—¡Ah! —Leela se quejó secando el sudor de su frente—. Admítalo, se está vengando por la ofensa del otro día —acusó hastiada, provocando que el príncipe explote de la risa—. ¡Y se atreve a reírse!
—Ja, ja, ja, ja… —Jing no podía parar, las lágrimas salían de sus ojos mientras que Leela cruzó los brazos enojada—. Para que veas lo cortés que soy, te voy a dar una hora de descanso para que almuerces.
—¡En serio! —gritó emocionada, ya que solo contaba con diez minutos para desayunar, quince para almorzar y diez para cenar. Luego entrenaban hasta tarde y dormían siete horas.
—Vamos —le indicó. Ella lo siguió, se sentaron bajo un árbol y sacaron comida de una canasta. Jing sonrió al verla comer con tantas ansias—. Tranquila, la comida no se va a ir. —Se echó a reír.
—Últimamente, como que se está burlando demasiado de mí.
—No es burla, Leela. —La miró con ternura—. Es que eres muy jocosa, además, me siento muy a gusto contigo. —Sonrió. Leela meneó la cabeza para que esas palabras no le afectasen. Tenía que olvidar sus sentimientos por él y él no la estaba ayudando.
—¿Estás bien?
—¿Perdón? —preguntó atolondrada.
—Solo bromeaba, puedes comer como quieras.
—Está bien, se me había olvidado que me dio una hora.
—¿Quieres vino? —ofreció levantando una jarra de oro, ella asintió y él le sirvió una copa. No pudo evitar mirarlo. Él de verdad disfrutaba esa bebida. Mordió su labio inferior al ver sus labios carnosos mojados por el vino—. ¿Qué? ¿Tengo algo en el rostro? —preguntó al descubrirla mirándolo fijamente. Ella se ahogó con la bebida y él no pudo evitar reírse.
***
—Te queda media hora, ¿qué harás?
—Voy a darme un chapuzón en el río —respondió estirando los brazos—. Necesito refrescarme antes de que la tortura comience.
—Yo también necesito refrescarme. —Jing se paró y se quitó su camiseta dejando a Leela babeando.
—¿Una carrera? —Ella propuso.
—Está bien, perdedora.
—¿Perdedora?
—Es obvio que perderás.
—Nunca se le quita lo presumido. —Sonrió—. El último en llegar le dará un masaje en los pies al ganador.
—Espero que sepas dar masajes, Leela. —Guiñó un ojo y ella rodó los ojos—. ¿Lista? ¡El último es un pendejo! —El príncipe gritó dejando a Leela asombrada. Saltaron por los aires y brincaron de árbol en árbol, muchas veces se oponían entre ellos para atajar al otro. Se dieron patadas y ambos cayeron al suelo. Frente a ellos estaba el río, ambos giraron y saltaron por los aires, cayendo primero el príncipe dentro del agua. Rieron a carcajadas mientras se atacaban con el fresco y cristalino líquido, minutos después, pararon su jugueteo para recuperar el aliento.
—Te dije que ganaría.
—Hiciste trampas. —Leela tuteó y manoteó a Jing en el hombro, cuando se percató de lo que había hecho se quedó helada por un momento—. ¡Lo siento! —Hizo reverencia y él le tiró agua en el rostro—. ¡Oye! —Leela reclamó tosiendo.
—Deja las formalidades para cuando estemos enfrente de los demás. —Se acercó peligrosamente quedando frente a ella.
—No entiendo por qué me trata así.
—Te lo dije. Eres mi amiga secreta.
—¿Secreta? —preguntó confundida.
—Sí, mi madre...
—Entiendo —lo interrumpió con una sonrisa. Por primera vez se fijó en la gargantilla. Era una joya plateada y muy hermosa; la pieza era gruesa, como si fuera dos en una y tenía un dije que daba la forma de dos piezas de rompecabezas en uno. Ella no resistió tocarla.
—Eso es... —Jing dijo con la voz entrecortada.
—Lo sé. —Lo volvió a interrumpir sin dejar de tocar la prenda.
—Mi esclavitud —Jing terminó la frase y ella lo miró con asombro.
