189°

— ¿Quieres ser mi esposa? — preguntó.

Pero justo antes de que yo abriera la boca para decirle que sí, que sí quería ser su esposa, usó el dedo índice en mi labio para que no dijera nada.

— Espera un momento — me dijo.

Se puso de pie y rebuscó en los cajones que había junto a su cama, de donde sacó una pequeña cajita brillante, carmesí. Yo contuve el aliento, tal vez intuyendo qué había dentro.

— No estaba seguro de dártelo — me dijo — , porque la situación no es propicia, no es como hubiese querido hacerlo. Pero Xavier me ayudó a escogerlo.

Despacio, apoyó una rodilla en el suelo. Sentí que mi mundo daba un giro alrededor. Aquella escena, a pesar de haber sido tan apresurada, prácticamente obligada, hizo que el corazón me latiera con fuerza.

Era algo que había soñado por tanto tiempo, desde el momento en que me había convertido en la asistente de Alexander y que sus labios calmaron mi sed por noches enteras.

Era un momento que había anhelado, un momento que pensé haber perdi
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