—¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja! —Lidia estalló de la risa—. ¡¿Tanto te impresionó el bombón?! —Meneó la cabeza con diversión—. Necesitas un hombre y ya. No puedes seguir así, mírate, estás pálida.
—No fue eso lo que me impresionó. Tú y tus cosas —se quejó ofendida, pero sus manos aún temblaban.
—Amiga... debes actuar como las personas normales. El primer paso es olvidar esos sueños o más bien, no darles importancia —aconsejó—. Mientras más te aferres a ellos, más difícil será desenvolverte en la realidad. Mira como actúas solo con ver a un hombre que está bueno, creo que tus sueños son un grito de desesperación por tu falta de vivir, ya que te la pasas encerrada en el trabajo y en tu apartamento sola y sin acción; así como nuestro delicioso CEO, hay muchos hombres, por ejemplo, Marcos; es obvio que babea por ti, y tú aquí, soñando con el nunca jamás. —Dio suaves palmadas sobre su hombro—. Ahora, ve a la sala de juntas, antes de que Stone venga a regañarte.
—¡Cierto! —gritó regresando a su realidad. Si su amiga supiera que acababa de ver al hombre que protagoniza sus sueños... ¿Seguiría dándole esos consejos o pensaría que se volvió loca?
Trató de entrar sin ser notada, cosa imposible, ya que todos estaban muy atentos escuchando a su nuevo CEO cuando ella traspasó la puerta, robando la atención que estaba puesta sobre su nuevo jefe. Otro momento vergonzoso delante del prominente hombre. ¡Cómo deseaba que fuera otro de sus sueños! O en este caso, pesadilla.
Las miradas la siguieron hasta que tomó asiento, y su nuevo jefe tuvo que hacer un sonido con la garganta para recuperar la atención de los presentes. Ese era uno de esos días en que deseaba que se la tragara la tierra.
—Señorita Allen; es su turno de presentar los informes de edición. —Este la despertó de su ensoñación, mientras ella lo miraba. —Otra razón para volver a avergonzarse—. Ella se paró de repente muerta del susto y la vergüenza, todos la observaban confusos por su extraño comportamiento, ya que ella siempre se había reflejado como una mujer con mucho temple y había tenido el control de las cosas, pero ahora parecía una chica desubicada que expondría por primera vez delante de desconocidos.
—Ah... yo... —Trató de abrir las carpetas, pero como una mala jugada de la suerte, éstas cayeron al piso dejando salir los papeles que tanto había tardado en organizar; trató de recogerlos y ponerlos en el mismo orden, pero estos se mezclaron. Sus manos se movían involuntariamente y su voz se quebraba al pedir disculpas por su torpeza, estaba de rodillas en el piso recuperando las hojas que se arrugaban al tocarlas, pues, su nerviosismo no la dejaba actuar o pensar cómo debía. Su antiguo jefe estaba rojo del coraje. Él siempre elogió su capacidad y buen desenvolvimiento, pero en ese momento todo lo que había logrado se estaba destruyendo poco a poco ante sus ojos.
Algunos de sus compañeros se tapaban el rostro con vergüenza ajena, y otros más maliciosos se reían y murmuraban entretenidos por su falta de coordinación. Ella no era mujer de llorar, sin embargo, en ese momento sentía que lo haría en cualquier instante. Se quedó inmóvil al ver el rostro sonriente de su nuevo jefe, quien estaba agachado frente a ella organizando los papeles dentro de las carpetas.
—No sé cuál es el orden, pero por lo menos estarán a salvo —dijo con amabilidad—. Cuando la junta termine, la espero en mi oficina. Le daré una hora para que los organice y recupere la compostura, puesto que necesito sus informes para estar al tanto de cómo funciona todo aquí. —Guiñó un ojo—. Así que la espero lista en mi oficina. —Ella asintió atolondrada. Nunca en su vida había estado tan avergonzada y conmovida a la vez.
Mientras que sus compañeros de años; personas que ella había ayudado, aconsejado y apoyado siempre, se burlaban; un extraño que además es dueño de la empresa y debería estar lleno de dudas del puesto que ella estaba ocupando, vino a su rescate.
