Mi hermano se sentó en el amplio mueble frente a mi escritorio, y yo me quedé ahí, paralizado, sin atreverme a preguntar qué había encontrado. Pero fue él quien habló, mientras su largo cabello caía como una cascada rubia por su espalda.—Es muy atractiva, hermosa, toda una belleza latina. Entiendo por qué la hiciste tu amante.—¡Ella no fue mi amante! —le dije con rabia, mientras apretaba los puños por encima del escritorio. Giré mi silla, mirando hacia el océano, no dándole la espalda—. Tuvimos una relación antes de Gabriela. Eso fue todo. Los periódicos son muy amarillistas, deja de creer las tonterías que dicen.—Entiendo —me dijo—. Seguramente mamá la apreciaba. Por algo le dejó su herencia. Pero si te soy honesto, no encuentro un verdadero motivo para que lo hubiera hecho. No le dejas toda tu fortuna a alguien que simplemente te cae bien o aprecias. ¿Ella sabía sobre su relación?Yo asentí, sin mirarlo.—Creo que ella lo sospechó desde el principio, pero no dijo nada. Sabía que
Dejé toda la parte técnica y legal a mi abogado. Mejor dicho, al abogado de Transportes Imperio. Federico lo había contratado específicamente para eso esa mañana. Después de terminar de ayudar a los trillizos para ir a la escuela, me dirigí a la empresa y lo primero que me encontré en la entrada fue a Raúl, con un gran ramo de rosas. Me las dio y luego me dio un abrazo, levantándome del suelo.—Felicidades —me dijo, dándome un sonoro beso en la cien—. Te despreciaron, te humillaron, te echaron por la puerta de atrás, ¡y ahora te conviertes en una de las socias más importantes de su empresa!—Creo que no es motivo para celebrar —le dije a mi amigo.Pero él se encogió de hombros.—¡Claro que sí! Cuando llegaste aquí hace tantos años no tenías ni siquiera una casa en la que pasar la noche, ¡y ahora mírate! Socia de dos de las empresas más grandes del país, y probablemente de toda América. La pregunta aquí es: ¿qué harás al respecto?Caminamos juntos hacia el elevador.—Yo solo quiero q
Gabriela tenía una mirada amenazante sobre mí, mi esposa me miraba como si quisiera matarme, sosteniendo una carta en las manos y con el abrecartas la abrió, y a pesar de que leía su interior, de vez en cuando levantaba sus ojos para clavarlos en los míos, como si quisiera notar en mí alguna felicidad por volver a ver a Ana Laura. Pero yo estaba tan nervioso que incluso tenía ganas de vomitar.—Se están tardando, ¿no crees? —dijo mi abuelo, pero mi hermano Xavier se encogió de hombros.—La cita era a la una y es la una y cinco. Cinco minutos no es mucho.El teléfono a mi lado sonó y yo contesté de inmediato, era la recepcionista.—Diles que suban —ordené, tratando de que mi tono de voz fuera lo más neutral posible, pero sentí que me temblaban las palabras.¿Quería volver a verla? No quería volver a enfrentarla. Ya no sabía qué sentía por ella, si aún la amaba o si sentía lástima o vergüenza por todo lo que había hecho, pero no quería enfrentarla. Tenía tanto dolor acumulado que creí
El abogado de la naviera sacó nuevamente el testamento de mi madre, pero yo estaba demasiado absorto como para pronunciar alguna palabra, simplemente estaba ahí, paralizado, con mis manos entrelazadas por encima de la mesa. Los ojos de Ana Laura no volvieron a toparse con los míos, como si ella a propósito desviara la mirada, pero yo no podía dejar de mirarla ahora que la tenía nuevamente cerca. Muchas emociones habían crecido en mí nuevamente, probablemente nunca se habían ido. Mientras el abogado sacaba meticulosamente los papeles, yo divagaba varias veces en mi mente con la posibilidad de ponerme de pie y abrazarla, con echar a todos de la sala y quedarme a solas con ella, pero no podía hacer aquello. Así que tuve que conformarme con estar en silencio hasta que el abogado se aclaró la garganta.—Ahora procederé a leer nuevamente, frente a la presencia de la señora Ana Laura Lescano, el testamento de la difunta Azucena de Idilio.“Desde que me dijeron que mi cáncer no tenía cura