—¿Esclavitud? —preguntó confundida, buscando sus ojos para encontrarse con una mirada triste y llena de frustración.
—Eres afortunada, Leela —Acarició su cabello mojado—. Eres libre de escoger tu destino. Eres libre de... —Hizo una pausa—. Eres libre de amar. Yo... nunca sabré lo que es estar con la persona que amo.
—¿Con la persona que ama? —Su corazón se arrugó al escuchar que el príncipe amaba a alguien.
—Ah... quiero... decir... este.... —Las palabras no le salían.
—¡No lo puedo creer! —Leela palmó su hombro y fingió una sonrisa como un patético intento de ocultar su dolor—. ¿Quién es la heroína que ha descongelado el corazón del príncipe? Debe ser muy especial... —Bajó la mirada con tristeza.
—Creo que me expresé mal —Trató de corregir—. No amo a nadie, Leela. Lo que quise decir es que nunca estaré con alguien a quien ame.
—Entiendo. —Respiró aliviada, como si eso fuera a cambiar algo entre ellos—. Pero su hermano y su esposa se aman.
—Ellos corrieron con suerte. Ya estaban enamorados desde mucho antes.
—Oh... Pero no sabe si a usted le pase igual. Tal vez, cuando la conozca se enamoren —decir aquello le provocaba náuseas.
—Tal vez... solo tendría que... —Dejó de hablar al reparar en lo que estuvo a punto de decir.
—¿Tendría? —preguntó curiosa. No podía creer lo masoquista que era, pero sentía que el príncipe necesitaba hablar con alguien sobre eso.
—Nada —negó—. Pero sí, te envidio, Leela.
—¿Me envidia? —Rio sarcástica—. Pero si usted lo tiene todo.
—Tengo todo y nada a la vez. Como un ave en una jaula de oro, soy esclavo de mi estatus. Pero tú puedes escoger a quien amar y ser feliz con esa persona.
—Eso no es cierto. —Bajó el rostro. El tembló al entender a lo que ella se refería y se arrepintió por haber tocado aquella cuerda—. Yo... —Él puso un dedo sobre sus labios para evitar que terminara la frase.
—El tiempo te hará entender que esos sentimientos no son más que admiración y agradecimiento, entonces, encontrarás el amor. —Trató de sonar convincente, pero su voz era débil y su paladar se inundó de un sabor amargo que solo unos labios podrían endulzar.
—Me gustaría creerle, pero mis sentimientos no son ni admiración ni agradecimiento y, yo no podría amar a alguien más. —Las lágrimas recorrieron su rostro y por primera vez se sintió débil y derrotada, pero por lo menos estaba exteriorizando lo que había cargado en su interior por tanto tiempo.
—¡Basta o cometeré un error! —Jing pegó su frente a la de ella y acarició su nariz con la de él, sus ojos se aguaron y luchaba contra sí mismo—. Basta... yo... no puedo...
—Lo sé... —Las lágrimas brotaron como torrentes—. Sé que es imposible, usted no siente lo mismo que yo y nunca se fijaría en mí.
—Leela, yo...
—¡No lo diga, por favor! —espetó desesperada con miedo de escuchar su rechazo, pero él la abrazó.
—¿Si yo sintiera lo mismo por ti, serviría de algo? De todas formas, es imposible. —Se separó para unir sus frentes otra vez.
—Lo sé... —Bajó la mirada—. Pero las dos verdades duelen.
—Yo creo que sería más doloroso saber que la otra persona te corresponde y no pueden estar juntos. —Acercó tanto su rostro que sus alientos se hicieron uno—. Saber que esa persona sufre por ti y no puedes hacer nada. Anhelar su compañía en silencio, estar limitado a proteger a esa persona especial, a fingir que no te interesa, a obligarte a no besarla cuando es lo que más deseas hacer. Ese dolor, esa soledad, esa abstinencia, Leela, es insoportable.
—¿Está seguro que no ama a nadie? —inquirió desconcertada. El príncipe tardó unos segundos que a ella le parecieron eternos para responder.
—Ya te dije que no —respondió tajante.