Se levantó en silencio sin evitar quitar la mirada de él, quien tampoco disimuló su impresión y sus ojos miel mantuvieron el escrutinio sobre ella mientras estuvieron allí, provocando un mar de pensamientos y especulaciones en la mente de los presentes. Era obvio que esa junta desataría los más jugosos chismes e historias inventadas.
***
—Nora. —La voz de su antiguo jefe la espantó. Creyó que había cerrado su oficina con llave, pero al parecer, lo había olvidado—. ¿Qué rayos fue eso? —cuestionó molesto.
—Siento mucho lo de hoy... —Lo miró avergonzada—. No sé qué me sucedió, usted me conoce...
—¡Porque te conozco te pregunto! —profirió enojado—. No te reconocí hoy, Nora. ¡¿Qué rayos pasó?! ¿Acaso quieres que te echen de aquí? ¿O quieres hacerme quedar mal? ¡¿Qué te he hecho yo?!
—¡Claro que no! Yo nunca haría eso. Últimamente, he estado fuera de lugar... yo... no sé —suspiró—, no estoy bien. —Las lágrimas amenazaron con salir—. Le prometo que me disculparé con el sr. Anderson, debo verlo en unos minutos para darle mi informe.
—¡Por supuesto que te disculparás! —Negó con resignación—. Por lo menos, él no dijo nada y pareció no darle importancia al asunto —dijo más relajado—. Pero... ¿Ustedes se conocían desde antes? Él no te quitaba los ojos de encima y tú te lo comías con la mirada.
Nora negó sonrojada. Por lo menos su jefe ya no estaba enojado y la paz volvió a ella.
—Nunca lo había visto. «Solo en mis sueños». Es que se me pareció a alguien, eso es todo.
—Bueno —dejó salir un suspiro—, te dejo para que termines y por favor, vuelve a ser tú y muéstrale de que estás hecha —sonrió y salió de la oficina.
Nora miró el reloj y solo faltaban cinco minutos para el encuentro con su nuevo jefe, los nervios la invadieron otra vez.
—Está vez, no —se recriminaba a sí misma—. Contrólate Nora, debes calmarte —dio un último suspiro, tomó los papeles y salió.
Subió al próximo piso y se dirigió a la oficina del CEO, avisó a la asistente de su jefe y ésta le comunicó a él por el teléfono que ella estaba allí. Con una sonrisa cortés le dijo a Nora que podía entrar, pero ella se quedó petrificada frente a la puerta, tratando de recuperar el ritmo normal de su respiración.
—Puedes abrir la puerta. —La joven le indicó con una sonrisa al ver que ella no movía ni un músculo. Nora asintió y abrió la puerta lentamente. Al entrar, se encontró con esa mirada miel e intensa que la hizo temblar, otra vez.
—Tome asiento. —Edward extendió su mano al aire indicándole la silla que estaba frente a su escritorio. Nora se sentó con timidez, algo que no era propio de ella. Miró de reojo la oficina. Muchas veces había entrado allí, pero nunca se imaginó que estaría frente al hombre de sus sueños (literalmente). Había algunos cambios, ahora lucía más moderna, aunque sin perder esa elegancia y lujo que la identificaba como la mejor oficina del edificio. El sr. Stone siempre tuvo buen gusto y, al parecer, su sucesor no se quedaba atrás.
—Quiero... —Su voz se quebró al ver que él le fijó la mirada cuando ella empezó a hablar. Tomó aire para ganar compostura y prosiguió—. Quiero disculparme por lo sucedido hoy en la junta. No suelo actuar así, lamento mucho lo ocurrido...
—Tuvo un mal día, no se preocupe. —Él la interrumpió—. Se lo dejaré pasar por hoy, pero no suelo ser tan generoso. —Su mirada era intimidante—. Me gusta que las personas con las que trabajo sean competitivas y tengan la cabeza bien puesta; espero que ese comportamiento poco profesional no se repita. No solo es el hecho de que no pudo sostener la exposición de su informe, sino que también, llegó tarde, interrumpiendo la reunión. —Ella asintió avergonzada—. Bien —él sonrió—, ya que todo está claro, empecemos.
