Con un nuevo aire renovado, aprendimos la marcha hacia el hospital. Sentía como si me hubiese librado de un peso tan enorme que no sabía que lo tenía encima.Pero yo sí sabía que lo tenía encima; sabía que desde el momento en el que había fingido aceptar la herencia del Círculo, aquel peso se había subido en mis hombros y no había descansado ni por un segundo. Pero ahora estaba cerca, cada vez más cerca de librarme de todo aquello para siempre.La información que Ana Laura y yo íbamos encontrando, la que mi madre de crianza me había dejado, ya yacía segura en la nube: bajo mi correo, bajo el suyo, bajo uno nuevo que inventamos solo para eso.Tendrían que destruir todos los servidores de internet para que esa información desapareciera, y yo me sentí feliz por eso.Así que me di una larga ducha con agua caliente y, luego, Ana entró conmigo. Nos duchamos juntos un último rato antes de ir al hospital.Pasamos por Federico al aeropuerto. Le dio un amigable beso en la mejilla a Ana Laura y,
Ana Laura y yo cruzamos una mirada. Entendíamos que no podríamos librarnos de aquello, así que le di un cálido beso en los labios y le indiqué: — Nos vemos afuera en un rato.Ella asintió, saliendo junto con todos los demás, pero mi padre parecía que no estaba dispuesto a dejarnos ir tan rápido. Nos tomó a cada uno por los codos y nos guió hacia el elevador, directo al parqueadero. Cuando las puertas se abrieron, tres trontes estaban ahí, fuertemente armados, con los radios en las manos y observando en todas direcciones. — ¿Qué está pasando? — preguntó mi hermano. — El pilar de seguridad — dijo Ezequiel.Como ya lo sabía, los pilares eran eslabones dentro de la organización. El pilar de seguridad era un exmilitar de alto rango que había iniciado en el círculo bajo hacía unos años. Era el encargado de toda la seguridad de la organización, prácticamente quien guiaba a los trontes, quien los lideraba.Mi padre nos guió hacia un auto, y ahí encontré a mi tronte y al tronte de mi herman
El cuerpo de mi hermano Xavier saltó sobre el mío como un acto instintivo de protección. Ambos caímos al suelo mientras los disparos seguían resonando por el estacionamiento.Pude ver a lo lejos cómo unas cuantas personas que estaban en el lugar corrían y gritaban, tratando de encontrar un lugar seguro.Pero entonces, cuando terminaron los disparos, levanté la cabeza un segundo después y observé el cuerpo de mi padre en el suelo. Abría y cerraba la boca como un pez fuera del agua, como si intentara respirar por última vez.Alfredo, al otro lado, lo observaba con una extraña sonrisa en la boca. Parecía loco y trastornado; seguía sosteniendo en alto su arma, pero ya no podía hacer nada. Yo ya no podía hacer nada. Si iba a matarme, lo haría en ese momento.Así que me arrastré, liberándome del agarre de Xavier, hacia Ezequiel. Su camisa estaba manchada de sangre; los disparos en el pecho habían sido varios. Cuando llegué con él, sus brillantes ojos verdes se posaron en mí. — Eso no lo vi
Nos quedamos los dos ahí, en silencio, sin saber bien qué decir ni cómo actuar. Ambos estábamos tan perdidos y confundidos.Unos brazos me tomaron por los hombros y me levantaron, como verificando que estuviera bien, que estuviera a salvo. Mis ojos entonados no lograban ver con claridad lo que sucedía alrededor; parecía como si una neblina verde se hubiese colado en mi visión, impidiéndome ver con claridad. Alfredo tenía razón: ahora era el cacique. Si esa era su venganza contra mí, era cruel e implacable. Uno de los hombres de seguridad me tomó por las mejillas y me sacudió para que despertara de mi ensoñación. Escuché sonidos de patrullas de policía; seguramente los disparos los habían alertado. — ¿Qué hacemos, señor? — me preguntó. Yo lo miré extrañado, preguntándome por qué me preguntaba a mí qué hacer. — Dígame qué es lo que quiere que hagamos, señor — repitió nuevamente. — ¿Por qué a mí? — le dije, confundido. Pero el tronte me miró aún más confundido. — Señor, us
