157°

Me sentí terriblemente mal cuando Federico me pidió ir por cuerda. Sabía dónde estaba: el abuelo las había utilizado para crear un tendedero en la parte trasera, y lo que sobraba yo lo había guardado debajo de la alacena en la cocina. Pero mientras las sacaba, no dejé de sentirme culpable.

Cuando regresé a la sala, los tres hombres tenían al chico recostado en el mueble, listo para atarlo y amordazarlo.

— Esto que estamos haciendo está mal — les dije.

Alexander y Federico se miraron entre ellos, como si intentaran encontrar las palabras para hacerme entender, pero fue Yeison el que habló:

— Nosotros no le haremos daño, solo le haremos creer a Máximo que sí. De todas formas, él tiene a nuestros hermanos y los va a torturar de ser necesario. ¿Por qué nosotros no podríamos hacer lo mismo para defender a nuestra sangre?

Yeison comenzaba a asustarme. Al principio se había visto como un chico tan dulce. De hecho, lo era, pero aquella situación al límite lo había convertido en alguien de a
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