo.—¿Diga? —saludo adormilado.—Doctor Smith, soy Louis, Natacha Sloan reaccionó.—¿Cuándo? ¿cómo?—Hace unos minutos, despertó gritando, está muy asustada y alterada. El doctor Brand le suministró un calmante, en este momento, duerme.—No le den nada más. Voy para allá.—Muy bien, doctor. Adiós.Salto de la cama sin mucho cuidado, con lo que despierto a Kate, que se gira y me busca a su lado.—¿Qué haces? ¿qué hora es? —pregunta refregando su rostro aún dormido.—Tarde, sigue durmiendo, debo ir al hospital.—De acuerdo, te amo.—Yo más.Me doy una rápida ducha, me visto con lo primero que encuen
Me recuesto en la cama dura del hospital y trato de calmar mi mente, aún tengo fragmentos de recuerdos. Nada es claro, todo se ve como a través de una niebla espesa que no consigo disipar. Pero, muy dentro mío, sé que lo que Ella me mostró es real, pasó, incluso cuando yo no lo recuerdo. ¿Cómo es posible vivir una vida a medias? O, mejor dicho, vivir dos vidas en una…Hablar con el doctor Smith me tranquiliza un poco, me brinda cierta paz, parece creerme, no piensa que estoy loca, quizás él pueda ayudarme. Sí, lo mejor será quedarme aquí, aunque eso implique no poder trabajar por un tiempo.—Después de todo, nadie te extrañará. —Escucho muy cerca de mí. Temo abrir los ojos y verla allí, pero lo hago de todos modos.Rebusco en la habitación, pero no encuentro a nadie, ni siquiera una sombra fuera de lugar
Cuando el doctor Smith llegó esa mañana a la clínica, supo de inmediato que iba a ser un día complicado, las enfermeras le informaron que hubo un pequeño conflicto que involucraba a Nina y a otras de las pacientes que residían en el lugar.Todo comenzó en el almuerzo del día anterior, cuando Nina se fue a sentar con su bandeja al rincón que había adoptado como propio, un grupo de mujeres jóvenes, que estaban lidiando con problemas de adicción hacía un tiempo, la reconocieron y comenzaron a molestarla. Pero ella no parecía prestarles atención, hasta que, de la nada, tomó la bandeja y vacío el contenido de su comida sobre la cabeza de una de ellas, a lo que las mujeres respondieron a gritos y dando golpetazos. Por suerte, todo terminó rápidamente, cuando el personal de la clínica intercedió.Paul hizo llamar a Nina a su despac
Esa mañana, luego del desayuno, Nina fue a reunirse con el doctor Smith, estaba tan ansiosa como aterrada de lo que fuera a descubrir. Aunque tenía una sospecha de que nada lindo la esperaba tras sus recuerdos. Y eso se lo debía a las visiones que Ella le había regalado de forma tan arbitraria. Pero el doctor tenía un buen punto. Necesitaba deshacerse de Ella, no podía permitir que lastimara a aquellos a quienes amaba. Su mano temblaba cuando golpeó la puerta de su despacho, pero al ver a Paul se tranquilizó un poco, su sonrisa cálida y su suave voz la calmaron. Volvió a acomodarse en el gran sofá, él se sentó frente a ella, llevaba una corbata marrón con rombos, Nina se centró en la forma de los dibujos.—¿Cómo estuvo tu semana, Nina? —Quiso saber Paul de inmediato.—Tranquila, he comenzado a pintar, eso me ayuda, m
Esa mañana, cuando Nina llegó al consultorio de Paul, se veía bastante tranquila, se acomodó en su sitio y, luego de hablar sobre su semana en la clínica y sus avances con sus compañeros, Paul comenzó la terapia.Cuando notó que Nina estaba completamente sumergida en la hipnosis, comenzó a guiarla por sus recuerdos ocultos.—Bien, Nina, quiero que te concentres en una noche en especial, la noche del incendio, cuando tus padres murieron —indicó él.—Se ve muy borroso… casi no puedo verlo… —declaró Nina, su cuerpo comenzó a retorcerse sobre el sofá, como si estuviera luchando contra su propia mente.—Vamos desde el principio. ¿Cómo fue ese día? ¿qué hiciste?—Estoy al pie de las escaleras, escondida detrás de la pared. Puedo escuchar a mis padres hablando. Me
Esa mañana, cuando Nina entró al consultorio del doctor Smith, él no podía creer lo que veía. No era Nina quien cruzaba la puerta, era un fantasma. Los enfermeros de la clínica lo habían alertado acerca del deterioro que ella había sufrido esta última semana. Una de las encargadas del comedor, le informó que Nina no estaba comiendo. Llevaba su bandeja al rincón que había reclamado como propio, pero no tocaba la comida, solo jugaba con ella, paseándola de un lado al otro del plato. No hablaba con nadie y no participaba en ninguna actividad. Simplemente estaba como ida.No dijo nada, se acercó a la ventana, se abrazó a sí misma y perdió su mirada en algún punto del exterior. Paul la contempló en silencio. La ropa, le quedaba claramente grande, había perdido mucho peso y muy rápidamente. Estaba visiblemente en los huesos, su piel gris