Nos quedamos los dos ahí, en silencio, sin saber bien qué decir ni cómo actuar. Ambos estábamos tan perdidos y confundidos.Unos brazos me tomaron por los hombros y me levantaron, como verificando que estuviera bien, que estuviera a salvo. Mis ojos entonados no lograban ver con claridad lo que sucedía alrededor; parecía como si una neblina verde se hubiese colado en mi visión, impidiéndome ver con claridad. Alfredo tenía razón: ahora era el cacique. Si esa era su venganza contra mí, era cruel e implacable. Uno de los hombres de seguridad me tomó por las mejillas y me sacudió para que despertara de mi ensoñación. Escuché sonidos de patrullas de policía; seguramente los disparos los habían alertado. — ¿Qué hacemos, señor? — me preguntó. Yo lo miré extrañado, preguntándome por qué me preguntaba a mí qué hacer. — Dígame qué es lo que quiere que hagamos, señor — repitió nuevamente. — ¿Por qué a mí? — le dije, confundido. Pero el tronte me miró aún más confundido. — Señor, us
Era como si se hubiese instalado sobre mí un peso emocional enorme, grande, apabullante, que me aplastó por completo.Sentía que me costaba respirar cuando, al fin, llegaron los trontes a indicarnos que el peligro había pasado. Uno de ellos me miró a la cara, me guió directamente hacia un auto, alejándome de los demás, y dijo en un tono firme: — Protejan a la esposa del cacique.No necesité más explicaciones, no necesité una mirada de entendimiento; supe en ese instante lo que había sucedido, supe lo que habían significado aquellos disparos. Lo supe en ese momento, y todo mi mundo se derrumbó a mi alrededor.Apreté con tanta fuerza los puños que me clavé las uñas en las palmas de las manos. Quise bajarme del auto y regresar con los demás, pero el esquema de seguridad me lo impidió. Me habían apartado del resto.De todas formas, la camioneta no arrancaba. Me quedé ahí, observando los cristales y empañándolos con mi acelerado aliento. Los trontes que habían corrido tras Yeison llegaron
No pude creer las palabras que salieron de la boca de Alexander, por eso negué con demencia. — ¡Claro que no! Siempre hay una solución.Pero esta vez lo veía tan resignado que el corazón se me estrujó aún más en el pecho. Tuve una especie de epifanía donde me veía a mí misma de anciana, rodeada de trontes, con mil enemigos, con mis hijos muertos o heredando el círculo bajo una vez Alexander se retirara. Eso, si lográbamos llegar a la vejez.Esa no era la vida que quería para mí, no era la vida que quería para mis hijos, ni muchísimo menos para Alexander. Pero no podía decirle eso, no podría decírselo porque aquello lo mataría.Así que me alejé, sentándome pesadamente en el mueble. — ¿Qué pasará con las evidencias?— ¿Me destruirían a mí también? — dijo Alexander.Se sentó a mi lado. Trató de estirar su mano y entrelazar sus dedos con los míos, pero cuando vio que aún estaban llenas de sangre, hizo dos fuertes puños que dejó sobre sus piernas. Xavier estaba pálido, observando por la
Todos los Pilares estuvieron presentes, y yo me sentía abrumada por la cantidad insólita de personajes que se reunieron para el sepelio de Ezequiel.Cada Pilar, bueno, más extravagante y famoso que el anterior, se reunía alrededor del ataúd para contemplar el cadáver de lo que alguna vez fue su líder máximo. Ahora Alexander tenía que estrechar hipócritamente cada mano, tenía que verlos a los ojos y decirles que podían confiar en sus intereses y que las cosas seguirían el mismo rumbo con el que Ezequiel las llevaba. Pero yo sabía que aquello lo destrozaba, sabía que aquello lo ponía en la situación más incómoda que jamás pudo haber imaginado.Yo estuve a su lado siempre, en cada momento, en el velorio que se hizo durante toda la noche y luego en el sepelio en el cementerio central de la ciudad.El equipo de Trontes nunca nos dejó ni un solo segundo en solitario. El Pilar encargado de la seguridad, una exmilitar de alto rango, estaba tan enojado que su ceño fruncido podía percibirse des
¡No quería esperar un segundo más!Me escapé de la reunión de trabajo y me hice la tan esperada prueba de embarazo.Mientras apretaba el pequeño plástico en mis dedos, sentía que el corazón se me salía, y cuando aparecieron las dos pequeñas líneas indicando que, en efecto, estaba embarazada, sentí que mi mundo comenzaba a desvanecerse. ¡Estaba embarazada de mi jefe!Un hombre con el que había sostenido por dos años una relación fortuita y a escondidas. Ni siquiera había terminado de analizar mi situación cuando el teléfono en mi bolsillo sonó. No tuve que ver para saber que era Alexander, mi jefe, quien me solicitaba.Así que me puse la prueba de embarazo en el bolsillo y regresé nuevamente a la mesa. El cliente, gordo, de mejillas rojas y frente sudada, ya estaba un poco ebrio. Cuando me senté, extendió la copa de vino hacia mí.—Bebe —me dijo, arrastrando las palabras—. Bebe, y entonces firmaremos este negocio.—Lo siento, yo no quiero beber. Creo que con agua...—¡Bebe ahora!