Fue una hora incómoda para Nora. Su nuevo jefe no le quitaba los ojos de encima y ella tuvo que fijar la mirada en los alrededores para no descomponerse. Pese a su incomodidad, dio su informe con nitidez y profesionalismo y esa habilidad que la caracterizaba.
—Vaya, muy bien, Srta. Allen. Ahora veo a la persona de la que el Sr. Stone habló con tanto orgullo —Edward la elogió. Sonrió con esa sonrisa perfecta que le estaba causando estragos a su corazón, que no dejaba de latir con brusquedad.
—Gracias. —Ella sonrió de vuelta. Él se estremeció al ver su sonrisa, era la primera vez que la veía sonreír y quedó prendido por esos hermosos labios.
—Una pregunta... —la abordó tratando de ocultar su nerviosismo—. ¿Nos hemos visto antes? —Ella se estremeció por completo y casi ríe ante la ironía. ¿Como decirle que soñaba con él?
—No creo —negó con inseguridad.
—Lo siento. —Volvió a sonreír—. Creo que se me hizo familiar, creí que le di la misma impresión, como no dejaba de mirarme —ella tosió al escucharlo.
—Me disculpo por eso. —Cerró los ojos de la vergüenza—. No fue mi intención incomodarlo... también, se me hizo familiar —respondió mirándolo a los ojos. Mala idea. Sus miradas se encontraron y era como si estuvieran atrapados el uno con el otro.
¿Qué sensación era aquella? ¿Cómo podía sentir nostalgia de alguien que apenas acababa de conocer?
Fue un día ajetreado y con muchas emociones, solo quería que terminara al fin; pues para ella fue extraño, bochornoso y horrible.—Esta vez no te puedes negar. —Marcos la sorprendió rodeando sus hombros con su brazo, mientras salían del edificio.—Lo siento, pero en realidad necesito ir a casa. Tuve un día de perros —respondió con un resoplido.—Sí, escuché algo así —dijo en tono divertido.—¡Vaya! Aquí las noticias vuelan. —Sacudió su cabeza maravillada.—Sabes los chismosos que somos —manifestó con picardía—. Trabajas en una empresa de periodismo, ¿lo olvidas? —Ella rio ante la ironía—. Por cierto, ¿es verdad lo del nuevo jefe?—¿Es verdad qué? —preguntó confun
Un día de mucho trabajo y explicaciones del tema que la estaba volviendo loca. Necesitaba escapar de allí cuanto antes; estaba sumida en sus pensamientos de escape cuando el sonido del teléfono de su oficina la espantó.—Señorita Allen. —Esa voz—. Estoy esperando por usted en mi oficina. ¿No me diga que olvidó su deuda conmigo?—¡Oh por Dios! —soltó olvidándose de la persona en la otra línea.—Allen, ¿está bien?—Sí, sí. No se preocupe, estaré ya en su oficina. —Entonces recordó el chisme en que estaba metida y salir a la vista de todos con su jefe no era la mejor de las ideas—. ¡Estoy acabada! —dijo para sí.—Allen... ¿Dijo algo? —Escuchó la voz de su jefe con tono confundido.—No..., e
El príncipe Jing tenía su propia casa cerca del palacio. Era un lugar rodeado de árboles y hermosos jardines, muy exclusivo y privado, donde pocas personas eran invitadas.El maestro Lee le dio un documento a Leela.—Esto es una invitación del príncipe a su casa —informó con esa serenidad que lo caracterizaba y Leela agrandó los ojos del asombro.—E.… el... prin...—tartamudeaba.—Leela, articula bien las palabras o no hables —le reprochó perdiendo la paciencia. Ella respiró profundo para recuperar la compostura.—¿El príncipe me invitó a su casa? —dijo al fin.—¿Por qué te sorprendes? Estás bajo su comando y eres su guerrero favorito. —Ella asintió sonrojada. Salió a toda prisa y se dirigió a la lujosa casa del pr&ia