Era como si se hubiese instalado sobre mí un peso emocional enorme, grande, apabullante, que me aplastó por completo.Sentía que me costaba respirar cuando, al fin, llegaron los trontes a indicarnos que el peligro había pasado. Uno de ellos me miró a la cara, me guió directamente hacia un auto, alejándome de los demás, y dijo en un tono firme: — Protejan a la esposa del cacique.No necesité más explicaciones, no necesité una mirada de entendimiento; supe en ese instante lo que había sucedido, supe lo que habían significado aquellos disparos. Lo supe en ese momento, y todo mi mundo se derrumbó a mi alrededor.Apreté con tanta fuerza los puños que me clavé las uñas en las palmas de las manos. Quise bajarme del auto y regresar con los demás, pero el esquema de seguridad me lo impidió. Me habían apartado del resto.De todas formas, la camioneta no arrancaba. Me quedé ahí, observando los cristales y empañándolos con mi acelerado aliento. Los trontes que habían corrido tras Yeison llegaron
No pude creer las palabras que salieron de la boca de Alexander, por eso negué con demencia. — ¡Claro que no! Siempre hay una solución.Pero esta vez lo veía tan resignado que el corazón se me estrujó aún más en el pecho. Tuve una especie de epifanía donde me veía a mí misma de anciana, rodeada de trontes, con mil enemigos, con mis hijos muertos o heredando el círculo bajo una vez Alexander se retirara. Eso, si lográbamos llegar a la vejez.Esa no era la vida que quería para mí, no era la vida que quería para mis hijos, ni muchísimo menos para Alexander. Pero no podía decirle eso, no podría decírselo porque aquello lo mataría.Así que me alejé, sentándome pesadamente en el mueble. — ¿Qué pasará con las evidencias?— ¿Me destruirían a mí también? — dijo Alexander.Se sentó a mi lado. Trató de estirar su mano y entrelazar sus dedos con los míos, pero cuando vio que aún estaban llenas de sangre, hizo dos fuertes puños que dejó sobre sus piernas. Xavier estaba pálido, observando por la
Todos los Pilares estuvieron presentes, y yo me sentía abrumada por la cantidad insólita de personajes que se reunieron para el sepelio de Ezequiel.Cada Pilar, bueno, más extravagante y famoso que el anterior, se reunía alrededor del ataúd para contemplar el cadáver de lo que alguna vez fue su líder máximo. Ahora Alexander tenía que estrechar hipócritamente cada mano, tenía que verlos a los ojos y decirles que podían confiar en sus intereses y que las cosas seguirían el mismo rumbo con el que Ezequiel las llevaba. Pero yo sabía que aquello lo destrozaba, sabía que aquello lo ponía en la situación más incómoda que jamás pudo haber imaginado.Yo estuve a su lado siempre, en cada momento, en el velorio que se hizo durante toda la noche y luego en el sepelio en el cementerio central de la ciudad.El equipo de Trontes nunca nos dejó ni un solo segundo en solitario. El Pilar encargado de la seguridad, una exmilitar de alto rango, estaba tan enojado que su ceño fruncido podía percibirse des
¡No quería esperar un segundo más!Me escapé de la reunión de trabajo y me hice la tan esperada prueba de embarazo.Mientras apretaba el pequeño plástico en mis dedos, sentía que el corazón se me salía, y cuando aparecieron las dos pequeñas líneas indicando que, en efecto, estaba embarazada, sentí que mi mundo comenzaba a desvanecerse. ¡Estaba embarazada de mi jefe!Un hombre con el que había sostenido por dos años una relación fortuita y a escondidas. Ni siquiera había terminado de analizar mi situación cuando el teléfono en mi bolsillo sonó. No tuve que ver para saber que era Alexander, mi jefe, quien me solicitaba.Así que me puse la prueba de embarazo en el bolsillo y regresé nuevamente a la mesa. El cliente, gordo, de mejillas rojas y frente sudada, ya estaba un poco ebrio. Cuando me senté, extendió la copa de vino hacia mí.—Bebe —me dijo, arrastrando las palabras—. Bebe, y entonces firmaremos este negocio.—Lo siento, yo no quiero beber. Creo que con agua...—¡Bebe ahora!