Todo el cuerpo me tembló de bajo de las sábanas, las manos comenzaron a sudarme y me senté en el borde, pero Alexander no quiso mirarme a la cara.—¿Qué significa esto? — le pregunté nuevamente. él se puso de pie, su musculoso cuerpo a la luz del sol del amanecer que entraba por la ventana.— Como lo oyes, Ana Laura, esto ya se tiene que acabar — con el corazón en un puño y sin creer todavía lo que estaba escuchando, me armé de valor para decirle que estaba embarazada, pero cuando abrí la boca las palabras se quedaron atoradas en mi garganta.— Yo… ¿Qué tal si estoy embarazada? — todo el cuerpo de Alexander se tensó, los músculos de la espalda se apretaron, pero luego soltó una carcajada cínica.— Claro que no, eso es imposible, recuerda que tengo la vasectomía, además no puedes quedarte embarazada, nos hemos protegido — ya no quise decir nada más, ¿qué podía decir al respecto? podría pensar que me había acostado con otro hombre.los ojos verdes de Alexander se posaron en mi con frial
El café se regó por el suelo alfombrado. El humo llenó el lugar. Alexander me miró con rabia contenida; aún seguía sosteniendo la mano de su futura esposa entre la suya, mostrando el anillo.—Lo siento —dije.Había arruinado el momento perfecto de la presentación de la prometida de Alexander. Me arrodillé en el suelo a recoger los vidrios de las tazas de café que habían caído. —Deja eso —me dijo Alexander con frialdad—. Esa no es tu responsabilidad. —No te pongas tan serio, hijo —doña Azucena me miró amablemente y me hizo un gesto para que volviera a sentarme—. Tienes cosas más importantes que hacer, Laurita.Tomé asiento torpemente con duda.—Exacto. Tienes una boda que preparar.Levanté la mirada hacia Alexander y traté de disimular un poco la rabia que me dio aquel comentario.—¿Yo? —le pregunté.Y Alexandra asintió.—Eres mi asistente, tú te encargarás de mi boda.Vi cómo todos me miraban con envidia, como si fuera un honor.No me atreví a mirar a los ojos a la madre de mi jefe
—¡Felicidades! Jefe... y jefa —Raúl pareció darse cuenta del ambiente apagado del ascensor y tomó la iniciativa de hablar.—Gracias, la boda es la semana que viene, estoy deseando que llegue —dijo Gabriela tomando el brazo de Alexander y se apoyó íntimamente en su hombro.Hacía tanto calor que me quité el pañuelo de seda que me rodeaba el cuello, dejando al descubierto la clavícula, y la depresión de mi corazón me hizo soltar un suspiro involuntario.—Ejem —Miré confundida el rostro enrojecido de Raúl, el muchacho desvió la mirada y continuó —El Jefe se va a casar, ¿y tú, Ana ¿Tienes novio? —Ya no tengo, me escasean novios — murmuré.Raúl pareció repentinamente interesado. Noté que era más o menos de la misma talla que Alexander, si no ligeramente más alto, y de complexión más fuerte.—¿Qué te parezco yo?El muchacho se quitó la chaqueta del traje y mostró sus músculos, haciendo rebotar sus pectorales de forma graciosa y me arrancó una sonrisa.Me pareció que el aire era menos opresi