—Si yo... —Leela dijo tan bajito que pareció un susurro
—¿Sí? —indagó impaciente por su tardanza al terminar la frase.
—Si yo lo besó por última vez... ¿Se enojaría?
—Leela, si me vuelves a besar te mando al calabozo por una noche.
—Creo que una noche en el calabozo se puede soportar.
—Ni se te ocurra. —Se distanció—. Somos amigos, no lo arruines.
—¡Tanto le repugno! —exclamó avergonzada.
—¡Rayos, Leela! —gruñó y besó sus labios con fervor, como si fuera lo que más necesitara en ese momento. Ella aún no lo creía. ¿Él la estaba besando? Leela acarició su larga cabellera y se dejó llevar por ese beso que tanto había anhelado. Su corazón latía con brusquedad y su respiración estaba agitada, pero no quería terminarlo. Necesitaba eternizar ese momento para siempre.
Él tampoco la soltaba. Bajó la intensidad como intentando recuperar el aliento sin tener que separarse, pues sabía que cuando lo hiciera, sería para siempre. Sus labios dolían, pero no le importaba ni tampoco reparó en las lágrimas que rodaban por sus mejillas. Jing no dejaba de besarla, de saborear sus labios, incluso cuando ya tenían largos minutos sin tomarse un respiro, no quería distanciarse y terminar el delicioso placer de besar su boca.
Le dolía que fuera imposible, le dolía que no fuera para él. Ella sintió como sus labios ardían, se quedaba sin aire y en cualquier momento dejaría de respirar. El abrió los ojos notando su incomodidad y entonces se separó de ella lentamente. Ambos tenían los labios rojos e hinchados, ambos tenían lágrimas en sus ojos.
Después de lo sucedido, el comportamiento del príncipe cambió a frío e indiferente. Leela interpretó su arrebato como un sentimiento de lástima y pesar. No quería tener falsas esperanzas ni ilusionarse con un imposible. Siguieron sus entrenamientos como de costumbre, solo que recuperar la confianza y compañerismo que habían cultivado esos días antes de aquel beso, fue muy difícil.—¡Concéntrate! —Escuchaba la voz del príncipe en algún lugar. Ya hacían varios días que practicaban el mismo entrenamiento y, aunque había mejorado a diferencia del principio, todavía no lo dominaba.Tenía los ojos vendados y estaba vestida con una ropa especial que llevaba el triple de su peso. Al principio, no podía moverse, pero ahora le era fácil utilizar sus técnicas sin perder flexibilidad. La idea era per
Había pasado una semana desde el incidente con el gato, por lo que Nora decidió retomar su rutina. Pese a que su jefe le insistió para que se tomara unos días más, ella quiso volver a su trabajo, puesto que sus manos estaban mucho mejor.—¿Algún chisme nuevo? —preguntó a Lidia quien la siguió hasta la oficina.—¿Cómo lo supiste? —respondió con otra pregunta casi saltando de la emoción, ya que el chisme era su pasatiempo favorito.—No creo que me hayas seguido hasta aquí por lo mucho que me extrañaste —dijo con ironía, mientras se tiraba sobre su silla reclinable.—¿Cómo puedes pensar eso de mí? —Se hizo la ofendida—. Vine para saber cómo estás y por supuesto, aprovechar para darte la última bomba.—Unjú
—Leela... Leela... —La voz era como un susurro—. Estaba sola en una planicie alumbrada con la luz del cielo, pero no era el sol. Podía ver las estrellas y una luna ostentosa y amarilla, acompañadas de aquella luz brillante rodeada de diferentes colores, como si danzara con un arcoíris. De repente, un resplandor la envolvió, dentro de este, luces de colores y chispas amarillas se movían a su alrededor. En el centro había como una bombilla, al menos eso creía que era, porque era la fuente de aquella luz brillante—. Leela… —Escuchaba un poco más claro y mientras más se adentraba en el resplandor, más evidente era la voz, que dejó de ser una sola para convertirse en el murmullo de varias personas. Era confuso y difícil de entender lo que decían.—Tres tiempos. —Creyó haber escuchado, ya que todos hablaban a la par&mda