El príncipe recibió una notificación y sacó su dispositivo. Frunció el cejo al leer el mensaje.—¿Pasa algo? —Bruno lo abordó. Él siempre había sido su mano derecha y su mejor amigo. El chico se destacaba en el manejo de todo tipo de armas incluyendo su creación. Era respetado por todos y amado por las féminas. Se podría describir como un chico alto y fuerte, con cabello rizado oscuro, piel color chocolate y ojos verdes. Todo un espectáculo a la vista que hacía suspirar y llorar a más de una, puesto que el moreno no dejaba pasar un ligue y nunca tomaba a nadie en serio. Reparó en el rostro casi inexpresivo del príncipe y si no lo conociera tan bien, no habría notado que algo le preocupaba.—Búho me mandó toda la información que colectó —respondió con desdén.&nb
—¡Qué dolor de cabeza! —se quejó en voz alta. Alguien entró a su oficina—. ¡A ti te quería ver, Lidia! —gritó eufórica—. ¿Cómo te atreviste a inventar ese rumor?—Te dije que un chisme se acaba con otro chisme. —Sonrió airosa—. Ahora todos hablan sobre ti y Marcos. Deberías agradecerme.—¡Ahhhh! —Se agarró los cabellos del coraje—. ¡¿Debería agradecerte?! Todos hablan de esa dichosa relación, incluso mi je... —Hizo silencio.—¿Incluso...? —Lidia repitió esperando que completara la frase.—¡Olvídalo!—No te enojes. Solo será por un tiempo, luego surgirá algo nuevo que los hará olvidar el asunto.—¡No es solo eso! No
Leela se puso de pie con gran esfuerzo, pues la herida de su brazo dolía hasta quitarle la respiración. Empezó a deshacerse de la bata que el príncipe le envío la noche anterior para darse un baño reconfortante. Ese era el segundo día en la casa de su arrogante amor platónico. Ya se sentía mejor, pero esa herida le hacía estragos. Soltó su cabello, puesto que tenía mucho que no lo lavaba y de repente la puerta se abrió, Leela quedó petrificada al ver la cara del príncipe roja como un tomate. Él no pudo evitar recorrerla con la mirada por unos segundos.—¡¿Qué no sabe tocar?! —reprochó cubriéndose con lo primero que agarró de la cama. Él cerró la puerta tras sí sin decir palabras, pudo escuchar a Leela desde afuera echando pestes, pero él estaba demasiado ensimismado para responder
—¡Ah! —Leela se quejó secando el sudor de su frente—. Admítalo, se está vengando por la ofensa del otro día —acusó hastiada, provocando que el príncipe explote de la risa—. ¡Y se atreve a reírse!—Ja, ja, ja, ja… —Jing no podía parar, las lágrimas salían de sus ojos mientras que Leela cruzó los brazos enojada—. Para que veas lo cortés que soy, te voy a dar una hora de descanso para que almuerces.—¡En serio! —gritó emocionada, ya que solo contaba con diez minutos para desayunar, quince para almorzar y diez para cenar. Luego entrenaban hasta tarde y dormían siete horas.—Vamos —le indicó. Ella lo siguió, se sentaron bajo un árbol y sacaron comida de una canasta. Jing sonrió al verla comer con tantas ansias—.
Después de lo sucedido, el comportamiento del príncipe cambió a frío e indiferente. Leela interpretó su arrebato como un sentimiento de lástima y pesar. No quería tener falsas esperanzas ni ilusionarse con un imposible. Siguieron sus entrenamientos como de costumbre, solo que recuperar la confianza y compañerismo que habían cultivado esos días antes de aquel beso, fue muy difícil.—¡Concéntrate! —Escuchaba la voz del príncipe en algún lugar. Ya hacían varios días que practicaban el mismo entrenamiento y, aunque había mejorado a diferencia del principio, todavía no lo dominaba.Tenía los ojos vendados y estaba vestida con una ropa especial que llevaba el triple de su peso. Al principio, no podía moverse, pero ahora le era fácil utilizar sus técnicas sin perder flexibilidad. La idea era per