187°

No pude creer las palabras que salieron de la boca de Alexander, por eso negué con demencia.

— ¡Claro que no! Siempre hay una solución.

Pero esta vez lo veía tan resignado que el corazón se me estrujó aún más en el pecho. Tuve una especie de epifanía donde me veía a mí misma de anciana, rodeada de trontes, con mil enemigos, con mis hijos muertos o heredando el círculo bajo una vez Alexander se retirara. Eso, si lográbamos llegar a la vejez.

Esa no era la vida que quería para mí, no era la vida que quería para mis hijos, ni muchísimo menos para Alexander. Pero no podía decirle eso, no podría decírselo porque aquello lo mataría.

Así que me alejé, sentándome pesadamente en el mueble.

— ¿Qué pasará con las evidencias?

— ¿Me destruirían a mí también? — dijo Alexander.

Se sentó a mi lado. Trató de estirar su mano y entrelazar sus dedos con los míos, pero cuando vio que aún estaban llenas de sangre, hizo dos fuertes puños que dejó sobre sus piernas. Xavier estaba pálido, observando por la
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