Después de desayunar, Leela se preparó para regresar al campamento. Salió a observar el hermoso patio por última vez. Todos los momentos vividos allí con el príncipe en esas tres semanas, inundaron su mente haciéndola reír como tonta.—¿Me esperas? —Salió de su ensoñación al escuchar esa voz que estremecía todo su ser—. Debo hacer algo antes de ir al campamento.—Prefiero irme por mi cuenta —expresó con frialdad—. Debo ir a casa antes de unirme al entrenamiento. Además, necesito ponerme una ropa que se adecúe más a mí—dijo mirando las anchas prendas.—Tienes razón. —La miró divertido—. Pareces una abuelita con esa ropa nada atractiva. —Jing se burló y ella bufó—. Entonces, nos vemos en el campamento. —Se le ace
Ese día había llovido con furia, por lo tanto, el atardecer estaba oscuro gracias a las nubes. Las calles eran mojadas por las pequeñas gotas que aún caían, aunque la fuerte lluvia ya había cesado.Una joven vestida de blanco y dorado se paró frente al palacio y entregó una carta a los guardias. Ellos examinaron la carta y después de recorrerla con una mirada morbosa, la dejaron pasar. La joven estaba ceñida con un top que apretaba su pecho marcando un llamativo escote. La prenda era ajustada, haciendo juego con su falda blanca y transparente, que cubría sus piernas hasta los tobillos. Su cabelloestaba cubierto, al igual que su rostro, por un turbante blanco con dorado ocultando también los pendientes y gargantillas de oro, pero no su exuberante juego de pulseras y anillo. Calzaba unas diminutas zapatillas doradas y llevaba un maquillaje sensual, claro, solo se podían apreci
Los rebeldes encendieron luces alrededor y en la entrada de la aldea. Aquel pequeño pueblo, estaba rodeado por un gran bosque alejándolos de una menuda y anticuada ciudad que era donde estaban los chicos hospedados. Todos los aldeanos estaban acorralados por una gran multitud de aquellos temidos guerreros. No solo eran crueles y despiadados, también vestían de una forma bestial que asustaba el tan solo mirarlos. Decorados por huesos yclavos entre sus narices y orejas, exagerados tatuajes y pintura sobre sus rostros. Estaban armados hasta los dientes y sus miradas transmitían maldad pura.—¡Pongan a las mujeres y niños aparte! —gritó un gigantón de cabello negro y largo, con una exuberante barba. Tenía una pulsera enorme con púas y ropa de acero. Su mirada era cruel y su voz áspera e intensa como trueno—. Mataremos a los hombres y a las viejas, nos gozaremos a todas
—Entonces, se va de vacaciones. —Edward la miró confundido—. Así de repente.—Sí —Nora asintió—. Hace mucho no las tomo y necesito una semana para resolver un asunto personal.—¿Irá de viaje? —preguntó curioso. Ella asintió.—Bien. —Sonrió—. ¿Nos vemos esta noche? —La miró con picardía.—No creo que eso esté bien, señor Anderson.—¿Por qué no estaría bien? —cuestionó con confusión—. Te irás por una semana, por lo menos dame esta noche. No te imaginas como te voy a extrañar. —Se paró de su silla y se agachó frente a ella, quien estaba sentada frente a su escritorio. Tomó su mentón y besó sus labios, pero Nora se apart&oacut
—Debe ser difícil ser una guerrera. —La princesa se dirigió a Leela con curiosidad. Ella estaba sentada sobre su cama y Leela parada cerca de la puerta. Pey, la criada de Elena, le servía el desayuno. La princesa Elena no era muy extrovertida y pocas veces comía en el comedor.—Lo es. —Leela la miró con una sonrisa. Pese a que ella era la prometida del hombre que amaba, Elena, hasta el momento parecía ser una chica amable y no tenía la culpa de todo ese asunto entre ella y Jing—. Pero es emocionante, también.—No obstante... no es muy femenino serlo —Elena la miró con desprecio— y matas personas. Tienes las manos sucias de sangre.—Su majestad, usted depende de nosotros los guerreros para su protección. Si ahora mismo viniera su enemigo y la atacara, a usted no le importaría que yo me ensucie las manos para sa