Ana Laura abrazó con fuerza a los tres pequeños niños. Parecían tener los tres la misma edad, ¿acaso serían mellizos? Los tres tenían el cabello rubio, y yo sentí un escalofrío que me recorrió el cuerpo. Los niños salieron corriendo y abrazaron al hermano de Raúl. El hombre los cargó en sus brazos, y una extraña mezcla de emociones me invadió. Llevaba tanto tiempo sin sentir aquellos sentimientos que me sentía abrumado. Quise bajarme del auto en aquel momento y hablarles. ¿Pero cómo le diría por qué estaba ahí? ¿Qué estaba haciendo en aquel lugar? ¿Me podría simplemente decirles que los había seguido? O tal vez sí. Tal vez sí podía hacerlo, necesitaba respuestas. Y aunque hacía mucho tiempo había dado a Ana por perdida, ahora la tenía nuevamente a mi alcance, ahora la tenía nuevamente cerca de mí. No podía perder la oportunidad de hablarle, de intentar explicar lo que había sucedido hacía tantos años, intentar redimirme, aunque ella no quisiera escucharme.Aceleré un poco, acercand
Los niños se enfrascaron en una alegre discusión sobre cuántos pisos tenía el edificio que estábamos cruzando. Aproveché su distracción para mirar a Federico, que conducía a mi lado, y murmuré:—Él lo sospecha —le dije—. Él sospecha que son sus hijos.Pero Federico negó con la cabeza.—¿Cómo podría sospecharlo? Yo le dije que eran míos.—No debiste haber hecho eso —lo regañé, aunque sabía que me había salvado la vida.— Si no quieres que se entere de que los trillizos son suyos, entonces… Entonces tienes que encontrar un padre para ellos —dijo, moviéndose incómodo—. Aunque sea un padre de mentiras. No, no creo que sospeche que sean suyos —respondió él, pero yo negué con la cabeza.Yo conocía a Alexander lo suficiente como para haber visto la duda en sus ojos.—Él lo sospecha, claro que lo hace —le dije—. Apenas tienen cinco años. No es muy difícil hacer cuentas. Me quedé embarazada cuando aún estaba con él.—Pues entonces le dices que te acostaste conmigo. De todas formas, él se metió
Cuando llegué a casa esa tarde, lo encontré a Gabriela en su típica posición de siempre, en la sala, esperando para gritarme o regañarme sobre algo. Estaba seguro de que ese día me esperaría con más ímpetu que nunca para pelear, más que nadie sospecharía de que desaparecí de la sala de juntas para seguir a Ana Laura. Pero no me importó, ya estaba muy acostumbrado a pelear con ella. Ya no me importaba lo que tuviera que decirme, los gritos que pudiera recibir. Me sentía tan cansado que solo quería acostarme.Cuando llegué a la sala, encontré a mi pequeño hijo Esteban sentado, solitario, en el amplio mueble observando el televisor. Me senté a su lado y lo rodeé por los hombros.—¿Qué haces? —le pregunté.El niño apuntó con el control remoto hacia el televisor.—Estoy tratando de ver algo —me dijo.Yo le di un beso en la frente.—¿Dónde está tu madre?—Está discutiendo en el baño —me dijo.Yo fruncí el entrecejo.—¿Cómo que discutiendo en el baño?El niño asintió.—Por teléfono, está
Fue una mañana tensa, sobre todo cuando insistí a Gabriela que yo llevaría a mi hijo a la escuela y no el chofer. Pero unos minutos antes de llegar, tomé la desviación hacia el hospital. El niño miró sorprendido. —No es por aquí, mi escuela —dijo con inocencia, y yo le acaricié el cabello.—No, claro que no. Vamos a visitar a un amigo, es un doctor. Solamente es para ver que estés saludable —mentí, y me sentí sucio al hacerlo.Cuando llegamos al hospital, mi amigo nos recibió.—Hola —saludó a Esteban, y el niño le sonrió con timidez.—Tú no me recuerdas, pero yo ayudé a traerte a este mundo —dijo, y el niño le sonrió. Luego, cuando clavó sus ojos en mí, no pude ocultar la duda en mi rostro.—Es una larga historia —le dije—, pero necesito esta prueba. De verdad lo necesito.—Escuché hablar ayer a Gabriela...—Y entonces tuviste la duda.—Claro que sí. Yo solo estuve una noche con ella —hice una pausa para que el pequeño no nos escuchara. Estaba concentrado observando los dulces de la