186°

Era como si se hubiese instalado sobre mí un peso emocional enorme, grande, apabullante, que me aplastó por completo.

Sentía que me costaba respirar cuando, al fin, llegaron los trontes a indicarnos que el peligro había pasado. Uno de ellos me miró a la cara, me guió directamente hacia un auto, alejándome de los demás, y dijo en un tono firme:

— Protejan a la esposa del cacique.

No necesité más explicaciones, no necesité una mirada de entendimiento; supe en ese instante lo que había sucedido, supe lo que habían significado aquellos disparos. Lo supe en ese momento, y todo mi mundo se derrumbó a mi alrededor.

Apreté con tanta fuerza los puños que me clavé las uñas en las palmas de las manos. Quise bajarme del auto y regresar con los demás, pero el esquema de seguridad me lo impidió. Me habían apartado del resto.

De todas formas, la camioneta no arrancaba. Me quedé ahí, observando los cristales y empañándolos con mi acelerado aliento. Los trontes que habían corrido tras Yeison llegaron
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